III. El sector deforestación

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La noche había caído cuando alguien se asomó a la puerta. Era una figura desgarbada, enjuta y alargada con cabellos hirsutos, rubios, grasientos y enmarañados que le rosaban los hombros. Todo en el tenía un aspecto de montañés chiflado, como si estuviera a punto extraer un hacha y cortar en trocitos a cualquiera que se cruce en su camino. Sólo podía observar su silueta y vislumbrar algunos rasgos.

Golpeó la puerta que ya estaba abierta en una tonada alegre pero nos sobresaltó como si fuera el disparo de una escopeta.

—¿Quién anda ahí? —gritó Sobe parándose amenazante.

—Soy Pino pero pueden llamarme Pin —dijo la voz.

El fuego se había encogido y las sombras eran más grandes y densas. Me desperté aturdido e intenté asimilar las palabras que acababa de oír, alguien acababa de presentarse en la cabaña.

—Dime que no nos hemos quedado dormidos, que no es media noche —dijo Petra asomándose hacia la ventana y escudriñando la luz del entorno.

—No, no, tranquilos —dijo Pin acompañando los gestos con sus manos—. Son las ocho, todavía no es media noche.

Pino cruzó el umbral tomando más confianza. A excepción de toda la gente de ese lugar no tenía una mirada profunda, ni una expresión de póker y no rehusaba a las palabras, es más parecía que se había acercado para charlar. Tenía una nariz bulbosa y sus dientes amarillentos que parecían empujarse mutuamente para rosar los labios, su piel porosa brillaba de suciedad, y estaba cubierta de acné, Sobe sería visto como el chico más guapo del mundo al lado de Pino. Estaba vestido con una camisa de lana borgoña, unos pantalones negros injustamente ajustados y no tenía más de dieciséis años. Su cabello rubio era largo, más allá de sus hombros.

—Sólo quería saludarlos y saber de dónde son —era la primera persona sin voz ronca que había escuchado en ese mundo—. No lo sé... saber su historia, hacernos mejores amigos —miró a Berenice y le guiñó el ojo— o algo más.

Ella dejó traslucir definidamente, por primera vez, un único sentimiento: asco. Pino tenía una sonrisa torcida y un leve tic en el rostro. El guiño seductor que le dedico a Berenice no fue más que un espasmo que se repitió cada unos momentos.

—Venimos del sector de grano, cebada o algo así... esta mucho más al sur —se presentó Petra frotándose adormilada los ojos, sus brazaletes repiquetearon con sus movimientos y emitieron un sonido que por alguna razón me resultó familiar— y sabrás nuestra historia a media noche. Primero queremos repasar todo, ya sabes dar una buena impresión.

—Ya, ya, sólo quería saber que hay dentro de la casa de Prunus Dulcis —confesó riendo—. Verán hace tiempo que quiero entrar pero siempre la puerta está cerrada y ese estúpido Abeto no me dice nada aunque es un charlatán de primera ¿Vieron sus números? Tiene menos veinticinco, le doy una semana para que se muera —dijo desabrido pero con una sonrisa inquietante en los labios.

—Si sigues así yo te doy dos días —respondió con hostilidad Sobe.

—Calma viejo —repuso como si fuera Sobe el que no sabía tratar a las personas—, únicamente quiero saber eso, qué esconde en aquella cabaña del misterio ¿Tiene armas? ¿O acaso oculta otra cosa? ¿Gente sin marcadores? ¿Mapas? ¿Planes contra el Orden?

—Lo que hay dentro de la casa de Prunus no te concierne —respondió Berenice con voz ronca cruzándose de brazos.

Pino tenía el irritante hábito de contestarte sin pensar lo que diría, cuando respondía se veía ansioso como si hubiera estado años esperando que terminaras de hablar.

—Vaya, algunos se levantaron con el pie izquierdo ¿o no preciosa? —inquirió meloso mirando a Berenice con una sonrisa divertida—. Sólo era curiosidad ¿Sí?

Su marcador emitía pitidos que por una razón eran más agudos y molestos que los demás y marcaba:

+117

—Lo lamento Pin —respondió Petra con paciencia desmedida escudriñándolo con la perspicacia que usaría Prunus—, pero prometimos no decir nada. Tranquilo. Prunus no guarda nada peligroso, es lo único que puedo decirte.

Pin parecía decepcionado pero aun así no se fue. Asintió y luego contempló el lugar como si fuera el interior de la cabaña de Prunus Dulcis. Caminó a grandes zancadas por toda la casa, observando curioso, entró a la habitación y agarró mi mochila.

—Oye, eso es mío.

—¿Una mochila? —Preguntó con el ceño fruncido— ¿De dónde vienen en realidad? No hay muchas mochilas por aquí.

—¡Eh, chico árbol! —lo llamó Sobe—. Dijo que eso es suyo.

Una sonrisa torcida dejó al descubierto la dentadura todavía más torcida de Pin. Estaba divirtiéndose y algo en sus ojos cambió cuando abrió la mochila y vertió todas las cosas al suelo. Ropa, dinero, historietas, una linterna y entre otras pertenencias. Mientras lo hacía procuraba no reírse, sus mejillas, o el pedazo de cara delgada dónde debería tenerlas, se tornó roja. Una diversión abrumadora parecía entretenerlo.

Berenice escrutó extrañada el dinero y la linterna, pero apartó la mirada rápidamente y volvió a concentrarse en Pino mirando de reojo, con una curiosidad más fuerte que ella, las cosas del suelo. Se suponía que no deberían ver eso, eran cosas de otro mundo, tal vez no había dinero como ese allí.

—¿Qué haces tonto? —gritó Sobe hecho una fiera.

—Tranquilo era una broma —tranquilizó con una sonrisa—. En sector deforestación solemos hacernos bromas, no sé... la gente en más tolerante, divertida y bonita.

—Ya lo noté —ironizó Sobe poniendo los ojos en blanco.

Yo ya me había topado con matones en el colegio muchas veces y sabía que era mejor no decir nada. Además de que no sabía qué decir, ni siquiera se me ocurría por qué estaba allí.

—Parece que no son muy amigables —añadió ofendido y soltó la mochila, como la cereza de un pastel, sobre en la pila de cosas que había vertido—. Yo vine de muy buena manera a escuchar historias y conocerlos pero en lugar de eso me tratan como si fuera Logum. De verdad lo hacen, amigos.

—Lo siento —se disculpó Petra—. Pero estamos muy cansados por el viaje y no estamos para... bobadas —concluyó con una sonrisa.

Pino retrocedió como si le hubiera dado un puñetazo en los ojos. Entornó la mirada receloso y asintió imperceptiblemente.

—En fin esta noche no cuenten con mi voto —respondió terminante y altivo como si esperará que nos arrojáramos a sus pies pidiendo perdón.

—De todos modos no iba a hacerlo.

Pino revoloteó los ojos y salió de la casa a grandes zancadas al no obtener el resultado que esperaba. Todos nos quedamos petrificados y extrañados por el encuentro con ese muchacho. Sobe recogió las cosas con una lentitud que demostraba lo furioso que estaba y las guardó en la mochila sin cuidado. Berenice fingió que no había visto nada y Petra cerró la puerta para que ningún lugareño bromista volviera a entrar.

—Dios, que tipo más loco —dije cerrando la cremallera de la mochila con Sobe a mi lado.

—Me recuerda a Tony —dijo Petra ayudándonos a juntar unas monedas—. No sé porqué pero me recuerda a él.

—¿Por lo raro, chiflado, metido o insoportable? —preguntó Sobe fingiendo que el nombre de Tony no había causado ningún efecto en su persona.

—No lo sé.

—Oigan, son las ocho y todavía no planeamos qué decir —recordé.

Sobe hizo una mueca y Petra pateó un mueble luego de boquear anonadada. Rápidamente nos sentamos en torno a la fogata e ideamos algo qué decir, arrimamos un taburete y lo utilizamos de mesa. No teníamos papel pero aun así nos las empeñamos en memorizar un argumento convincente. Concordamos en que Petra tenía que hablar y por concordar fue aliarme con Sobe y decidir juntos que ella lo haría aunque proteste. Cuando teníamos una idea concreta de que decir, Berenice nos explicó detalladamente el plan con clave morse, yo la traduje con aire solemne mientras Sobe y Petra me oían atentamente.

—Luego de convencerlos, explíquenles el plan.

—Sí, sí. Destruir las murallas con los camiones —dijo Sobe sacudiendo una mano como si espantara moscas.

Berenice negó con la cabeza y comenzó a golpear impaciente la mesa.

—Hay más —la traduje—. El sector de metales y minas hará armaduras y lo que puedan para defendernos. Las patrullas del Orden tienen armas de balas y chalecos a prueba de estas, nosotros solo espadas, flechas o lo que sea que el sector de fragua se ocupe en hacer. Nos encontraremos con ellos en el este de la muralla de Salger, cerca de las minas y cargaremos todo con los camiones. Primero usaremos el transporte de los leñadores para llevar a todos los rebeldes al sector deforestación y concentrarnos allí antes de la batalla. Una vez que crucemos las murallas no hay un plan definido, no es sólo atacar. Pero Wat creyó que lo mejor sería dejar que decidan otros sectores, que también participen en el plan de ataque. Tal vez ellos sepan algo que nosotros no.

—Me parece bien —respondió Petra, tocaba nerviosa sus brazaletes sobre todo el de serpiente, estaba lívida y parecía que deseaba patear algo con urgencia.

No la conocía mucho pero podía verla alborotada como si la idea de hablar frente a un grupo de personas le trajera sentimientos que su pecho no podía soportar. Tenía un semblante exaltado como quien está a punto de descender por uno de los rieles de una montaña rusa.

Tragó saliva y repuso:

—Vaya, creo que ya me toca.

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