CAPÍTULO 11 - PLANES

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Raven miró hacia su derecha, hacia el lado del copiloto, donde dormitaba Clarke. Su amiga había estado callada todo el trayecto desde que salieron del hospital, adormecida por los calmantes. Sin embargo, Clarke estaba despierta; su cabeza era un torbellino de pensamientos y sensaciones: los disparos, el ataque del mendigo, la caída, el dolor insoportable, el cuerpo de Lexa rodeando el suyo, sus caricias en el pelo, ella cogiéndole de la mano... no sabía cuál de todas esas cosas la había asustado más. Y eso, también la asustaba. No sabía exactamente cómo se sentía, pero sí sabía que nunca se había sentido así por nadie. Jamás.

***

Lexa dejó las llaves de casa sobre la repisa del recibidor, como siempre, pero no se fue derecha a su cuarto para ponerse ropa cómoda, sino que se dejó caer en el sofá, cansada y aturdida. Hacía tiempo que no se sentía tan atraída por alguien, pero cuando le había pasado, siempre había conseguido dejar el calentón fuera de su mente con cierta facilidad. Pero ahora no, ese día había estado demasiado cerca de Clarke como para obviar lo que evidentemente le provocaba... y le daba miedo, porque se temía que esta vez no era simplemente atracción física... era debilidad.

***

A la mañana siguiente, ambas hicieron el esfuerzo de concentrarse en el caso. Gustus había convocado una reunión a primera hora de la tarde, para que las dos pudieran descansar de la agitada y larga noche. Lexa le había informado de lo acontecido en la nave, y tuvo que explicarle que Roan había llamado a Clarke tras recibir la llamada entre Roan y Fergus... Y Gustus decidió creérselo. Tanto el capitán como Lexa hablaron esa mañana por teléfono con Clarke para intentar convencerla de que no tenía por qué asistir a la reunión y de que se podía quedar en casa recuperándose del hombro. Pero la investigadora había insistido en acudir.

Y allí estaban todos, en la sala de reuniones de la comisaría, cuando entró Clarke con su brazo en cabestrillo.

—Hola —saludó la investigadora con su brazo sano.

Todos la saludaron y le preguntaron que qué tal estaba, y Clarke quitó importancia a la inmovilización de su brazo, que era más aparatosa que otra cosa.

—Hola, Clarke.

Lexa la saludó desde el fondo de la habitación con una tímida sonrisa. La investigadora le respondió con otra y se sentó cerca de la entrada, junto a Indra. Lincoln estaba delante de la pizarra, repleta con nombres y datos relativos al caso, pues, como casi siempre, era él quien realizaba la exposición.

—Ya se ha corrido la voz de que Roan ha muerto, así lo dejarán en paz hasta que testifique contra sus jefes... cuando les cojamos. Su hija ha sido llevada a un lugar seguro. A partir de ahora, la idea es acercarse al sustituto de Roan, que creemos que operará también desde Polis, ya que es allí donde acuden sus clientes. El acercamiento lo hará Murphy.

—¿Murphy? —intervino Clarke— ¿Él solo?

—Sí —afirmó Lincoln.

Clarke miró a Lexa.

—El camarero me conoce, yo puedo y debo seguir siendo el contacto, me puede acompañar Murphy si quiere, pero la tapadera ya la tengo hecha yo.

—Pero estás convaleciente, Clarke —dijo Lexa.

Entonces la investigadora se quitó el cabestrillo.

—No tengo nada roto, esto es por precaución. No me impide tomarme una copa ni hablar... y, además, soy zurda, no se me va a notar siquiera.

—Creemos que no es necesario —añadió Lexa.

—Pero quizá Griffin tenga razón —intervino Gustus—. Si le parece bien y está en las condiciones físicas adecuadas, debe ser ella quien continúe la infiltración.

—Sigo siendo una yonqui con muchos amigos enganchados, necesitada de droga y de pasta... Soy perfecta para hacerme camello, para ir de la mano del sustituto de Roan y meterme en la organización.

—Sí, lo haremos contigo, Griffin —sentenció Gustus—, pero contarás con el apoyo de Murphy.

Lexa apretó la mandíbula, poco podía hacer ante el mandato de su superior. Clarke la miró buscando su aceptación, pero la detective desvió la mirada.

Unos minutos más tarde, Clarke y Lexa hablaban en el despacho de la detective, cada una a un lado de la mesa.

—No me gusta la idea, Clarke —dijo Lexa.

—El camarero no me asocia con la policía, sólo soy una yonqui pesada.

La situación era incómoda, la noche anterior habían estado prácticamente abrazadas y ahora se encontraban separadas por una mesa de escritorio, en una actitud mucho más formal. A las dos les era difícil encontrar el punto medio, el de la simple relación profesional, así que todo parecía forzado. Lexa jugueteaba pensativa con su bolígrafo, mientras que Clarke daba inaudibles golpecitos sobre la mesa con su mano izquierda.

—¿Te duele?

—No. Como buena politoxicómana que soy, voy muy drogada.

Las dos sonrieron sin mucha efusividad.

—Iremos a Polis mañana por la noche. Descansa hoy todo lo que puedas.

—Tú también.

No sabían qué más decir, no se atrevían a mirarse a los ojos. Pero el incómodo momento se desvaneció cuando irrumpieron en el despacho las risas de Bellamy y Murphy, este último con unas pintas muy conseguidas de yonqui bastante perjudicado: ojeras, ojos rojos, pelo despeinado y ropa un par de tallas más grande que la suya.

—Clarkie, colega —habló Murphy el yonqui—, mañana nos vamos a pegar un puto viaje, uf —dibujó el trayecto de un avión por el aire—, ya te digo.

Clarke rio con ganas.

—¿De dónde habéis sacado esas ropas?

—La policía tiene vestuario, ¿qué te crees? —dijo Bellamy—. Estás total, Murphy.

—¿Me das el visto bueno? —preguntó a Lexa.

—Me dan ganas de apadrinarte.

Murphy se encogió de hombros y se dio media vuelta. Y los dos oficiales se dirigieron hacia la puerta hablando entre ellos.

—Estoy horrible, me he pasado con las ojeras, parezco un zombi.

—Mañana te maquillo yo.

—Estoy un poco harto de ser yo siempre el yonqui... es la tercera vez ya.

—Es que el jefe no quiere que sea yo.

—Ya, es que tú estás muy cachas, no das el pego. En cambio, yo...

—Qué va... tú es que eres un poco más fibroso, eso es todo.

Y, enfrascados en esta conversación, salieron del despacho.

Clarke y Lexa los habían observado con gesto divertido, y luego se miraron entre ellas con media sonrisa asomando ante lo chocante de esa conversación tan..., no sabían cómo definirla.

—Tus chicos parece que se llevan bien...

—Sí, hacen un buen equipo.

Y de nuevo, durante unos segundos, no sabían qué más decirse.

—Gracias por ayudarme con lo del hombro.

Lexa hizo un gesto de aceptación con la cabeza.

—Bueno, pues... —continuó la investigadora—me marcho ya, mañana nos vemos.

Clarke se levantó, Lexa la imitó y la acompañó hasta la puerta.

—Hasta mañana.

Y, tras una última mirada y una última sonrisa, Clarke se dirigió al ascensor de la comisaría y abandonó el edificio.

***

Las siguientes veinticuatro horas fueron una inquieta espera, inquieta no por el operativo o por conocer al sustituto de Roan, sino por volver a verse. Deseaban verse.

Los calmantes hicieron que Clarke estuviese relativamente relajada y que pudiera dormir bien, pero eso no le impidió que en su mente fuera creciendo la idea de que, tal vez, cuando terminara el caso, intentaría un acercamiento a Lexa. ¿Le pediría una cita? Con los chicos siempre era tan fácil...

Lexa, en cambio, no necesitaba calmantes, y sólo tenía el deporte y sus meditaciones para mantener su ansiedad a raya. Pero Bellamy la rehuía para no tener que practicar aikido con ella, y se temía que, si intentaba meditar y dejar la mente en blanco, Clarke la invadiría sin oponer apenas resistencia. ¿Sentía Clarke lo mismo que ella? ¿Acaso le gustaban las mujeres? Cuando terminara el caso, intentaría un acercamiento hacia ella, tantearía el terreno. Además, otra inquietud acechaba sus pensamientos: no le gustaba que la investigadora se pusiera de nuevo en peligro infiltrándose en la organización... eso eran palabras mayores. Pero tenía a su superior en su contra... ya se le ocurriría algo.

***

Clarke y Murphy, los yonquis, ya estaban en Polis. Indra, Lincoln y Lexa escuchaban sus palabras desde la furgoneta camuflada cerca del local.

Clarke la yonqui no tuvo problemas en preguntar por Roan al camarero, ni tampoco, al enterarse de que había muerto, en hacerse la supersorprendida y apenada, aunque en realidad lo único que le importaba era su droga.

—¿Pero qué me estás contando? Qué mal, tío... ¿Y ahora?... Ya sabes... tío... la mierda, ¿quién la lleva?

El camarero, que desde el primer día que la vio solo tenía ojos y oídos para sus pechos, no dudó ni medio segundo en la veracidad de la identidad de la chica, así que le indicó quién era el sustituto de Roan: un tipo rubio y colorado de baja estatura llamado Sean.

Lexa, Indra y Lincoln escuchaban atentamente las palabras de Murphy y Clarke, que esta vez no se salió del guion previsto: el desparpajo de la chica lo convenció de que tenía un genuino interés en meterse en el tema de la distribución de droga.

—Tío, tú aquí, y yo a mi rollo, con mis colegas. Sois nuevos, ¿no? Yo no os había visto antes..., y querréis expandiros, ¿no? Pues yo tengo muchos colegas, y con pasta, que a Roan le pedí un buen tocho..., y la pasta así, un billete encima de otro. Dime qué tengo que hacer y lo hago, tío.

—Esta tía es una crac —intervino Murphy el yonqui—, no sabes la de mierda que puede colocar, pero sin pisarnos terrenos, la expansión es la clave, tío. Tú aquí, y nosotros allí.

—Colega, que repites lo que yo he dicho, no me robes las frases, tío. Que aquí... ¿cómo te llamabas?

—Sean.

—Que aquí Sean ya se ha coscado de lo que le quiero decir, ¿a que sí?

Sean estudiaba a esos dos yonquis tarados, preguntándose si eran trigo limpio.

—El jefe siempre entrevista a sus comerciales.

—Ja, comerciales —Clarke le dio un codazo a Murphy—, cómo mola, siempre he querido ser comercial, yo sé que valgo para esto.

—Si es que tienes un piquito de oro... —siguió Murphy.

Pero el serio Sean no estaba para tanta cháchara.

—Apunta un teléfono —le dijo a la chica— y llama pasado mañana a las seis, te diremos un lugar y una hora. ¿Está claro?

—Sí, sí, clarinete —le respondió Clarke.

Murphy fue quien apuntó el teléfono y, tras una retahíla de empalagosos agradecimientos, la investigadora y el policía salieron del garito con la misión cumplida.

Ni antes ni después de la misión, Clarke y Lexa tuvieron la oportunidad de hablar a solas. Por un lado, lo deseaban, pero por otro, era tanto lo que tenían que decirse, que, probablemente, no serían capaces de hablar de nada, y un silencio incómodo se instalaría entre ellas. Todo esto no lo pensaban de manera consciente, pero gravitaba sobre sus cabezas y hacía que tampoco dieran pie a ese encuentro a solas... de momento. El secuestro de Jasper estaba primero, tenía que estarlo.

***

Al día siguiente, Lexa estaba en la zona de descanso, pensativa, tomándose un café, sentada en la mesa junto a Bellamy y Murphy, pero ajena a su conversación.

—El sábado me libro de Emori... ¿hacemos algo?

—Claro, me apetece irme por ahí con la bici, ¿te hace?

—Hecho.

Entonces Bellamy reparó en Lexa y, sólo para ser amable, se dirigió a ella.

—Woods... ¿te apuntas?

—¿Qué?

Lexa no se había enterado de nada.

—Que si te apetece una ruta en bici el sábado.

—No.

Lexa no se andaba con rodeos. Entonces, sin decir nada más, apuró su café y se levantó con decisión. Los chicos la vieron salir de la sala con gesto de extrañeza. No entendían a esa mujer.

***

Clarke estaba en su oficina matando el tiempo en internet cuando recibió un escueto mensaje de Lexa invitándola a tomarse un café esa misma tarde.

Y allí estaban las dos, frente a frente, en Arkadia, la cafetería preferida de Lexa. Clarke, que nunca tenía problemas en las relaciones sociales, estaba nerviosa, porque no sabía la naturaleza de esa invitación... ¿Era una cita? ¿Una reunión de trabajo? Además, Lexa eran tan... formal. Ya se habían saludado y habían pedido sus bebidas, y ahora tocaba hablar.

—No quiero que vayas al encuentro con los jefes de Roan.

Lexa, como siempre, iba al grano. Y Clarke, de golpe, sustituyó los nervios por el enfado. Ladeó la cabeza y miró a Lexa achicando los ojos.

—¿En serio? ¿Para esto me has hecho venir?

—Quería explicarte mis razones.

—¿Tus razones? El capitán Woodman lo aprueba, así que, con todos mis respetos, creo que no hay nada más que hablar, detective Woods.

Lexa habló a continuación con voz suave, conciliadora, como también lo era su lenguaje corporal, inclinada hacia delante, con la mano extendida hacia Clarke en actitud amistosa.

—Puede ser peligroso. Esa gente puede tener fundadas sospechas sobre ti y Murphy. Podría ser una trampa... mil cosas podrían salir mal, Clarke. Eres una civil y no puedo permitir que te expongas a ese peligro.

—Eres muy negativa, Lexa. Ya lo dijo Gustus, la Ice Nation es un grupo joven e inexperto y si sospecharan, ya me habrían dado calabazas... ¿para qué montar el numerito de la reunión con los jefes? Podrían haberme dicho que no directamente o no haber vuelto a traficar en Polis.

—A lo mejor no contestan.

—Pues si no contestan, problema resuelto... Pero por el bien de Jasper, si es que aún vive, será mejor que contesten y concierten la cita. Sé que puede ser peligroso, pero voy con un policía y vamos a estar rodeados de más policías... Tú lo dijiste, Lexa, la vida es dura. Y a veces hay que correr riesgos.

Lexa meditó unos segundos sus palabras antes de hablar.

—Ya he convencido a Gustus, no vas a ir, Clarke.

En ese momento, la camarera trajo los cafés y la investigadora tuvo que esperar para escupir sus palabras.

—No me puedes dejar fuera, Lexa, mis clientes son los Green, se lo debo a ellos, tengo que estar en esa reunión... mi carrera también está en juego.

—Ya has hecho mucho por este caso y me encargaré personalmente de hacer un informe muy positivo para entregárselo a los Green.

—Voy a ir, Lexa.

—Vamos a llamar nosotros a ese número y no te vamos a decir el lugar de la reunión.

—Seguiré a Murphy, te seguiré a ti, sabes que soy capaz. Iré allí lo queráis o no. No ir yo es un error, eso sí que quedaría sospechoso, y lo sabes.

—Bastará con que vaya Murphy, no hay que hacer más paripé, bastará con que estén todos allí... tenemos las escuchas oficiales y el testimonio de Roan, no necesitamos más para detenerlos.

—Iré.

—Tendré que arrestarte.

Clarke cogió su taza de café, tomó un sorbo y retó con la mirada a la detective.

—Pues arréstame.

Y Clarke se levantó y se marchó de la cafetería, dejando a Lexa sola con su café.

***

Clarke estaba enfadada, pero no sólo con Lexa, sino consigo misma. Maldecía su propia terquedad, su cerrazón cuando las cosas no salían como ella quería.

—Olvídalo, Clarke.

Raven observaba la cara congestionada de su amiga, a la que sólo le faltaba echar humo. Como tantas tardes, la ingeniera estaba buceando en los archivos policiales para buscar posibles casos. Mientras, Clarke miraba sin ver la pantalla de su portátil.

—No es eso.

—¿Qué pasa?

—Me he comportado como una niñata.

—Pues llámala y dile que entiendes su decisión.

—Pero es que ella debería dejarme ir. Es una "dramas".

—¿En qué quedamos?

Clarke fue a cruzar los brazos, pero no pudo por el cabestrillo, del que tiró sin darse cuenta y se hizo daño en el hombro.

—¡Joder, qué mierda!

—Lo que tenéis que hacer de una puñetera vez es comportaros las dos como adultas y follar.

Clarke estaba tan enfadada que no tenía ni ganas de decirle a su amiga lo ordinaria que era. Entonces Raven vio algo en internet que la dejó estupefacta.

—Clarke... mira... esto.

La investigadora se levantó y vio un vídeo retransmitido por una web de un importante medio de comunicación. En él, el capitán Gustus Woodman estaba dando una rueda de prensa en la que afirmaba que el hijo de la conocida familia Green había sido secuestrado días atrás y que, a esas alturas, prácticamente lo daban por muerto, pero que la captura de sus secuestradores era inminente.

—¡Pero qué coño...! —Clarke alucinó.

—¿No sabías nada de esto?

—¿Tengo cara de saberlo?

Buscaron en más páginas de noticias y en todas salía la información. Pusieron la televisión y también la estaban dando en varias cadenas de noticias... Estaba en todas partes.

—¡Joder! ¡No me ha dicho nada! ¡Ha pasado de mi culo! ¡Será zorra!

Clarke no tenía la menor duda de que Lexa, por supuesto, estaba detrás de esta estrategia en la que Gustus ponía la cara. Pero, ¿qué quería con ello? ¿Poner nerviosos a la Ice Nation, ahora que estaban a punto de caer? Tenía que haber algo más, y lo iba a averiguar.

***

Lexa bebía una copa de vino sentada en el sofá de su casa. A su lado, Anya y Nyko, su novio, le mostraban la multitud de documentos que explicaban su proyecto de la clínica de fisioterapia. Lexa miraba los papeles sin ver y, de vez en cuando, echaba una mirada furtiva a su móvil, que descansaba sobre la mesa.

—Esta sería la sala principal, y aquí estarían las cabinas —dijo Anya.

—Y vamos a tener, al fin, una sala de hidroterapia —añadió Nyko.

—Sí, me ha terminado convenciendo —dijo Anya mirando a su amiga—, pero sigo pensando que es muy cara, que conste.

Anya esperó algún comentario de Lexa,pero no llegó. Y entonces se dio cuenta del gesto ausente de su amiga.

—¿Te pasa algo?

Lexa salió de su abstracción.

—No...

Pero no quitaba ojo de su teléfono que, justo en ese momento, comenzó a vibrar, mostrando el nombre de Clarke Griffin en la pantalla.

—Disculpad, tengo que contestar.

Cogió el móvil y se levantó del sofá.

—Hola, Clarke.

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