C-31 VIVIENDO

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Las dos se vistieron juntas con sencillos trajes de chaqueta y pantalón. Las dos se pusieron el mismo anillo. Las dos llegaron en el mismo coche. Las dos entraron a la vez en la sala del ayuntamiento donde las esperaban los testigos e invitados: Elena, Jacobo, Victoria, Jackie, Macario, Debora, Nyko y Sophia.

La ceremonia fue sencilla, no querían boato ni palabras grandilocuentes. Las dos tenían un sentido del romanticismo más íntimo. Por supuesto, se dijeron el "sí, quiero" y cerraron la ceremonia con un beso.

La que más se emocionó fue Victoria, a pesar de que aún no le había perdonado a Valentina que le impidiera hacer la despedida de soltera de traca que tenía en mente. Simplemente fue una cena con sus amigas.

***

El caso de Wooden Roth estaba en un momento álgido. La investigación por parte del equipo de Beltran Camacho ya había finalizado: el grueso del trabajo lo habían llevado entre David y Sophia al tanto de las escuchas, y el equipo informático, Victoria incluida, pendientes de las comunicaciones online. Juliana se había dedicado a coordinar y a conectar la información de los dos grupos. La ingeniera y los cuatro informáticos habían mirado con lupa los mismos correos que ella ya había repasado ilegalmente, pero ahora eran cinco pares de ojos y unos equipos informáticos capaces de procesar y conectar más cantidad de información. Una IP recurrente aparecía en los correos de los dos asesores, que no se correspondía con las suyas usuales. Así fue como llegaron al ordenador instalado en un local perteneciente a una de las empresas del grupo, lejos de la sede central.

Por otro lado, los de delitos económicos ya tenían un caso potente para solicitar los registros.

—La orden no estará antes de una semana, vete tranquila —dijo Beltran.

—Si no incluyen ese local no tendremos nada que hacer. El resto lo habrán limpiado todo.

—Lo sé. Delitos fiscales lo va a incluir en su petición. De eso me encargo yo. Vete ya, anda.

Y Juliana se marchó de la comisaría antes de su hora para hacer la maleta... Beltran le había concedido los días libres que había pedido para irse con Valentina de luna de miel. No serían más que cuatro o cinco días, pero al menos iban a poder desconectar de todo aunque solo fuera durante ese poco tiempo.

Lo que no sabían era que alguien más estaba al tanto de sus planes. Al principio, Mika Andrews vio en ese viaje un contratiempo. Pero lo pensó mejor y lo tomó como una buena oportunidad para ser discretos a la hora de enviarle el mensaje al capitán Camacho, tal y como le había pedido el señor Roth.

***

Y allí estaban, en sus primeras vacaciones juntas. El sitio elegido fue la ciudad mexicana de Tulum, en plena Riviera Maya, no muy lejos de Cancún. La misma mañana que llegaron se lanzaron al agua y no abandonaron la playa hasta la tarde. Por la noche cayeron tan rendidas en la cama que prácticamente se durmieron de inmediato.

Esa mañana habían estado recorriendo el pueblo y la tarde la pasaron en la piscina del hotel. Después de cenar decidieron quedarse en la suite y descansar, porque al siguiente día se habían apuntado a una ruta por las ruinas de la ciudad maya cercana.

—No, porfa, déjame a mí detrás —pidió Valentina poniendo morritos.

Juliana la miró contrariada. Estaban en el amplio cuarto de baño de la suite, junto a una bañera de considerables proporciones. Todo estaba a punto: el agua caliente, la tenue luz, las velas aromáticas..., todo menos ellas, que no se ponían de acuerdo sobre qué posición ocupar cada una en la bañera.

—A mí me gusta más detrás —dijo Juliana.

—Siempre te dejo que me abraces en la cama, casi nunca me dejas que sea yo, y sabes que a mí también me gusta ser la cuchara grande. Así que ahora déjame ponerme detrás.

Valentina dejó caer la toalla al suelo y Juliana dejó de mirarla a los ojos. La convenció al instante.

—Está bien.

Juliana soltó también su toalla y extendió el brazo para cederle el paso caballerosamente. Valentina se sentó en la bañera con la espalda apoyada en uno de los extremos y extendió los brazos a lo largo del borde, dispuestos para arropar a su flamante esposa. Se sabía su cuerpo de memoria, pero la investigadora la observó ensimismada mientras la detective se metía con cuidado de no pisarla y se acomodaba entre sus piernas y sus brazos, apoyando la espalda sobre su pecho.

—Tus tetas me molestan —protestó Juliana aún contrariada.

—Pues sería la primera vez —se burló Valentina.

—Creída.

Cuando la investigadora la rodeó con sus brazos, la detective se relajó echando la cabeza hacia atrás para apoyarla en su hombro. Valentina la recibió con un beso en la sien.

—No me puedo creer que hayamos llegado a este punto —le susurró en el oído—. Lo digo en serio. Creo que sí que estamos un poco locas.

—¿Te arrepientes? —dijo con un punto de temor en su voz.

—No, amor —la calmó—, ya no, estoy segura..., por eso creo que estoy loca.

Juliana le acarició el brazo recorriéndolo con sus dedos de arriba abajo. Su toque fue tan sutil que le erizó el vello. Valentina la abrazó con fuerza y la besó detrás de la oreja. La sentía tan menuda y delicada entre sus brazos que le costaba creer que era capaz de derribar a hombres que la doblaban en corpulencia. Allí, entre sus brazos, desnuda, con la cara lavada y el gesto relajado parecía mucho más joven e indefensa. Su visión, su contacto le provocaban ternura y deseo a partes iguales.

Desde su posición podía observar con detenimiento el perfil derecho de la cara de Juliana, la línea de su mandíbula, su pequeña oreja, su cuello... Valentina lo acarició como quien venera un preciado objeto. A Juliana le hizo cosquillas el suave contacto y se giró para mirarla, y lo que vio fue una mirada cargada de tanta lascivia como no creía haber visto antes en ella.

—Pareces un vampiro mirándome así la yugular.

La respuesta de la investigadora fue morderle el cuello, lamerlo y besarlo sin piedad. Y la respuesta de Juliana fue reírse por el desmedido ímpetu que estaba mostrando.

—Si fuera un vampiro te habría convertido en mi vampiresa hace mucho tiempo.

—¿Sin pedirme permiso?

—Ya sabes que yo no pido permiso. La que lo pide eres tú... A veces te pasas de educada.

—Ya... Todos sabemos que tú llevas peor lo de preguntar antes de hacer...

Lo dijo sin acritud, como si fuera una entrañable característica de su personalidad. Atrapó la mano de Valentina, que vagaba por su pecho, y la besó. Después de la incursión ilegal de Victoria en las comunicaciones de los asesores, la investigadora no había vuelto a hacer a sus espaldas nada fuera de la ley.

—Ya... Siento de veras haberte puesto en un compromiso con lo de los mails de los asesores... No medí las consecuencias para ti. Me merecía la bronca.

Valentina aprovechó la cercanía de su mano a la cara de Juliana para acariciarle los labios y el mentón.

—¿Te hizo sentir mal esa policía?

La investigadora frunció el ceño sin comprender, pero enseguida se dio cuenta de que hablaba de sí misma en tercera persona.

—Pues un poquito, la verdad..., pero me lo merecía. —Le siguió el juego.

—La próxima vez me la dejas a mí, yo hablaré con ella.

—No, amor. Es un poco borde y te va a intimidar... Te vas a hacer caquita encima.

Juliana sonrió. En el fondo le gustaba dar un poquito de miedo.

—No creo que sea para tanto... —dijo endureciendo el tono—. ¿No serás tú la que eres un poco floja?

La detective probó a chincharla, y Valentina entornó los ojos ideando su respuesta.

—Mi dulce July, ¿es que aún no me conoces? —dijo desafiante.

—¿July? —Frunció el ceño—. ¿Qué es eso?

—¿No te gusta?

—No.

—No tenemos ningún apodo cariñoso.

—A mí me gustan Valentina y Juliana.

—¿Tus novias nunca te han llamado de forma especial? ¿Con algún apodo sexy?

"Sexy" dicho con la voz ronca de Valentina sí que le sonaba a Juliana muy muy sexy. Guardó silencio pensativa, así que la investigadora se inclinó hacia delante y le giró el rostro para mirarla a los ojos.

—Confiesa.

Juliana la miró toda seria y dijo:

—Violetta me llamaba comandante. —Y a continuación susurró entre tímida y orgullosa—: ... Y no solo porque mi padre lo sea...

Valentina también la miró seria, sin comprender en un principio, hasta que se dio cuenta de que se refería a un apodo que indicaba quién llevaba las riendas en el terreno sexual. Y rompió a reír con todas sus ganas, con estruendosas carcajadas que hicieron que se agitara todo su cuerpo y, con él, el de Juliana.

—¿Qué? —protestó la comandante.

Valentina, poco a poco, fue serenándose. La detective no acababa de entender por qué su mote era tan risible.

—Oh, mi dulce comandante —dijo Valentina con recochineo mientras le retiraba un mechón de pelo de su rostro—. ¿Qué hay en la Marina por encima de eso, cariño?

—¿De rango militar?

—Sí.

—Pues... Capitán.

—Pues entonces yo soy eso. Puedes llamarme capitán. Tendrás suerte de que no te relegue a marinero raso.

Juliana hablaba con voz dulce, pero manteniendo la dignidad.

—Yo prefiero ser comandante.

—Ya veremos, cariño.

Valentina giró su rostro para poder besarla en los labios, un beso interrumpido porque a Juliana le dio un escalofrío.

—El agua se está enfriando.

—Pues vamos a calentarla.

La capitana volvió a besarla, sosteniéndole la cabeza para poder atrapar su lengua y jugar con ella. Su mano recorrió el pecho de su inferior en rango hasta llegar a su muslo, su ingle, su sexo. Juliana empezó a sentir calor, a pesar de que un escalofrío volvió a recorrerle el cuerpo.

***

A la mañana siguiente tenían que madrugar para ir a la excursión, pero se hicieron las remolonas en la cama y se levantaron con el tiempo justo para desayunar.

Juliana estaba frente al espejo del baño, apartándose el pelo de la cara para hacerse una coleta, mientras que Valentina se lavaba los dientes junto a ella.

—¡Joder, Valentina! ¡Mira!

La aludida levantó la cabeza y miró a través del cristal hacia donde señalaba Juliana: la parte derecha de su cuello, donde había un hermoso chupetón. Ante la indignación de la comandante, la capitana sonrió.

—Al final te he convertido en mi vampiresa.

—No tiene gracia, ni que tuviéramos quince años.

Juliana intentaba parecer enfadada, pero no acababa de salirle.

—¿Es que solo has hecho chupetones con esa edad? Qué vida más aburrida.

—No, pero antes pregunto.

—¿Preguntas...? —Elevó una ceja.

—Sí, no sé, imagínate que a quien se lo hago al día siguiente tiene algún evento importante o algo así y tiene que ir luciendo eso.

—No jodas, Juliana, que vamos a una excursión por unas ruinas.

—Pero es que se ve a una legua y es verano y no me puedo poner una bufada.

—Cascarrabias. Espera.

Valentina salió del aseo y regresó a los pocos segundos con un pañuelo color verde militar. Le rodeó el cuello con él y se lo anudó por delante.

—No me pega con lo que llevo. Es horrible.

La investigadora la miró a través del espejo.

—Estás lindisima, pareces una exploradora.

—Me vengaré. Y no te pediré permiso.

Valentina se acercó a su oído para susurrarle.

—Eso espero, comandante.

Y le dio una palmada en el culo antes de salir del cuarto baño.

***

La ciudad maya se erguía sobre a un acantilado a cuyos pies se extendía una playa de arenas blancas y aguas turquesas. La vegetación de matorrales bajos y palmeras aparecía por cualquier resquicio que le dejaba el suelo rocoso.

Valentina y Juliana caminaban cogidas de la mano alejadas del grupo de turistas. Ya se habían informado de lo que el guía les iba a mostrar, así que preferían hacer su propia ruta, a su ritmo, deteniéndose en cualquier rincón escondido para robarse un beso o, simplemente, admirando la majestuosidad de los edificios, que parecían desafiar al visitante, orgullosos de haber sobrevivido al paso de los siglos.

Alguien también se había separado del grupo de turistas. Era un hombre de tez curtida por el sol y rostro severo, que no miraba las ruinas, sino a las dos chicas cogidas de la mano. "Haz que parezca un robo", le había dicho la mujer norteamericana. El hombre metió la mano en el bolsillo para comprobar otra vez que llevaba el machete. No era el primer encargo de ese tipo que recibía, pero siempre sentía nervios. Pensó que quizá fueran semejantes a los que experimentaba el músico antes de un concierto. Aunque a diferencia de aquel, en sus espectáculos siempre terminaba alguien muerto.

Valentina y Juliana doblaron la esquina de uno de los edificios que había a los lados del principal.

—Valentina, espérame aquí un momento, voy a pedirle al guía un folleto, no te muevas.

—¿Para qué?

—Espérame aquí.

Juliana la miró tan intensamente, que la investigadora pensó que le tenía preparada una de sus sorpresas, así que hizo lo que le pidió y se sentó en una de las piedras de las ruinas..., durante apenas medio minuto. Se levantó alarmada por los sonidos de lo que parecía un forcejeo y creyó oír la voz de Juliana confundida por el viento. Caminó despacio por donde se había marchado ella y, cuando dobló la esquina, se quedó paralizada al ver a la detective sujetando a un hombre desde atrás por el cuello y retorciéndole un brazo por detrás de la espalda. El tipo protestaba y se resistía con todas sus fuerzas.

—¡¿Qué hace, señorita?!

El tipo hablaba inglés con acento local. La detective se cansó de su forcejeo y le dio un golpe con un pie en las corvas que lo hizo caer al suelo de rodillas.

—¿Por qué nos sigues?

Juliana le habló en voz baja para no alarmar al resto de turistas. De todos modos, estaban lo suficientemente alejados de sus oídos y de sus miradas.

—¿Quién es? —preguntó Valentina.

—Nos ha estado siguiendo desde que salimos del hotel.

—No sé de qué me habla, señorita.

—Dime quién te envía o te rompo el brazo.

—Nadie, no sé nada.

—¡Habla!

Juliana le dio un violento giro en el hombro que le provocó un dolor insoportable. El hombre se quejaba, pero no decía nada. Entonces la detective le palpó los bolsillos con la mano libre y descubrió el machete.

—¿Haces turismo con esto? ¿Eh? ¡¿Quién te envía?! ¡Que te rompo el brazo, joder!

Juliana conocía los puntos más dolorosos del cuerpo humano y cómo manipular un brazo para provocar dolor. Y lo estaba haciendo con todas sus fuerzas. Lanzó el cuchillo al suelo y así poder utilizar sus dos brazos para infringirlo.

—No lo sé, lo juro. ¡No lo sé!

—Di lo que sepas.

—Me contrató una mujer, pero no dijo su nombre, me pagó en efectivo y me dijo que me pagaría más cuando terminara el trabajo.

—¿Para qué te contrató?

—Para... matarla a usted.

Juliana apretó la mandíbula y miró a Valentina.

—Saca el móvil y busca en internet una foto de Mika Andrews —pidió a Valentina.

La investigadora la obedeció al instante y enseguida encontró la imagen de una mujer trajeada en cuyo pie de foto decía que formaba parte del equipo municipal del alcalde Williams. Puso el móvil delante de la cara del tipo.

—¿Es esta mujer? —le preguntó Juliana al mismo tiempo que forzaba un poco más su maltrecho brazo.

—Sí, sí —dijo jadeando.

El resto de la mañana lo gastaron en llevar al individuo a las autoridades. La detective les dijo lo que el tipo confesó, aunque, por supuesto, él lo negó todo. Allí lo dejaron, pero sabían que, ante la falta de evidencias, no tardarían en soltarlo.

Juliana llamó por teléfono a Beltran para comunicarle lo sucedido y este le dijo que ya tenían la orden para el registro y que este era inminente.

—Pues haz una filtración, que lo sepan.

—¿Para qué? —preguntó el capitán.

—Para que no intenten atentar contra nadie más. Para que sepan que ya está en curso y que no podrán detenerlo hagan lo que hagan.

—Eso les dará tiempo para destruir documentación.

—No se esperan lo del local, creen que solo es un tema económico, el resto nos da igual.

—Pero a los de delitos fiscales no les va a dar igual.

—Recuerda que ellos son un medio para lograr nuestros objetivos, y lo saben. Tendrán que comprender.

—También lo puedo hacer a sus espaldas —dijo Beltran.

—Tú verás el nivel de compromiso que tienes con ellos. Yo lo haría sin mentiras.

—Está bien, lo consultaré con ellos.

—Consúltalo si quieres..., pero hazlo de todos modos.

—Pareces tú el capitán..., dándome órdenes a mí.

—Perdona, Beltran, no es una orden, es mi opinión, siento si he-

—No, no, no... —la interrumpió—. No es un reproche. Eso es lo que me gusta de ti.

—Gracias, capitán.

—¿Vas a apurar tu luna de miel o regresas?

Juliana tardó un poquito en contestar.

***

—¿Nos quedamos? —preguntó Valentina con el ceño fruncido—. Han intentado matarte, Juliana. Lo pueden volver a hacer.

—En unas horas se va a filtrar la orden para hacer los registros. Ya no les serviría de nada. Nos quedaremos en el hotel hasta que me lo confirme Beltran.

—¿Estás segura?

Valentina se acercó y la rodeó con sus brazos. Sus ojos estaban muy cerca.

—No voy a interrumpir mi luna de miel por ese detalle sin importancia.

Valentina sonrió.

—Creo que necesitas revisar tu escala de qué tiene o no importancia.

—¿Qué podríamos hacer mientras?

Juliana le lamió los labios provocativamente para darle una pista.

Dos minutos más tarde ya estaban en la cama, aún con la mitad de la ropa puesta. Juliana sobre Valentina, sus manos sobre las de ella inmovilizadas a ambos lados de la cabeza y su cara hundida en su cuello, haciéndole cosquillas con la lengua. En cuanto la investigadora sintió cómo succionaba sin piedad su cuello, se defendió entre risas.

—No, no, no, no, no...

Pero Juliana había decidido que hoy mandaba ella. Ya estaba hecho, su venganza se había cumplido. Al día siguiente su flamante esposa luciría un chupetón a juego con el suyo... Y solo tenían un pañuelo. ¿Se avecinaba el drama?

***

Dos días después, el drama estaba en otra parte.

La orden de registro se había hecho efectiva. Los oficiales de policía campaban a sus anchas por los despachos de la sede central de la Rothenberg Corporation, incluido el despacho de Wooden Roth. Pero él estaba preparado y tranquilo... Hasta que David Miller, uno de los asesores de Jaha, entró en la habitación y se acercó hasta él.

—¿Qué haces aquí?

No le gustaba que los vieran juntos. Jason frunció el ceño porque la cara del asesor presagiaba malas noticias.

—Están registrando el almacén... —dijo en un susurro.

Su sorpresa fue mayúscula, sabía a qué lugar se refería, era donde estaba todo lo que no debían descubrir. Desde luego, eso no entraba en los planes del magnate, y la risita de autosuficiencia que lucía segundos antes se borró por completo de la cara de Big W. 

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Esta historia NO me pertenece, es una adaptación realizada con la autorización de su autoa @SilviaKa1  


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