C15 - SOUL

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Juliana observaba el cuerpo sin vida de Arthur Beard, el director de la galería de arte Soul. Su hijo Elliot había encontrado el cadáver al llegar esa mañana a las instalaciones. El muerto yacía en mitad de una de las salas, con la cabeza sobre un charco de sangre. Le habían pegado un tiro a bocajarro.

—Parece una ejecución —dijo Sophia.

Con la detective, además de la oficial, habían ido David y un equipo forense.

Hacía ya dos semanas que encerraron a Rox y su banda. Estaban en prisión a la espera de juicio, tenían las suficientes pruebas para ello. Alan se recuperaba de sus heridas junto a su hija en un lugar seguro, preparado para volver a la vida cuando tuviera que testificar.

También hacía dos semanas desde la última vez que Juliana vio a Valentina. Y no lo llevaba nada bien. Tenía la sensación de que un gran malentendido, una mala combinación de los astros las había separado, pero que ese no era su sino. Algo se había quedado a medias, más bien, a punto de empezar, y eso le provocaba un desasosiego que no sabía cómo gestionar. Todos los días, a todas horas, Valentina estaba en su mente.

—¡Dios mío!

Un hombre de mediana edad, vestido con un impecable traje, acababa de llegar a la galería y se había enterado de lo sucedido por boca de Elliot Beard.

—Es Raphael Gylls , el socio de mi padre —Elliot se lo presentó a Juliana.

Y le tomaron declaración. Los dos hombres decían tener coartada para esa noche y su consternación parecía genuina.

***

El caso que Valentina llevaba entre manos destilaba mucho menos glamur: de nuevo, su especialidad, un asunto de infidelidades.

—¿Has pasado ya las fotos? —preguntó secamente Valentina.

Habían pillado al marido de una reputada empresaria tirándose a la niñera.

—Aún no, estoy reajustando los parámetros de la publicidad en la web—dijo Victoria.

—¿Otra vez con la publicidad?

—Pues sí, es lo que te va a traer clientes.

—Va a venir la señora esa y tengo que darle las fotos —Valentina sonó borde.

—No viene hasta esta tarde, Valentina, tengo tiempo de sobra.

—Es que estás siempre con la publicidad, ni que te fueran a dar un premio.

—No busco un premio, me basta con un agradecimiento —el tono de Victoria era ahora también un poco borde.

—Te estoy pagando, no tengo por qué agradecerte cada cosa que hagas.

—Mira, Valentina, ¿por qué no llamas a Brenda y te desestresas un poco con ella? Estás insoportable.

Valentina se limitó a sacarle la lengua haciéndole burla.

—¿Quieres que la llame?

—No.

—¿Te monto una fiesta?

—Que no.

—¿Cogemos?

—Joder, Mora, deja de decir tonterias, que no estoy de humor.

—Tú te lo pierdes.

Victoria estaba verdaderamente preocupada por su amiga, sus tonterías siempre conseguían sacarle una sonrisa, pero desde hacía dos semanas, no.

Durante ese tiempo, el sexo esporádicamente regular de Valentina ya no era Robert, sino Brenda, aunque quizás era pronto para calificarlo de "regular", porque sólo se habían acostado tres veces en las últimas dos semanas. Y no por falta de insistencia de la comerciante. La verdad es que Valentina le había dicho la última vez que estuvieron juntas que ya no más. No le parecía correcto, porque le pasaba lo que le pasó la última vez con Robert y todas las veces con Brenda, que Juliana invadía su mente sin su permiso y ya no se la podía sacar de la cabeza durante todo el acto... Así que primero tenía que olvidarla y después comenzar a socializar de nuevo. Eso es lo que se había repetido desde ese último encuentro sexual. Y pensaba cumplirlo. Cual propósito de Año Nuevo, su meta inmediata era olvidarse de Juliana.

***

En cambio, Juliana contaba los días que llevaba sin ver a Valentina como quien cuenta una condena. Su teoría de que el amor era una debilidad que no podía permitirse se había hecho añicos. Ahora quería permitírsela. La verdad es que en el fondo sabía que nunca se la había terminado de creer, y que no era más que una barrera de protección que con Valentina había saltado por los aires. El caso es que tenía que volver a contactar con ella, pero no sabía ni cómo conseguir siquiera que le contestara al teléfono. Esperaría un poco más. Ella era paciente, pero la paciencia se le estaba acabando y su nivel de ansiedad no dejaba de subir.

El teléfono sonó. Llevaba sólo quince minutos en su despacho y ya había respondido a cuatro llamadas: tres de sus oficiales comentándole las últimas novedades forenses del caso Soul y, la última, de Beltran, pidiéndole un informe de lo relativo al caso hasta ese momento. Y ahora era Debora, rogándole que esa tarde fuera con ella a ver unas muestras de no sé qué para no sé qué del local de su clínica. Juliana sentía una opresión en el pecho que le dificultaba respirar, tenía que salir de allí y permitirse un momento de relax, de silencio, de soledad.

Salió de su despacho y fue al lugar más tranquilo que se le ocurrió dentro de la comisaría, el almacén. Entró sin encender la luz, se apoyó en la pared, cerró los ojos y respiró hondo, intentando sin éxito llenar a fondo de aire sus pulmones. Necesitaba un poco de tiempo. Respirar e inspirar, respirar e inspirar... Así de simple y, a veces, tan complicado.

Pero encontrar un poco de paz en esa comisaría no era simple. La puerta del almacén se abrió y dos figuras entraron y volvieron a cerrar sin encender la luz.

—No puedo esperar al fin de semana.

¿Ese era Michael? Se preguntó Juliana.

—YO soy el que no puede esperar.

Y las dos figuras se fundieron en un apasionado beso.

—¿Fletcher? —eso lo dijo Juliana en voz alta.

Kevin y Michael se separaron con tanto ímpetu que casi se caen de culo. Juliana encendió la luz y comprobó que, efectivamente, eran sus oficiales.

Los tres se quedaron mirándose entre sí como pasmarotes, hasta que Juliana levantó la mano derecha.

—No es asunto mío.

Y salió del almacén. Lo que le faltaba, lidiar con un romance dentro de su equipo.

Entró a su despacho como quien entra en un oasis, deseando encontrar la paz que el mundo se negaba a darle. Bajó las persianas de la cristalera, descolgó el teléfono, se sentó en su cómodo sillón y echó la cabeza hacia atrás. Sólo necesitaba cinco minutos de silencio. De pronto, tras un par de minutos de calma, una idea cobró vida en su cabeza, y sonrió involuntariamente. Eso es. Sólo tenía que proponérsela a Beltran. Fue a coger el teléfono para hablar con el capitán, pero no, el mundo seguía sin estar de su parte, y Kevin entró tras tocar levemente en la puerta.

—Valdés, no es lo que piensas. Ha sido un momento de debilidad, de confusión.

—No voy a decir nada, Fletcher. Sólo sean discretos, son compañeros.

—Estoy... Mira, Juliana —era una de las pocas veces que la llamaba por su nombre—, a mí quien realmente me gusta es Valentina —lo que le faltaba por oír a la detective—. Pero es duro, lo nuestro es complicado.

¿Complicado? ¿A qué se refería Kevin? ¿Era complicado porque simplemente no existía? Juliana había notado cercanía, era cierto, pero ¿era romántica?

—O sea, que sí que han tenido algo —la detective quería saber.

—Bueno, no, aún no.

—Mira, Kevin —ella también lo llamó por su nombre de pila—, me da igual tu vida privada, simplemente, mantenla fuera del trabajo.

El chico asintió vehementemente.

—Sí, sí, por supuesto, lo de hoy ha sido la primera vez y la última. Yo no..., lo que has visto no va a volver a pasar. Ha sido... un juego tonto.

—Déjalo, Kevin, me da igual, de verdad. Y ahora, si no te importa, tengo mucho que hacer.

—Sí, claro. Pero... es Valentina quien me interesa, quiero aclarar eso, siempre ha sido ella. Voy a ir a por ella, ahora lo tengo más claro que nunca.

Juliana apretó la mandíbula y disimuló su irritación lo mejor que pudo.

—Muy bien.

—Gracias... me voy... sigo con el caso.

Juliana asintió y resopló en cuanto el chico salió de su despacho. Inmediatamente, volvió a pensar en la idea que minutos antes se había iluminado en su mente, ahora sólo esperaba que a Fletcher no le diera por perseguir a Valentina.

***

Su móvil vibró sobre la mesa, junto la portátil. Era Juliana. Hacía ya diez días que no la llamaba. No sabía por qué, pero los había contado. A Valentina le dio una punzada en el pecho. Así era imposible olvidarse. No lo iba a coger, no quería escuchar sus excusas ni sus lecciones. Pero no cortó la llamada. Igual era para algo sobre el caso de Alan. Quizá la llamara luego. Ya lo pensaría después.

Pero no le dio tiempo a pensárselo mucho, porque a los escasos minutos recibió un mensaje de ella.

Juliana: Hola, Valentina. ¿Qué tal estás? Quisiera hablar contigo sobre un caso. ¿Podrías venir a la comisaría esta tarde? Un saludo.

Valentina leyó el texto varias veces. El mensaje de la detective Valdés era tan absolutamente profesional, correcto y distante... que la irritaba. No sabía por qué, pero le molestaba esa frialdad que le recordaba a su sibilina actuación en el caso de James. La hizo esperar una hora antes de responder.

Valentina: Ok

No se molestó ni en escribir el punto final. La verdad es que no se soportaba a sí misma cuando era tan infantil, pero no podía evitarlo. En cuanto envió el mensaje se arrepintió de su tono, o de la ausencia de él. Le gustaría mostrar indiferencia, pero su desdén no lo era; quería que no le importara, pero su reacción era síntoma de que sí le importaba. Juliana le importaba.

***

Valentina respiró hondo y llamó a la puerta del despacho de la detective Valdés.

—Adelante.

La detective se levantó de su sillón como deferencia a la investigadora y le indicó que se sentara en la silla libre al otro lado de la mesa.

—Hola, Valentina. Siéntate por favor.

"Qué guapa está", fue el pensamiento involuntario de ambas. Juliana iba, como siempre, impecablemente vestida con un traje de chaqueta, pantalón y camisa, y llevaba el pelo semirrecogido en una cola baja que dejaba escapar unos estudiados mechones a ambos lados de su cara. Valentina tenía el pelo suelto e iba vestida con sus vaqueros más nuevos, una camisa formal y su amada chupa de cuero, que le daba el toque rebelde a su actitud y a sus intenciones.

—Hola —saludó escuetamente Valentina mientras se sentaba en la silla indicada.

Juliana se aclaró la garganta antes de hablar.

—¿Qué tal? ¿Cómo te va?

—Muy bien.

—¿Qué tal tu hombro?

—Perfecto.

La detective asintió y respiró hondo, estaba claro que Valentina no le iba a facilitar la conversación, así que mejor ir al grano.

—¿Conoces la galería Soul?

Valentina frunció el ceño extrañada por la pregunta.

—Claro, es una de las más importantes de la ciudad, ¿por qué?

—Anoche asesinaron a su director y mayor accionista, Arthur Beard.

—¿Asesinado?

—Sí, de un tiro en la cabeza, en la galería, probablemente de alguien que conocía. Parecía una ejecución, como si quisieran enviar un mensaje a otra persona. Después del asesinato borraron las cámaras de seguridad. Todo apunta a que lo hizo un profesional. En quince minutos tenemos una reunión con el equipo forense y sabremos más datos.

—¿Y qué tiene esto que ver conmigo?

—He pensado que podrías echarnos una mano como experta que eres en arte.

Valentina elevó las cejas con diversión.

—¿Experta?

—Has estudiado Bellas Artes, ¿no?

—Y es que no hay más "expertos" en Los Ángeles.

Juliana se estaba empezando a cansar de la actitud de la investigadora.

—He visto cómo haces el trabajo de campo, interactuaste muy bien con Alan, no conozco otro experto en arte que haga lo mismo.

—¿Experto para hacer qué?

—El viernes se inaugura en la galería una importante exposición. El hijo del fallecido, que ahora ocupa su puesto, no ha querido interrumpir la agenda de la galería. Su padre no lo habría querido, según él. Quiero que vayas y que te presentes como marchante de arte y que suenes creíble, para eso necesitamos tus conocimientos en historia del arte. Queremos que entables contacto con el hijo, Elliot Beard, y con el socio minoritario, Raphael Gylls, y que intentes sacarles algo, lo que sea, si la galería o el padre tenían deudas, o frecuentaba malas compañías, o estaba metido en algo turbio... De momento vamos a ciegas.

—¿Tengo opción a negarme a colaborar? ¿O es una orden? —dijo con cierta ironía.

Juliana la miró ahora intensamente.

—No tienes ninguna obligación. Pero te informo de que serás remunerada. La policía tiene previsto en sus presupuestos el pago a colaboradores externos.

Esas palabras hicieron que Valentina se sintiera un poco ruin. Por supuesto que iba a colaborar, lo necesitaba su currículo, sólo que le costaba darle del gusto a Juliana sin dar un poco de guerra. De nuevo, no podía evitarlo.

—Está bien... lo haré.

—Gracias.

—¿Vendrá alguien conmigo?

A Juliana se le torció el gesto.

—Sí, Kevin Fletcher te acompañará... ha insistido. David y yo también iremos, pero ya nos han visto, así que iremos como policías.

Valentina esperó a que la detective dijera algo más, pero no lo hizo.

—Muy bien, pues si eso es todo...

—Sí —Juliana miró su reloj—. ¿Te apetece un café antes de la reunión?

Valentina tardó un segundo más de lo necesario en responder.

—Vale.

Un par de minutos más tarde, la detective preparaba dos cafés en la salita de descanso. En cuanto terminó, se sentó en una mesa frente a Valentina y le tendió el suyo.

—Cortado con poca azúcar.

Juliana sonrió con tanta dulzura que hizo sonreír levemente a su acompañante.

—Gracias.

—¿Estás en algún caso?

—Sí..., pero nada importante.

Los humos de Valentina se habían amansado algo y Juliana decidió aprovecharlo.

—Todos los casos son importantes para tus clientes...

Juliana sonó sincera y Valentina se sorprendió de que se acorara de las palabras que ella misma dijo la primera vez que se vieron.

—El marido de una ejecutiva con mucha pasta le esta poniendo el cuerno con la niñera, le hemos pillado y eso le va a ahorrar a ella un montón dinero en el divorcio.

—Me alegro por ella.

—Y, gracias a Victoria, todo lo que hemos hecho ha sido ilegal —Valentina la miró retándola.

Juliana se encogió de hombros como si no le importara.

—Soy detective de homicidios, si no hay un cadáver, no me incumbe.

Valentina sonrió y bajó la vista a su café. Juliana también lo hizo y se instaló entre ellas un incómodo silencio. Silencio que rompió la detective usando un tono de voz suave.

—Siento de veras cómo ocurrió todo.

—Entiendo que lo sientas —ironizó Valentina y, después, la miró intensamente—. Haré lo que me pides porque quedará bien en mi expediente, pero como me vuelvas a traicionar...

—No lo haré.

Sus ojos conectaron y se escrutaron durante más tiempo del necesario. La profundidad de la mirada marron de Juliana hipnotizaba a Valentina, doblegaba su ira, mientras que el azul de esta inundaba a la detective de una mezcla de paz y desasosiego, si es que eso era posible. Sus ojos se desconectaron cuanto Sophia entró en la sala.

—Hola, Carvajal.

—Hola, ¿qué tal?

La oficial parecía estar de buen humor y su rictus no era tan severo como de costumbre.

—Te hemos echado de menos. —Entonces miró descaradamente a Juliana mientras hablaba con Valentina—. ¿Sabes quién sobre todo?

A Juliana se le heló la sangre, no se atrevería... Valentina negó con la cabeza sin mirar a la detective, ajena a su desasosiego.

—Ilumíname.

Sophia seguía mirando a Juliana y esta la miraba a ella tragando saliva.

—Alan.

Juliana por fin soltó el aire que retenían sus pulmones.

—¿Has hablado con él?

—Ajá. Después de intentar ligar conmigo me dio recuerdos para tus amigas.

Valentina frunció el ceño confundida.

—¿Mis amigas? Alan no conoce a mis amigas.

La oficial se encogió de hombros.

—Pues serán otras amigas.

Y salió de la salita con su café. Valentina miró a Juliana, y esta, sin poder evitarlo, bajó la vista hasta su escote, lo que hizo a la investigadora caer en la cuenta y reconocer que Sophia era una auténtica cachonda. Entonces se cruzó de brazos y miró con gesto severo a la detective, que subió la vista de nuevo hasta que se encontró con el reproche instalado en esos ojos azules. Y a Juliana, lejos de sentirse pillada, le dio por reír.

—Reconoce que ese tipo tiene gracia.

—Pues a mí no me hace ninguna.

Valentina no entendía cómo ni por qué todas las conversaciones de una manera u otra acababan en sus pechos. ¡Qué cruz! La expresión de gato enfurruñado de la investigadora hizo que Juliana dejara de sonreír..., por respeto. Las dos callaron. Valentina continuó seria mirando al frente, a la lejanía, mientras que la detective observaba su café al tiempo que lo removía con la cucharilla.

Alguien entró en la sala y el rostro de la investigadora se iluminó en cuanto vio que era Kevin.

—Hola, ¿qué hay?—dijo afable el oficial.

Kevin se acercó a ella con una sonrisa de conquistador, se inclinó para darle un par de besos y se sentó junto a las dos mujeres. A Juliana no le hacía ninguna gracia su repentino interés por ella. No tenía ni idea de si su oficial era realmente bisexual o estaba haciendo un teatrillo delante de ella. Y, de repente, se dio cuenta de que la mano de Valentina descansaba sobre el brazo del chico. Ella no era celosa, pero en ese mismo instante descubrió que era capaz de sentir celos, para ser más exactos, el verlos juntos le estaba retorciendo las entrañas.

—Hey, Kev, muy bien —contestó Valentina.

—Ya veo... Tan guapa como siempre.

Eso ya lo había pensado antes Juliana, su oficial le estaba robando sus pensamientos.

—Qué tonto eres. Me han dicho que vamos a hacer un trabajito juntos.

A Valentina le gustaba la compañía del chico, se lo pasaba bien con él, pero no tenía ni idea de las intenciones de su amigo ni de lo que esa situación estaba provocando en la detective.

—Sí, seremos una pareja de marchantes de arte. Bueno, tú serás la marchante y yo tu pareja.

—Mmm, eso no me lo habías dicho —miró a Juliana—.será divertido... Seguro que eres mejor actor que tu jefa.

Valentina quería chincharla un poco. Y lo primero que se le vino a la cabeza a Juliana fue que esa misma mañana había pillado a su oficial besándose con Michael, un hombre.

—Seguro —musitó irónica Juliana.

Valentina no captó la ironía, pero Kevin sí. Ni él mismo sabía si era buen actor o lo que estaba haciendo era genuino. Sólo sabía que se sentía muy atraído por su compañero. Ya se habían acostado un par de veces y le costaba aceptarlo. Michael, en cambio, no era la primera vez que mantenía relaciones con hombres, lo había hecho antes y después de conocer a Emily, y su conciencia estaba tranquila. Era feliz con ella, pero necesitaba esos caprichos, o eso decía él. Así se justificaba. En cambio, Kevin alguna vez había fantaseado con chicos, pero nunca había pasado a la acción. Sólo había tenido novias, aunque no muchas. Él sabía que le gustaban las chicas, pero siempre había flotado en su subconsciente la pregunta de si le gustaban sólo ellas. Y luego estaba Valentina, por quien sentía algo especial, pero ¿cómo de especial? Estaba dispuesto a comprobarlo.

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Esta historia NO me pertenece es una adaptación realizada con la autorización de su autora @SilviaKa1

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