III. Robo un mapa en ropa interior

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Petra ahogó un grito, se revolvió inquieta y me apoyó una mano en el hombro compadeciéndome mientras quería morirme, seguro también sabría que me sangró la nariz en el colegio. Pero eso ya no importaba. Sentía que todos mis oscuros secretos habían salido a la luz. Tuve que reprimir el impulso de echarme hacia atrás y dejarlos hablando solos. No quería escuchar aquello, me sentí como la noche que escapé de casa cuando vi a mi madre hablando con el oficial de policía. Sólo recibía noticias malas allí. Si sabían que era tan peligroso como Sobe no me dejarían marchar. Contuve mis impulsos de irme y me recordé que necesitaba un mapa y que ese lugar era una biblioteca enorme.

—Está en el Triángulo, es el chico que vino con él —indicó Lusom, el soplón—. No tengo idea de lo que sea, solo sé lo que supone William, desconozco la verdadera verdad. La primera vez lo que vio lo sintió como un Cerrador, luego en Atlanta lo sintió extraño, como algo que nunca había visto, pero en Dadirucso le pareció estar cerca de un Creador y de vuelta a un Cerra. William cree que es una nueva especie de trotamundos tal como sus fuentes de La Sociedad le indicaron que existen.

—¿Y cómo es su poder? —preguntaron varios de los hombres con expresión desconcertada y murmurando frenéticos unos con otros, estaban tan pasmados y anonadados que poco les faltaba para echar a correr con los brazos en alto.

—Lo que ustedes buscan es un nombre y no lo hay. No comprendo su poder. En su presencia los portales se mueven de lugar. Lo hizo en dos ocasiones o al menos de las ocasiones que sabe William. La primera fue en su casa, en el sótano, la segunda en Atlanta, a mitad de la noche en un parque —los integrantes del Consejo retrocedieron, abrieron los ojos como platos y ahogaron gritos de asombró. Excepto el de ojos plateados que continuó con el semblante firme y con la mirada dura como metal.

—No debemos decirle lo que es —decidió terminante calmando al resto de los presentes y elevando una mano para que callen—. Cuando lo saben su poder empeora, como sucedió con William Payne, es mejor que todavía mantenga oculta esa cualidad y crea que es un Cerrador. Tranquilícense, podemos con él. Ya se encuentra en el Triángulo no hay de qué preocuparse, sólo hay que mantenerlo vigilado para que no meta a nadie en peligro.

Todos asintieron concordando en aquel punto, lo que empeoró las cosas. Petra me jaló levemente del brazo como si preguntara «¿Nos vamos?» Pero no. No podía irme. Tenía la mente embrollada, flotando en una nube de confusión. Lo único que sabía era que necesitaba el mapa y eso llevaba a que permanezca allí.

—Y una cosa más descubrí en el interior del muchacho —añadió Lusom— teme que Gartet sepa de ellos, él vio muchos maestros de artes extrañas en su vida y sabe que hacen de las suyas para enterarse de asuntos que transcurren muy lejos de su presencia. Se meten en sueños, practican rituales, hacen hechizos, entre otras cosas para averiguar lo que quieren. Él siempre lo vio en los programas de televisión como telepatía pero es consciente de que existe y es una práctica sagrada y antigua.

Lusom asintió.

—Cuando le dijeron que era un mago muy poderoso y le describieron a su nuevo enemigo el pensamiento se metió en su mente. Esta casi seguro de que Gartet los encontró, que sabe de ellos y de sus poderes. Si es que ya no sabe que tiene dos enemigos temibles de los que puede apoderarse, lo sabrá dentro de poco. Querrá usarlos o matarlos. Puede que hasta se meta en sus mentes. Porque William Payne cree que se ya se metió en la suya. Lo siente.

Petra se endureció, me pregunté si estaba al tanto de eso. El Consejo quedó en silencio y Lusom continuó con sus malas noticias.

—La Sociedad a su vez también querrá a los muchachos para defenderse de la guerra y luego continuar con su antiguo propósito y aniquilar a todos los trotamundos. Hay dos armas poderosas, una de ellas, Jonás Brown, nadie la conoce, ni comprende pero aun así la querrán. Es decisión suya cómo actuar, ojalá tuvieran el libro de Solutio para ayudarlos.

Nadie dijo nada. Me revolví inquieto en el ducto. No me sentía poderoso y mucho menos como un arma. Pensar en ello me encolerizaba y proporcionaba una sensación de vértigo, ni siquiera tenían idea de qué era y me querían usar de todos modos, tanto La Sociedad como Gartet. Pase de ser un chico sin contactos en Skype a un arma que todos querían para la fiesta.

El hombre de ojos plateados rasgó el silencio con sus palabras.

—En cuanto al Triángulo debemos hacer varios cambios —carraspeó—. Tenemos que decirle a los estudiantes que una guerra se aproxima, entrenarlos mucho más. Como primer anunció diremos que ahora no están prohibidas las artes de otro mundo...

El hombre de tez naranja se irguió indignado:

—¿Los dejará practicar magia? ¿Acaso es una broma?

—¿Te parece que estoy bromeando Aranja?

Si no hubiera tenido tanto miedo me habría echado a reír. Aranja comprimió insatisfecho los labios y se cruzó de brazos tensando sus tatuajes.

—De nada nos servirá tener más trotamundos si Gartet tiene menos pero con más poder. Les dejaremos explotar su potencial, hace unos meses se castigó con más horas de clase a un grupo de estudiantes que solo descubrió una palabra para controlar pájaros. No me parece adecuado teniendo en cuenta los problemas que enfrentamos. Con seguridad digo, Gartet cuenta con los mejores magos en su ejército. Como primer anunció daremos la libre expresión de artes extrañas, con su debido tiempo anunciaremos la guerra. Tendremos a Jonás Brown en la mira, a William Payne de cerca y a la hechicera Petra bien vigilada. No podemos permitirnos que se vayan, no en estas épocas de guerra y confusión. Más tarde discutiremos cómo obtener más información de esta guerra, necesitamos espías. Denles la noticia a Adán y los otros hombres. Estos son todos los avisos por ahora.

—Hay un aviso más —contradijo Lusom interrumpiendo la reciente solución—. Lo leí en su rostro. No podrán controlar a los muchachos, ni ustedes, ni nadie. Vieron y transcurrieron muchas cosas como para rendirse tan rápido.

Miró hacia la escotilla y de repente el aire me pareció más helado. Él sabía que estábamos allí. Rogué para mis adentros que Lusom no sea tan soplón.

—Sobre todo al que se llama Jonás Brown. No podrán controlarlo con autoridad ni odio, su mundo no funciona así.

Dicho eso su silueta borrosa se esfumó y sus prendas de luz se esparcieron por la sala como volutas de vapor hasta desaparecer por completo en un crujido de huesos y siseo de humo. Las velas del suelo se apagaron y la sala se volvió más difusa. Agradecí para mis adentros a Lusom por no delatarnos, estaba tan agradecido que deseaba regalarle un nuevo conjunto de ropa luminosa.

El resto del Consejo permaneció en silencio, susurraron algo que no llegué a oír y se dispersaron abandonando la habitación. Era nuestro momento para buscar los mapas y largarnos de allí pero Petra no parecía lista para moverse. Estaba casi atascado al lado de ella. La observé y vi que sus ojos estaban vidriosos observando sus muñecas vacías.

—¿Qué sucede?

—¿Crees que Gartet se haya apoderado de mi mundo también? —Preguntó en susurros como si no pudiera hablar más alto porque se le quebraría la voz—. En mi pasaje hay trotamundos y magia, es imposible que se le pase por algo un lugar así a una persona como esa, cuando sepa que Sobe es un Creador sabrá de mi mundo ¿Y si están todos muertos?

—No digas eso Petra.

—No puedo creer que nos hayamos metido con un tipo como aquel. Jamás me lo hubiera imaginado.

—En realidad nos metimos con Pino y Logum.

—Sí, pero son sus colonizadores —revoloteó sus ojos acuosos como si no pudiera creer lo idiota que era—. Quiero ver cómo está mi mundo, tengo que verlo. Yo no puedo... no puedo ir.

Se me abrió un hueco en el corazón, de repente las novedades del Consejo no me parecieron malas noticias.

—¿Te vas?

Ella negó con su cabeza.

—No, no por ahora. Por ahora tenemos que encontrar ese tedioso mapa y ver donde están tus hermanos. Y rescatar a Berenice.

—Y hacernos todavía más enemigos —lo dije a modo de broma pero también había un poco de verdad en ello.

Me desconcertaba que en menos de una semana me sucediera todo eso. Traté de no darle mucha importancia y no enfrascarme la cabeza lamentándome por mi suerte. Estaba cerca del mapa y todo acabaría antes de notarlo. Abandonaría esa vida y escaparía de la vista de Gartet y La Sociedad, mi poder no empeoraría. Intenté calmarme imaginando todo resuelto.

—Si rescatamos a Berenice y liberamos a Dadirucso de enserio nos odiará ese tipo, seremos los únicos que le hayamos plantado cara —apuntó Petra aterrada.

—Se sentirá muy idiota cuando sepa que somos tres niños —repuse con una sonrisa.

Y ella sonrió también. Se quedaría. Me sentí agradecido y procuré que mi rostro no se muestre demasiado aliviado. No podía imaginarme el final de esa semana sin Petra ni Sobe. Dudaba que pueda hacerlo solo. Miramos el suelo debajo de la rejilla, había cuatro metros de caída.

Tener la idea de hacer una soga con ropa fue muy astuto de mi parte jugar a piedras, papel o tijeras con Petra, para saber quién donaba la ropa, no tanto.

Al ver mi papel sobre su roca arrugó la frente.

—¡No puedo desvestirme soy una chica! —protestó indignada.

—Que yo sepa las chicas se desvisten.

—Las chicas de mi mundo no —respondió con una sonrisa desafiante.

No podía protestar contra aquello, podía ser verdad o sólo una broma.

—Fue mi idea —respondí.

—Entonces usa tu ropa.

Me saqué la chaqueta a regañadientes pero no fue fácil porque casi no podía moverme y cada movimiento golpeaba a Petra en una parte del cuerpo.

—¡Lo estás haciendo a propósito!

—Claro que no —protesté desviando los ojos de su mirada asesina.

«No soy tan valiente» agregué para mis adentros.

Ella se deslizó hacia el fondo del ducto mascullando algo acerca de que los chicos son unos tontos. Y comenzó a sacarme las botas a medida que yo murmuraba que las chicas no se conformaban con nada. Arrojó las botas militares detrás de su espalda y sin querer le di una patada.

—¡Quita tu pie sudado de mi rostro! —chilló empujándome el talón. Suspiró y añadió—. Desátate el pantalón y yo te lo saco.

—¿Qué? ¿Estás loca?

—¿Se te ocurre alguna otra forma? —preguntó con poca paciencia.

No podía verla estaba tras de mí pero aun así algo me decía que me desprendía una mirada del tipo «no me contradigas»

El aire estaba convirtiéndose en un oxígeno sofocante y el lugar de repente me pareció estrecho. Estaba percibiendo la claustrofobia y supe que Petra ya estaría experimentando un terror mucho más allá de eso. Nunca había visto a Petra totalmente enojada y no me pareció el lugar adecuado para probar. Me desabroché el cinto de mala gana y ella se deslizó hacia atrás con la punta de los pantalones en las manos.

—Ya está —dijo, volvió a su lugar detrás de mis pies y me tendió el pantalón.

Estaba anudando la chaqueta, remera, cordones con el resto del uniforme cuando escuché una risilla ahogada detrás.

—¿Qué sucede? —pregunté queriendo voltearme y frustrándome al no poder hacerlo.

—Nada, nada —respondió apresurada con la voz contraída por la risa y no pudo contenerse más— ¿Ropa interior de Batman?

Preguntó partiéndose de la risa y dejándose caer contra el metal oxidado de la escotilla. Y así era Petra, no sabía cómo se llamaba un teléfono celular pero podía identificar mis calzoncillos de Batman.

—Fueron un regalo de Navidad —excusé sintiendo arder mis mejillas.

—¿Quién regala eso para navidad? ¿Te portaste mal o qué?

—Claro que no, me lo regaló... mi mamá —mascullé, estaba enterrándome solo.

Petra rió tanto que estoy seguro se habría escuchado en todo el internado de no ser por lo alejados que estábamos. Respiró aire agitada.

—De seguro, de seguro combinó con el pijama que te regalaron para tu cumpleaños —y volvió a reír.

—Te equivocas, me lo dieron para Halloween, no querían que coma muchos dulces —respondí mientras golpeaba la rejilla y esta caía en el suelo de la cámara con un chasquido metálico.

Descendimos por la inestable y corta soga. No era lo suficientemente larga como para que toqué el suelo, sólo cubría un poco más de la mitad de distancia pero fue suficiente para no rompernos los huesos. Caímos sobre los azulejos que nos recibieron con un golpe duro y frío. Nuestros cuerpos emitieron un sonido seco al caer, bufamos adoloridos. Mis rodillas y codos perdieron un poco de piel. Petra tardó en levantarse, estaba un poco adolorida pero yo no podía aguantar la emoción.

Estábamos cerca del mapa, me había tomado casi toda una semana en llegar allí y ahora estaba a unos pasos. No iba a dejar que nada me detenga. Corrí lejos de la semiesfera verde y brumosa hacia las bibliotecas pero la oscuridad me robó la visión en unos segundos.

Petra se acercó hacia mí con dos velas apagadas.

—¿Se te olvido algo?

Preguntó con una sonrisa divertida. Me sentía tonto y el hecho de estar en ropa interior no ayudaba mucho.

—¡Genial! —Exclamé— ¿Tienes cerillos?

Ella paso una mano fugaz sobre las dos velas y las mechas ardieron en una llama anaranjada y viva. Las había encendido de la nada. Me miró suplicante con sus ojos polícromos y fingí que no me impresionaba. Le agradecí, cogí la vela encendida y me zambullí en las decenas de bibliotecas altas y descomunales.

No tenía idea de dónde empezar a buscar. Aunque irguiera mi cabeza y llevará la luz de la vela a lo más alto no alcanzaba a ver el final de las estanterías, parecían perderse en el infinito interminablemente ¿Y si el mapa que buscaba estaba en lo alto?

Caminamos entre los frascos que despedían un fulgor fantasmagórico y algunas imágenes de paisajes o personas se retorcían en su interior queriendo ocupar todo el espacio del cristal. También había hologramas que proyectaban guerras, portales, mapas, monstruos extraños o todo a la vez en una mancha de estática como figuras borrosas que se mueven deprisa. Petra me dijo que tenías que liberar el vapor de los frascos y este se esparcía por el suelo trazando paisajes, eran mapas y de los mejores. Pero también había libros apilados y pergaminos dispersos, piedras o pequeños artefactos metálicos que no logré reconocer.

En las estanterías se leía placas metálicas con nombres cincelados, estos indicaban de donde provenían los pergaminos, libros, luces y hologramas, mundos como Arusab, Etneuf, Amsatnaf y otros innumerables.

Al parecer Petra sabía a dónde se dirigía.

—¿Sabes por dónde buscar?

—No mucho —respondió entristecida—. Si tuviera mi brazalete de madera lacada —se lamentó—. Lo creé cuando tenía diez y había perdido mis otras herramientas. Tengo cientos de herramientas empapadas de magia como un báculo que olvidé en mi mundo y diferentes palabras poderosas. Pero el báculo si que era una pasada, me ayudaba a conjugar hechizos —se lamentó y sacudió la cabeza para olvidarse de ello—. Hay una palabra que se pronuncia cuando quieres buscar un objeto que perdiste y yo me había basado en ella para crearlo. Ese trozo de madera se enciende como si se quemara cuando le pides que busque algo y únicamente se apagará gradualmente cuando estés cerca de lo que buscas. Funciona nada más con objetos pero es muy útil.

—¿Te sirvió para encontrar tus herramientas mágicas?

—Sí, fue entonces cuando pensé que lo mejor sería transformarlas en brazaletes así no las perdería y las podría llevar todo el tiempo conmigo.

—Creí que los habías comprado en tu mundo —dije escurriendo la cera derretida que se vertía por mis nudillos.

Nuestros pasos casi ni se oían contra el suelo. Ese lugar estaba tan oscuro y silencioso que podríamos ser las únicas personas del mundo y las cosas no marcharían diferentes.

—Algunos —admití— como el de la serpiente, pero la mayoría los hice yo misma concentrando toda la energía de la palabr... no importa. Lo que importa es que tuve tanto tiempo el brazalete que olvidé la palabra que se pronunciaba para hacerlo tú mismo. Debe estar en el libro.

—Vaya.

—Pero eso no importa porque llegamos.

Petra se detuvo frente a una estantería en donde se leía «Pasaje Central», mi mundo.

El estante estaba colmado de libros en distintos idiomas. Agarré uno de tapas duras y verde oliva donde se marcaba el globo terráqueo divido en la Segunda Guerra Mundial, explicaban por qué había surgido y algunos conflictos. Agarré otro volumen, lo abrí y pase las páginas crujientes y amarillas donde se detallaban como estaba ordenada la vía láctea y los cúmulos de estrellas. Cada libro te explicaba un poco mi mundo.

—Son muy meticulosos. Pero creo que nos serviría más un mapa actual.

—Estoy en eso —murmuró mientras escudriñaba un conjunto de pergaminos y los revolvía como hojas secas. Sus ojos se iluminaron—. Lo encontré —extrajo con delicadeza un pergamino voluminoso, me dio su vela y contempló el pergamino con sus ojos—. Muy bien, veamos de qué portal se trata, buscamos el mapa de ese portal y corremos hacia Dadirucso.

—¡Perfecto!

Se arrodilló y lo desplegó en el suelo. La hoja tenía dibujada en tinta negra un planisferio donde se veían todos los continentes, países, mares y algunos puntos rojos imperceptibles. Aunque los puntos casi se percibían, había a lo largo de todo el mapa. La mayor concentración de puntos rojos se encontraba en el trecho entre Cuba, Costa Rica y las islas Bermudas.

—¿Esos puntos son portales?

Petra sintió. La hoja era amarillenta, áspera y se presentaba tan antigua que me daba miedo tocarla porque amenazaba con deshacerse en mis dedos. Ella me observó con sus ojos polícromos que parecían hechos de oro frente a la luz del fuego, su cabello caramelo se veía como bronce fundido sobre sus estrechos hombros. Traté de ignorar que estaba en ropa interior.

—¿Alguna vez viste Google Maps? —preguntó a la vez que extendía sus dedos en la parte norte de América—. Yo lo usaba todo el tiempo con Sobe cuando seguíamos a los agentes y escapábamos de Niseteocurra. Él me dijo que los mapas de aquí eran como Google Maps.

Sin poder creerlo Petra comprimió y extendió su mano frente al mapa y este se maximizó y deslizó hacia donde quería ir, tal como se hace con un mapa virtual de Google. Ahora el pergamino tenía dibujado un Estados Unidos de tinta, ella continuó manejándolo y acercándose a su destino, se concentró en Dakota del Norte, luego la imagen dio lugar a Grant Forks, mi antiguo hogar de sólo tres días. Atravesó carreteras y calles hasta que topó con una casa, dibujada con tinta sobre el papel y vista desde el techo. El dibujo era un tanto difuso, se asemejaban a los trazos de un plano pero yo sabía de sobra de que casa se trataba.

Dentro de las estructura de aquella casa fulguraba un solo punto rojo.

—Hay un solo portal —dije con un nudo en la garganta pero Petra no se apresuró a sacar conclusiones.

Suspiró como si estuviera a punto de volar una ciudad entera y oprimió el punto rojo. A la derecha del punto apareció una descripción lánguida del portal y a donde te llevaba.

Babilon. Esta puerta te conduce a los castillos del reino de Babilon, que es rodeado por un bosque de oscuridad que se abre paso a grandes zancadas hace muchas generaciones. En Babilon los funerales se celebran y cada noche hay un funeral en la cuidad. El rey de Babilon le teme a las criaturas monstruosas del bosque y en su paranoia mata familiares, sirvientes y viajeros, alegando que son espías del bosque y sus bestias. El castillo y otros pueblos aislados son los únicos supervivientes y víctimas de la maleza que crece y se traga todo a su paso. Es un mundo desconocido, encontrarás pocas referencias. Peligroso. Desconfían de los viajeros. Evitar este pasaje.

Me tiré hacia atrás totalmente derrotado. Ese era el mundo en el que habían ido mis hermanos, totalmente peligroso. Un pasaje que se debía evitar.

—¿Es ese? —preguntó Petra y asentí aturdido.

Le conté rápidamente el castillo a donde habían ido y el bosque espeso que contorneaba la fiesta, que en realidad era un funeral macabro. Sin duda era ese mundo. Debería haber estado aliviado de saber que mis hermanos se encontraban en el portal que yo no había movido pero no fue así. Estaban encerrados en un lugar desastroso, recordé el rostro cansado de Narel que había visto en la bañera de Eco, parecía más madura y era de esperarse porque estaba aislada en ese mundo de mala muerte. Recordé el overol negro con el que estaba vestida.

—¿Menciona eso de que la gente se viste con overol negro? —Petra frunció extrañada el ceño y en respuesta negó con la cabeza.

—No, pero mira hay más —leyó apresurada, sus ojos rebotando de una palabra a otra y antes de que pueda leerlo me observó con ojos húmedos, tenía la misma expresión que llevaba cuando pensó que Gartet había tomado su mundo.

—¿Qué sucede? —pregunté y me asomé frente al pergamino para leer lo que ella había visto.

Este portal a Babilon es cambiante. Sólo se abre dos veces cada un año o más. Una vez abierto se tiene una semana para volver atravesarlo y abrirlo, finalizado ese plazo se cerrará. No instalarse en más tiempo que el mencionado, de lo contrario se debe esperar un año o más para poder abrirlo nuevamente.

«No»

Fue lo único que logré pensar.

Sabía porque Petra me había mirado con esos ojos. Era una mirada compasiva, cargada de piedad, sus ojos me pidieron perdón como si ella tuviera la culpa. Pero lo cierto es que nadie tenía la culpa de lo que sucedió. Sea o no especial, mis hermanos hubieran terminado en ese portal de todos modos, yo sólo traje un segundo portal que nadie cruzó. Yo no tenía la culpa, ni Petra, ni ellos.

Pero sí, sabía porque ella me miraba así. Era porque tendría que decidir, elegir. El pasaje era cambiante lo que significaba que funcionaba con sus propias reglas y únicamente se podría abrir dos veces en una semana. Ya lo habían abierto una vez y el tiempo se acababa, tenía que volver rápidamente a mi antigua casa y abrirlo para cruzarlo y no poder regresar por ese lado.

Tendría que decidir si cruzar el portal o ayudar a Berenice, salvar cientos de personas y luchar contra Gartet.

Sentí que la cabeza iba a explotarme y que el estómago se me encogía. El recuerdo de Narel gritándome que no venga a buscarla y la esperanza de Berenice de ver el mar me embargó. Vi como Eithan quería seguirme escaleras arriba y yo decía que se quedara, que no tardaría.

Quise hundirme con el suelo y que la oscuridad me tragara. Quería buscar a mis hermanos pero no podía permitir que Logum y Pino asesinen a cientos de personas por mi culpa. Yo los había incitado a entrar en la ciudad, había dado el golpe definitivo convenciendo al sector deforestación de colaborar. Y no sólo eso, si le daba la espalda a Dadirucso cientos, tal vez miles de personas, de hermanos, hermanos como Narel, Eithan y Ryshia tendrían marcadores por el resto de sus vidas, encerrados para siempre en sus mentes. Ese lugar era horrible y las únicas personas que se molestarían en cambiarlo caerían muertas en una emboscada. Jamás se liberarían de esa máquina que oprime y encierra sus mentes. No podrían elegir ni siquiera sus vidas.

Sin palabras ellos jamás podrían decirle a las personas que querían cuánto las amaban, no podrían hacer promesas, ni esculpir sueños. Tal vez todo era mejor sin las promesas ni el amor; sin las palabras no existiría el sufrimiento, ni siquiera tendría nombre. Pensé en que el mundo es atormentado por las palabras y lo peor de todo es que los humanos aman ese tormento.

Si yo no me hubiera prometido a Eithan que regresaría entonces no tendría porque hacerlo y si yo no amara tanto a Eithan no sentiría este peso por pensar en que hice una promesa. Todo era mejor sin las promesas y el amor.

Sacudí confundido la cabeza. No podía pensar eso, no, la gente de Dadirucso no tenía suerte de tener los marcadores. Estaban atados a un castigo peor que tener palabras: el no tenerlas.

Miré a Petra sin tener idea a de qué hacer.

—Es tu decisión Jonás. Sobe y yo te seguiremos a dónde sea. Si quieres salvar a tus hermanos iremos contigo, si quieres cargar contra Gartet entonces lo haremos.

—¡No sé qué hacer! —le grité, que diga que todo era mi decisión me hacía sentir peor.

Me observó dolida y entonces me dolió a mí que me observe de esa manera, sin asombro, sólo dolor, como si hubiera esperado que reaccione así.

—Yo tampoco —respondió al cabo de unos segundos.

Ella se levantó y se marchó lejos, no sé bien a dónde. Sus pasos arrastrados se apagaron. Me dejó solo en la oscuridad. Miré mi reloj agitado. Eran las ocho de la noche de un viernes. Estaba agotado y sabía que no llegaría a hacer las dos cosas. Apenas sabía si podía llegar a Estados Unidos en dos días, era imposible. El portal se cerraría.

Se hubieran resbalado lágrimas por mis mejillas pero ya había llorado todas las lágrimas que tenía que llorar en la vida. Recordé lo que Narel me había dicho.

«No vengas. No ahora»

«Ahora»

¿No ahora? ¿Acaso ella sabía que el portal era cambiante? ¿Me estaba pidiendo que espere un tiempo para ir? No quería pensarlo, pero allí estaba el pensamiento retumbando en mi cabeza. Narel me había dicho que era mi culpa ¿Sabía que éramos trotamundos? No podía acusarme si no supiera que al menos habían personas que podían cerrar y abrir portales. Aun así ella afirmó que era mi culpa, yo había cerrado el portal al alejarme unos metros y luego volver solo.

«Si te atrapan los equivocados causarás desastre»

Los equivocados ¿Se refería a Gartet y La Sociedad? ¿Sabía que Gartet buscaba a un Creador o alguien con cualidades raras como yo para su guerra? La Sociedad. No había pensado en eso pero mientras discutía con el agente en Cuba le dije que buscaría a mis hermanos. Mi papá sabía que trataría de cruzar el portal de la casa, había informado a La Sociedad de mí, seguramente tenía la casa rodeada de agentes. Si regresaba caería en su trampa.

«Si te atrapan los equivocados causarás desastre» ¿Me estaba advirtiendo que si trataba de buscarla La Sociedad me atraparía a mí o a Sobe y nos usarían contra los trotadores?

Quería a Narel, necesitaba buscarlos pero ella me advirtió que no lo haga. También estaba protegiéndome a su modo. No sabía si ella conocía la verdad y si lo hacía no podía imaginar cómo se enteró.

Pero era lo único que tenía de ella desde hace una semana.

«No vengas. No ahora»

Puedo haberme dicho muchas cosas o también pudo bombardearme de preguntas para saber por qué ella se encontraba en otro lugar, en un sitio que era tan ancho como el mundo y la entrada se hallaba en un sótano, pero no. En lugar de eso se limitó a ordenarme que no la busque.

Saqué la fotografía de mi bolsillo y los observé. Sentí que los últimos días me había sumergido en otra existencia. El muchacho de la fotografía que forcejeaba con Narel se veía como un extraño. Claro era yo, pero ya no me sentía así. Me ovillé en el suelo y apoyé la imagen sobre mis rodillas, hubiera dado cualquier cosa por tenerlos a mi lado. Que aparezcan allí y no tenga que elegir.

Parecía que habían pasado años de la última vez que vi a mis hermanos, acaricié el papel como si ellos pudieran sentir que los extrañaba. Pero no podía salvarlos, sentía que ya no podía. ¿Qué les diría cuando lo haga? Que cientos de personas, niños y ancianos murieron porque yo los elegí a ellos, que los salve matando a otras personas ¿Cómo me mirarían? Recordé cómo Narel me había visto, con odio, asco y pena, tal vez así pero un poco peor.

Si Narel estuviera allí me diría que ayude a Dadirucso, ella no me perdonaría que mueran muchas personas por encontrarnos y estar juntos. Era inmadura pero no egoísta, yo era tonto pero no malvado. La idea que crecía en mi mente estaba pudiendo conmigo, sabía que era lo correcto por primera vez en la semana pero se sentía peor que todo lo incorrecto que había hecho.

No sabía dónde se encontraba ella, cuantos cambios habría sufrido pero parecía que estaba al tanto de este momento desde el principio de la semana.

El portal era temporal, podía cruzarlo y buscarlos pero no podría volver. Claro, si llegaba a tiempo, cosa que era imposible. Además estaba olvidando la posibilidad de que era muy probable que mi antigua casa esté custodiada de agentes de La Sociedad y si no lo estaba lo estaría muy pronto.

Dadirucso moriría si miraba atrás, se sumiría en una verdadera oscuridad de la que no podría salir.

De repente supe qué hacer, aunque no era la respuesta apropiada. Era una mala acción, pero cada mala acción tiene su lado bueno. Si mi papá no hubiera asesinado a mis verdaderos padres jamás hubiera tenido como hermana a Narel ni a Ryshia o Eithan, si ellos no se hubieran ido no habría conocido a Petra o Sobe, ni Berenice o los chicos del Triángulo.

Cada cosa mala que me había sucedido tenía un lado bueno, cada pérdida me hizo encontrar, cada vacío tenía con qué rellenarse, tal vez Dante tenía razón, nunca nos quedamos solos, nunca nos quedábamos vacíos, sin nada, aunque así a veces lo sintamos. Siempre habría alguien a quién querer en la distancia, un lugar que recordar en la memoria, sueños que soñar.

Observé los segundos corriendo en mi reloj, viendo como trascurría el tiempo lejos de casa, extrañando a mis hermanos y preguntándome si me extrañarían como yo a ellos.

—Perdónenme. Prometo volver, lo prometo —susurré a la oscuridad.

Guardé mi fotografía, me levanté y fui a buscar a Petra, teníamos un mundo que salvar.

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