II. Petra no es la mejor dando discursos

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 Los chicos de Dadirucso se voltearon preocupados preguntándose por qué nos demorábamos, así que regrese con el grupo. No lo olvidé, pero fingí que lo hacía por ellos. No quería arruinar la noche gritando como loco que veía cosas en un bosque donde ellos tenían que vivir el resto de la semana y tal vez de su vida. Aunque me resultó extraña la reacción de Sobe, parecía más que acostumbrado a toparse con monstruos fisgones. Parecía acostumbrado a tantas cosas que todo lo que no significase peligro lo aburría.

Cuando llegamos, la plaza fulguraba como una montaña de luz y bullía de actividad. Algunos sacaron tambores y tocaban cerca del brasero, otros tenían flautas austeras hechas de cañas, fabricada por ellos mismos. La música se oía como un gato moribundo pero a ellos parecía encantarle. Cerca de la plaza nos esperaba Pino apoyado sobre la pared de una casa con mirada divertida. La diversión se fue al instante.

Tenía una pierna hincada contra la pared y estaba cruzado de brazos. Su camisa roja se veía granate bajo la luz, los pantalones los tenía tan ajustados como si quisiera amputarse la pierna y había recogido su enmarañado cabello en una pequeña coleta que nacía en su nuca.

—Prunus los busca —dijo sonriendo y acercándose hacia nosotros, chocó los puños con los demás chicos y nos señaló despectivo con la cabeza—. Apúrense.

El chico de cabellos rojizos condujo sus dedos a los labios y silbó prolongadamente en señal de despedida, Sobe hizo lo mismo. Los otros chicos se fueron, sacudiendo sus manos en el aire con una sonrisa, comunicándonos con la mirada que la habían pasado de maravilla y deseaban vernos luego. Los saludamos pero Pino se metió en nuestro camino, mientras giraba su cabeza hacia los lados para comprobar que nadie lo viera.

—Oigan amigos creo que empezamos con el pie izquierdo —dijo con una leve sonrisa en el rostro—. Acepto sus disculpas y creo que no estuvieron tan mal por aparecer de la nada.

Sobe me desprendió una mirada significativa.

—Aparecer de la nada —repitió para sí—. ¿Saben a qué me recuerda eso? —prosiguió Pino—. A Logum. Él también apareció de la nada ¿No tendrá amnesia también o sí?

—¿No crees qué queramos ayudarte? —pregunté.

Pino se encogió de hombros y pasó una mano por sus cabellos grasientos descomponiendo su diminuta coleta. Sobe suspiró aliviado como si ya no aguantara la coleta y hubiera estado esperando hasta que se la desarmara.

—Soy muy desconfiado —aceptó en un gesto desinteresado.

Sobe pasó un brazo por sus hombros.

—¿Sabes cuándo fue la última vez que escuche eso? —le preguntó.

—¿Recién? —inquirió Pino haciendo una mueca de desprecio por tener a Sobe tan cerca.

—No, lo dijo mi hermano cuando no quiso confiar en que un brujo tenía el tónico que lo salvaría del veneno de una mordedura de un animal de... un lugar extraño, cuando se encontraba al final de un precipicio cubierto de llamas.

—Vaya.

—¿Murió de eso? —le pregunté apretando el paso y adentrándome con ellos hacia la plaza.

Sobe se volteó con un brillo en los ojos.

—¿Ya te había contado la historia?

Prunus nos esperaba en el inmenso árbol que se alzaba en medio de la plaza. Estaba apoyado en el umbral contemplándonos con su mirada enigmática. Nos esperó hasta que llegamos y aguardó a que entráramos. Creí que la estructura de la cúpula había sido increíble pero esa chorrada ni le llegaba a los talones de aquel árbol.

Dentro, las paredes de madera estaban talladas con dibujos de ramas y flores silvestres, algunas marcas de pintura sobresalían de la rugosa pared. Los grabados se extendían hacia todos los rincones como un arbusto de crecimiento incontrolable. El vestíbulo era seguido de una estancia espaciosa, repleta de estanterías colmadas de frascos de tinta o plantas en agua. Una escalera ascendía a las numerosas plantas superiores y en cada rellano había ventanas donde colgaban pieles tupidas. El estómago se me revolvió al recordar la habitación con recipientes colgantes de Eco. En aquel espacio se podía ver mucho metal, el lugar entero olía a metal, humo y madera fresca; estacas de metal, lingotes de hierro o goznes a medio hacer se acumulaban en rincones. En la estancia había una mesa alargada donde una decena de hombres y mujeres estaban sentados y reunidos debajo de un candelabro que emitía una luz parda. Berenice y Petra los acompañaban. Ambas se veían muy pequeñas entre aquellas personas adultas de hombros anchos.

Los hombres y mujeres habían sido elegidos porque eran parte de la ciudad y tenían más de cien palabras en su contador, el resto del pueblo estaba en números negativos o cerca de eso. Prunus nos dijo sus nombres, señalándonos levemente con la cabeza o extendiendo su palma abierta hacia ellos con gesto ceremonioso, pero sólo logré memorizar el de un puñado. Pin también formaba parte de la reunión aunque solo tenía ochenta palabras. Se sentó guiñándonos un ojo o simplemente mirándonos un tanto espasmódico. Noté que buscó el lugar más próximo a Berenice, ella también lo notó y se revolvió inquieta en la silla.

Me sentí pequeño en la silla y me pregunté si también me veía así, al igual que Berenice y Petra. Traté de alzar el mentón para compensarlo. Observé a Petra que estaba a mi lado, muy seria, examinando agudamente la mesa y limando distraídamente sus uñas contra esta, parecía ensimismada en sus pensamientos, tenía flexionado el brazo y apoyaba su cabeza en la muñeca. Su tono de piel bronceado entonaba con el lugar al igual que su semblante como una niña melancólica sin marcador.

—Si alguien tiene una buena idea para garantizar un plan además de sólo atacar la ciudad que hable —anunció Prunus inclinándose sobre la mesa y cruzando las manos—. Álamo, Fresno, ustedes fueron los encargados de reunir información.

Álamo y Fresno eran un chico y una chica que no tenían más de veinte años, ambos de cabellos color limón, piel bronceada, nariz respingada y ojos azules, se notaba que eran mellizos. Ambos tenían la misma chispa en los ojos. Estaban sentados al lado de Pino y Álamo luchaba guerra de pulgares con Pin cuando su hermana lo codeó para llamarle la atención frente al resto de la mesa. Ella entornó la mirada regañándolo en silencio y se miraron en una disputa muda que sólo duro unos segundos. Finalmente ella desvió la mirada suspirando de resignación y se dispuso a hablar a pesar de su voz ronca. Álamo finalizó su guerra de pulgares mientras Pin le susurraba algo divertido al oído. Sólo el pitido agudo del marcador de Fresno fue lo único que la interrumpió.

—Algunos mencionaron algo que se llama el Faro, si nacieron en los sectores pobres lo habrán visto, dicen que hay que tomarlo —carraspeó e hizo una mueca de dolor—. Eso es lo que da energía a los marcadores. Sin los marcadores podremos convencer a la población de Salger para que se unan mucho más rápido. Pero hay rumores, no los entendí bien.

—Varios sectores pensaron en el Faro —añadió Berenice rápidamente—. Pero abandonaron la idea, dijeron que sería difícil tomarlo y las ideas no estaban claras.

—Yo escuché del Faro cuando era pequeño. Puedo aclarar cosas —dijo un hombre de rasgos asiáticos y anatomía fornida, se llamaba Roble—. Mi amigo trabajaba cerca del Faro —confirmó asintiendo e inclinándose sobre la mesa— es un edificio como una antena de radio que da energía, nuestros marcadores la captan y... —hizo un gesto con la mano diciendo que no importaba cómo funcionaban y meditó sus palabras, seleccionando las que vayan más al grano—. No hay controles, ni nada. Será difícil de tomar porque la única forma de apagar al Faro es introducir en el edificio una esfera, en realidad es como un imán, no importa cómo es.

—Prosigue —pidió Prunus y Roble despidió inquieto una mirada a su marcador.

—Se llama la esfera de palabras. Fue construida para que nadie apague el Faro, esa esfera emite señales, no tiene controles, al igual que el Faro. El Faro está programado para funcionar siempre, únicamente cuando la esfera de palabras entre en sus paredes y las ondas que emita salten en ese radio se apagará automáticamente. El problema: la esfera está al este de la ciudad y la antena que suministra energía a marcadores, se encuentra en el oeste. Tendríamos que mandar a un grupo para robar la esfera, primero deberían capturar a un soldado para que dé la ubicación. Es secreta. Ese grupo debería cruzar la ciudad con la esfera delatándolos y entrar en el Faro mientras se intenta ganar terreno y vencer las patrullas.

—Hay más —dijo Fresno y miró a su hermano que la incitó a hablar con una sonrisa tímida—. Todos concordaron en que estarían felices de ir contra Logum.

—El plan en si sería este —aclaró Álamo levantándose de su asiento, Pino elevó la cabeza para verlo cuando hablaba—. Derribaremos una parte de la muralla con el combustible y algunos camiones, luego pelearan unos grupos... —dudó—. Puede ser en auto o a pie. Esos grupos abrirán paso al centro de la ciudad, contamos con que entonces se nos una alguna parte de la población, la parte joven. Entonces marcharemos al palacio donde está Logum. Unos dijeron que sería casi imposible entrar, las puertas estarán repletas de patrullas.

—Mientras tanto un grupo especial deberá encargarse de apagar el Faro que le da energía... es la batería de los marcadores— nos miró como si esa explicación fuera para nosotros—, entonces sin palabras podríamos mover más masas. La gente comprendería qué es lo que sucede en lugar de sólo escuchar explosiones.

Prunus tenía más de cien palabras en su marcador, asintió sumido en sus pensamientos, luego escudriñó a los presentes y arqueó las cejas preguntando si alguien quería decir algo más.

—Bueno, atacaremos dentro de dos días —dijo al fin—. Mañana planearemos la posición de las tropas y elegiremos el grupo de élite que se encargará de la esfera, hasta entonces hagan colaborar al resto del sector. Que hagan todo tipo de armas o armaduras para balas.

El resto del consejo asintió y se levantó la reunión. En realidad había sido la reunión más breve que había visto pero no podía esperarse más de un mundo donde hablar estaba casi prohibido.

—En cuanto a ustedes —dijo levantándose de la silla y apoyando sus manos en la mesa—, creo que ya es hora de cumplir nuestra parte.

Nos ofrecieron una noche más pero nosotros decidimos irnos terminada la reunión.

Dijeron que nos demoraríamos mucho en volver al sector de dónde veníamos, donde se encontraba Wat Tyler, así que nos prestaron sus propios camiones para poder escondernos entre la leña. A Berenice la idea no le pareció muy buena, tal vez no quería que nos fuéramos pero no estaba seguro, en su expresión de póker no podía leerse nada.

—Pero no tienen que enviar las leñas hasta dentro de dos semanas —protestó—. Les resultará extraño ahora.

Prunus asintió resuelto, ya había pensado en ello.

—Sí, enviarán patrullas a vigilarnos pero a eso pasará media semana y nosotros atacamos en dos días o tres. Poco importa que lo consideren extraño, diremos que hubo sobre trabajo y las lluvias arruinaban la madera, por eso la llevamos antes. Además, una vez que llevamos las cortezas llenan los tanques de gasolina y nos dan camiones cargados, lo que necesitamos.

Berenice asintió sin entusiasmo y abrazó primero indecisa a Prunus Dulcis, ella no llegaba a pasarle los hombros. Prunus la rodeó con sus brazos como si ya hubiese revelado los sentimientos que se escondían en la cabeza de Berenice, se inclinó y le susurró algo al oído que no pude oír. Ella pensó en sus palabras y asintió.

—Muchas gracias Prunus, volveré al anochecer.

El sol estaba saliendo cuando partimos, era un dorado amanecer que convirtió el bosque entero en un valle de oro. Las agujas de los pinos estaban empapadas del rocío de la mañana, que descendía al suelo en gotas tan doradas como el icor. Mi reloj marcaba un jueves al mediodía. Estambramos en el otro extremo de la empalizada, habían arrimado las puertas y muchas personas que acababan de venir del banquete o de vagabundear por los bosques se aglomeraron alrededor. Casi todo el pueblo nos despidió, Roble nos saludó con una inclinación de cabeza, Abeto manejaría el camión e iría con nosotros la mitad del camino pero aun así nos dio un abrazo fuerte rodeándonos con sus morrudos y oscuros brazos. Incluso los mellizos Fresno y Álamo nos despidieron obsequiándonos una caja de madera lacada y cincelada con galletas calientes dentro.

—Las hicimos recién —dijo Álamo cuando me tendió la caja y su hermana lo fulminó con la mirada.

—¿Hicimos?

—Bueno, Fresno hizo la mayor parte —respondió apenado.

Ella revoloteó los ojos y repuso:

—No sé a dónde vayan ahora pero les deseamos la mejor de las suertes.

Incluso Pin se despidió de nosotros, barrió a la multitud con sus brazos creando una brecha que ocupó con su presencia. Tenía una sonrisa torcida, su piel brillaba de suciedad y se había hecho una coleta nueva la cual impulsó que Sobe largara una grosería.

—¡Vaya, ya se van! —gritó y nos estrujó los huesos en un abrazo.

—Voy a extrañarte Pino —masculló Sobe en una sonrisa.

—Yo también voy a extrañarlos a todos —se acercó y nos susurró furtivo— entre nosotros, ustedes fueron los amigos más extraños que tuve. De verdad son raros.

—Me lo han dicho a menudo —respondí riéndome.

—Ni siquiera tuve tiempo de robarte algún cómic —se lamentó y me estrechó la mano—. Para la próxima será.

Su marcador pito la última palabra:

+120

Petra lo observaba recelosa y con el ceño fruncido, no le apartaba la mirada de encima como si Pin fuera un ente extraño. No sabía por qué ella lo miraba con tanta rudeza. Pino podía ser insoportable pero no era mala persona. Estaba a punto de codear a Petra cuando él notó que ella lo examinaba recelosa, su sonrisa torcida se ensanchó al verla como si le gustara que lo inspeccionara con tanta hostilidad. Pero aun así cesó abruptamente las despedidas, le dedicó una mirada desafiante aún con la sonrisa en los labios y desapareció por la brecha que había abierto.

Extrañado le pregunté a Petra si todo estaba en orden y ella asintió retraída despidiéndose de otra persona. Para Sobe aquella despedida parecía ser una de muchas pero aun así se comportó con el temple que todos esperaban.

Nos alejamos del pueblo, al depósito de camiones que estaba a unos minutos, con un corillo de voces diciendo adiós y unos fuertes pitidos acompañándolas. A medio camino escuché unos silbidos semejantes al trinar de las aves, pero eran sonidos que cargaban una pena agonizante como un pájaro plañendo, llorando a un sol que no vería nunca más. Los silbidos llegaban desde la copa de los árboles que rodeaban el camino de tierra apisonada. Elevé la cabeza y me pareció ver la silueta de unos niños. Sobe les devolvió el silbido parándose a mitad del camino.

Me detuve y observé el sol poniente que se asomaba entre las ramas de los árboles. Ahuequé las manos alrededor de los labios y también silbé. Me dolió pensar que no los vería nunca más pero intenté alejar ese pensamiento de mi cabeza, tenía que buscar a mis hermanos, no podía quedarme en un mundo donde estallaría una guerra. Entonces pensé en Petra y la comprendí. Entendí porque Petra se reía con frecuencia pero no parecía feliz. Era muy difícil abandonar un mundo donde sólo conocía a algunas personas. Más difícil sería abandonar tu mundo, donde naciste y creciste. Me pregunté por qué había huido de su mundo, pero esa pregunta no fue más allá de mi cabeza. No era algo que se preguntaba así como así.

Tardamos unos minutos en llegar al depósito. Había siete camiones estacionados fuera con unos hombres aguardando delante de cada camión, estaban de brazos cruzados. El depósito era un edificio de techo elevado, arqueado y todo de chapa, medía lo que una cancha de béisbol y se encontraba ubicado en un terreno escarpado donde las agujas de los pinos habían revestido el suelo.

La leña iba apilada en la parte de atrás del camión atada con correas de cuero. Los otros seis hombres abordaron los camiones e iniciaron la caravana hacia Salger, marchando con un ronroneo rítmico de motores. Berenice nos acompañaría hasta entrar en los parámetros visuales de la ciudad, entonces se bajaría del camión y regresaría al sector deforestación caminando. Ella quería estar con nosotros hasta donde le sea posible, insistió en que no le sería problema retomar el camino a pie.

Nos escondimos en la cabina trasera, detrás de los asientos delanteros donde abundaba una penumbra absoluta, ni siquiera teníamos que agazaparnos en los rincones. El camión por fuera se parecía a los de mi mundo pero por dentro era totalmente diferente, tenía un tablero de comando con numerosos botones y una pantalla plana en lugar de volante.

Abeto colocó las manos sobre la pantalla y las desplazó como si estuviera navegando en una tableta electrónica. El camión se encendió emitiendo un ronroneó y en la pantalla se vislumbró el paisaje que teníamos alrededor, visto desde arriba. Parecía un mapa virtual de Google. Se podía apreciar el taller y los otros camiones levantando vuelo en el camino, a unos metros de nosotros, incluso se podía observar nuestro camión remarcado por una aurora roja. Abeto depositó los dedos sobre nuestro camión y comenzó a deslizarlo por el camino, fue entonces cuando las ruedas se movieron y avanzamos. Con su otra mano controlaba la velocidad en una línea alta, dibujada en la pantalla, que medía los kilómetros.

Reprimí las ganas de pedirle que me dejara dar una vuelta, Sobe tragó saliva observando fijamente los comandos como si pensara en lo mismo.

—Cuando abran la puerta Abeto se bajará del camión y subirá un soldado de Logum que lo conducirá dentro de la ciudad por rutas deshabitadas para que nadie pueda ver lo que traen del exterior —explicó Berenice volteándose hacia nosotros—. Hacen eso porque una vez que sales de la ciudad no puedes volver a entrar, por eso se toman las molestias. Deben bajarse antes de que estacione en el sector de descarga.

Todos asentimos oyéndola con atención.

Anduvimos por casi una hora, el camión avanzaba muy despacio por la sinuosidad del camino y por todas las toneladas que llevaba consigo. Sobe miró aburrido fuera de la ventanilla, bostezó y dijo:

—Va tan lento que te arrebata el efecto inicial que da con la pantalla, las inmensas ruedas y el GPS.

—Este camión es como un perro que ladra y no muerde —repuso Petra.

—Tus comparaciones vuelven más aburrido este viaje, Petra —suspiró Sobe.

—Cómo me encantaría que tuvieras un marcador en este momento —masculló ella cruzándose de brazos y contemplando el paisaje.

El bosque quedó detrás rápidamente, los camiones se abrieron paso en un camino que iba directo a las paredes de la ciudad. El sendero atravesaba las hierbas del claro, tal vez era el único camino de aquel extenso campo. A los alrededores sólo había una vasta extensión de pastizales verdes o secos por el sol. Se veía la inmensa caja cernirse en el horizonte como una montaña, nosotros podíamos observarla pero todavía estábamos demasiado lejos de la ciudad para que una patrulla nos notara. Pensé en todas las personas que se encontraban viviendo dentro de esa caja como hormigas en un hormiguero y me dio escalofríos.

Abeto levantó las manos del tablero y redujo la velocidad, si es que se podía ir más lento en esa cosa. Era la hora de despedirse. Berenice abrió la puerta que emitió un chirrido metálico, descendió del camión y nosotros la seguimos. Abrazó mucho a Sobe y Petra y les deseó suerte aunque Sobe le aclaró que él no era quien la necesitaba. Petra le dio un golpe en las costillas y lo fulminó con la mirada.

—Cuídate mucho chica grano —le respondió Sobe frotándole una mano en la espalda.

Berenice rio. Tenía la mirada acuosa y las palabras de sus ojos se retorcían de pena. Supe que no tenía muchos amigos y estaba por perder para siempre los únicos que tenía. Una sonrisa vibrante se esbozó en sus labios con esfuerzo. Sonreía para llevar mejor la situación pero hubiese sido mejor si no hacía nada porque parecía más triste con la sonrisa que sin ella.

—¿No van a volver o sí? —preguntó con la voz quebrada.

No tuvimos las fuerzas para responderle pero ella leyó nuestros rostros por última vez como había hecho en los últimos días.

—Adiós Berenice —le dije y la estreché en mis brazos—. Voy a extrañarte mucho.

Lo decía de verdad pero todavía no era consciente de lo que sucedía. Su cabello olía a prados y hierbas y su piel era suave como el algodón; ella apoyó su cabeza en mi hombro y susurró haciéndome cosquillas.

—Jonás lo que dijiste en el discurso —me miró a los ojos—, puede que tus hermanos se hayan ido pero no significa que no estén contigo. No necesitas estar al lado de una persona para estar con ella. Voy a apoyarte hagas lo que hagas y estés donde estés —se dirigió a Petra y Sobe—. A todos, no importa a dónde vayan o cómo se encuentren o dónde me encuentre yo, mi sentimiento no cambiará en la distancia. Porque son mis amigos y los quiero. Los amo y creo que ese es el sentimiento de los vivos. Gracias por hacérmelo sentir.

Subí al camión y vi a Berenice romper en lágrimas cuando comenzó a alejarse. Sus hombros temblaban como si sostuviera algo muy pesado. Su familia estaba dentro de la ciudad, ahora el mismo lugar le arrebataría a sus amigos y ella se quedaría sola en las afueras. La vi hasta que se convirtió en una silueta quieta y silenciosa y su silueta se convirtió en un punto pequeño y ese punto se esfumó con el horizonte. Pensé en lo que había dicho y entonces susurré:

—Gracias a ti Berenice.

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