II. Adán Vs. cientos de pájaros

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—¿Qué hacen aquí? —pregunté cuando llegaron retrocediendo unos pasos.

Sobe tenía una mirada picara y su vista iba de Petra a mí como diciendo «Ella lo golpeó, demonios lo recordaré por el resto de mi vida »

Walton habló por los demás, adelantándose un paso. Tenía sus pantalones de camuflaje con los bolsillos llenos de municiones, llevaba algunas correas cruzándole el pecho de lado a lado cargadas de lo que deduje serían explosivos, contaba con un surtido de cuchillos de un metal totalmente plateado y oscuro pendiendo de su cinturón y la chaqueta ceñida por sus músculos tensados debajo. Todos tenían un aspecto similar, salvaje y peligroso, solo que más pequeños.

—Bueno —dijo—, mientras corrías lejos de nosotros te perdiste una conmovedora charla donde decidía ayudar a Dadirucso por tres razones. La primera era que llevaba viviendo en el Triángulo desde los cinco años y que lo único que había hecho era entrenar y estudiar. Estoy cansado de vivir así. Después dije un poco de que... —se volteó hacía Miles—. Miles ayúdame.

—Mencionaste que tu hermana mayor siempre decía que si tenías la suerte de vivir entonces tenías que aprovechar esa vida —completó Miles—, arriesgándola para salvar más vidas inocentes, entonces esas personas vivirían y a su vez arriesgarían la vida para salvar otras —frunció el ceño confundido—. Es decir que para honrar a tu hermana irás a salvar personas.

—¡Sí, claro, una gran lección que no seguí hasta esta noche! Y como última razón dije que no voy a dejar a mis dos novatos ir solos a salvar un mundo. Recuerda, eres mío por una semana.

—Luego —continuó Dagna con una sonrisa voraz en el rostro que finalizaba con dos hoyuelos en sus mejillas—, yo dije que ayudaría a liberar a Dadirucso de ese tipo loco y también presumí tener la mejor puntería de toda la unidad. Le recordé a Walton que no sobreviviría sin mí. Y dije que me cansé de esconderme de La Sociedad, no me escondería de un tipo que quiera ir apoderándose de mundos hasta tener el Triángulo. Si no hago nada, lo único que haré es esconderme y eso es deprimente. Ya me cansé de huir.

—Luego —agregó Miles bajo la luz de la luna y las estrellas, tenía otra vez puesta la capucha y había escondido sus cabellos anaranjados debajo de una gorra, como si le molestara que los demás vean su color llamativo— yo les recordaba, muy valientemente, el ejercito de monstruos y trotamundos que ese loco tenía bajo su poder. Sobe explicaba rápidamente que en teoría ya se habían apoderado de Dadirucso así que era probable que solamente haya policías. Vacilé y pensé en ir pero si las cosas se ponían feas Dagna y Walton prometieron devolverme sano y salvo a este portal y desertar en plena pelea.

—¡Y sobre todo! —agregó Sobe—. Te perdiste la parte en donde Dante meditaba qué era peor. Vivir en el Triángulo sin amigos o morir con ellos.

Dante le desprendió una mirada de pánico, estaba blanco como el papel, con un pequeño matiz verdoso. Había estado callado toda la conversación como si no quisiera recordar aquella charla conmovedora. Hizo una mueca de disgusto y asintió angustiado.

—Soy el único que presté atención en las clases de supervivencia teórica, sanación en varios grados y zoología de pasajes. Si sueltan monstruos de otros pasajes yo sabré cómo actuar—. Hundió su cabeza en los hombros, muy consternado—. Diablos, faltaré a la clase del profesor Alexandre —se lamentó negando con la cabeza—, no confiará más en mí. Ya no me querrá.

—Nunca te quiso —le respondió Miles como si eso lo hiciera sentir mejor.

Sobe le palmeó la espalda.

—Mira el lado bueno... —se detuvo sin saber que más decir, sus ojos buscaron un lado bueno en la nada, revotando de un lado a otro. Sin saber que más agregar volvió a palmearle la espalda.

Petra se acercó hacia mí.

—Jonás, cómo ves, no nos estás arrastrando a tus problemas. Nosotros queremos ir, somos tus amigos. Deja de pensar. Y sobre todo deja de ser tan noble y pensar en los demás. Iremos.

—Sí —convino Dagna impetuosa comprimiendo los puños y alzando uno al aire como si estuviera en medio de un discurso— nos parece estúpido que el Triángulo se niegue a participar en esta guerra. Están olvidando algo obvio. Si ya tomaron muchos mundos sin duda vendrán por este. Tenemos que mostrarle que se le puede plantar cara a Gartet y Logum, que nos entrenaron bien.

Quedé petrificado observando su ceño fruncido y su puño en alto que vibraba eufórico. Parecía una dictadora, tenía los pies plantados bien firmes en la arena y sus morrudas mejillas estaban prendidas de sentimiento. Sobe los miró con una sonrisa encendida, me observó a mí y se encogió de hombros.

—Soy malo siguiendo las reglas. Después de todo, ellos ya saben porque el Consejo no puede echarme. Se los conté. No me echarán, incluso aunque divulgue el secretillo de la guerra —se cubrió la boca rápidamente como si se le hubiera escapado, fingió un profundo arrepentimiento y se enjugó una lágrima en sus ojos amoratados y todavía hinchados—. Creo que después de echar una mano en Dadirucso debemos decirle a todo el Triángulo de lo que está sucediendo en los otros mundos.

—Además se supone que somos los guardianes de mundos, es nuestro deber —agregó Dante.

—Sobe dijo que nos permitirán practicar artes de otros mundos por la guerra —exclamó Walton entusiasmado—. No veo la hora de saber cuál era la palabra para controlar a los pájaros. Era altilia... altilia impe ¡Arg! —pateó frustrado la arena.

Me resultó extraño que ahora lo llamen Sobe pero aun así sonreí de oreja a oreja. Sobe parecía estar integrándose bien en el Triángulo, después de todo había sido su hogar por muchos años. Viéndolos a mí alrededor con una sonrisa nerviosa o feroz y desafiante (en el caso de Dagna) me dije que podría quedarme un tiempo también. Por un momento sentí vergüenza de haberme querido ir solo. Yo había decidido que era lo mejor para ellos, tal como mi padre había hecho conmigo. No podía impedirles tomar las decisiones de su vida por más peligrosas que fueran.

Estaba sorprendido, sabía que el deber de los trotamundos era cuidar a los confronteras y los nativos de todos los mundos pero creí que ese deber era como una tarea, que lo hacían sin ganas. Pero no, parecía que esos chicos lo llevaban en la sangre, después de todo yo también sentía una necesidad desesperada por ayudar.

Me sentía aliviado, como si me hubiera sacado un peso de encima. Tenía ganas de abrazarlos a todos pero me contuve recordando que Adán me había nombrado una vergüenza al género masculino.

Petra me cedió un rifle M16, o al menos así lo llamó Dagna, y me lo colgué en el hombro. Pesaba unos cinco quilos, el metal estaba frío y lo sentía extraño en mis manos.

—Cuidado, no está cargado de pintura —advirtió Camarón alzándose de puntillas y observando el arma con aire hipnótico como si viera una pesadilla maravillosa.

—Asaltamos la armería —explicó Dante compungido, parecía que había traicionado y matado a alguien, pero sólo había violado un par de reglas—. Bueno ellos la asaltaron, yo no tuve nada que ver —se excusó rápidamente retrocediendo un paso como si sus propias palabras lo aterraran.

—Con que fueron ustedes —dije en un susurró—. Adán estaba furioso.

—¡Y lo estará aún más cuando sepa que el Creador que tiene que proteger se ha ido! —recordó Miles con una sonrisa picara codeando a Sobe mientras este le respondía con una risa gangosa.

Como no habían dicho nada de un trotamundos con poderes extraños supe que no les había hablado de mí. Estaba bien. Tampoco sabía cómo explicarlo porque ni siquiera sabía bien qué era, no quería tocar el tema. Petra adivinó mis pensamientos y me acarició la espalda, sobre todo donde había torcido mi brazo con ojos penosos. Le sonreí queriéndole decir que todo estaba bien.

—¡LOS ENCONTRÉ! ¿QUÉ CREEN QUE ESTÁN HACIENDOOOOOOOO?

Adán se acercaba a la costa corriendo en la arena, levantando una estela con sus pies airados. Estaba vestido con una bermuda de jean, una camisa sudada y remangada e iba descalzo.

Todos retrocedieron unos pasos, sin darle la espalda a Adán, Dante reprimió un grito azorado y cayó de rodillas como si estuviera listo para recibir todos lo regaños y castigos del mundo. Miles lo levantó rápidamente del brazo. Adán se detuvo a unos metros cerca de nosotros, jadeando con el rostro perlado de sudor y los ojos relampagueantes de una creciente furia febril. Entornó la mirada y nos analizó para memorizar nuestras caras.

—¡Ustedes son los que robaron la armería! ¡Y tú! —Dijo señalándome con un dedo grueso—. Tú iniciaste un pleito en tu primer día.

Petra se adelantó con una sonrisa cordial. Levantó levemente sus brazos pidiendo calma en la situación como si hablara con una bestia. Estaba a punto de dar una tranquilizadora explicación pero al ver sus brazos el rostro de Adán se encendió en cólera, las mejillas le ardieron de impotencia y las venas de su cuello brotaron debajo de la piel como raíces.

—¡ROBASTE ESOS BRAZALETES DE MI HABITACIÓN! ¿QUIÉN TE DIJO QUE ENTRES A MI HABITACIÓNNNNNNNN?

Petra hizo una decisión sabia, echó a correr a la barca de goma y ninguno pensó lo contrario. Todos la seguimos a la balsa, dándole la espalda a Adán. Él se paró en seco al vernos correr, primero pensé que era un golpe de suerte hasta que bramó con una rabia febril.

—¡TU ERES EL QUE SE COLÓ EN LA CÁMARA! ¡RECONOZCO TU NUCA! YA VERÁS POR CAUSARME TANTOS PROBLEMAAAAAAASSSS.

Reemprendió la marcha con una rapidez desesperante.

Petra se volteó, arrancó una de sus canicas y la arrojó hacia donde se encontraba Adán ganando terreno a grandes zancadas. Una nube azul se esparció por el aire en volutas rápidas pero Adán extendió sus brazos, abrió las manos y gritó unas palabras que no pude comprender. Inmediatamente la niebla azul se hendió para darle lugar, como un animal que rodea el peligro. Adán continuó, corrió con el camino despejado mientras la niebla se dispersaba sin nadie a quién dormir.

—¡Diablos! ¡Sabe artes extrañas! —anunció Petra.

—¡Están prohibidas! —recordó Dante como si eso hiciera recapacitar a Adán.

—¡Si reconociera las palabras que controlan pájaros! —se lamentó Walton corriendo con el arma en mano.

De haber tenido más tiempo hubiéramos podido elegir uno de esos yates de metal, incluso con una lancha o un bote de remos me hubiese conformado. Pero no teníamos otra opción que correr a la balsa de goma.

Walton y Petra se adelantaron ágiles y raudos, sus pasos sonaron como piedras en el muelle, desenredaron la balsa y nos indicaron que apretemos el paso sacudiendo la mano. Miles subió primero y fue seguido por los demás que prácticamente se arrojaron de bruces al agua y nadaron hasta la balsa que flotaba mar adentro, siendo arrastrada por la corriente. El agua estaba fría y se veía gris como el mercurio. Aún pisaba arena pero el agua me llegaba al pecho.

Dagna fue la primera que subió, me agarró de la chaqueta y me arrastró arriba, después jalé de Dante procurando que no se bamboleara lo suficiente para volcar. El bote se sacudió y parecía a punto de hundirse pero resistió. Nos subimos de tropel y Adán se nos acercaba trotando porque ya no había distancia que correr. Estaba a unos metros de nosotros. Walton iba a arrojarse al mar en último lugar, todavía se encontraba en la orilla cuando el rostro se le iluminó, como recordando algo que tanto había buscado y quedó petrificado con una pierna en el muelle y la otra en el aire.

—¿Qué haces? —lo azuzó Dante con el semblante amedrentado escurriéndose el agua salada de la cara—. ¡Sube al bote! —golpeó torpemente los bordes de goma hecho un manojo de nervios— ¡Vamos!

Walton permaneció firme en el borde del muelle y con una sonrisa nerviosa en el rostro le plantó cara a Adán. Aunque él era el más musculoso de todos y era tan ágil como Petra no había posibilidades de que le ganara a Adán. Era como la pelea de un gorila contra un elefante africano.

El hombre tenía unos brazos amplios, con los músculos morrudos tensándose debajo de su piel, espalda mucho más ancha que la de su oponente, manos gruesas y enormes como dos tenazas a punto de cortar. Pisaba firme y tenía un cuello grueso y surcado por venas. Pero Walton no dio un solo golpe solamente sonrió y gritó con seguridad y determinación dos palabras.

—¡Impetum altilia!

Las estrellas se apagaron o al menos eso pensé cuando una nube negra y voluminosa ascendió velozmente del Triángulo. Una inmensa parvada de pájaros que trinaban enardecidos sobrevoló alrededor de la isla como el embudo de un huracán. Hubiera sido la mejor victoria de nuestras vidas además de la mejor vista (Walton estaba parado en el muelle observando con una sonrisa sarcástica a Adán que permanecía petrificado con los ojos abiertos como platos mientras los pájaros montaban vuelo y descendían velozmente como una locomotora hacia su destino) si Miles no hubiera gritado con todas sus fuerzas:

—¡Tenías que señalarlo idiota! ¡Tenías que señalarlo para que funcione!

Sin duda Walton lo escuchó porque corrió como un condenado mientras todos los pájaros de la isla lo seguían en aquella nube de graznidos, trinares y chirridos que batía sus numerosas alas y dejaba un reguero de plumas. Walton abandonó el muelle, corrió en círculos por la arena mientras Adán intentaba ayudarlo y le gritaba que se zabullera en el agua.

Se echó de bruces al mar, se paró con el agua hasta la cintura y caminó entre la marea. Cuando se dio cuenta que iba demasiado lento, se zambulló y braceó hacia nosotros. Estábamos a cien metros de la costa. Algunos pájaros lo siguieron hasta el agua pero se sumergió por un minuto, escondiéndose en la oscuridad del mar. Los pájaros emitieron graznidos amenazadores, batieron sus alas alrededor y sobre la marea y volaron en círculo pero terminaron yéndose. Subimos a Walton a la balsa mientras Dagna refunfuñaba con su ceño fruncido:

—¡Adán va a seguirnos en los botes! ¡Tiene cientos de lanchas!

Rápido como un relámpago Sobe descubrió el cilindro de La Sociedad que le había robado a Tony en La Habana. Lo estudió rápidamente procurando entender cómo funcionaba esa extraña arma que todos ya habíamos visto alguna vez. Finalmente se decidió, presionó un botón en el lado superior que respondió con un clink y lo arrojó con todas sus fuerzas a la playa en el sector de botes. El cilindro reventó en una cúpula de rayos paralizantes, zafirinos y relampagueantes que crujieron sobre la fila de botes como una manta entretejida que zumbaba.

—Nadie podrá subir a los botes por un rato —sentenció Sobe y todos estallamos en vítores.

El viento nos ondeaba los cabellos, la balsa remontaba a duras penas las olas y teníamos la ropa cubierta de arena y agua salada. La nube de pájaros sobrevoló la isla como si intentara recordar para qué estaban todos allí reunidos y se perdió en la oscuridad cerca de las colinas y las ondulaciones revestidas de selva. Los gritos de Adán se escuchaban en la distancia. Estaba furioso por haber perdido a los ladrones de la armería, el chico que creó una disputa, el que se coló en la cámara, la chica que hurgó en su habitación y el Creador y trotamundos peligroso que debería mantener en el Triángulo.

Sin duda surtíamos un efecto muy fuerte en Adán porque calumnió, vociferó y profirió amenazas contra nosotros hasta que la isla se volvió una silueta abultada, luego la silueta se convirtió en una franja en el horizonte y el mar engulló la franja.

—Gran hazaña con las artes extrañas comandante —encomió Miles con una sonrisa burlona en el rostro, escurriéndose el agua de la capucha.

Walton se encogió de hombros apenado, corriéndose mechones de cabello empapado de la frente y sacándose la arena del cuerpo.

—Muy bien —finalizó Dagna mirando las estrellas con Sobe, habían intercambiado a susurros unas palabras como si el firmamento les diera indicaciones que solamente ellos interpretaban —el portal a Dadirucso está a tres horas de aquí, un poco al oeste.

—Bien, suficiente para tomar una siesta —dijo Sobe cruzándose los brazos detrás de la nuca.

Dante abrió los ojos enormemente y sacudió a Sobe como si ya se hubiera dormido. La barca era pequeña y Sobe, al incorporarse alarmado, casi empujó a Walton por la borda y creó un domino catastrófico de personas.

—¿Te falta un tornillo? —inquirió anonadado Dante.

—No, solamente horas de sueño —respondió Sobe apartándolo.

—¡Estas aguas están infestadas de portales y bestias! Es de noche y somos cuatro abridores y tres cerradores...

—Cinco abridores —corrigió Petra—. Los Creadores tienen una inclinación. Sobe es un Creador que abre portales.

Su pánico y nerviosismo se incrementaron a gran escala, le tembló el labio y un tic nervioso se apoderó de su parpado derecho. Dagna lo agarró de sus hombros tensados y le dijo que ella vigilaría con él un rincón de la balsa. Todos nos pusimos a montar guardia, las aguas estaban tranquilas y la luna suspendía como un farol en el cielo. Petra y Sobe me flanquearon los lados. Escudriñamos por quince minutos el horizonte y no vimos atisbo de nada peligroso. Camarón fue el primero en dormirse, su cabeza pendía del borde del barco como un péndulo pero a él no parecía importarle. Crucé mis brazos, los apoyé en el borde de goma elástica y recosté mi cabeza sobre ellos.

Estaba pensando en el archivo de La Sociedad y cuál era la orden noventa y cuatro de mi papá. Algo me decía que tenía que ver con llevarnos a Dakota, pero recordé lo que me dijo Petra, «Deja de pensar» No lograba nada con ello. Sacudí mi cabeza y me concentré en el horizonte. Petra viró su cabeza hacia mí, me estaba mirando y fingí que no lo notaba.

—Lamento golpearte Jo —dijo al fin—. Yo no soy así.

Sobe resopló y rio. Sus cabellos castaños le rosaban los hombros, los tenía húmedos y un poco enmarañados.

—¿Golpearlo? Lo derrotaste.

—La deje ganar —excusé encogiéndome de hombros.

—¿Ganar? —Preguntó Petra con una sonrisa olvidándose rápidamente de su disculpa—. Estabas tirado en el suelo, con la cara que haces cuando algo te duele y te desconcierta.

—Si para ti que una chica te derribe y tuerza el brazo es ganar, entonces eres todo un ganador en la vida —bromeó Sobe.

—Aprendió del mejor —contestó ella en un susurro para no despertar al resto—. ¿Recuerdas cuando te encontré en el callejón? ¡Lo que decías!

—Sí, sí lo recuerdo. No hay necesidad de repetirlo —susurró sacudiendo una mano.

Petra inundó su rostro de terror y desfiguró el labio de pavor imitando a Sobe.

—¡Piedad, no me mates! ¡No me mates! ¡Haré lo que quieras por amor de mí!

Reí y Camarón se revolvió en sueños, murmurando algo acerca de carceleros y de agua en una cárcel. Ahogué mi risa contra el borde de la balsa. Sobe estaba examinando los brazaletes de Petra y jugaba con las cuentas en sus dedos como si fueran sus propias manos, ella tomaba ese gesto totalmente natural.

—Tenía miedo —se excusó con una sonrisa picara.

—¿Por amor de mí? —pregunté comprimiendo una sonrisa.

—Bueno se supone que soy un dios en ese mundo ¿O no? Por amor a mí —volvió a repetir señalándose.

Petra rió y negó con la cabeza. Volteé hacia atrás, la isla había desaparecido, el mar nos rodeaba. Recordé los gritos de Adán y me pregunté si continuaría gritando maldiciones o habría encontrado la manera de librar los barcos de los rayos zafiros. Después de todo se había librado de la niebla paralizante de Petra, pudo controlarla con palabras que le dieron el poder de apartarla de su camino. Me pregunté si Petra era capaz de hacer cosas como esas o ejecutar maniobras aún más poderosas. Cuando llegamos al Triángulo Adán le había sacado todas sus armas mágicas, los brazaletes, si él fuera más poderoso no se hubiera preocupado por unos simples juguetes.

—Jonás —me llamó Petra irresoluta como si quisiera hacer algo pero no se decidiera—, cuando te deje solo en la cámara... tomaste una decisión muy importante tu solo.

—Lo sé.

—Quería asegurarme de que estés bien, en mi mundo solemos ser muy entrometidos cuando alguien que queremos se encuentra mal y es tan cerrado.

—Pues soy un Cerra.

—¿Qué harás cuando ayudemos a Dadirucso? —me preguntó Sobe muy serio—. Ya no podrás buscar a tus hermanos y tu papá te estará buscando. Digo... al menos no podrás entrar por el mismo portal, tendremos que buscar otro.

Me encogí de hombros. No lo había pensado. Una parte de mi quería volver, pero ahora solo tenía a mi mamá y lo más probable es que ella nos espere por un tiempo en esa casa vacía y nueva pero luego se mude con mis abuelos en Sídney. No podía volver sin mis hermanos y la posibilidad de empezar una nueva vida como un aventurero loco y sin reglas era muy deprimente aunque por el momento era el único plan posible. Incluso Sobe, que había visitado millones de mundos vivía en el Triángulo, sabiendo que era la mejor opción. Tal vez podía buscar un nuevo portal a Babilon. Tal vez haya otro en alguna parte de este mundo o escondido en un pasaje recóndito.

De repente una luz opaca y mortecina de un color perlado se asomó debajo del agua. Creí que era alucinación mía pero restregué mis ojos y noté lo que era cuando fue demasiado tarde. Un portal se asomaba debajo de una fina capa de agua, estaba suspendido en el vacío como una lamina de vidrio mojada. No parecía haber un día soleado del otro lado, la luz era muy gris y estaba muy cerca de la superficie.

Me incorporé y grité a todo pulmón:

—¡Portal!

Pero ya estábamos sobre el portal.

Hubo una sacudida, se escuchó agua estrellarse contra algo sólido, como una cascada que se extinguió al instante, la balsa chocó contra tierra firme y Camarón salió despedido cuando nuestro bote de goma inflable reventó. Me levanté aturdido oyendo como farfullaba o gemía el resto, además de oír un constante murmullo mecánico, era más bien un zumbido que se suspendía sobre el aire. Sobe se frotó los ojos escéptico.

Chirridos. Chirridos mecánicos como puertas profiriendo su urgencia de una buena capa de aceite para sus goznes, ruidos agudos como los que hacía mi mamá cuando se enfadaba. El olor a contaminación en el aire me resultó familiar, una fragancia a metales sulfurosos esparcía un sabor amargo en mi boca.

La luz opaca, los constantes murmullos y chirridos... tuve que reprimir un grito al ver que nos encontrábamos en el sector de fábricas de la ciudad de Salger.

Habíamos vuelto.

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