Una simple Navidad ❅❄

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Espero que estéis teniendo unos días preciosos y que os hayan regalado muchas cosas. Gracias por pasar a leerme :)

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Una simple Navidad

Send your letters off to Santa, baby.

Hoping all your wildest dreams come true.


Manda tus cartas a Santa, cariño,

Desea que tus sueños más locos se vuelvan realidad.

Santa's coming for us - Sia


Algunos calificaban mi vida de emocionante —nada más lejos de la realidad. Otros, con voz ñoña y villancicos sonando de fondo (de forma constaaaante, porque os juro que los villancicos NUNCA dejaban de sonar), me miraban y me decían: «Tu vida es maravillosa, tus Navidades son tan especiales...».

Y no lo eran. Para mí no lo eran.

Empezaré desde el principio: desde niña, desde que tenía memoria, de hecho, mi familia y yo siempre habíamos sido los propietarios de una de las tiendas más emblemáticas y ajetreadas de Christmas Land. Vendíamos dulces, muñecos, jerseys navideños ridículos, gorros y bufandas tejidos a mano y un sinfín de tonterías con temática de Navidad demasiado caras y que solo podían decorar las casas de nuestros clientes durante unos pocos días al año. La tienda era desmontable, así que todos los años, el día dieciséis de noviembre, la colocábamos en el centro de la ciudad que nos tocara visitar y todo el mundo se volvía loco con nuestra presencia. La tienda estaba permanentemente llena de clientes y curiosos desde el día dieciséis de noviembre hasta el día diez de enero, sin un solo momento de descanso.

¿Por qué todo esto, que tan beneficioso era para la economía de mi familia, me parecía un fastidio? Oh, no te lo he dicho. ¡Porque yo odiaba la Navidad!

Durante casi dos meses de mi vida, todos los años, mis padres me paseaban de un lado para otro vestida de elfina de Santa Claus y yo tenía que perder clases en el instituto o, mucho peor, acudir a clases por videollamada con mi vestido rojo y blanco y orejas prostéticas. Mi madre solía decirme: «Quinn, seguro que todos tus compañeros piensan que tu disfraz es adorable». No, mamá, todos mis compañeros pensaban que mi disfraz era ridículo.

Año tras año, progresivamente, me había ido convirtiendo en el Grinch, muerta de ganas por robar la Navidad de una vez por todas y acabar con esa tortura. Solo había una cosa en todo ese caos navideño repleto de purpurina, acebo y papel brillante que hacía esos días un poco más tolerable: él.

Dejadme presentaros a la única persona que me entendía de verdad, que sufría tanto como yo: Josh Carter.

La familia de Josh, al igual que la mía, se dedicaba al negocio de las ferias de Navidad. Ellos tenían una inmensa noria que tardaban varios días en montar y desmontar y que, al igual que el negocio de mi familia, nunca estaba vacía. La enorme noria de los Carter siempre se situaba justamente frente a nuestra hermosa tienda y era habitual que Josh y yo pudiéramos comunicarnos con miradas a través de la ventana.

Durante las tardes, yo me sentaba en un taburete de madera detrás del mostrador y cobraba de forma ausente un sinfín de manzanas de caramelo, galletas de jengibre y brillantes adornos para el árbol de Navidad. De vez en cuando, alzaba la vista a través del cristal y lo veía ahí, en el frío, con su gorro de lana y guantes, ayudando a los clientes a subir y bajar de la noria con una sonrisa. Fingiendo que estar allí no le resultaba un auténtico fastidio, como a mí.

Josh era un par de años mayor que yo. Era guapo, más que guapo, diría yo, y tan abierto y agradable que nadie habría podido decir que él también odiaba la Navidad. Él también odiaba las clases online —por lo menos sus padres no le obligaban a acudir vestido de una criatura mitológica—, estar lejos de sus amigos y tener que vivir en una caravana durante dos meses.

Josh y yo nos veíamos todos los años, pues nuestros padres siempre se ponían de acuerdo para acudir a las mismas ciudades y, junto a muchos otros feriantes, conformábamos Christmas Land. Nos habíamos hecho amigos siendo niños y ahora, a mis dieciséis años, él era lo único que yo esperaba ver cada año. ¿Estaba enamorada de él? Bueno, esa podía ser una manera de verlo.

Desde que ambos nos habíamos convertido en adolescentes, por las noches y después de cerrar nuestros respectivos puestos en Christmas Land, solíamos quedarnos solos, charlando durante horas, a veces alejándonos de la ciudad para encontrar algún punto tranquilo y nevado sobre el que sentarnos a contemplar las estrellas y otras intentando colarnos en los bares de moda, acción que la mayoría de las veces no resultaba exitosa, pues éramos menores de edad y se notaba a leguas. Esa era la magia de mi Navidad: haber encontrado a alguien con quien compartirla.

Hasta que este año, nada había salido como debía salir. El día dieciséis de noviembre, como siempre, nuestra tienda ya estaba montada y lista para abrir sus puertas. La inmensa noria blanca repleta de luces de Navidad se encontraba frente a frente a nuestro establecimiento, pero esta vez no había un joven moreno de brillante sonrisa dándoles la bienvenidas a todas las personas que se acercaban a la atracción con su boleto dorado en la mano, no.

¿Dónde estaba Josh?

Tardé solo un par de días en averiguar, por parte de la señora Carter, que Josh había comenzado la universidad ese año y había decidido no acudir a Christmas Land para quedarse estudiando. ¿Por qué no me había avisado? No lo entendía. Se suponía que éramos amigos, ¿verdad? ¿Acaso no merecía un mensaje de texto o una llamada corta desde el campus para restregarme su felicidad y reírse de mi miseria?

A pesar de encontrarme rodeada de mi familia, como siempre, me sentía verdaderamente sola. Día tras día me ponía mi traje rojo de elfina, mis orejas puntiagudas y acudía a nuestra tienda, donde me dedicaba a vender enormes algodones de azúcar rosas al ritmo de All I want for Christmas is you, una melodía que se repetía diariamente varias veces en la tienda. Algunas tardes, después de haber acudido a mis clases por videollamada, con todos mis compañeros observando mi ridículo atuendo a través de una pantalla, sentía ganas de llorar mientras los clientes no cesaban de entrar en la tienda y la reconfortante voz de Chris Rea en Driving home for Christmas salía de los altavoces. A lo mejor sí que estaba un poco enamorada de Josh Carter, o a lo mejor odiaba las Navidades mucho más de lo que había imaginado y el no poder compartir ese desafortunado mes con alguien me resultaba insoportable.

Los días pasaban lentamente, entre villancico y villancico, hasta el día veinticinco de diciembre. Cualquiera diría que, al menos ese día, mis padres me dejarían vagar por la ciudad, excusándome de trabajar. ¿Verdad? Pues no, definitivamente no.

Abro la puertecita de nuestra tienda y compruebo que, en el interior, todo está tal y como lo dejamos el día anterior. Hace un frío horrible, como todas las mañanas, y lo primero que hago es encender el calefactor del techo. Acto seguido aprieto el botón que enciende la música navideña y Mariah Carey vuelve a sonar, repitiendo las mismas palabras, con el mismo tono de siempre.

A través de la ventana puedo ver la enorme noria comenzando a funcionar. Mi corazón se encoge un poquito, como cada mañana, y vuelvo a sentirme sola. ¿Quién sabe? Quizás el año que viene, cuando yo comience la universidad, mis padres también me permitirán saltarme las Navidades por una vez. Sería como un sueño, un año sin Navidad: sin calcetines a rayas, sin Mariah Carey, sin chocolate caliente... bueno, esto último puede quedarse.

La campanilla de la puerta suena mientras yo me dedico a mover las cajas de detrás del mostrador.

—¡Abrimos en cinco minutos! —grito.

—Feliz Navidad.

Me quedo congelada un instante, después alzo la vista y lo veo ahí: con un gorro de lana negro y las mejillas enrojecidas. La sonrisa de Josh Carter vuelve a aparecer, esa sonrisa que tan solo he visto a través de una pantalla en alguna de nuestras cortas videollamadas durante ese año.

—¡Josh!

Corro hacia él y lo abrazo. Una de mis orejas de elfina salta por los aires y cae al suelo.

—¿Te toca trabajar en Navidad?

—¿Y a ti no te toca trabajar en absoluto? —gruño, separándome de él—. Me has dejado sola todo el mes.

Él se encoge de hombros.

—Tenía mucho trabajo, Quinn. ¡La universidad es mucho más complicada de lo que había imaginado! —Después parece emocionado de pronto—. No sabes cuántas cosas tengo para contarte. Además, me quedaré aquí hasta el final del mercado navideño.

Por fin una buena noticia.

De fondo oigo cómo Ariana Grande le pide a Santa Claus no enamorarse si su amor no va a estar con ella al año siguiente y me siento totalmente identificada con esas palabras. Me cruzo de brazos y doy un paso atrás.

—¿Y por qué no me has escrito?

Josh frunce el ceño.

—¿Y por qué no me has escrito tú? —me pregunta, yo me encojo de hombros y él vuelve a sonreír—. Quería que fuera una sorpresa. Pensé que te haría ilusión.

La campanilla de la puerta vuelve a sonar y yo me preparo para ver a un sinfín de turistas con afán capitalista, decididos a gastar su paga extraordinaria en nuestra tienda esa tarde, pero lo que veo me hace sonreír. Mis padres entran al establecimiento, cada uno de ellos portando un par de cajas de cartón repletas de adornos navideños.

—¡Mirad quién ha venido! —exclamo.

—Oh, Josh... ¡qué bien que ya estés aquí! Tus padres llevan dos días cocinando para poder tenerlo todo preparado hoy para tu regreso de la universidad.

Cocinar en las caravanas en las que nuestras familias acostumbran a quedarse durante diciembre es una tarea más bien difícil, así que admiro mucho el afán de los Carter. Y, además, al escuchar a mi madre me percato de que...

—¡Tú lo sabías! —digo, sorprendida mientras le lanzo un dedo acusador. Mi padre se ríe, a su lado y entonces lo señalo a él—. ¡Y tú también! ¿Por qué nadie me dijo que Josh iba a volver por Navidad?

—Queríamos darte una sorpresa, Quinn —comenta mi madre—. Para que veas que la Navidad también puede traer cosas buenas.

Tiene razón. Por primera vez en los últimos años no me siento como el Grinch, dispuesta a robar las Navidades, sino que me siento como Cindy Lou, dispuesta a salvarlas.

—Vamos a cenar todos juntos, cerraremos la tienda pronto. —Mi padre sonríe mientras deja una caja en el suelo y se dirige a la caja registradora—. ¿Por qué no os vais a dar una vuelta?

Abro la boca, sorprendida.

—¿Y la tienda?

—Nosotros nos ocupamos. Salid, divertíos.

Miro a Josh, que vuelve a sonreír. Me hace un gesto señalando al exterior.

—¿Quieres probar la noria?

Odio la noria. Hace un frío horroroso ahí arriba y, en ocasiones, la atracción va demasiado rápido, así que suelo marearme. Aun así, asiento con la cabeza y le dedico una sonrisa también.

—De acuerdo, ¿por qué no?

Mi madre me guiña un ojo al tiempo que tomo mi oreja puntiaguda del suelo y vuelvo a colocármela, asegurándome de que esta vez permanece bien fijada a mi piel. Después ambos nos dirigimos a la puerta y, un segundo antes de salir, me doy la vuelta y agarro una manzana de caramelo de una de las estanterías. Les dedico a mis padres una mueca divertida y salgo de la tienda, seguida por Josh Carter.

A veces, la Navidad tampoco es taaaaaaaan mala.

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 No olvidéis pasar por el resto de historias de la antología, las encontráis todas en los perfiles de los propios autores que han colaborado en este proyecto.

Mil besos y Feliz Navidad

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