Capítulo 12

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Puedo decir que los días pasan despacio, sin demasiadas alteraciones.
La conversación sobre mi futuro esposo con mis padres fué la última vez que hablaron de él.
Supongo que ambos fueron conscientes de que no me estaba sintiendo cómoda.

Y no se trata de que les importe si me molesta o no, se trata de mantenerme bajo su control, de darme lo que quiero por ahora para que no pueda quejarme en un futuro.

Intento mantener un perfil bajo, hablar sólo cuando es estrictamente necesario y no tener ninguna conversación estable con ellos.
Aunque no puedo decir que alguna vez esto haya sido distinto, siempre ha sido así en esta familia.

Cuando alcanzo llegar a la sala del desayuno, le dedico una mirada sonriente a mi amigo y por supuesto, es correspondida.
Pero mi sorpresa llega cuando me siento a la mesa y no hay platos servidos. Extrañada, reviso la expresión seria de mi padre.

Trago saliva y el miedo recorre mis entrañas.

Un par de minutos después, una puerta tras nosotros se abre y por ella aparece una de las cocineras.
—Majestades, lo lamento mucho. —Expresa. Se sostiene las manos para evitar que tiemblen pero su voz tirita y arrugo la nariz al notar como me empiezan a picar los ojos.
—Una de las cocineras se ha cortado la pierna y-
—¿Le he pedido explicaciones? —El Rey la interrumpe y en su voz no hay pizca de piedad.

—Dígame, ¿le he pedido explicaciones? —Casi helada por el miedo, la joven niega.
—Vaya a la cocina y traiga el desayuno en un minuto o lárguese de esta casa antes de que me arrepienta. —Casi trotando, sale disparada a la cocina y me llevo la mano al pecho.

Busco consuelo en Ethan, éste me mira con la tristeza manchando sus ojos y niega al mismo tiempo que suspira. Mis ojos buscan que sepa cuanto lo siento y cuanto me gustaría cambiar esto.
Pero no estoy segura de que mis disculpas valgan para algo.

Una chica aparece por la puerta, mis ojos se desvían hasta su pierna, tiene una venda en mal estado que muestra algo de sangre.
El estómago se me revuelve.
Su rostro está totalmente blanco y lleva una bandeja de plata en sus manos.
Entonces, su pierna herida falla y la bandeja sale disparada de sus manos cuando se cae al suelo.

Inmediatamente, mi padre se pone de pie con fiereza y exclama: —¡Levántate y arregla este desastre!

Dice, refiriéndose a la bandeja de comida y vasos ahora destrozada en el suelo.
No sé porqué pero mi primer instinto es mirar a Elalba.
Y sé, en su corazón lo sé, que quiere reaccionar, hacer algo, por la forma en la que la mira, tan diferente a como mi madre lo hace.

Elalba la mira reprimiendo lo que siente, pero triste, compasiva.

Pero ese sólo es mi primer instinto, el que dura la mitad de un segundo.
Porque mi segundo instinto es ponerme de pie arrastrando la silla y dejando que caiga hacia atrás por mi brusquedad.
Y corro, corro a su lado.
Manchando mi vestido con el zumo derramado y con la sangre que su pierna emana.

—¿Está bien? —Le susurro, ayudándola a incorporarse. Asiente.
Ethan no duda en imitarme y correr para ayudarla, poniéndose frente a mi.
Nuestros ojos se encuentran y aunque no mediamos palabra, sabemos lo que hay que hacer.
El castaño la coge entre sus brazos con mi ayuda.

—Llevala a la sala de curas, junto a la cocina secundaria. —Le susurro, sólo para nosotros. Él asiente rápido y casi imperceptible y se retira de la escena.
—Por favor, ayúdela. —Le pido a la mujer que primeramente había venido a disculparse con mis padres.
Agradecida, asiente y se marcha.

—¿Cómo puedes ser tan cruel?
—Mis palabras desmedidas cruzan la línea de mis labios y enfoco a mi padre. Y ahora mismo el miedo de mi cuerpo desaparece. Estoy demasiado enfurecida, decidida, empoderada.
—No te atrevas a cuestionar mis decisiones. Este sigue siendo mi palacio.

Apreto la mandíbula con fuerza.

—Por poco tiempo. —Le reto. Suelta una risa hueca.
—Jaqueline Marianne, no se te ocurra creer que vas a cambiar la dinámica de este palacio. No seas tan soberbia.
Ni siquiera serás tú quien gobierne si no tu marido. —Eso me enfurece aún más. Y la sangre se va a mi rostro y me hace sentir un repentino calor.

—Sé que no deseas que una mujer gobierne. Y menos yo. Sabes que el pueblo me querría de verdad. —Escupo.
—¡Tú ni siquiera deberías ser la Princesa! —Su voz se alza y mi vista mira a mi madre.
Está tan calmada que sólo mira a ninguna parte en la mesa. La sangre me hierve en las venas ante su desagradable pasividad.

—No tuve la culpa de lo que pasó. —Es lo último que suelto antes de retirarme de la sala y que los recuerdos me invadan como una ola de dolor golpeando con fuerza la costa de una playa.
Y me encierro en mi habitación hasta que las horas pasan y pasan sobre mi cabeza.

Mis manos presionan el pomo de la puerta de la biblioteca y me adentro en esta.
—¡Espera! —Me grita Ethan desde abajo antes de comenzar a subir las escaleras de madera.
Cuando está arriba, cierra la puerta tras de si.
—¿Cómo está? —El castaño me sonríe y me abraza por los hombros, acercándome a él.

—Es sorprendentemente optimista. —Frunzo el ceño y le enfoco.
—Cuando la llevaba en brazos... me sonrió y dijo "Cuando ella nos gobierne, estaremos a salvo". —Paso saliva y un doloroso nudo se forma en mi pecho.
—Confía en mí más de lo que yo confío en mi misma. —Confieso con la voz entrecortada y sin fuerza.
Suspira.

—No se trata de confiar, Jackie. Tienen esperanza, la ven cada vez que te miran. —La garganta se me cierra y me escondo en su pecho mientras niego.
—Eres la esperanza de aquellos a los que ya no les queda nada.

Me digo que debo respirar hondo y calmarme, así lo hago. Bocanada tras bocanada.

Mis ojos marrones se encuentran con sus orbes azules y cuando he logrado hablar sin temblar, me dispongo a hacerlo.
—Yo no creo que necesiten una corona, Ethan.
¡No han pedido esto! ¡nadie pidió esto! —Exclamo, recordando la historia por la cual uno de mis antepasados fué escalando en la pirámide del poder hasta fundar un trono.

Ethan suspira lentamente.
—Yo tampoco lo creo, Jackie. No voy a mentirte, odio a cada miembro de tu familia. A todos. La única razón por la que soy soldado es que luchar es lo único que sé hacer. Pero si pudiera, yo mismo les derrocaría.
Pero he aprendido algo, ¿vale?
—Toma mi rostro entre sus manos y me obliga así a observarle. Quiere que, lo que sea que va a decirme, me llegue de verdad.

—Tú eres lo único bueno que ha salido de tu apellido. La única persona de tu familia a la que salvaría y me sentiría bien por ello.
Así que si no puedes eliminar el trono, al menos pelea por hacerlo bueno.
Por ayudar a aquellos en los que nadie piensa.
Sé su luz, Jackie. —Sus palabras alcanzan mi corazón y la forma en la que me mira, hace que me olvide de este día nefasto.

Le sonrío más honestamente de lo que alguna vez haya sonreído y asiento.
Pero libero una duda que palpita en mi interior.

—No estoy segura de poder ser la luz de alguien. —Y creo que mis palabras ya van más allá de la conversación, más allá del trono.
Entonces, sus labios se moldean en una sonrisa.

—Cuando te miro, veo esperanza. Veo bondad y veo algo que jamás había visto en tu familia; compasión.
Y no sé lo que suceda mañana o cualquier otro día. Pero sé como me siento hoy.

«Tú eres mi luz, Jackie.»

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