Festival de las almas

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Barrio Nishi-ku, en Hiroshima 16 de agosto del 2004.

Esa noche, un niño de cinco años había comprado una linterna de papel y llevado un encendedor al río Ota. Se suponía que se celebraba el festival de las almas o más bien llamada la celebración Obon; según la tradición japonesa, en estas fechas las almas de los difuntos volvían a sus hogares para visitar a sus familias, duraban tres días desde el 13 al 16, o sea que era el último, último día para despedirse.

Cuando llegó la prendió y la puso en el agua pero se rehusaba a soltarla, derramando unas lágrimas.

—¿Qué haces aquí tan noche? Padre está furioso porque escapaste de casa —la voz de su hermano mayor se escuchó de repente, pero se negó a girarse, no quería que lo viera llorar.

—No escapé, vine por... el Obon, para decir adiós —explicó limpiándose la cara con la palma de su otra mano libre.

—Los muertos no vuelven Ryuu, eso es mentira —soltó y el pequeño se levantó con la lámpara en su mano y mirada furiosa.

—Lo dices porque tú mamá aún está viva. La abuela dice que...

—La abuela está vieja —lo calló—. Y tu madre está muerta, acéptalo y vámonos porque sino nuestro padre nos castigará.

Ryuu se agachó poniendo la lámpara en el agua nuevamente y apretó los labios en una línea, se rehusaba a creer que lo que decía su hermano fuera verdad. —Yo sé que en alguna parte, tu me ves mamá y solo quiero decirte que lamento que hayas muerto por mi culpa. —Estaba llorando de nuevo pero esta vez no le importó que el otro niño lo oyera.

Acto seguido sintió la mano de su hermano en el hombro, como dándole apoyo. Después de todo eran medios hermanos y sabía que estaba sufriendo, él no podía ser tan malo con él, ni aunque su padre lo hubiese amenazado con golpearlo sino lo llevaba de regreso.

—Si prendes la lámpara, su alma volará al cielo por siempre —comentó él quitándole el encendedor y prendiendo el papel en un punta, tomó la mano de Ryuu y ambos empujaron la lámpara, dejando que el agua se la llevara mientras el fuego la iba consumiendo en la distancia.

—Adiós mamá —susurró en voz baja y Raiden pasó una mano por sus hombros antes de jalarlo suavemente hacia la casa, en dónde seguramente recibirían un buen castigo.

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