𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟻𝟹

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Merchant, 05 de febrero de 1905

En la mañana del viernes 03 de febrero de 1905, la señora Gauvain amaneció muy enferma. Sus ganas de vomitar, el dolor en su pecho y su falta de ánimos la hizo llegar muy rápido a esta triste conclusión: se estaba muriendo.

Theodore no sabía que su cuadro era grave y por lo tanto, no perdió la cabeza de inmediato.  Mandó a una de sus mucamas a llamar al doctor Allix con serenidad y paciencia. Su postura podría ser rígida, pero su tono de voz era tranquilo, bordeando manso. 

La situación cambió, no obstante, cuando el hombre le pidió que charlaran a solas y le dio la noticia que su esposa le había estado ocultando, a años.

Oír el nombre de su mujer combinado con la palabra "tumor" hizo al periodista tener un síncope. Se desmayó de golpe y no recobró los sentidos por un minuto completo. Al abrir los ojos, Richard lo sentó sobre el suelo y le metió una pastilla de ácido acetilsalicílico a la boca.

—Evitará que te dé una angina —el doctor le dijo, con una expresión preocupada.

Después de su caída, sus hijos fueron llamados con urgencia a la residencia. Lawrence dejó la Casa de Gobierno corriendo al enterarse sobre el estado de su madre y fue a buscar a Nicholas al colegio, para que también estuviera de vigilia al lado de su lecho.

Al día siguiente, la situación no había mejorado. El dolor de Helen se había agravado y una fiebre súbita la había comenzado a incomodar. Herbert, Harold y Régine pasaron por la casa a visitarla. Theodore no escuchó la conversación entre ambas mujeres, pero por las lágrimas que vio caer de los ojos de su cuñada así que ella dejó la habitación, supo que ambas habían hecho las paces al fin.

Algunas amigas de la señora Gauvain también habían aparecido a desearle una buena recuperación, pese a saber que estos deseos serían inútiles en apenas unas horas más.

Hasta Janeth había sido invocada a la casa, por exigencia de su mismísima dueña. Otra vez, el señor Gauvain no tenía idea de lo que las damas habían hablado, solo dedujo que había sido una charla bastante íntima y emocional para ambas. 

Su amante salió de la habitación con la piel tan pálida que llegaba a ser traslúcida, ojos inundados por una melancolía innegable y el labio inferior temblando. Theodore nunca pensó que la vería llorar por el destino de Helen, pero ahora que lo hacía, se daba cuenta de que la situación era bastante peor a lo que se había imaginado en un inicio. 

Pero tan solo en la víspera del 05 de febrero, la real gravedad de su estado físico se volvió aparente para él. Hasta aquel momento, pese a su pánico, había pensado que sería capaz de salvar a su esposa. Pero la verdad es que no podría. Ella moriría. Era inevitable.

En la última madrugada que ambos pasaron juntos en vida, él se sentó a su costado en la cama y la sostuvo entre sus brazos.

—Estoy empapada... —Helen mencionó el sudor febril que la cubría con una mueca asqueada.

—No te preocupes por eso, cariño. No me molesta —Theodore la tranquilizó, apenas soportando sus ganas de llorar—. Sabes que te amo, ¿cierto?

—Sí.

—¿Y que te perdono por todo lo que has hecho?... —silencio—. Porque lo hago, Ellie. Te perdono por todo. Y espero que tú también me perdones.

Ella acomodó su cabeza para mirarlo.

—No te tengo ningún rencor, Teddy —le sonrió—. Has sido un buen padre, un buen amigo... y dentro de todo, un buen esposo.

—Lo intenté —él dijo, mientras sus mejillas comenzaban a mojarse—. Juro que lo hice.

—Lo sé —Helen pestañeó, deshaciéndose de sus propias lágrimas—. E hiciste un buen trabajo —añadió antes de respirar hondo—. Y ahora es tiempo... de que continúes ese trabajo con alguien más.

—Ellie...

—Cásate con Janeth —le demandó—. Cuando yo ya no esté... hazlo. Que te importe un bledo lo que los demás vayan a pensar, o lo que te digan. Sé feliz... Hazlo por mí.

Theodore partió los labios para contestar a su demanda y ser lógico con su respuesta, pero al final, nunca dijo nada. Decidió callar a sus temores, la abrazó con más fuerza, besó la cima de su cabeza y le murmuró, con voz fina y sobrecargada de amor:

—Gracias.

Por ser su compañera. La madre de sus hijos. Uno de los pilares de fuerza más importantes de su vida. 

Y por encima de todo, por haber sido su mejor amiga.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro