18 Sobre los beneficios de la terapia y la hipnosis

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Hola a todos, aquí Coco, quien está teniendo una crisis de escritor y ya no sabe qué hacer U_U No me malentiendan: amo el fanfic, ¡adoro el melizabeth! *_* Pero siento que... bueno, no creo que pueda llegar lejos de este modo. Me da mucho miedo dar el salto a escritor de cosas más serias, porque presiento que de hacerlo sería comenzar de cero, ¡hay demasiados riesgos!, y viendo como pinta mi futuro, no estoy segura de poder mantener dos perfiles (el serio y el de Coco). Lo siento mucho T_T la decisión no tengo que tomarla de inmediato, pero sé que tarde o temprano me enfrentaré a ella, ¿algún consejo o palabras de aliento que puedan darme? 

Y mientras lo pensamos, mejor vayamos al capítulo de hoy. Ya saben qué hacer <3

***

—Me alegra mucho que al final decidiera volver a terapia, señor Demon. Adelante, póngase cómodo.

Meliodas se recostó en el elegante diván del doctor Monspeet mientras miraba al techo y entrelazaba los dedos de las manos sobre el pecho. Una vez acomodado, soltó un largo suspiro, esperó a que el médico tomara asiento en el sofá con su cuaderno de notas en la mano, y cuando el ambiente fue el apropiado para comenzar su sesión de ese día, el rubio soltó la frase que lo había estado carcomiendo toda la semana.

—Me terminó. —La pluma del castaño se detuvo a unos milímetros del papel, y tuvo que levantar la vista hacia su paciente para ver si lo había entendido bien.

—¿Cómo dice?

—Creo que Elizabeth me terminó, y no sé por qué. Desde el día en que estuve en su casa, todo intercambio entre nosotros ha estado forzosamente relacionado al trabajo. No hemos agendado nuestra próxima sesión práctica. Y no ha habido ningún tipo de mensajes personales más allá de la relación médico-paciente.

—Bueno... —dijo el doctor mientras sacaba unos lentes de su saco para ponérselos—. En realidad, eso está bien.

—¿Es lo correcto, no? —replicó el ojiverde con una extraña expresión neutra en su rostro— El problema es... que mi Eli y yo no somos así. Algo extraño está pasando —Al oír eso, Monspeet alzó las cejas en una mueca de asombro tan exagerada que casi resultó cómica; tras garabatear a toda prisa unas líneas en sus notas, se inclinó hacia adelante para mirar al rubio con más atención—. Nada de lo que diga saldrá de estas paredes, ¿verdad doctor?

—Nada —respondió el de bigote con toda seriedad—. Estará protegido por la confidencialidad médico-paciente.

—Discúlpeme —El joven escritor pareció súbitamente avergonzado, y se ruborizó mientras recogía el pelo detrás de la oreja—. Sé que deberíamos estar aquí para hablar de mi TOC, pero...

—No hay problema. Estoy aquí para ayudarle con su bienestar emocional y mental así que, si quiere comenzar por otra parte, estoy dispuesto a escucharlo.

—Entonces deberé contarle todo desde el principio. Creo... creo que esto se trata de una historia de amor. Al menos, para mi lo es. La historia romántica de un par de tontos a los que les da miedo amar. Empezó cuando mi jefe me encargó el trabajo de escribir una novela erótica...

Monspeet ya lo sabía, por supuesto. Meliodas le contó cómo, en aras de impulsar su carrera de escritor, el CEO de la editorial le había dado el desafío de escribir su primera novela erótica en el plazo de un año. Para lograrlo, buscó apoyarse en la asesoría de un experto, y fue de esa forma como conoció a Elizabeth. Al principio, todo había sido estrictamente profesional... hasta que cierta sesión práctica los hizo llegar más allá.

—Tenía miedo, no sabía si lo que ella hizo era legal, y aún no entendía lo que pasaba. Sin embargo... fue una de las experiencias más maravillosas que haya vivido, doctor.

—Ya veo. ¿Y a partir de ese momento su relación cambió?

—No exactamente —dijo él con una expresión que delataba un poco de la angustia que sentía—, ella seguía igual. Simplemente añadió sesiones prácticas a mis asesorías, pero nada más. En todo caso... creo que el que cambió a partir de ese momento fui yo.

—¿En qué sentido? —Una sonrisa luminosa se extendió por el rostro del rubio, que llevó una mano al bolso de su abrigo para sacar una botellita de alcohol.

—Me volví más valiente. No. Más bien, quise hacerme más valiente, para poder llegar tan lejos como ella quisiera llevarme. Antes de conocernos, mi TOC era mucho, muchísimo más grave.

—¿Y ya no lo es?

—Hoy puedo acariciar a un gatito. Y no acosar a mis amigos con desinfección cuando me visitan. También, he relajado la limpieza de mi casa para que sea solo una vez al día. E incluso he desarrollado un gusto por salir; puedo hacerlo sin acordarme de los gérmenes. Pero el cambio más importante de todos, el que más me ha hecho feliz, es que ya no me importa si mi cuerpo... ahm... bueno, ya no me molestan mis fluidos... o los de ella. —El joven escritor se ruborizó de pies a cabeza en un intenso tono frambuesa, y aunque Monspeet sintió el breve impulso de reír, no lo hizo. Se dio cuenta de que su amigo le estaba diciendo cosas sumamente importantes.

Si no recordaba mal, Elizabeth le había comentado que al inicio de su relación el pobre ni siquiera podía decir la palabra sexo, ni siquiera pensar en ella sin entrar en pánico. El buen médico escribió una nota en la cual se recordaba a sí mismo contactar al editor de Meliodas en busca de más datos sobre eso y pensó que, más para bien que para mal, aquella extraña relación estaba obrando maravillas en ambos. En Elizabeth también.

—Entiendo. Me parece que esos cambios son muy buenos, es un gran progreso. ¿En qué momento la relación volvió a cambiar?

—Creo... creo que en navidad. Ella no parecía tener sentimientos personales por mí pero... eso fue una cita. No se le puede llamar de otro modo. —Los ojos verdes del paciente brillaron como un par de esmeraldas, y el doctor Monspeet por fin se permitió una sonrisa.

—Cuénteme más. —Meliodas le explicó el nuevo trato entre ellos, su investigación conjunta sobre erotismo, para quitarse a los gemelos Goddess de encima. Cuando llegó a la parte donde perdió su virginidad, el buen médico tuvo que ofrecerle una taza de té antes de que pudiera volver a hablar.

—Para entonces... —continuó con la voz tan temblorosa como la porcelana en sus manos—. Para entonces yo... probablemente ya estaba enamorado. Antes de que me diera cuenta, e incluso aunque intenté reprimirlo. Y entonces comencé a notar pequeños cambios en ella.

—¿Que cambios?

—Su sonrisa —dijo él con un suspiro contenido—. La forma en que me tomaba de las manos. El brillo en sus ojos. Y también, durante el se... sexo... doctor, le juró que había ocasiones en que podía sentirlo; me lo decía mi piel. Habría jurado que la doctora Liones también sentía algo por mí.

El psicólogo no podía evitar estar de acuerdo. Él también había notado esos cambios en su colega, pero entonces, ¿qué es lo que había fallado?, ¿por qué Meliodas había llegado a su consultorio con el corazón roto? Siguió escribiendo mientras el rubio le contaba sobre los mensajes que comenzaron a mandarse, las llamadas tímidas entre los dos, las citas disfrazadas de sesiones prácticas, y cuando finalmente llegó a la visita a su casa, el castaño supo que habían alcanzado el meollo del asunto.

—Éramos amigos —dijo el rubio con un hilo de voz—. Estaba completamente seguro de que lo éramos, pero... lo que pasó esa noche... —El silencio se extendió unos segundos, el suspenso tenía a Monspeet al borde del asiento, y cuando el ojiverde volvió a hablar... casi lo hizo irse de espaldas—. ¡No lo recuerdo! ¡Gyaaahhh! —Un mini aerosol desinfectante apareció de la nada en manos de Meliodas, quien desinfectó al pobre médico antes de que este lograra hacer que parara. Cuando por fin volvió a recostarlo y hubo confiscado lata, se aclaró la voz para volver a hablar

—Entonces, ¿no lo recuerda?

—Solo fragmentos. Recuerdo... que me besó. Fue cuando me presentó a la gatita, y fue extraño, porque ese beso salió de la nada, sin explicaciones, sin justificarlo con nuestra investigación. Charlamos, comimos, y entonces me invitó a una copa, y... y todo lo demás se volvió borroso.

Oh no... —pensó Monspeet mientras tragaba saliva. Eso debió ser la reserva especial de vino de Derieri. Se imaginaba perfectamente qué había ocurrido después, y cuando Meliodas le habló de la mañana, para él fue claro cuál era el problema. Elizabeth estaba huyendo de nuevo.

—Volvió a ser la que era cuando la conocí —Le contó con un nudo en la garganta—. La fría profesional que siente por mi solo un respeto médico-paciente. Ni siquiera estoy seguro de que siga considerándose su amigo. Y aunque no tengo suficientes pruebas para demostrarlo, estoy seguro de que me está evitando. Oh doctor, ¡¿qué debo hacer?!

—Debe calmarse señor —dijo él con una sonrisa mientras ponía la mano sobre su hombro—. Todo va a estar bien. Respire... —Un minuto de inhalaciones después, el médico estaba listo para llevar a cabo la terapia que había pensado para él—. Tengo una idea. Dígame señor Demon, ¿qué piensa de la terapia de hipnosis?

—Que es un cuento chino inventado por magos e ilusionistas. —Cuando al castaño por fin se le pasó la risa, ya había vuelto con un reloj de cadena en la mano.

—Bueno, entonces soy un poco mago. Verá, a lo largo de mi experiencia profesional, he descubierto que cuando alguien me pregunta qué debe hacer, en el fondo ya lo sabe, y solo necesitan una forma en que su voz interna pueda hablarle. ¿Qué le parecería intentarlo para descubrir si ya tiene las respuestas?

—¿Eso me ayudará a recordar lo que pasó la noche de la visita?

—Le ayudará a recordar lo que debe para que pueda solucionar este problema. ¿Y bien?, ¿está dispuesto?

—No tengo nada que perder. —Su tono de voz era entre escéptico y miedoso, pero igual se concentró en el reloj siguiendo obedientemente las indicaciones de Monspeet. Él lo miró con cariño, lamentándose por lo que Elizabeth había empezado sin tener el valor de terminar, y comenzó a balancear la cadena mientras susurraba unas misteriosas palabras.

*

Meliodas era pequeño. Muy pequeño. Estaba de nuevo en ese cuarto oscuro y mugriento, y su hermanito lloraba con la cara llena de mocos, sentado a su lado sobre el piso. Tenía hambre, pero no podía alimentarlo. No alcanzaba el tarro de galletas, y su mamá estaba ocupada en ese momento. Lo sabía, porque salían sonidos extraños del cuarto donde estaba, sonidos que no entendía, ruidos del feo hombre que la visitaba ese día, más los ruiditos que ella hacía, como de ratón. Cuando finalmente terminó, el sonido de la puerta le advirtió que debía correr, ocultar a Zel, y esperar a que ese monstruo se fuera. Meliodas había vuelto a su infancia.

No, no, no, ¡no! —gritaba su voz de adulto, pero aunque intentaba escapar, no podía salir de sí mismo.

Hacía años que no recordaba todo eso, pero lo sabía. Ese era el escenario de todas sus pesadillas. Y muy seguramente ahí se encontraba el origen de su TOC. El lugar era nauseabundo, oscuro, y viejo, y ahora entendía qué era a lo que se dedicaba su mamá, y que no comprendió de pequeño. Los sonidos en el cuarto le anunciaron que ella estaba por salir. No podía, no quería mirarla. Entonces la puerta se abrió... y fue como si el sol entrara a la habitación.

—Meli-buh —dijo la bellísima rubia cargando al niño pequeño—. Tranquilo bebé, no llores. Eres mi niño valiente, ¿lograste esconder a Zel del monstruo?

—Sí mami. Pero tiene hambre.

—Oh amor, no te preocupes, enseguida prepararé algo.

—¡Galletas!

—No, aún mejor, ¡esta noche cenaremos panqueques!

—¡Sí! —El pequeño pelinegro que se había escondido bajo el fregadero salió arrastrándose al oír aquello, y entonces se acercó gateando hasta la joven, que lo cargó también mientras lo llenaba de besos y le limpiaba la nariz.

¿Eh? —El escritor no podía creerlo. No se acordaba de nada de eso, y las cosas no habían ocurrido como pensaba. Aquella chica se acercó tambaleándose y con los labios apretados hacia la estufa para preparar todo y que sus hijos comieran. Le dolía el cuerpo, eso se notaba, pero al voltear a mirarlos, no dejaba de sonreír.

—Les tengo una buena noticia chicos. Hoy han pagado a mami, y mañana, nos daremos el lujo de comer pollo.

—¡Sí! —gritaron ambos niños, y ella volvió a sonreír mientras repetía el proceso de limpiar la nariz a Meliodas.

Su madre... era una mujer maravillosa. Aquella casa era pobre, muy pobre, y si, sucia, pero eso no impedía a aquella belleza oponerse al desorden con ferocidad. Ante sus ojos pasaron varias escenas sobre los pocos días en los que fue feliz en ese lugar, y el rubio sintió que le iba a estallar el corazón. Las paredes estaban manchadas de mugre, pero ella intentaba adornarlas dándoles crayones para pintarlas. El lugar era oscuro, pero en los pocos focos, ella colgaba farolitos de colores. Y pese a la aparente suciedad, aquel lugar no olía mal. Olía a panqueques, y al desinfectante que con tanto sacrificio su mamá ahorraba para comprar. Al final, tal vez su TOC no era por el trauma de verse rodeado de pobreza e inmundicia. Quizás era porque estaba intentando imitar la infructuosa lucha de su madre contra el polvo y la miseria.

¿Cómo había podido olvidarla? Tan valiente, tan hermosa, tan dulce. Pese a su oficio, ella sí sabía cómo amar. Cuando llegó a la escena donde ya se encontraba enferma en cama, habría jurado que en verdad podía sentir su calidez.

—Mamá dormirá un rato Mel —decía con una voz débil y susurrante—. Estoy muy cansada.

—Mami, tengo miedo.

—Oh, no cariño. No pasa nada, siempre estaré aquí para ti. Ven —El rubiecito se trepó a la cama, donde también dormía su hermano, y se acomodaron a cada lado de ella—. Eres mi niño valiente.

—¿Y si no lo soy? —dijeron a la vez el Meliodas adulto y el niño—. ¿Y si me dan miedo los gérmenes, y los ruidos raros que salen de tu habitación, y hablar demasiado fuerte? —La rubia sonrió, y lo estrujó más contra su pecho.

—No tienes por qué temerles. A los gérmenes los vencerás fácilmente con cloro. Está bien si quieres hablar fuerte. Y en cuanto a los ruidos... bueno, algún día los vencerás con amor.

—¿Con amor?

—Sí, con amor. Y también con tu propia voz. Mel... prométeme que cuando conozcas a la chica que apague los miedos y los ruidos en tu cabeza, le dirás lo que sientes desde el fondo de tu corazón. Tu padre... no tuvo el valor de hacerlo. Y por eso nos dejó aquí... —Esa había sido la primera y última vez que la había oído quejarse o mencionar a su padre—. Pero tú serás diferente. Tú sí podrás amar... porque eres mi niño valiente.

Cuando Meliodas despertó, las lágrimas corrían por sus ojos. Pero también estaba sonriendo. Había recordado a su madre, entendido el origen de su TOC... y recibido la respuesta de lo que tenía que hacer sobre su situación con Elizabeth. Monspeet cerró la terapia de forma muy profesional, agendó su siguiente cita, y lo acompañó hasta la calle, donde una suave y cristalina lluvia caía en ese momento.

Las luces de colores de la ciudad lo rodeaban titilando como joyas en sus ojos, y por primera vez desde aquellos días lejanos, Meliodas se sintió verdaderamente valiente. Guardó la sombrilla permitiendo que el agua lo mojara, sacó su celular, y marcó el número de la persona a la que más deseaba ver en ese momento. La chica que hacía que se apagaran los miedos y ruidos. Saltó al buzón de voz de inmediato, pero ya no había nada que pudiera detenerlo. Suspiró, miró hacia el cielo nocturno, y le abrió su corazón a su amiga y amante.

—¿Eli? Hola, soy yo. Escucha... No recuerdo lo que pasó esa noche, pero creo saber lo que ocurrió. No entiendo que es lo que hay entre nosotros, ni porque me evitas, pero creo que en realidad ya no importa. Y no importa, porque eso no cambia mis sentimientos por ti. Elizabeth... te amo. Me he enamorado de ti. Lo siento, pero no pude evitarlo, y sé que probablemente no es lo que deseas pero... no creo que pueda volver a guardar silencio. Yo ya no le tengo miedo a los ruidos de la noche, y tampoco aceptaré sucias mentiras dentro de mi. Te amo, y si no quieres volver a saber de mí después de este mensaje... bueno, al menos espero me perdones el que te dedique el libro que me ayudaste a escribir. Adiós.

Entonces colgó, y caminó triunfal por la calle, pensando en lo beneficiosa que había resultado la terapia con hipnosis.

*

Eran las diez de la noche, y Monspeet tomaba un té mientras descansaba de la jornada de ese día. El señor Demon en verdad era una joya. Entonces, unos fuertes toquidos resonaron en la puerta de su consultorio, y él se apresuró a abrir con expresión de extrañeza.

—¿Quién podrá ser? —Al abrir, su boca quedó abierta de la impresión. Era Elizabeth, con la ropa mojada, los ojos rojos, y el celular en la mano—. Por las diosas, ¿estás bien?

—Yo... ¿es muy tarde para una sesión de terapia?

—Claro que no. Pasa. —La albina, sin saberlo, repitió todo lo que el escritor había hecho en el mismo lugar solo unas horas antes, y cuando el doctor llegó a su lado listo para oírla hablar, supo que Meliodas Demon también había cambiado la vida de su amiga.

—Estoy lista para hablar de la violación. 

***

[suspira profundamente] Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que en las semanas que estuve escribiendo este capítulo y los que siguen Coco también estaba pasando por muchas cosas intensas en su vida :')? No siempre se puede estar feliz, no siempre se puede ser valiente, pero lo importante es levantarte cuando te caes y seguir avanzando hacia el lugar que te hace feliz. BethAckger, gracias baby. Aunque a veces no lo creas, tu eres una inspiración en ese viaje. ¡Cielos! Las mujeres deberíamos abrir más veces nuestro corazón para hallar paz XD [inhala, exhala] Okay, lista para despedirme °3^

¡Muchas gracias por seguir aquí cocoamigos! Nos vemos la próxima semana para más, y mañana en otra historia <3 

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