II. Me hago amigo de alguien que quiere comerme

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Se encontraba observándome muy quieta, con los ojos entristecidos y un aire maduro. Ya no parecía Narel, no llevaba el celular en la mano, estaba vestida con un overol negro y botas militares. Su cabello castaño era una maraña, estaba suelto pero rígido y seco como si se lo hubiesen parado con fijador y un soplete. Se había hecho unas pequeñas trenzas pero ahora parecían rastas. Tenía el aspecto de haber atravesado un huracán de tierra y ramas porque llevaba algunas de estas últimas en el cabello o en la ropa. No conservaba sus uñas coloridas más bien las tenía sucias, cubiertas de tierra, su piel estaba perlada de sudor como si llevara corriendo un maratón entero. Un leve corte se asomaba en su barbilla, estaba fresco, sus mejillas tenían un matiz rojo.

—Narel, ¿estás bien? —le pregunté acercándome hacia ella y abrazándola con firmeza.

Ella gritó furiosa y me empujó con todas sus fuerzas, estaba hecha una fiera, tenía la mirada encendida de rabia, podría haber pasado por la hermana de Wat Tyler en lugar de la mía. No se encontraba desconcertada o alterada más bien parecía dispuesta a arrancarme el pescuezo.

—No me toques, me das asco, estás todo sucio.

—Es que estuve en algunos lugares que...

—No es por eso —espetó— ¡Me das asco en todos los sentidos! ¡Te odio! ¡No te quiero Jonás! Ya vete.

—¿Qué? —pregunté anonadado por su furia, siempre nos peleábamos pero creí que el tiempo que pasamos separados cambiaría las cosas. Esperaba que me bombardeara de preguntas no que me fusilara con miradas de odio. En ese momento no sabía que el tiempo pospone las cosas pero no las cambia—. Estoy buscándote ¿Sí? Voy a volver, te lo prometo. Sacaré a los mellizos de ahí y a ti también... sólo dame una semana.

—¿Qué no te cansas de hacer promesas que no puedes cumplir? Dijiste que volverías con la linterna y no lo hiciste.

No sabía qué responder, nada parecía adecuado.

—¿Qué quieres de mí? —me preguntó con la voz quebrada, sus ojos estaban cubiertos de pena y lágrimas. Había hecho que llore.

—Sólo quiero que me digas que estás bien.

El pecho se me estaba comprimiendo, sentía que los pulmones se me inflaban poco a poco y estaban a punto de explotarme, secándose como globos con demasiado aire caliente, ya era momento de irme pero no quería.

—Pues estoy bien, los mellizos están bien. Tú eres él que se ve mal.

Sentía que algo me oprimía la garganta y me arrastraba lejos de allí.

—Narel, voy a buscarlos. Estoy a unos días de camino. Sólo necesito el mapa del pasaje en el que se encuentran. Dime dónde están.

—No vengas.

—¡Narel no digas eso, no vine para pelear!

Tenía ganas de golpearla y abrazarla al mismo tiempo, de romperle la nariz e inundarla de besos, deseaba odiarla pero la quería.

—Escúchame Jonás ya sé que quieres buscarnos pero por tu seguridad no lo hagas —explicó mojándose los labios indecisa como si vacilara y creyera que lo que estaba a punto de hacer no era lo correcto—. Si te atrapan los equivocados causarás desastre. No puedes venir. No vas a poder arreglarlo, no ahora, ni mañana, ni dentro de una semana. Haz lo que sea, pero no eso. Ya está hecho Jonás. No puedes encontrarnos. No te quiero. No te quiero aquí —recalcó con poca paciencia.

—Pero... —protesté sin fuerzas.

—¡Cierra la boca! ¡Te odio, nunca haces nada de lo que te digo!

Gritó y me empujó en la penumbra.

—No me importa —le dije totalmente confundido— yo si te quiero.

Podría estar confundido o desorientado pero eso siempre lo sabría.

—Si de verdad me quieres, no vengas. No ahora.

La imagen se llenó de burbujas oscuras y olorosas antes de darme cuenta estaba respirando una gran bocanada de aire en la habitación mal iluminada. El hombre permaneció quieto observando cómo intentaba recuperar el aire y tocía mientras me apoyaba en uno de los costados de la bañera.

Estaba totalmente cubierto de verdín, agua estancada, grumosa y desolación. La ropa se me adhería al cuerpo. Me levanté como pude y estrujé el agua de mi chaqueta de lana y jubón totalmente desanimado y desconcertado. Narel me había dicho que no quería que la buscara, que fuera mejor no hacerlo.

« ¿Por qué diría aquello?» me preguntaba una y otra vez en mi cabeza. Creí que estaba haciendo lo mejor al buscarlos pero ella me miró... me miró cómo creí que lo haría cuando le dijera que todo había sido mi culpa.

—Es hora de que te vayas —advirtió el hombre.

Asentí abrumado examinando la bañera y preguntándome si me permitiría ahogarme en su baño. Nada salía como lo tenía planeado, no podía comprender por qué ella me gritó aquello, se veía fatal, estaba herida y fatigada pero no quería que la encuentre. No quería volver a su vida normal, con sus amigotas... ni siquiera quería verme.

El hombre me condujo hacia la puerta y lo seguí chorreando agua estancada por las escaleras y el desván de abajo. Antes de que me marche me detuvo poniendo una de sus manos raquíticas sobre mi hombro. Tenía los dedos alargados y huesudos pero no me importó estaba tan entristecido que ya nada me importaba.

Estaba descorazonado, si es que así podía llamárselo porque me sentía vacío, sin nada. Porque yo era como una armadura para Narel. Siempre intentaba protegerla a pesar de que ella fuera un año mayor. Creí que tendría toda una vida para intentarlo. Pero una armadura sin nadie a quien proteger no es más que un montón de chatarra. Y ahora me sentía así sin ella, como chatarra. Porque la persona jamás sabrá que en cierto modo también protege a la armadura.

—Jonás, el final de esta semana te dolerá de una manera que no imaginas —me animó el hombre—. Todavía eres muy joven y muy ingenuo y tonto.

—Eso ya lo dijo.

—Lo que quiero decir es que tu historia tiene muchos cabos sueltos, yo ya até la mayoría pero no es mi deber decírtelos. Los irás descubriendo a la marcha del tiempo. Sólo quiero que no olvides unas pequeñas cosas.

—¿Qué cosas? —pregunté sin deseos de escuchar la respuesta.

—Para empezar tu nombre y tu apellido dicen mucho Jonás, demasiado de tu pasado, un pasado que tal vez todavía no comprendes. Pero hay muchas cosas extrañas en las que no tuviste tiempo para pensar ¿No te parece extraño que te mudaras y al mismo tiempo lo hicieran Sobe y Petra? ¿Nunca te preguntaste porqué antes no viste a ningún agente? Piensa en ello y en por qué el jefe misterioso de Tony te quiere sólo a ti ¿Qué tienes de especial? Hay muchas personas especiales a tu alrededor, créeme todavía no lo sabes, pero ¿Por qué solo a ti? O simplemente piensa en esa criatura de ojos escarlatas que no te atacó y que prácticamente apareció cuando comenzaste a pensar en criaturas.

Sí me había preguntado por todo aquello pero simplemente lo había hecho a un lado porque creí que al final de la semana cuando encontrara a Narel eso ya no importaría.

—No entiendo.

—No ahora. Pero si no olvidas estos detalles cuando termine la semana todo se ordenará.

—Gracias, pero ya no sé cómo terminar esta semana.

El hombre me dio la espalda, se introdujo en la casa y se sentó en la silla. Ya había dicho todo lo que tenía que decir. Me quedé observándolo en el umbral sin saber muy bien qué hacer. Había adoptado la misma posición que tenía cuando lo encontré. Los codos apoyados sobre los muslos, cabeza gacha, divisando el suelo. De repente me asaltó una pregunta:

—¿Cómo te llamas?

Sus hombros se movieron levemente pudo haber estado riendo o llorando.

—Aquí me llaman el Eco pero en tu mundo tenía un nombre más simple: Oliver Burnett.

Memoricé el nombre. Sin duda era un tipo raro y ese encuentro podía encabezar la lista de cosas extrañas en mi vida pero me había dado unos minutos con Narel, por más que fueran unos minutos desastrosos. Así que en parte le estaba agradecido aunque algo me decía que fue él quien me sedujo para llegar hasta allí.

Cuando supe que no había nada más que decir dije adiós.

—Adiós Oliver.

—Adiós Jonás Brown espero que nuestros caminos se vuelvan a encontrar pronto.

No me di cuenta de que estaba caminando hasta que tropecé con una raíz voluminosa y me caí de bruces al suelo cubierto de niebla. Sentí la tierra húmeda en mi cara, como en una ensoñación cerré mis nudillos y vi cómo entre mis dedos se escurrían hierbas y terrones de tierra. Me levanté confundido, todavía con la palabra pronto resonándome cavernosamente en los oídos. Alrededor tenía bosque, no había ningún muro de matorrales, ni ninguna casa cerca, sólo la luz de una fogata que se extinguía a lo lejos.

Estaba amaneciendo y mi reloj marcaba un miércoles al mediodía.

Sin saber muy bien qué hacer me dirigí a trompicones hacia la fogata.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro