Capítulo 4

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—Princesa, su padre el Rey Callie me ha pedido que la informe personalmente de que tanto él como su esposa la Reina, han tenido que salir antes de tiempo a hacer su visita oficial a nuestro país hermano. —Me explica
Maritza.
No evito la sonrisa que se dibuja en mi rostro.

Pero en cambio, Elalba frunce su expresión.
—¿Otra vez estamos solas?
—Pongo los ojos en blanco y le dedico una mirada de molestia.
—Como si fuera algo nuevo.
—Siso antes de ponerme de pie y abandonar la habitación.

En la distancia oigo como mi hermana le pide expresamente a Maritza que las criadas se encarguen de mantener la casa impoluta y que le preparen un baño de burbujas. Largo un bufido.
Me duele y molesta comprobar como ha cambiado Elalba.
Cuan influenciada ha sido por nuestros progenitores.

Llego al lugar que estaba buscando, me muerdo el labio antes de abrir la puerta.
—Buenos días. —Digo sin siquiera haber entrado.
Pero la decepción tiñe mi rostro cuando me encuentro la sala tan sólo ocupada por un par de criadas.

Trago saliva. Me resulta complicado hablar con ellas.
Siempre he sentido que es incorrecto contratar a unas mujeres para que limpien tu hogar a cambio de una miseria y además tratarlas inadecuadamente.
Por eso evito el contacto directo con ellas a toda costa.

Si no puedo cambiarlo, al menos no lo empeoraré.
—Buenos días, Princesa. —Me saludan, creyendo que mi frase iba dirigida hacia ellas. Les sonrío y les deseo un buen día antes de salir de allí a toda prisa y comenzar a recorrer la casa.
—¡Princesa! —Me detiene Maritza. —¿sabe que tenemos que comenzar a hacer los preparativos para la gala del mes que viene, verdad?

Me muerdo el interior de la mejilla.
—¿Qué tengo que hacer, exactamente? —Ella sonríe, conforme.
—Ayudar con el diseño de su vestido.
—¿No debería hacerlo mi madre? —Entonces, ella pasa a una expresión comprensiva pero seria.

—No, mi Princesa. Ahora que sus padres no se encuentran, usted está al mando. —Frunzo el ceño.
—¿Qué? ¿por qué? —Ella sonríe dulcemente. Su pelo negro está recogido en un moño y tiene un flequillo ladeado. Es varios centímetros más baja que yo y sus ojos son de una preciosa tonalidad miel. Es una mujer hermosa.

—Es la primera vez que sus padres viajan desde que usted alcanzó los dieciocho años de edad. —Expone. Asiento casi imperceptible.
—¿Así que estoy al mando?
—Asiente.
—¿De cuánto es el presupuesto para mi vestido? —Mi pregunta la toma por sorpresa pero responde pocos segundos después.

—Un millón. —Casi me atraganto con mi propia saliva.
Pero tengo claro lo siguiente que voy a decir y me pongo más erguida y seria para que mis palabras se tomen como una orden.
—Que lo reduzcan a la mitad y que repartan la otra mitad entre todas las trabajadoras de la casa. —Lo digo con tanta fuerza que Maritza se queda estupefacta.
Es la primera orden que doy y probablemente esta sea la vez que más seria me ha visto.

—¿Disculpe?
—Ya me has oído. —Levanto mi vestido en el aire y me dispongo a retirarme pero antes de hacerlo, añado algo.
—Una cosa más... usted está incluida en ese presupuesto. No quiero tener que enterarme de que se ha auto excluido del reparto. —La llamo de "usted" para enfatizar mis palabras.

Noto como quiere sonreír con euforia pero respira hondo y lo evita.
—Pero su madre... —Hace su último intento. Sonrío.
—Yo no soy mi madre.

Una mano tira de mi con fuerza mientras camino y me mete en el baño.
—¡Elalba, me haces daño! Suelta. —Me zafo de ella y veo su expresión furiosa.
—He oído lo que acabas de hacer. —Me reclama. Se cruza de brazos y yo bufo.
—Estoy al mando. —Le recuerdo.

—¿Quién te crees que eres para hacer algo así? —No suelo utilizar mi título, odio hacerlo de hecho. Pero mi hermana no es la misma persona que era y no me deja más opción. Alzo la cabeza, altanera y directa.
—Soy la Princesa Jaqueline Marianne I y tú no eres más que una segundona. El adorno a mi lado. Una silla ocupada. Nada más.
Así que jamás en tu vida vuelvas a cuestionarme.

Tras de mí, cierro la puerta con fuerza pero sonrío. Estoy orgullosa de mi decisión. Y de saber que probablemente he cambiado la vida de los trabajadores de mi casa.

Busco por cada rincón de mi casa hasta que por fin le encuentro. El soldado gruñón. Mi soldado gruñón.
Abro la puerta.

Pienso en la opción de que si me hubiera saludado cuando le hablé el primer día, me habría aburrido y ahora no le estaría buscando.
Pero no lo hizo y ahora mismo me alegro de ello.
Mi curiosidad por él no hace más que crecer y no pienso rendirme hasta conseguir que me hable.

Le veo como cada día. Tan serio y concentrado.
—Buenos días. —Digo mientras agarro el mango de la puerta y tengo medio cuerpo fuera y medio dentro.
Mi sonrisa es brillante y profunda.
Me observa por un segundo y vuelve a su posición.

Y eso es todo lo que hago antes de volver a cerrar la puerta y abandonar mi misión hasta el día siguiente.

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