II. Después de la nada viene todo

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Cuando desperté mi vista trató de enfocarse. Estaba recostado en una cama cómoda, tapado con sábanas ásperas, los pájaros trinaban fuera de la ventana y el sol se filtraba a través de los cristales. Las vigas del techo eran de madera fornida, contorneadas por una cortina de luz cálida. Estaba en el interior de una cabaña. En el aire se suspendía un olor a horneados que colmaba toda la habitación.

Una música alegre se escuchaba desde afuera, era desafinada y torcida pero era música. A mi lado había un cofre con una pila de ropa limpia encima. Era la ropa que tenía cuando había llegado a Dadirucso, mis pantalones de pijama y la remera de Avengers que tanto le hacía reír a Narel. Jamás creí volver a verla, casi rio al observarla. No era mi remera favorita, ni siquiera era de buena calidad en el grupo de los Avengers estaba Peter Parker haciendo poses de kung fu y Batman cruzado de brazos al estilo mafia, pero era mía. Olía a jabón y agujas de pino.

Escarlata dormía enroscado sobre las sábanas, dejando manchas de tierra y polvo. En frente de la cama estaban Sobe y Petra dormidos en una silla.

Ambos compartían la silla, sentándose a medias como si hubieran discutido por lugar antes de caer profundamente dormidos. Estaban vestidos con la misma ropa que llevaban la primera vez que los vi, hace una semana. Petra tenía unos levis, botas militares y una camisa a cuadros como leñadora. Sobe vestía unos jeans remendados, una remera gris de manga larga y su chaqueta de aviador.

Apoyé el peso de mi cuerpo en el codo y entonces lo sentí. Tenía las manos vendadas como manoplas y bajo las vendas la piel me dolía horrores. Sentía como si me clavaran alfileres a la vez que eran cocidas en agua hirviendo. Comprimí los labios y ahogué un gemido.

Petra y Sobe se sobresaltaron cayendo de la silla y murmurando desconcertados. Repararon en que estaba despierto y se asomaron a la cama como si fuera una obra en exhibición.

—Despertaste —susurró Petra.

—O eres un zombi —añadió Sobe tocando una de mis mejillas para comprobar que no lo fuera.

—¿Qué paso? —pregunté con la garganta seca.

—Resulta que una vez que la esfera estuviera en el Faro debías soltarla, claro que nadie lo sabía porque nunca nadie lo había apagado —explicó Sobe rascándose la cabeza—. Había mucha electricidad, eran unos rayos extraños, de los que no se conocen en nuestro mundo. Y tú estabas en medio de esa explosión eléctrica. Largabas humo cuando te encontramos. Estuviste inconsciente por tres días.

—¿Y Wat? —pregunté haciendo caso omiso al dolor de mis manos y el crujir de las articulaciones.

Sobe y Petra se intercambiaron una mirada afligida. Me dijeron que cuando la ayuda llegó a Wat Tyler, Wat Tyler ya se había ido hace tiempo. Había muerto literalmente del dolor, pero la aflicción no pudo sacarle la sonrisa de sus labios cuando Berenice lo besó. Había sido su primer beso y el último. En vida su expresión era de sufrimiento pero irónicamente lo enterraron sonriendo. La idea me derribó y Petra contuvo un sollozo, algo me dijo que ya había llorado suficiente los últimos tres días como para dejarse derribar en ese momento.

Siempre creí que las cosas que más duelen al principio aparecen pequeñas y luego se van ensanchando en nuestro pecho para que el golpe de dolor no sea tan fuerte. Pero la muerte Wat la sentí como un golpe duro, hondo y ancho al igual que un pozo, uno tan extenso que sentí que una parte de mí se caía dentro.

Me contaron que cuando dejé la esfera dentro de los perímetros del Faro ésta comenzó a levantar temperaturas y explotó en mis manos. Afortunadamente conserve todos los dedos pero no podía decirse lo mismo de mi piel. En el momento tenía las vendas enroscadas y no podía verme pero les pedí que fueran sinceros y dijeron que la cara de Pino era Miss Universo en comparación con la piel de mis manos. Petra no conocía mucha magia de sanación, yo ni siquiera sabía que existía algo como eso, pero ella se las empeñó para reconstruir un poco el tejido como si fuera una cirujana. No me molesté siquiera en preguntarle cómo lo había hecho.

Dijeron que el resto de la unidad se encontraba bien, habían estado vigilándome en el turno anterior Dagna y Walton (sí, se habían dividido vigilarme por turnos) pero ellos los relevaron. Ahora el resto de la unidad se encontraba buscando al dueño del todoterreno rosa para devolverle lo que quedó de su auto y darle unas merecidas disculpas.

Abeto se encontraba en la enfermería porque lo habían baleado en la pierna y estaba en reposo. Después de mi desmayo ellos habían acabado con los soldados. Dijeron que el Faro emitió un rayo de luz verdosa que se esparció por casi todo el cielo hasta chocar con el techo de la caja que rodeaba Salger y ramificarse en el metal. Al parecer había sido un espectáculo magnífico que yo solo me había perdido. Luego Prunus habló por los altavoces, las personas salieron de sus casas parloteando por las calles, murmurando y arrastrando palabras, sin poder creer qué diferente puede ser el mundo cuando abres la boca y los ojos. El resto de los soldados que quedaban no volvieron a atacar, huyeron de las personas.

Al principio se veían muchos corriendo de un lado para otro, procurando escapar de la cólera de los ciudadanos que hora sí podían hablar y decirles a los demás cuando veían uno de sus amados vigilantes, luego se vieron cada vez menos hasta que no quedó ninguno. Habían desaparecido. Pero nosotros sabíamos la verdadera historia, habían huido por portales escondidos.

Petra me dijo que jamás había visto algo tan inspirador como los ciudadanos encerrados en Salger que salieron de los muros y vieron por primera vez las estrellas plateadas, los árboles frondosos, el amanecer, el sol y otro montón de cosas que son tan insignificantemente únicas. Nadie había vuelto a la ciudad y creen que nadie volverá jamás, no después de ver lo maravilloso que puede ser el mundo fuera de los edificios.

Sobe por su parte me contó que las personas estaban viviendo en carpas y festejando de la hermosa simpleza de las cosas alrededor del sector deforestación o en el claro que había fuera de los muros, por el momento, pero que poco a poco se estaban redistribuyendo en los distintos sectores. Algunos construían casas en el bosque de zarzas o expandían el sector deforestación que ahora se había convertido en la Ciudad Plantación.

—¿Ciudad Plantación? —pregunté conteniendo la risa pero luego me encogí de hombros y dije—. Bueno, está bien supongo... digo por ser personas casi mudas que nunca eligieron un nombre en su vida.

—Oye, yo elegí el nombre —replicó Sobe un tanto ofendido y prosiguió contando todas las cosas que ahora se hacían en Dadirucso. Por ejemplo, las personas ahora vestían con los colores que quisieran y querían vestir con todos los colores a la vez—. Parece que le quitaron el guardarropa a un payaso ebrio con déficit.

—¿Qué es un payaso? —preguntó Petra.

—Es algo muy parecido a ti, pero con una nariz menos grande —le respondió Sobe con una sonrisa burlona.

Luego me dijeron que hubo unas cuantas bajas. Sus semblantes cambiaron y hablaron murmurando o arrastrando las palabras. Los cuerpos se velaron al primer anochecer y Roble y Wat Tyler habían sido enterrados con honores. Prunus pensaba hacer un monumento a Wat en reconocimiento de que había sido él quien propuso la idea de ese cambio en el mundo. Pero todavía estaban haciendo la estructura y ni tenían idea de dónde iban a colocar la estatua o lo que fuesen a crear. Todavía tenían que resolver problemas de ubicación así que el monumento no estuvo en sus prioridades, aunque el tiempo no corría, nadie estaba apresurado por hacer nada.

—¿Y Berenice cómo esta? —pregunté ordenando mis pensamientos. Ya debería ser el amanecer de un jueves en mi mundo.

Petra y Sobe no discutieron por hablar de ella lo que me indicó que eran malas noticias. Petra apoyó los codos en la cama y se frotó las palmas de las manos con una desmedida lentitud.

—Todo el mundo está festejando menos ella. Desde que todo acabo ha estado encerrada en la casa de Prunus, leyendo cortezas o escribiendo en un diario que encontró por ahí. Y eso cuando hace algo sino no hace nada, está muy derribada. Las únicas veces que ha salido son para venir a ver cómo estabas, luego vuelve a estar encerrada mirando el cielo o en silencio.

—No quiere mucho la compañía —respaldó Sobe— la última vez que intenté hacerle una broma amistosa dejó sus dedos marcados en mi mejilla.

—Hasta yo haría eso —la defendió Petra. Meneó la cabeza y se concentró en el tramado de las sábanas cuando añadió— No quiere hablar. Las palabras fueron las que le quitaron a Wat, creo que ahora no las quiere.

Afuera había un aire festivo, podía escucharse risas o palabras gozosas que llegaban suaves a la cabaña, pero Berenice se encontraba de luto, quería ir a verla pero el cuerpo me pesaba como si fuera plomo. Mis brazos estaban pálidos y sentía que los huesos se me habían vuelto de gelatina. Mis extremidades estaban tullidas y cosquilleaban. Sobe y Petra me recostaron cuando intenté levantarme.

—Oye, quieto ahí.

—No sabemos muy bien qué te pasó en el Faro —explicó Sobe—. Todo se resume en ciencias de otro mundo pero estoy seguro que la radiación, electricidad o lo que fuese esa cosa no era buena. Necesitas descansar hombre, mejor acuéstate, lo hiciste bien.

No mencionaron nada de la guerra contra Gartet, tal vez porque no tenían nada que decir, ellos sabían lo que yo sabía. Habíamos liberado Dadirucso, definitiva y llanamente estábamos en la vista de Gartet y ahora como sus enemigos. Unos rivales que lo hacían ver como un tonto, porque si un simple grupo de niños podía meterse en la guerra y arrebatarle uno de sus mundos mejor vigilados ¿Cuantos cambios podría lograr un grupo bien experimentado o al menos preparado? Debíamos enviar ese mensaje al Triángulo por más que nos pusiera en peligro. Gartet no es tan temible como parece. Ellos deberían hacer algo, no podían quedarse sentados, cruzando los dedos para que Gartet se olvidara de nuestro mundo y no atacara.

Sobe y Petra se marcharon para dejarme dormir, afirmaban que debía descansar. Deseaba que se quedaran, que me contaran muchos otros cambios buenos pero dijeron que debía verlos luego por mí mismo, cuando me sintiera mejor. Petra acarició levemente a Escarlata e hizo una mueca. Sobe se acercó sólo un poco y dijo que no era tan horrendo, lo que para él valía por muchas caricias.

Solo en la cabaña no podía pensar en otra cosa que en los cambios malos. Mis manos completamente quemadas, arrugadas y casi sin piel. Yo era la prueba verídica de que el karma existe. Habíamos quemado a Pino al escapar de un mundo y luego me quemé cuando regresé al mismo mundo. No había nada más irónico que eso. En ese momento hubiera dado lo que fuera por el ungüento curativo mágico de Pin para mis manos. Petra había dicho que haría todo lo posible para que solo quedaran unas leves cicatrices pero que no sabía mucha magia de curación, fuese lo que fuera eso. Procuré pensar en otra cosa y no lo logré.

Las palabras de mi sueño me reverberaban en la mente:

«Ahora si es una guerra»

Era la voz de Eco la que hablaba y no tenía que ser muy listo para descubrir lo que había querido decir. Me recordaba que habíamos dado el primer paso, una guerra se avecinaba, la mayor batalla de todas y nosotros habíamos sacado boletos en primera clase. Eco me había dicho que ese era mi destino pero yo no quería saber nada más de liberar mundos o meterme con tipos sádicos.

Además, se equivocaba, yo no había comenzado esa guerra. Había sido Wat Tyler.

Un muchacho que pasó su infancia encerrado en una ciudad para que lo liberaran y pasara su adolescencia encerrado en una granja. Él nunca había conocido su mundo, mucho menos supo la existencia de los demás pero Wat había comenzado todo.

Muchos otros pasajes apresados de maneras diferentes podrían tener la oportunidad de liberarse si el mensaje de que era posible llegaba a ellos. Él había tenido una vida injusta y solitaria, tenía cicatrices visibles y muchas más que no se veían, había sufrido de todas las maneras que se puede sufrir pero aun así había mantenido la esperanza. Había estado años en silencio y utilizó sus palabras para poder comenzar una revolución ¿Y por qué? Por amor. Para ver los ojos de Berenice llenos de entusiasmo y no de lágrimas.

No quería darle vueltas al asunto, no llegaba a ningún lado y cada vez me sentía peor. Tenía la mente embotada, la garganta seca y el ánimo por el suelo.

Miré mis manos vendadas y me imaginé que eran guantes de boxeo.

—Oh, mira Escarlata —dije sosteniendo un guante al lado de su reseco rostro, él abrió un ojo, me miró como si fuese insignificante y volvió a dormir—. No bajes la guardia en ningún momento, primera regla en el ring ­—añadí mientras le encestaba un golpe en cámara lenta debajo de su quijada.

Escarlata retrocedió molesto de que lo haya despertado, se bajó de la cama, saltó a la silla y se enroscó allí.

—Eres mal perdedor.

Después de unos agonizantes y aburridos cuarenta minutos volví a dormirme. 

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