C4 - POLIS(II)

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Eran pasadas las doce y seguían en Polis. Juliana regresó al lado de Valentina y, disimuladamente, le mostró un vaso de tubo protegido por una bolsa de plástico que asomaba del bolsillo interior de su cazadora.

—¿Le has hecho la foto? —preguntó Juliana.

—No. Está muy oscuro. Necesitaría acercarme más.

—No importa, ya tenemos sus huellas, mañana se pasarán los chicos e intentarán acercarse a él con discreción.

Valentina se la quedó mirando.

—Entonces, ¿ya está? ¿No hacemos nada más?

—No, prepararemos un acercamiento, una forma de contactar con él sin que sospeche, a ver qué información directa podemos sacarle.

Valentina asintió poco convencida. Se miraron a los ojos brevemente y después cada una cogió su bebida. Valentina aún tomaba su segundo mojito y Juliana su segunda cerveza. La policía apenas sentía el efecto del alcohol, pero la investigadora privada estaba más desinhibida de lo que normalmente era, y una idea temeraria empezaba a fraguarse en su cabeza. Se tomó un buen trago de su copa y volvió a mirar a la policía.

—¿Tengo ojos de yonqui?

Juliana frunció el ceño sin comprender.

—No.

Valentina se humedeció los dedos con los restos del mojito y se los restregó con fuerza por los ojos. Entonces, ante la mirada atónita de Juliana, cogió su cerveza y se mojó la mano con ella.

—Perdona.

Y se embadurnó el pelo hasta que se le quedó de lo más churretoso. Cuando volvió a mirar a Juliana tenía los ojos enrojecidos por el escozor del alcohol y la raya se le había corrido.

—¿Y ahora?

Juliana sonrió sin comprender.

—Pareces un mapache mojado.

—¿Pero yonqui? —insistió Valentina

—Sí, un mapache yonqui... Pero ¿qué vas a hacer? —preguntó con cierto tono de advertencia.

Entonces Valentina sorprendió a Juliana una vez más al agarrar su brazo con fuerza y mirarla con intensidad.

—Confía en mí.

Y antes de que la policía pudiera darse cuenta, Valentina se bajó del taburete y se dirigió hacia Alan como una flecha. En cuando Juliana fue consciente de lo que estaba haciendo musitó un "no, joder" y se dio la vuelta para observar atentamente, pero desde la distancia, todo lo que hacía su compañera.

Valentina llegó donde estaba el hombre y prácticamente se le echó encima como si hubiese tropezado. Sus manos empezaron a sobarlo con torpeza, invadiendo su espacio personal.

—¡Pero qué coño te pasa!

—Oye, amigo, ¿llevas mierda? —dijo Valentina arrastrando las palabras, clavando sus movimientos y ojos de yonqui con "mono".

Alan se la quitó de encima con un empujón, pero volvió a acercarse a la chica para hablarle al oído.

—Podías ser más disimulada, encanto. Sígueme.

Y Alan se dirigió hacia el fondo del local, seguido por los pasos torpes de Valentina, que tuvo tiempo de mirar hacia donde se encontraba Juliana y guiñarle un ojo. La policía le respondió negando ostensiblemente con la cabeza. Pero ya era tarde y la chica desapareció de su vista.

Juliana se acodó en la barra con el gesto descompuesto, sin saber cómo actuar. ¡Pero será idiota! No sabía qué hacer, si la seguía la expondría a ella y a sí misma. ¡Pero en qué estaría pensando! Entrelazó sus manos con nerviosismo e impotencia y volvió a mirar hacia donde habían desaparecido los dos. Alzó la mano y llamó con urgencia al camarero.

—¡Oye! ¿Qué hay por allí?

El chico miró donde señalaba con el dedo.

—El almacén. ¿Quieres otra cerveza, guapa? —dijo el camarero con una amplia sonrisa.

—No.

El chico cortó la sonrisa de golpe al escuchar el seco tono de la mujer.

Pasaron cinco eternos minutos, a Juliana se le iba a salir el corazón del pecho. Se abrió la cazadora disimuladamente, sacó una pequeña pistola de un bolsillo interior y la metió junto con la mano derecha en el bolsillo exterior, para que estuviera más accesible. Respiró hondo y cerró los ojos antes de encaminarse lentamente y con mirada felina hacia el fondo del garito, hacia la puerta del almacén.

La abrió lentamente, sin dejar de asir la pistola dentro de su bolsillo. Simplemente quería comprobar que todo estaba bien. Avanzó unos pasos, el sitio estaba oscuro y atestado de cajas de alcohol. Agudizó el oído, pero no oía nada. Se adentró un poco más, sus ojos no estaban habituados a la escasa iluminación y, de pronto, de la nada apareció la figura de Alan amenazándola con un bate de béisbol.

—¿Quién coño eres tú? —preguntó el hombre con voz cavernosa.

Valentina apareció detrás de él poniendo los ojos como platos y negando lentamente con la cabeza.

Juliana no sabía qué decir.

—He entrado aquí buscando a mi amiga.

Alan vio el sospechoso bulto que formaba su mano dentro del bolsillo de la cazadora y le dio con el bate.

—¿Sí? ¡¿Y quién carajos eres?! ¡Saca la mano!

Entonces, Valentina pasó de Alan y del bate y se echó al cuello de Juliana con torpeza, aún metida en el papel de yonqui con mono.

—Cariño, nooo, de verdad, que no es lo que parece... solo quería un porrito y para eso sí que llevo pasta, mira.

Con manos torpes se sacó un billete del bolsillo y se lo puso delante de los ojos. Ante el careto inexpresivo de Juliana, Valentina volvió a hablar.

—No me mires así, amor, de verdad que no pensaba hacerle ni mamadas ni nada, te lo juro —se volvió con cara de idiota a Alan—. ¿Verdad que no?

Juliana miraba a Valentina atónita y Alan miraba a Juliana sin fiarse... Y Valentina miraba alternativamente a los dos buscando una solución. Así que no se le ocurrió nada mejor que plantarle un beso en toda la boca que dejó a Juliana aún más paralizada. Entonces, para que reaccionara y pareciera más creíble, Valentina le dio un pellizco en el trasero y Juliana comprendió que no tenía más remedio que corresponder ese falso beso y empezar a mover los labios. Pero en cuanto Valentina, para hacerlo más real, le metió la lengua, Juliana se retiró como si le hubiese dado una descarga eléctrica (probablemente le dio), y, no se sabe cómo, pues la sangre no le llegaba bien al cerebro, fue capaz de articular una frase coherente con las circunstancias.

—¡Ya vale! —dijo casi sin aliento—. Te creo... cariño —Y miró al aún desconfiado Alan—. ¿Te importaría darle el porro, por pavor?

Alan ladeó la cabeza con cierta diversión y habló masticando las palabras.

—No trabajo el costo... es lo que le estaba intentando explicar a tu... novia.

—Ya —dijo Juliana—. No importa. Ya le conseguiré algo por ahí.

—Se me ha puesto dura, preciosidades. Se me ocurre una manera en la que pueden pagarme si estan interesadas en algo más fuerte que el costo... donde caben dos caben tres...

Juliana lo fulminó con la mirada y tiró del brazo de Valentina, que había seguido enganchada a su cuello como si fuera una mochila.

—Vámonos, cariño —dijo Juliana ignorando la proposición de Alan.

Las dos dieron media vuelta y se dirigieron hacia la puerta del almacén, momento que aprovechó Valentina para mirar atrás y continuar con su papel de yonqui lasciva al guiñarle cómplice el ojo a Alan, que le dedicó media sonrisa de machito creído, ya alejado de sus recelos iniciales.

En cuanto las dos regresaron a su lugar de la barra se gritaron al unísono, aunque con disimulo, utilizando exactamente las mismas palabras.

—¡Pero estás idiota!... ¡¿Yo?!

Se señalaron las dos el pecho. Juliana estaba realmente alterada. Agitó la cabeza con pesar, sacó un billete del bolsillo del vaquero y se lo enseñó al camarero antes de dejarlo sobre la barra.

—¡Vámonos! —exigió a Valentina.

Y, dando largas zancadas, la policía atravesó el local de camino a la salida. Valentina la miró alejarse con el ceño fruncido, su rostro expresaba el cabreo que sentía: ¡había estado a punto de arruinarle el plan! Y, como si de un gato enfurruñado se tratase, enseñó los dientes y colocó las manos como si fueran garras a punto de arañar la espalda de la morena.

***

—¡Jamás vuelvas a hacer eso! —Juliana alzó la voz, pero sin llegar a gritar.

Discutían frente a frente a unos metros de la entrada del local.

—¿El qué? ¿Conseguir información útil para la investigación?

—Actuar por tu cuenta sin contar con tu compañero. Te podía haber ocurrido algo, y a mí me has dejado expuesta.

—Te has expuesto tú solita: ¡eres la peor actriz del mundo!

—Será porque no soy actriz, sino policía. ¿Entiendes la diferencia?

—Te dije que confiaras en mí. ¡No iba a pasarme nada, joder!

—La confianza se gana. Deja de ser idiota y admite, al menos, que te has equivocado. Así no se hacen las cosas.

—¡Y una mierda! —Valentina no se bajaba del burro—. Más vale que no te hubiera dicho nada, tendría que haber venido sola y ya tendría medio caso resuelto. Te recuerdo que yo también soy investigadora.

Juliana desvió la mirada y rompió a reír con sorna.

—¿Durante cuánto tiempo? ¿Medio minuto?

A Valentina eso le dolió. Entonces reparó en el bolsillo derecho de su cazadora y sin pedir permiso lo palpó y notó el arma.

—Por dios, pero si llevabas hasta una pistola. La podías haber liado parda.

Juliana ya no reía, la actitud arrogante de la "investigadora" la estaba irritando, y mucho.

—Me vi obligada a intervenir para proteger a una civil.

—¡¿De qué, Juliana?! ¿De un camello de tres al cuarto?

—No lo conoces... Mira, no voy a discutir contigo cómo tiene que proceder una verdadera policía. Simplemente, no actúes nunca jamás por tu cuenta, sin contar con tu compañero... No creo que sea tan difícil de entender.

Valentina alzó su mano izquierda como diciendo "basta".

—Déjame en paz.

Y comenzó a caminar a paso ligero. Estaba enfadada un poco también consigo misma, porque en el fondo, muy en el fondo, sabía que Juliana tenía algo de razón. La policía siguió sus pasos.

—Valentina, ¿de qué han hablado?

—¿Ahora te interesa? —dijo Valentina sin dejar de caminar.

—Sí —Juliana suavizó el tono.

—Necesito un café, vamos a esa cafetería.

Valentina señaló un local al otro lado de la calle y se trastabilló al bajar la acera. Juliana la sujetó del brazo para que no cayera y la miró de reojo.

—¿Estás bien?

Ahora Juliana empezó a dudar de si se había pasado con ella. Prácticamente la había tratado de poco profesional y de un poco inútil. Quizá fue ella quien leyó mal el grado de peligro y se había precipitado. Quizá las dos cervezas le habían alterado su juicio. Fuera lo que fuera, bajó la guardia, y una situación ordinaria se le había complicado por momentos. Y tenía que reconocer que la chica estuvo bien en su papel... demasiado bien.

—Sí —contestó Valentina.

Contestó afirmativamente, pero la verdad es que se sentía un poco mareada. Los dos mojitos se le estaban subiendo de golpe. A lo mejor era cierto lo que decía Juliana y se había precipitado... No podía pensar con claridad. Se detuvo delante de la puerta del local, se volvió hacia Juliana y la miró muy seria.

—La próxima vez contaré contigo.

Y entró en la cafetería sin esperar respuesta.

***

Unos minutos más tarde, Valentina tenía frente a ella una humeante taza de café y Juliana un botellín de agua.

—¿Me dejas lápiz y papel, por favor? —Preguntó Valentina a la chica que le acabada de servir el café.

—Enseguida.

Las dos mujeres quedaron en silencio, evitando mirarse a los ojos. Valentina se concentró en su café mientras que Juliana le daba vueltas a su botellín de agua. Antes de que la situación se hiciera incómoda, la camarera regresó con una hoja y un bolígrafo.

—Gracias.

Valentina comenzó a dibujar ante la mirada confundida de Juliana. Se dio cuenta entonces de que era zurda. Era un detalle sin importancia, pero, no sabe por qué razón, le gustó.

—¿Qué es eso? —Juliana se interesó sinceramente.

—Un tatuaje que llevaba Alan en el antebrazo.

Juliana no dijo nada, se dedicó a observarla dibujar; se fijó en cómo movía hábilmente la mano, cómo su ceño se fruncía por la concentración y en cómo, de vez en cuando, de manera inconsciente, se mordía ligeramente el labio inferior. También descubrió un lunar sobre su labio superior y se sorprendió a sí misma deseando tocarlo. Apartó la vista y bebió un trago de agua.

Valentina terminó el dibujo y se lo mostró a Juliana satisfecha: era una mano abierta, cuya palma estaba formada por una espiral de alambre de pinchos. Juliana tomó el papel.

—Nunca lo había visto.

—Le he preguntado que qué era, pero no me lo ha dicho.

—¿Le has preguntado directamente y no ha sospechado? —dijo Juliana con tono de censura.

—No se lo he preguntado educadamente... Dame la mano.

Y Valentina extendió su mano para que Juliana le tendiera la suya. Entonces se la tomó, le remangó ligeramente la cazadora y le tocó suavemente la muñeca con el dedo gordo. Y escenificó para ella la pregunta que le hizo a Alan, metida de nuevo en su papel de yonqui:

—¡Joder, qué lindo, tío, ¿qué es?!

Juliana apartó el brazo instintivamente ante la caricia de Valentina, pero sonrió ampliamente por lo payasa que había sido. La rubia se fijó por primera vez en cómo la sonrisa de la morena iluminaba su rostro, era una sonrisa contagiosa, dulce. Valentina le correspondió con otra y las dos se quedaron unos segundos enganchadas a esa visión. Hasta que Juliana volvió a ponerse seria.

—Es un buen dibujo, se lo pasaré a los chicos, a ver qué descubren —dijo en tono profesional.

Un nuevo silencio amenazaba con instalarse entre ambas. Normalmente, a Juliana no le importaba el silencio, ella era de pocas palabras y, a veces, la incontinencia verbal de sus interlocutores la aturdía. Pero ahora necesitaba palabras que ocuparan los silencios... los pensamientos y las sensaciones.

—Dibujas muy bien, mira por dónde te va a servir de algo haber estudiado Bellas Artes.

—Sirve para muchas cosas, por ejemplo, potencia la creatividad. Ayuda a improvisar, a no ser cuadriculada.

Valentina lo dijo con toda la intención y Juliana, que no era tonta, lo captó.

—Lástima que la vida no sea una hoja de papel... no hay ni goma de borrar, ni "control zeta" —Juliana se acercó para intimidarla—, si la cagas no hay vuelta atrás.

Valentina también sabía jugar a eso y acercó su rostro un poco más. Podían verse hasta las minúsculas motitas oscuras que salpicaban sus iris.

—Yo no he sido la que ha estado a punto de cagarla.

Se mantuvieron unos segundos la mirada. Valentina lo hizo durante más tiempo, pero Juliana no pudo evitar mirar sus labios durante un pestañeo, tras lo cual, definitivamente, retiró la mirada. A continuación, se recostó en el respaldo de la silla en plan chulo, apuró de un trago el agua y le habló con ironía mirando a la lejanía.

—Lo que tú digas.

***

Esa noche, ninguna de las dos podía dormir.

Valentina no paraba de dar vueltas en la cama, estaba muy irritada con Juliana, no sabía exactamente el motivo. Si lo pensaba fríamente, la policía tenía en parte razón, pero es que rezumaba esa actitud tan jodidamente arrogante. Por momentos parecía agradable, pero al segundo se las arreglaba para soltar alguna majadería. Tenía una sonrisa muy bonita, lástima que de su boca sólo salieran impertinencias. Cuando le contara la noche a Victoria, iba a volverse loca. Se rio pensando en las caras que pondría su amiga. Y con esos pensamientos, al fin, hora y media después de acostarse, se durmió.

Juliana llevaba una hora dando vueltas en la cama cuando decidió que el mejor remedio para su sobrexcitación era meditar. Lo hizo a los pies de la cama, con las piernas cruzadas, los brazos relajados y la espalda recta: caminaba por la playa, sentía la arena suave y cálida bajo sus pies, el sonido de las olas era constante, sin estridencias, relajante. Caminaba y caminaba, sin rumbo, relajada, sintiendo de vez en cuando el agua del mar refrescando su piel. La brisa mecía su pelo y la lengua de Valentina humedecía su boca... ¡Joder! Juliana sacudió la cabeza y abrió los ojos con cara de pocos amigos. Por qué mierdas se había colado esta tía en su meditación. Pasó de meditar y se metió en la cama. Todavía le costó dormirse casi una hora más.

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Esta historia NO me pertenece, es una adaptación realizada con la autorización de su autora @SilviaKa1

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