C1-JAMES

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Valentina abrió la puerta de su despacho. Sobre el cristal esmerilado se podía leer "Carvajal Investigations". Valentina, por lo tanto, era la dueña del negocio. Sin embargo, cada vez que llegaba un nuevo cliente, que no eran muchos, tenía que soportar la misma cantinela: "Buenos día señorita, ¿está el señor Carvajal?" "Yo soy la se-ño-ra Carvajal", remarcaba la palabra. "Ya, pero ¿podría hablar con el señor Carvajal?". La exasperaba sobremanera que todos y todas, sin excepción, la tomaran por la secretaria del, seguramente, gran investigador y respetable señor Carvajal. Pero no había ningún señor Carvajal, sólo ella, la gran y respetable investigadora Valentina Carvajal... Al menos lo sería algún día.

­—¿Había bombillas de esas? —Victoria levantó la vista del ordenador.

—Sí —dijo Valentina mientras dejaba la bolsa con la bombilla sobre su mesa de trabajo.

Victoria Mora era morena, de piel tostada y ojos oscuros, mientras que Valentina era rubia, de piel clara y ojos azules. Eran grandes amigas. Se conocieron en la universidad, más concretamente en las fiestas de la universidad, ya que estudiaban carreras distintas; la morena hizo una ingeniería cuyo nombre nunca lograba recordar Valentina (¿ingeniería electrónica, mecánica, informática?, es que como sabía de todo...) y la rubia estudió Bellas Artes. Cómo acabó de detective privado... es otra historia.

El despacho era acogedor, pero no era de diseño precisamente: había un sofá que conoció tiempos mejores, la mesa del ordenador donde trabajaba Mora era de estilo moderno y parecía nueva, mientras que la mesa donde se sentó Valentina provenía de un saldo. Tampoco había una silla igual a otra, ni la sencilla silla de ruedas de Victoria, ni el sillón de señor mayor de la mesa de Valentina, ni las dos sillas habilitadas para los clientes al otro lado.

Valentina se dispuso a reemplazar la bombilla estropeada del flexo.

—¿Lo hago yo? —se ofreció Victoria.

—Creo que no me hace falta una ingeniería para cambiar una bombilla.

Victoria se encogió de hombros y volvió su atención al ordenador. La falta de clientes, e ingresos, volvía a Valentina un poco irascible.

—¿Qué haces? —preguntó la rubia.

—Chismoseo casos antiguos de desaparecidos.

—¿Te has vuelto a meter en el sistema de la poli?

—Más o menos.

—¿Más o menos? ¿Sí o no?

—Sííí. Pero en los expedientes antiguos... esos tienen poco control.

Valentina sostenía la bombilla nueva en la mano, que agitaba al tiempo que hablaba.

—¿Y eso nos va a dar trabajo? —ironizó Valentina.

—¿Nos? Te recuerdo que yo no cobro nada. Lo hago para ayudarte.

—Lo haces porque no tienes trabajo y te aburres. Y gastas luz...

Victoria resopló.

—Uf, Valentina, te pones imposible... Estoy buscando a ver quiénes contrataron los servicios de un detective privado. Te podrías pasar por sus casas y dejarles amablemente tu tarjeta y tu mejor sonrisa.

Valentina respiró hondo. Sabía que estaba siendo insufrible, pero estar con la cuenta al límite no ayudaba nada a su humor.

—La gente no toma en serio a una mujer joven como investigadora, está claro.

—Y encima rubia, y que está buena.

—¿Y qué hago? ¿Me tiño? ¿Me visto como una monja?

Victoria la observó mientras colocaba la bombilla con no poca dificultad.

—Deberías llevar camisas y trajes de chaqueta y pantalón. Y el pelo recogido, pero no en una coleta de colegiala. Y evitar las camisetas ajustadas y las chupas de cuero.

Valentina tenía el pelo recogido en una coleta alta con mechones rebeldes cayéndole sobre ambos lados de la cara, llevaba vaqueros, una camiseta negra ajustada que marcaba sus generosos pechos, y sobre el respaldo de la silla descansaba su amada chaqueta de cuero. El conjunto le hacía aparentar menos años de sus ya casi treinta.

Valentina ignoró a Victoria y pulsó el interruptor de la lámpara con el ceño fruncido. Pero no se encendió.

—Esto no va.

Al final, con media sonrisa de autosuficiencia, la morena fue hasta ella y le arrebató la lámpara de las manos. Cogió la bombilla "fundida" de la mesa y la observó con atención.

—No es la bombilla —sentenció.

—¿Y para saber eso necesitas una ingeniería? —volvió a ironizar Valentina.

—Obviamente, sí.

Y se puso a destripar la lámpara.

Media hora más tarde, el flexo funcionaba perfectamente y, además, disponía de una bombilla de repuesto.

—Eres como MacGyver, pero en chica.

—En chica buena.

—Y modesta.

El móvil de Valentina sonó y vibró un par de veces y la chica lo sacó del bolsillo de su pantalón. En cuanto vio el mensaje en la pantalla puso cara de hartazgo.

—Uf, qué pesado, por dios.

—¿Robert? —preguntó Victoria.

—No para el tío.

—Si es que al final siempre caes.

Robert era el ex del instituto de Victoria y, en la actualidad, sexo esporádico para Valentina.

—Ya no. Se acabó.

Victoria sonrió de medio lado.

—Lo que tú digas.

Ahora el que vibró fue el móvil de Victoria.

—Jackie, que si nos tomamos algo.

Valentina se encogió de hombros.

—Total, no vamos a salir de pobres...

***

El garito era oscuro, ruidoso y estaba abarrotado de gente. Aun así, las tres amigas se las apañaron para encontrar una mesa en un rincón donde hablaban a voces.

—No sabes el caso que tiene mi hermano entre manos —dijo Jackie.

La chica era morena de ojos verdes, tan guapa como sus amigas, y su hermano era Kevin Fletcher, policía de Los Ángeles y eterno pretendiente de Valentina.

—¡Han secuestrado a James! —continuó Jackie.

—¿James? ¿James Lewis? ¿Del insti? —preguntó Valentina.

—Sí —contestó su amiga.

—Qué fuerte, ¿no? —dijo Victoria—. Tener pasta no es tan bueno... ¿Ves, Valentina? Nosotras no corremos ese riesgo.

James Lewis fue adoptado con diez años por la familia McAdams ante la insistencia de su mejor amigo, Erick McAdams. Desde que se conocieron en el colegio se hicieron inseparables. Entonces, James quedó huérfano y el pequeño Erick quería un hermanito. Así que su madre se lo "compró"... En realidad, no fue del todo así, pero la inmensa fortuna de los McAdams ayudó bastante a agilizar el proceso.

—¿Lo han secuestrado? ¿En serio? —siguió preguntando Valentina.

—Que sí, pero no sé nada más, porque ya sabes lo dramático que es Kevin con su trabajo. Todo es siempre supersecreto.

Victoria le dio un codazo a Valentina y esta se quejó y la miró con el ceño fruncido.

—Llama a Erick, ofrécele tus servicios.

—¿Cómo voy a hacer eso?

—Nos vimos hace poco, Erick te adora, no pierdes nada.

—Él ya sabe que soy investigadora privada, si lo considera oportuno me llamará.

—Victoria tiene razón, sólo tienes que llamarle y preguntar que cómo está, como amiga —intervino Jackie.

Valentina se lo estaba pensando.

—¡Claro! —insistió Victoria.

—Bueno, ya veré mañana.

—Llámale ahora.

—Que no, Victoria, no te pongas pesada, mañana. También podrian llamarle ustedes.

—Es más amigo tuyo —dijo Jackie.

Valentina se dio por vencida, le llamaría, sí. Tras unos minutos de silencio, Victoria se dirigió a Jackie.

—Oye, ¿y tú dónde te has metido esta semana? Que no te he visto el pelo ninguna noche.

Victoria y Jackie compartían piso, Valentina se había "independizado" de ellas, pero no sabía por cuánto tiempo podría mantener la renta de su casa-oficina. De hecho, su despacho formaba parte del piso que tenía alquilado: tras una puerta había una pequeña salita con barra americana que servía de comedor, además de un dormitorio y un baño. Allí vivía y trabajaba.

Jackie se encogió de hombros esquiva ante el comentario de Victoria.

—Mi hermano, que anda siempre con historias, quería hablar...

—¿Va todo bien? —se interesó Valentina.

—Sí, ya le conoces, a veces se pone un poco intenso.

—¿Todavía se hace pajas pensando en Valentina? —intervino Victoria.

La aludida le dio un codazo.

—Pero qué bruta eres, Mora.

Mora ya había bebido unas cuantas cervezas y tenía la lengua suelta. Se acercó a Jackie y le habló en modo confidencia, pero lo suficientemente alto como para que lo oyera su otra amiga.

—Cuando se enfada me llama por mi apellido, como si estuviéramos en el cole y fuera la profe.

—Si es que pareces una cría —se defendió Valentina.

—De verdad —sonrió Jackie—, cómo son, siempre están peleando, parecen un matrimonio cascarrabias.

Las dos amigas se miraron y rompieron a reír por la ocurrencia.

En ese momento, una chica de enmarañado pelo negro y vestimenta entre hippy y grunge, se acercó a ellas y rodeó a Victoria desde atrás por los hombros, haciendo que esta se volviera. Sin mediar palabra, la recién llegada le plantó un beso en los labios.

—Hola, guapa —le dijo a Victoria—. Hola, chicas.

—Hola, bombón —replicó Victoria con una sonrisa.

—Violeta, qué tal —saludó Valentina—. No se detengan por nosotras, ¿eh? Pueden comerse la boca lo que quieran— añadió con ironía.

—Envidia —dijo Victoria.

A pesar de su complexión menuda, Violeta era experta en defensa personal y trabajaba en el gimnasio al que acudía Victoria cuando su bolsillo se lo permitía. Así se conocieron hacía tres meses. Violeta se sentó a la mesa junto a las tres amigas, que conversaron de temas intrascendentes el resto de la noche.

***

El despacho estaba perfectamente ordenado. Una chaqueta de traje colgaba pulcramente del perchero junto a un sobrio bolso. La propietaria de esas prendas estaba sentada en el escritorio ojeando los papeles de una carpeta. Tenía el cabello negro semirrecogido en una cola baja, que dejaba escapar graciosos mechones que caían perfectamente por sus sienes. Llevaba una camisa blanca con los precisos botones desabrochados, ni más ni menos, los necesarios para no dejar ver más de la cuenta, pero los suficientes para desear ver algo más. La mujer sostenía en sus manos la foto de un chico flacucho y de sonrisa graciosa sobre la que rezaba el nombre "James Lewis". Pero algo llamó la atención de su mesa: era el calendario de taco, que estaba delante de un portarretratos con la foto de una familia feliz: un hombre calvo vestido de militar con el gesto amable, una mujer de mediana edad y sonrisa dulce, y una pequeña Juliana de diez años entre ambos, también sonriendo. Movió la foto delicadamente lo justo para que no fuera tapada. Y volvió a dirigir sus ojos marrones a los papeles que sostenía. Tenía unas manos bonitas, de dedos largos y delgados. No parecía muy alta, pero algo en los serenos rasgos de su rostro y en su porte irradiaba seguridad y elegancia... y seriedad. Todo ello le hacía aparentar más edad de los treinta recién cumplidos que tenía.

Alguien llamó a la puerta y un hombre entró al despacho sin dar tiempo a que la mujer dijera "adelante". Era alto y corpulento, de mediana edad, con una espesa barba que siempre había llevado, y que ahora sería calificada como hípster.

—Juliana, hay novedades —dijo enérgicamente.

La mujer se levantó con el gesto torcido y habló para sí, aunque audible para el hombre.

—No sé qué te cuesta llamarme July, como todos.

—¿Acaso tú me llamas Bel? No. Si yo soy Beltran, tú eres Juliana. Fuera del trabajo ya es otra cosa.

El capitán Beltran Camacho era un buen superior, tan cercano a veces a sus oficiales que de vez en cuando tenía que marcar los límites dentro de la comisaría.

Juliana caminó con largos y pausados pasos y cerró la puerta al salir. En el cristal esmerilado se podía leer "Juliana Valdés Homicide Detective LAPD" (Detective de Homicidios del Departamento de Policía de Los Ángeles).

Beltran acompañó a Juliana hasta la sala de reuniones, donde esperaba el multirracial equipo de la detective: David, Sophia, Kevin y Michael. El primero era un chico mulato alto y fornido, con el pelo rapado y una sonrisa que dulcificaba un rostro de rasgos armónicos. Sophia era una mujer negra de gesto severo, cuerpo menudo y ojos despiertos. Kevin era de piel clara y de pelo y ojos negros. Por último, Michael tenía los ojos claros y una tez pálida que contrastaba con su oscuro cabello. Los cuatro miraron a sus jefes cuando estos entraron en la sala. David era el encargado de dar las explicaciones frente a una pizarra repleta con fotos relativas al caso que llevaban entre manos, mientras que sus compañeros estaban de pie apoyados en la gran mesa de reuniones que tenían a sus espaldas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Juliana.

—Los secuestradores han vuelto a llamar a la familia McAdams. Piden más dinero.

Juliana frunció el ceño.

—¿Más dinero? Eso es muy inusual.

—Todo en este caso es inusual. No me gusta —intervino Sophia.

—¿Y la orden para intervenir los teléfonos de la familia dónde está? —preguntó Juliana a Beltran.

—Llegando.

—Si la hubiéramos tenido ya podríamos haber localizado la llamada.

—Han pedido otro medio millón —añadió David— y los McAdams les han exigido una prueba de vida y entonces han colgado.

—Esta gente no parece profesional —dijo Kevin.

—¿Y no será ahora algún oportunista que se quiere aprovechar de la situación? —añadió Michael.

—El secuestro no ha trascendido —dijo Kevin.

—Siempre hay filtraciones, seguro que tu hermana ya lo sabe —sentenció Sophia mirando a Kevin, entonces se dirigió a Michael sin cambiar su gesto severo—y tu mujer.

Los aludidos callaron. Esa mujer les imponía.

—¿Las investigamos? —dijo socarrón el capitán Camacho.

Juliana escuchaba atenta las intervenciones de su equipo. Todo en ese caso había sido extraño desde el principio. Como era extraño que le hubieran adjudicado a un equipo de homicidios un caso de secuestro. Pero la familia McAdams era muy influyente, además de amiga del alcalde de la ciudad, Steve Williams, y este se había empeñado en que el caso fuera llevado por el respetado capitán Beltran Camacho y por su ojito derecho, la detective Valdés, la primera de su promoción, la más joven en lograr ese puesto, la que resolvía más casos... la más.

***

Los dedos de Valentina tamborileaban nerviosos sobre la mesa de su despacho. Estaba sentada mirando fijamente al teléfono, como si pudiera hacerlo sonar si se concentraba mucho. En realidad, su mente se debatía entre llamar o no a su amigo Erick y preguntarle "desinteresadamente" qué tal estaba. Quizás ya lo habría hecho si no fuera investigadora, ¿lo habría hecho? Ni idea. La urgencia de necesitar un caso ya no la dejaba pensar con claridad.

En la otra mesa, Victoria levantó la vista del ordenador y miró a su amiga, la estaba poniendo nerviosa con el repiqueteo de los dedos sobre la madera.

—¿Vas a llamar o no?

Valentina se mordió el labio y detuvo su mano que, lentamente, se dirigió hacia el teléfono. ¡Ring! El aparato comenzó a sonar y la chica se asustó tanto que retiró la mano como si le hubiese dado una descarga eléctrica.

—¡Joder, qué susto! —chilló la rubia.

Victoria soltó una carcajada y Valentina la miró con los ojos como platos.

—¡Funciona!, lo he hecho con la mente.

—Calla y contesta de una vez, idiota —dijo Victoria entre risas.

Y Valentina, al cuarto tono, contestó. Al otro lado la sorprendió la voz de su amigo Erick que, al borde de las lágrimas y de forma atropellada, le explicó lo sucedido a su hermanastro James, que estaban desesperados, que recordó que ella era detective y que su madre quería reunirse con ella para contratar sus servicios.

Cuando Valentina colgó, miró a su amiga enarcando una ceja con autosuficiencia.

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Esta historia NO me pertenece es una adaptación realizada con la autorización de su autora SilviaKa1 que muy amablemente compartio su historia con nosotras! Muchas gracias

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