II. Mi única visita es un pedazo de tierra.

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Comprimió los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos y apretó el mentón. Nos habían sacado las capas y teníamos la raída ropa que usaban las personas de la villa pero en esa celda se veían como pijamas de presos. Miles ya no llevaban puesto su gorro gris que siempre usaba sobre su cabello.

—¿O qué? ¿Matarás de vuelta a mi familia? —vociferó y sus gritos despertaron al resto—. ¡Pero no puedes porque ya están muertos! ¡Porque tú los mataste! ¡Ustedes, todos ustedes fueron!

Camarón se frotó los ojos y examinó el lugar aterrado.

—¿Q- qué sucede? —preguntó desconcertado.

—¡Eres un inmaduro Pino! —vociferó Sobe, sus venas surcaron la piel de su garganta. Bramaba con todas sus fuerzas con la esperanza de que Pino lo oyera pero sólo yo sabía que ya se había ido. Se aproximó a la reja—. ¡No puedes jugar con esto, no es divertido! ¡Sabes qué! ¡Haz lo que quieras, no nos molesta! ¡Podemos manejarlo!

—¡Cierra la boca, bestia! —aulló Miles rojo de la ira—. ¡Oh haré que la cierres, lo juro, así como digo que la magia corre por mis venas!

Sobe contempló a Miles como si recién reparara en él, se volvió a sentar lentamente en su litera ignorando la anterior pregunta de Camarón y los gritos de Miles, ocultó su cabeza en las manos y empezó a reír. Dagna estaba recostada en una litera superior, apoyó el peso de su cuerpo en el codo y contempló la escena ceñuda. No podía entender qué era tan gracioso.

—¿Qué es tan gracioso? —interrogó Dante molesto, hincando el codo debajo de la litera de Camarón, preguntando lo que todos pensábamos—. Estamos en la cárcel.

—Es que —Sobe volvió a reír—. Miles cree que es una zanahoria y es estúpido porque podría creer cualquier cosa pero cree que es una verdura.

—No lo creo, lo soy —respondió él hecho una furia apuntándose con un dedo firme.

No estaba entendiendo muy bien, me sentía como si acabara de despertar, recordé el sueño que había tenido y me pregunté si había sido una visión. Dagna bajó de su litera de un salto y las cadenas repiquetearon unas contra otras por el impulso, el sonido se intensificó y terminó como una prolongación aguda que me aturdió.

—Explícate aventurero loco.

Sobe comprimió la risa.

—Estamos en una cárcel de Dadirucso y nadie escapa de estas cárceles.

—Mal comienzo —apunté cruzándome de brazos y despegando un vistazo a Miles que observaba todo con una sonrisa torcida de sicópata.

—Bueno antes era una cárcel, ahora el Orden mata a los que infligen la ley pero antes los encerraba. Y en cada celda había un marcado —continuó hablando Sobe, juntó sus manos y suspiró—. Un marcado es alguien drogado, alterado con químicos. En este tipo de prisiones drogan con un extraño químico a un integrante de la celda, siempre es al más fuerte o ágil o simplemente alguien a quien nadie le importaría que lo droguen. En este caso daba igual porque somos amigos y no importa la fuerza, saben que no nos lastimáremos los unos a los otros —vaciló.

»La droga deja muy manipulable a la persona. La desorienta y lo primero que le digas, cuando sienta los efectos, lo creerá. El procedimiento es fácil. El carcelero se la inyecta y le hace creer al preso que su compañero de celda es un gran peligro, a veces le inventan historias personales como que mató a su familia o algo por el estilo. Le dicen que él está en la noble misión de vigilar a su compañero, a veces le dicen que el mundo depende de eso o algún disparate. Es una técnica para que haya orden en la prisión sin requerir tanto personal de vigilancia. En ocasiones le inventaban historias disparatadas sólo para divertirse. Entonces cada vez que intentes escapar el marcado lo impedirá, le dirá a todos lo que intentas hacer. Te vigila como si te odiara y de hecho lo hace.

—¿Qué? —Fue lo único que logré formular.

—¡Mientan todo lo que quieran! —gritó Miles desprendiéndonos miradas asesinas a todos, su cabeza giraba como un satélite defectuoso al ver a tantas personas a la vez—. ¡No voy a dejarlos salir de este hoyo, nunca! ¿Me oyeron? —Rio malévolamente y arqueó su espalda como si la diversión le pesara—. ¡Nunca, nunca, nunca!

—¿Nunca? —preguntó Dante horrorizado.

—¡Nunca!

—¿Nunca? —preguntó Cameron con una insipiente sonrisa en los labios tomándole el pelo.

Miles lo fulminó con la mirada, llevó un par de dedos a sus ojos y le dijo que lo tenía en la mira.

—¿Y por qué se llama a si mismo zanahoria? —preguntó Dagna examinando a Miles como un explosivo, se cruzó de brazos disconforme.

—Porque Pino tiene un gran sentido del humor y le hizo creer que es una hortaliza embrujada y que nosotros matamos a toda su familia. Más que nada lo vio como una tortura para nosotros y para él porque sin duda cuando a Miles se le vaya el efecto se sentirá muy apenado, humillado, usado y muchas otras cosas más. Mírenlo, afirma ser un vegetal. Él lo cree, es el efecto de la droga. No nos dejara huir tan fácil.

—¡No puedes creer eso! —dije dirigiéndome a Miles.

—Prefiero creer eso a que creerte a ti —espetó furioso y concluyó para que no lo olvidara—. ¡Asesino!

—Vaya —exclamó Dante—. Parece que el mundo quiere tomarnos el pelo. Pero es decir, una... una... —resopló—. ¡Porque una verdura, no puedo creerlo, hubiese preferido que piense que era un cachorro terrier! ¡O un ventilador eléctrico! Habría sido más digno.

Sobe se encogió de hombros.

—En nuestro mundo se hace casi todo el tiempo pero sin químicos, en la hipnosis una persona avejentada puede creer que tiene tres años. Que Miles crea que es un vegetal no cambia mucho las cosas. Lo que debemos recordarnos es que no es su culpa —Dio unos leves golpecitos en su cabeza con la punta de sus dedos—. Recordémoslo porque dentro de un día vamos a querer amordazarlo y golpearlo. De verdad, la droga es muy fuerte.

Dagna observó a Miles que se pasaba un dedo a través de su garganta y sonreía diabólicamente.

—Sería chistoso si no estuviéramos en un aprieto tan grande —Se lamentó ella.

—A mí me parece chistoso —confesó Camarón.

—Y a mí —concordó Sobe asintiendo débilmente.

Me sentía mal por Miles. Estaba completamente fuera de sí, afirmando ser la cosa que más odiaba en el mundo del color que más detestaba. No podía imaginar cómo escaparíamos con Miles como alarma allí dentro. Pino había dicho que vendría mañana por la segunda dosis, eso significaba que la droga amainaba con el tiempo. Les conté rápidamente mi conversación con Pino, la petición que me hizo y que Gartet nos recogería en una semana.

—Pino dijo que Gartet los quería a los dos y que había diseminado sus rostros por todos los mundos colonizados —susurró Dante ensimismado—. ¿Por qué te quiere a ti Jonás? No eres un Creador.

—No, pero igual lo odia —respondió Sobe rápidamente—. Y lo quiere por venganza —Le agradecí a Sobe con la mirada por haberme salvado de esa. No estaba tan ansioso de decirles a todos lo que era, aunque no tenía idea de lo que realmente era—. En cuanto a la segunda dosis, la droga dura sólo un día, en las últimas horas el marcado duda de la existencia que le contaron, se comporta de una manera loca e impredecible, parece literalmente drogado. Pero eso nunca pasa porque antes le dan una segunda dosis y todo vuelve a dar vueltas. Antes de que el viejo Miles venga a intervalos le darán otra dosis y aparecerá este nuevo Miles.

—¡Amo a este nuevo Miles! —chilló Miles acercándose a Sobe como si tuviera ganas de estrangularlo y continuó vociferando, las venas de su cuello se tensaban—. El nuevo Miles es más despierto, sabe más, siente más, ve más...

—¿Grita más? —Le pregunté.

Miles me fulminó con la mirada, comprimió sus puños y se acercó resuelto a darme una paliza pero en medio camino se detuvo. Cerró los ojos, respiró profundamente, se sentó en el suelo, dobló y entrelazó sus piernas, juntó el pulgar con el dedo próximo en cada mano y las dejó descansando en sus rodillas dobladas. Se quedó quieto haciendo yoga en medio de la celda.

—Miles —Lo llamó Dante inclinándose encima de él—. ¿Qué haces?

—¿Ahora eres un monge? —inquirió Dagna—. Porque estaría muy bien... es decir, antes de que te rebajes a una planta...

—¡Vete, no me molestes! ¡No voy a seguir su camino de odio! Ustedes son unos violentos asesinos yo no.

—Miles...

—Shhh —Me siseó en señal de reprobación y su semblante se suavizó.

Miré mi reloj era un domingo por la madrugada, habíamos caído un sábado a la tarde. Seguramente Miles estaba intoxicado hace medio día, el efecto no sería tan fuerte pero aun así lo volvía insoportable. Me senté en el rincón de la celda observando cómo meditaba y pensando en una manera de escapar al igual que todos. No podíamos derribar los barrotes, estaban incrustados a la pared, al suelo y al techo, no teníamos ningún explosivo, las paredes parecían impenetrables y no había tiempo para excavar, tampoco podíamos hacerlo porque el suelo era de piedra dura y desgastada. Y lo peor de todo era que antes de intentar algo Miles cantaría a los cuatro vientos nuestras intenciones.

—Mis padres van a matarme si se enteran de que terminé en la cárcel —Se lamentó Dante tragando saliva y caminando de un lado a otro.

—Es la cárcel de otro mundo —dije intentando tranquilizarlo—. No cuenta.

—Además no se enterarán —añadió Dagna.

—Sí que lo harán —respondió seguro.

—¿Quién demonios va a contarles?

—Pues yo —respondió insultado y extrañado como si nuestros comentarios fueran sorprendentemente inútiles.

—¡Lo tengo! —dijo Sobe chasqueando los dedos e incorporándose fuera de la litera—. Podemos llamar al carcelero y usar el conjuro para hacer que todas las aves lo ataquen.

—No hay aves en la ciudad —recordé levantando mi cabeza hacia él.

Los ojos de Sobe se iluminaron.

—Exacto, pero las hay fuera. Querrán entrar y se chocaran con las murallas, pero si tenemos suerte Petra y Walton verán las bandadas y sabrán que estamos en aprietos, entonces vendrán por nosotros mucho antes que Gartet.

Miles se levantó como una bala de su estado pacifista, literalmente se chocó contra la reja, se aferró de los barrotes y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Van a escapar! ¡Carcelero, escaparan! ¡Los presos van a escaparse! ¡Usarán magia para hacerlo! ¡DETÉNGALOS, MATARON A MI FAMILIA!

Sus gritos reverberaron en todo el calabozo y sonaron como bramidos ensordecedores. Sobe intentó cubrirle la boca pero Miles lo mordió. Él retrocedió limpiándose la baba en el pantalón y fulminándolo con la mirada. Por un momento no sucedió nada, suspiré aliviado y fue entonces cuando unos pasos pesados se oyeron en el pasillo.

Apareció el hombre de los aretes detrás de los barrotes con aire molesto como si hubiésemos interrumpido su tiempo libre. Cargaba una manguera de incendios solo que mucho más grande, la sostenía con ambas manos y aun así parecía que le pesaba. La boca de la manguera tenía dos patillas que ancló al suelo como bases. Miró a Miles en busca de una explicación, con semblante irritado.

—¡Planeaban escapar usando una señal mágica para sus amigos! —explicó Miles.

El hombre hizo una mueca con sus labios de aretes, parecía una sonrisa, me pregunté cómo no se enredaban tantos aros juntos ¿le resultaría difícil comer? La idea me desagradó de solo pensarla y procuré alejarla de mi mente.

—Si intentan escapar, haré esto —explicó y los pitidos de su marcador resonaron en el aire junto con su voz ronca y débil.

—¿Qué, nos mojarás con esa cosita? —amenazó Dante cruzándose de brazos.

Esa cosita despidió un potente chorro de agua helada que hizo más que mojarnos, nos empujó contra la pared. El agua veloz y ágil atravesaba los barrotes y me retenía contra la pared como dos manos gélidas y escurridizas. Choqué en el otro extremo de la celda y sentí que me habían tirado un bloque de hielo filoso y pesado encima. El agua golpeaba con tanta rapidez que la sentía como si cortara mi piel, intentaba escudarme con los brazos pero lo único que lograba era estrellarlos contra mi rostro. Sobe gritó amenazas que sólo se escucharon como gárgaras con tanta agua. Cuando el carcelero creyó que había sido suficiente (lo creyó después de cinco minutos) cerró la manguera y se marchó con una sonrisa en los labios.

Caí al suelo de rodillas, tiritando de frío.

—Impetum atilia —murmuró Sobe en el suelo.

La señal había sido enviada pero ni siquiera sabíamos si funcionaría.

Ahora nuestra celda estaba cubierta de agua. Me levanté y me senté en una litera junto a Camarón que tiritaba y fulminaba con la mirada a Miles. Aunque tenía casi años sus profundas ojeras, magullones en la piel y mirada asesina lo hacía ver como un maníaco. Recordé que todos nos veíamos como maniacos.

Miles por su parte también se había mojado pero parecía el único feliz de que hubiera pasado, se sentó en el suelo y volvió a su estado de meditación.

—¡No puedes creerte esa basura Miles, de verdad ni siquiera suena lógico! —trató Dante—. Además, no matamos a tu familia, los vegetales ni siquiera tienen vida. Cuando venga ese estúpido carcelero con la cena me gustaría saber si su comida contiene legumbres o alguna verdura ¿Qué sucederá entonces? ¿Te comerás a tus primos?

—Yo podría diferenciar a mi familia...

—¿Te escuchas cuando hablas?

No le respondió, hizo oídos sordos y continuó meditando. Sobe se incorporó e hizo un ademán de patearlo por la espalda, totalmente furioso. Las luces de neón continuaban zumbando fuera, se podía oír aquel sonido mezclado por el chapoteo de algunas gotas que se escurrían y estrellaban contra el charco de agua que cubría todos nuestros pies cuando estábamos parados. Medité en una manera de salir, tenía que idearla o ejecutarla yo solo, no podía contársela a los demás o Miles la escucharía. Lo único que tenía en esa celda era el agua pero no parecía ser una herramienta muy útil. Lamenté no tener a Petra con nosotros, ella hubiera usado uno de sus brazaletes o urdido un plan con sus artes extrañas. Me pregunté qué estaría haciendo en ese momento.

En la celda no había portales de otra manera podríamos... de repente una idea me vino a la cabeza, como salida de la nada.

—Sobe. ¿Recuerdas lo qué me dijiste cuando estábamos consiguiendo la ropa?

Sobe había apoyado sus codos sobre los muslos, estaba sentado en la litera que se suspendía por cadenas y se hamacaba levemente. Sus ojos golpeados y amoratados resaltaban más por la mala iluminación de la celda. Tenía su cabello mal cortado adherido a la frente y la quijada, se lo hizo a un lado abstraído en mi pregunta.

—Sí, lo recuerdo. Creo...

—¿Puedes controlarlo ahora?

Si Sobe podía abrir un portal a Etrra, el mundo de Petra, entonces de allí podríamos trotar al Triángulo y del Triángulo viajaríamos de nuevo a Dadirucso o a cualquier otra parte que no fuera una celda, esperando a que Gartet nos atrape.

—Estuve intentándolo desde que llegamos, no parece ser tan fácil. ¿Y tú puedes?

No lo había intentado, no quería creer que tenía una capacidad de mover portales, sonaba tonto. No sabía ni siquiera qué hacer. Pensé en una puerta que atravesara la habitación pero no funcionó, pensé en mis hermanos pero tampoco funcionó, solo me derribó pensar en ellos, además si funcionaba eso me llevaría a Babilon o tal vez a mi casa y hasta que averiguara como hacer que Gartet dejara de vigilarme era muy peligroso acercarme a ellos. O acercarme a casa que estaba rodeada de La Sociedad.

Sobe había mencionado a principios de esa semana que había portales que te conducían a otras partes del mismo mundo, no quería traer uno de esos y que me llevara a China. No podía alejarme demasiado. Aunque sí me serviría mucho un portal que condujera a otra parte de Dadirucso. Entonces pensé en Petra, ella estaba en el sector deforestación. La recordé mirándome con sus ojos polícromos, su piel tostada, el cabello color caramelo vertiéndose sobre los hombros y cómo se veía cobrizo en la noche, la vi riéndose pero no divirtiéndose. Recordé su voz, la manera en que era sentimental y misteriosa al mismo tiempo. Cómo solía exasperarse rápido y lo mal perdedora que era. Sentí que algo me jalaba dentro, como si tiraran de mí por hilos invisibles. El sentimiento creció, mi estómago se revolvió y...

—¿Puedes o no puedes? —preguntó Sobe con impaciencia arrancándome de mi estupor.

El sentimiento se difuminó dentro de mi cuerpo y todo volvió a la normalidad: no había hilos que me jalaban lejos, nada se revolvía en mi interior y tenía la mente en su lugar.

—No puedo —mascullé fulminándolo con la mirada, se suponía que yo no debería tratar nada, él era un Creador y yo solo un Cerra. No quería que los demás supieran lo que era, además esa celda no era lugar para explicaciones—. Ya deberías saberlo.

—¿Qué intentan hacer? —preguntó Dante escurriendo el agua de su camisa color ciruela.

—Abrir un portal y lárganos de aquí.

En el momento que lo dije me arrepentí, mordí mi lengua y rogué que Miles no haya escuchado. Pero él se levantó del suelo, erguido y tieso como si hubiera tragado un palo. Dagna nos fulminó con la mirada y Sobe largó una risilla nerviosa.

—Él preguntó —Me excusé.

—¡Tú respondiste! —soltó Dante librándose de la responsabilidad en el momento que Miles, se asomaba al corredor y aullaba con todas sus fuerzas:

—¡Van a escapar! ¡Planean abrir un portal! ¡Deténgalos, son unos asesinos sin piedad! ¡DETÉNGALOS, MATARON A MI FAMILIA!

—¡No eres una zanahoria por amor de dios, no matamos a tu familia! —gritó Dagna más ceñuda que nunca— ¡No puedo creer que una droga sea tan fuerte para hacerte creer eso! Miles para, te arrepentirás de decir eso, créeme te conozco.

Tenía los labios morados y la piel más pálida que antes, sus cabellos rubios y mojados se veían como hilos de plata oxidada. Intentó detener a Miles pero él la empujó, lo que hizo que comprimiera sus amoratados labios en una fina línea y que Sobe se aproximara alarmado hacia ellos.

—¡No la toques! —Le gritó a Miles apartando a Dagna.

El hombre apareció nuevamente con la manguera en las manos y unos guantes de goma puestos como si hubiese estado lavando vajilla cuando lo interrumpimos. Se oyeron sus pasos pesados y el repiquetear de las llaves que pendían de su cinturón, se quitó con mucha calma los guantes y los arrojó al piso. Ancló las patillas metálicas sobre el suelo, giró su cuello en un ángulo extraño haciéndolo crujir y sonrió riguroso.

Miles se irguió y sacó pecho recibiendo, con los brazos abiertos, el impacto del agua que lo arrastró al suelo. Nuevamente sentí el hielo tajante en mi piel, el impacto del agua que me oprimía el pecho y después de unos minutos el choque contra el piso. Sentí cada miembro de mi cuerpo gélido, me paré temblando, al igual que todos, froté mis manos y les soplé aliento cálido porque me costaba horrores mover los dedos.

—¡La próxima vez que aparezcas podrías traer el almuerzo! —Le gritó Sobe al carcelero que se marchaba con una sonrisa satisfecha.

—¡Miles estoy comenzando a aborrecerte! —gritó Dante.

—No griten —susurró Cam.

Camarón tosió y se refregó la cabeza. Había estado sentado en la litera cuando el agua lo había arrojado brutalmente al suelo. Me acerqué hacia él y mis pies crearon ondas expansivas en el charco de agua que cada vez crecía más en los calabozos. Ahora todo el subsuelo estaba cubierto por una capa de agua que se expandía por el pasillo y las demás mazmorras. Estaban inundando el subsuelo como una piscina. Me incliné y le examiné la cabeza a Cam corriendo sus cabellos castaños y empapados.

—¿Cam estás bien? ¿Te golpeaste fuerte?

—No es nada —dijo encogiéndose de hombros pero tenía los ojos vidriosos, vi que se esforzaba por no parpadear para que las lágrimas no se desbordaran.

Sobe y el resto vieron lo mismo en Cameron, era él más pequeño y ya no le parecía divertido como actuaba Miles pero aun así se reforzaba por mantenerse estoico y valiente.

—Tranquilo —intentó de calmarlo Dante y se inclinó flanqueando su otro costado, su piel morena se veía más oscura allí—. Solamente imagina que estás de vacaciones en un hotel con piscina donde el salvavidas quiere ahogarte.

—Dan, no ayudas —dije y él se encogió de hombros sentándose en el suelo cubierto de agua.

—El Miles de antes diría un comentario gracioso —Se lamentó Cam.

—Sí, pero sería igual de molesto que el Miles de ahora —repuso Sobe y logró sacarle una sonrisa.

—Muy bien se acabó —dijo Dagna corriéndose mechones de cabello del rostro, totalmente exasperada—. Escúchame niño hortaliza, no vas a seguir con esto.

Miles estaba ocupando una litera con los brazos cruzados debajo de la cabeza, tomando un descanso de su arduo trabajo como soplón. Dagna lo aferró de su camisa de lana verde y lo arrojó de bruces al suelo. Miles se levantó aturdido en el agua estancada y chapoteó en ella intentando levantarse. Sobe actuó rapidísimo, lo cogió de los brazos y lo sostuvo en el aire. Dante le cubrió la boca con ambas manos mientras yo por inercia le agarraba las piernas para que no pateara a nadie. Entre los tres inmovilizamos a Miles en el agua. Camarón examinó el forcejeó con los ojos bien abiertos y Dagna se cruzó de brazos.

—Muy bien tenemos tiempo para hablar una idea, una idea —urgió ella y sopló un mechón de cabello que le colgaba por encima de la frente—. No sé me ocurre nada. ¿Sobe tienes algo?

Miles aúllo debajo de las manos de Dante e intentó zafarse. Sobe se encontraba rojo del esfuerzo y con la piel perlada, sus cabellos le rosaban dispersos el hombro y sus ojos azules e hinchados buscaron una respuesta en la oscuridad. Boqueó y se encogió de hombros vacilante.

—¿Subcomandante? ¿Tienes una idea?

Dante negó con la cabeza.

—Negativo soldado —respondió entristecido.

—Jonás —pidió.

—No por ahora —respondí despegando un vistazo fugaz a Miles—. ¿No saben alguna palabra mágica? Algo al menos. Se supone que se puede hacer lo que sea con eso.

—Las artes extrañas estaban prohibidas en el Triángulo —informó Dante con las pupilas dilatadas—. Nadie sabe casi nada, sólo tonterías como llamar a los pájaros que hay en la redonda.

—Además consume muchas energías —explicó Dagna—. Son el último recurso, sólo gente muy poderosa puede usarlas sin efectos secundarios como caer en coma.

—Yo sé una para convertir excremento en oro —esperanzó Sobe—. Pero consume muchas energías, si no estás preparado creo que te deja unas horas inconsciente.

Dagna arrugó la nariz asqueada.

—Además de que no nos sirve.

—Por ahora —añadió Cameron optimista—, después puedes decirme esa palabra, por favor.

Sobe asintió y Dagna cerró los ojos apoyando la punta de sus dedos en los párpados.

—¿Nuevas ideas?

—Necesitamos algo filoso —planteó Dante con la mirada perdida, parecía que pensaba en voz alta —. Vi como el hombre agarra esa manguera, si estuviera pinchada o no tuviera los soportes sería imposible de controlar... creo. La manguera tiene una punta de metal si lo golpea en la cabeza tal vez lo noque...

No sé como pasó pero Miles se libró de nuestro agarre gritando. Intentamos apresarlo otra vez pero era casi imposible, se movía y retorcía como un pez fuera del agua.

—¡No me mataran a mí también!

—¡No te mataremos! —Le dije.

—Yo lo estoy dudando —masculló Sobe abalanzándose sobre él.

Miles se liberó completamente y corrió a los barrotes gritando:

—¡ESTO ES POR TI PADRE!

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