Capítulo 14

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Me levanto de un salto, incorporándome de golpe y abriendo los ojos con brusquedad. Veo una sombra moverse cerca de mi cama y oigo un golpe seco.
—¡Una rata! —Exclamo en un susurro y estiro mi mano para tomar algo que me sirva de defensa.

—Ouch. —Oigo un quejido y un frunzo el ceño. Las ratas no hablan.
—Las ratas no hablan. —Reflexiono en voz alta.
—Ni se golpean la cabeza con la jodida chimenea. —De la nada, Ethan aparece sobándose la cabeza y me aguanto las ganas de reír.
—¿Qué haces aquí? —Me deshago de las cobijas para avanzar por el colchón.

—¿Me ibas a pegar con un espejo? —Señala el objeto en mi mano y por primera vez desde que lo cogí, le dedico una mirada.
Pues si. Es un espejo.
—Eh... —Pienso una excusa que no me haga quedar como una imbécil.
—¿Qué planeabas? ¿matarme dándole la vuelta y haciendo que vea mi propia fea cara adormilada? —Suelto una risa y ruedo los ojos.

—Sigues sin haber respondido... —Cuando se sienta junto a mí, las yemas de mis dedos hacen círculos sobre la tela de sus pantalones.
—¿A qué? —Responde como si nada. Bufo.
—¡A que haces aquí, tonto! —Siento ganas de palmearme la frente y a través de la oscuridad, contemplo que me brinda una sonrisa burlona.

—Si vas a faltarme me voy. —Me amenaza. Chasqueo la lengua y curvo mis labios en una sonrisa ladeada.
—¿Has venido sólo para golpearte la cabeza con la chimenea, hacer un mal chiste sobre tu cara, ser llamado tonto y marcharte? —Abre los ojos con exagerada gracia y alza una ceja.
—Pues si que he hecho cosas en un minuto. —Sé que nada de lo que dice es en serio, tan sólo trata de hacerme reír y mi corazón se vuelve un poco más grande por su culpa.

—Dime lo que quieres o sal de mi chimenea y no vuelvas. —Le señalo ésta. Dobla la cabeza hacia atrás para reírse y luego vuelve a mirarme.
—Bueno bueno, si no te apetece que nos escapemos a la cocina para que cumplas tu sueño de cocinar, pues me voy... —Hace un amago con levantarse del colchón pero tiro de su brazo y le detengo.

—¿Cocinar? —Hago mi mejor cara de cachorro y él asiente despacio.
Entonces, soy yo quien se pone de pie para agacharme nuevamente e introducir mi cuerpo en la chimenea.
—¡Vamos Ethan Ace, vamos! ¡rápido! —Le aliento y oigo como bufa con pesadez y me sigue.
Me sigue tan rápido que me agarra de la pierna y me impide avanzar.
Me giro sobre mi misma para mirarle y su expresión divertida me insta a sacarle la lengua.

Me suelta finalmente y me pongo de pie con demasiada rapidez.
¿Alguna vez te has puesto de pie tan rápido que la vista se te nubla y te mareas?
Por detrás de mí, dos fuertes brazos me agarran y giro el cuello para darle una sonrisa de agradecimiento.

Como ya es costumbre para mí, me quedo estancada en sus ojos -que apenas puedo ver- y me cuesta volver a respirar con normalidad. Trago saliva antes de seguir avanzando y hacerlo un poco más deprisa que antes.

—¿A dónde vas tan decidida? ¡si no sabes dónde es! —Exclama detrás de mi. Y sus palabras me hacen frenar de golpe. Mierda, tiene razón.
—¡Vamos! —No puedo verle pero sé que pone los ojos en blanco y nos intercambiamos la posición. Ahora es él quien va delante y lleva la linterna, guiándonos a través de los túneles.

Caminos en línea recta hasta girar a la izquierda, seguimos y luego a la derecha y así un par de veces más hasta que el castaño se detiene.
—Sólo hay un problema... —Susurra y me detengo en seco tras él.
—Aquí no hay escalera. —Tuerzo el cuello para mirar hacia la puerta y efectivamente... no hay manera posible de subir.

Hay al menos dos metros de pared lisa. Imposible de escalar.

—¿Cómo vamos a entrar, entonces? —Cuestiono. Hace una mueca que no me presagia nada bueno. Sabe como entrar. Y sabe que no va a gustarme.
—Hay una manera... —Chasqueo la lengua.

—¿En serio no hay otra forma? ¿es necesario? —Me quejo una y otra vez.
—Podemos volver si quieres.
—Me recuerda pero niego efusiva.
Toda mi vida he esperado por hacer algo bueno, algo arriesgado. Esta es una buena oportunidad que no voy a desperdiciar por nada en el mundo.

—Entonces, a menos que tus tacones tengan muelles, esta es la única opción. —Bufo aunque acabo por aceptar.
Cuando menos me lo espero, oigo una pequeña risa.
—¿Te estás riendo? —Niega. Pero suelta otra.
—Sí, te estás riendo pero, ¿por qué? —Me llevo las manos a la cintura y mi gesto hace que se vuelva a reír.

—Porque esto va a ser incómodo. —Casi como un pensamiento abstracto, lo digo en voz alta.
—¡Te dan ataques de risa los momentos incómodos! —Afirmo. Se pone serio de repente, haciendo su mayor esfuerzo para parar y se lleva las manos a la espalda.
—Ese es un pequeño detalle de mi que me gustaría siga siendo secreto. —Y esta vez, soy yo quien ríe.

Me subo a sus hombros, es la única manera en la que llegaremos.
Y definitivamente es incómodo.

Mis manos temblorosas tratan de girar el pomo de la puerta pero este no reacciona.
Lo intento dos veces más pero aún nada.
—Jackie, no pesas cinco kilos.
¡Un poco de brío, por favor!

—¡Sin faltar por ahí abajo y sin presiones! —Exclamo. De nuevo intento abrir la puerta pero nada.
Entonces, lo comprendo.
Las entradas a los túneles están puestos en sitios clave, algunos expuestos al público. Por eso, todos están perfectamente camuflados y escondidos.
Lo más probable es que haya algo detrás de la puerta y esa sea la razón por la que no logro abrirlo.

Ejerzo más fuerza aún.

—Por cierto, ¿qué tiempo hace por ahí arriba? —Pongo los ojos en blanco y le dedico una mirada que le borra la sonrisa.
—Siempre he querido hacer ese chiste. —Evito reír y hago un nuevo intento. Y esta vez, salgo victoriosa.
Ethan me impulsa y me agarro al borde, acabando arriba con esfuerzos.

Extiendo mi mano para ayudarle a subir a él pero lo hago en vano pues sube perfectamente.
Detrás de la puerta, había una estantería de falsa madera.

—Y bien ¿qué quieres cocinar?
—Tomo un paquete de harina y lo echo en un bol.
—¡Veamos si nos sale un bizcocho! —Ethan mira de un lado a otro con una expresión que no invita a la confianza.
Echo la harina dentro y le paso el bol, me dirijo a la nevera para tomar leche y cuando me giro, Ethan tiene el bol bajo el agua.

—¿Pero qué haces? —Cierra el grifo y me mira.
—Hay una razón por la cual la harina se convierte en una masa, ¿no? ¡agua! —Trato de levantar en mis manos la botella de leche pero las carcajadas que se escapan por mi garganta me lo impiden.

¡Agua! ¡el muy estúpido le estaba echando agua a la harina!

Me doblo sobre mis rodillas y al poco tiempo, el estómago comienza a dolerme.
—¿No es así? —Su cara confundida me da ternura. Me esfuerzo en mirarle.
—Oh Ethan cariño, claro que no es así. —Me observa como si tratara de entenderlo pero niega al fallar.

—¡Se le echa leche! —Cuando lo comprende, se une a mis risas.

Y justo cuando nos encontramos en esa burbuja de felicidad, oímos un ruido.
Ethan tira de mi brazo y nos agachamos para escondernos con la encimera. Subo un dedo a mi boca y le pide silencio.
Los pasos sobrios me hacen identificar a la persona en segundos. El señor Greten.
Éste revisa todo y por suerte, el bol está metido en el fregadero y no puede verse desde su posición.

Cuando la puerta se cierra después de que salga, respiro hondo de nuevo.
El castaño y yo nos miramos.

Y francamente, no sé lo que ocurre después.
Sólo sé que me sumerjo en la profundidad de sus ojos y el universo al igual que mi vida, desaparecen.

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