Lincoln le da una paliza a Chandler

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Lincoln le da una paliza a Chandler

En un día como cualquier otro, en la escuela primaria de Royal Woods...

–Bien, chicos, tomen asiento –indicó la maestra Johnson a sus alumnos al ingresar en el aula–. Antes de comenzar, Lincoln Loud quiere compartir algo con ustedes. Lincoln.

–Gracias, señorita Jonson –dijo el peliblanco quien pasó al frente con un panfleto en mano–. Compañeros, quiero hablarles sobre un tema serio del que me habló mi hermana Lori. Octubre es el mes de conciencia por una de las mayores causas de muerte en mujeres. Una terrible enfermedad que roba la vida de la mujer americana cada día. Por supuesto, hablo del cáncer de seno.

En su pupitre, su amiga Stella sonrió orgullosa de que se hubiese decidido a hablar de aquel tema sin mayor prejuicio. No obstante, Chandler McCann se echó a reír entre dientes, por lo cual Lincoln frunció el ceño.

–Aproximadamente –continuó con su presentación–, una de cada seis mujeres será diagnosticada con cáncer y el cáncer de seno es el más...

–Ji ji ji ji ji... –rió el pelirrojo con mayor fuerza–. Lo volvió a decir.

–Oye, ¿cuál es el problema? –le reclamó Lincoln con enfado–. Porque el cáncer de seno no da risa, el cáncer de seno mata.

–Señorita Johnson –se dirigió a la maestra con tono sarcástico–, ¿es necesario escuchar malas palabras?

–Chandler, por el amor de Dios –refunfuñó la maestra con sumo fastidio.

–Esto es un tema muy serio, Chandler –insistió Lincoln–. Lo que haces es muy ofensivo.

–¿Yo? –se le burló–. Eres tu el que habla de tetas asesinas. ¡Cuidado, chicos! Larry dice que las tetas pueden matar... Grrr... te voy a matar, te voy a matar...

–Yo no quiero morir por un par de tetas –dijo preocupado el idiota de Llanta Ponchada.

–¿Nadie va a hacer nada? –reclamó Stella, igual de indignada que todas las chicas en el aula–. Cada semana se pone peor y nadie hace nada.

–Chandler, no seas ofensivo –suspiró con cansancio la maestra Johnson.

–Sólo quiero entablar un dialogo constructivo con Larry sobre el cáncer de seno –fue lo que respondió.

–¡Mentira! –bramó enojado Lincoln.

Larry, cálmate –se siguió burlando el pelirrojo, causando que su grupo de amigos se echaran a reír con el y las chicas en el aula se indignaran aun más–. Vas a hacer que las tetas de todas estas niñas se enfaden y maten a todos. Ja ja ja ja ja... Hoy estoy super gracioso.

***

Más tarde en los pasillos, Lincoln, Stella y Clyde estaban pegando unos afiches de propaganda sobre el mes de conciencia por el cáncer de seno, cuando Chandler llegó a seguir molestando con sus bromas de mal gusto.

–¡Cuidado! –exclamó–. Unas tetas asesinas andan sueltas. Las oí, quieren entrar por el techo.

Ante sus constantes burlas, Stella negó con la cabeza molesta y Lincoln frunció el ceño otra vez.

–Oficial –bromeó el pelirrojo haciendo como si le hablara a un walkie talkie–, necesitamos protección contra tetas asesinas. Las oí, están armadas.

–¿Cuál es tu problema? –le volvió a reclamar Lincoln–. El cáncer de seno no es un chiste.

–Para nada –insistió en burlarse Chandler–. Grrr... Larry, serás nuestro, Larry. Somos las tetas de tus hermanas y te vamos a matar.

Como si eso no fuera poco, Lincoln observó que, además de Stella y varias de las chicas de su clase, sus hermanas menores que estudiaban con el en esa escuela se detuvieron en el pasillo a escuchar las barbaridades profesadas por el idiota aquel. Cosa por la que se molestó todavía más.

–Cállate ya o haré que te calles –lo amenazó entonces poniendose rojo de ira.

–No me digas –lo desafió Chandler delante de todos en el pasillo–. ¿Y que es lo que vas a hacer?

–Yo... –balbuceó Lincoln. Ciertamente no le gustaba responder con violencia; pero tampoco pretendía dejar que Chandler se siguiera burlando de ese modo como si nada–. Yo... ¡Te voy a patear el culo! Eso es lo que haré.

Al oírlo decir eso, todos en el pasillo ahogaron una exclamación.

–¡Ja! ¿me vas a patear el culo? –se echó a reír el pelirrojo cruzándose de brazos.

–¡Así es!... –afirmó Lincoln, con cierta intranquilidad por haber soltado esa amenaza sin habérselo pensado detenidamente. Pero la cara burlona de Chandler lo irritaba tanto que no podía parar–. Si, te voy a patear el culo. Una cosa es que te rías de mi y otra muy diferente es que vengas a burlarte de este tema tan delicado que afecta a las mujeres. ¿Qué acaso no tienes mamá, hermanas, o primas? ¿Eh?... ¡Cretino!... Digo... ¿Qué harías si alguna de ellas le diera cáncer de mama?

–¡Ja ja! Larry dijo cáncer de mama.

–¡Cállate!

–¿Quieres hablar en serio? –Chandler levantó sus puños–. Esto va en serio.

–¿Te crees muy valiente? –lo imitó Lincoln, temblando un poco.

Sus hermanas se miraron preocupadas mutuamente y Clyde se empezó a hiperventilar, por lo que Stella lo tuvo que apartar a un lugar más aireado. A su vez, los demás chicos de la pandilla se prepararon en caso de que hubiera necesidad de intervenir.

–¿Qué pasa?, cabroncito, ¿qué pasa? –se plantó Chandler ante Lincoln con aire amenazador–. Vamos, golpéame si eres tan valiente.

–... Te voy a sacar la mierda –dijo el otro a pesar de su inseguridad.

–Pues aquí estoy, vamos, puta, cuando quieras.

–¡Alto!

Antes de que la cosa empeorara aun más, la pequeña Lola corrió a interponerse entre los dos.

–Hay, miren, ¿no es lindo? –volvió a reír Chandler–. La hermanita de Larry lo vino a defender.

–¡El no necesita que nadie lo defienda! –chilló la niña enojada–. Es sólo que...

–Mira, Lola, deja que... ¡WAY!

Lincoln quiso intervenir, pero antes Lana lo derribó con un rotundo golpe de sus caderas y Lucy aprovechó el momento para agarrarlo de los pies y arrastrarlo a meterse con ella en una ventila cercana, cuya rejilla se las dio abriendo y cerrando Lisa.

–¡Cobarde! –le gritó Chandler a los ductos, dentro de los que al poco rato se escuchó a su oponente alejarse siendo arrastrado a la fuerza.

–¡Lincoln no es ningún cobarde! –chilló esta vez Lana que se puso junto a Lola–. Aunque no lo creas, el si puede pelear.

–Si, como no –se carcajeó el pelirrojo ante tan disparatada afirmación–. Que va a poder pelear ese debilucho.

–No te rías, imbécil –dijo Lola muy enojada–. Nosotros once nos peleamos entre todos casi a diario y gracias a eso ha desarrollado mucha más resistencia física de la que crees.

–Por eso y por aguantar las bromas de Luan en el día de los inocentes –agregó Lana.

–¡Ja ja ja ja ja ja ja...! –siguió carcajeándose Chandler junto con sus amigos, Trent y Richie, y se enjugó una lagrima–. Hay, pero que mocosas tan graciosas.

–Dale un mes para prepararse –gruñó Lola entre dientes.

–Entonces el y tu se pelearán al salir de clases –declaró Lana–, ¿oíste?

–Está bien, está bien –accedió Chandler sin dejar de reír–, pero basta, por favor, que con tanta risa me voy a orinar... De acuerdo. Si lo que quieren es que le de tiempo al idiota de su hermano para que ponga sus asuntos en orden antes de morir, por mi no hay problema.

–Recuerda –dijo Lola antes de retirarse a ir en busca de sus hermanos mayores–. De aquí en un mes, en cuanto suene la campana, Lincoln y tu se pelean afuera. Espero verte ahí, Chandler.

–Ahí estaré, putilla.

–Ya verás en un mes –lo amenazó Lana antes de seguirla en compañía de Lisa–. Te vas a requetemorir.

***

Así, la mañana del sábado siguiente, Lincoln salió al patio delantero vistiendo un ajustado leotardo rosado, a juego con la banda para sudor que llevaba puesta en su cabeza; además de llevar consigo una grabadora y el listón que Lola acostumbraba a usar para sus bailes en la categoría de talentos en los concursos de belleza en los que solía participar.

–Bueno –dijo para si en lo que colocaba la grabadora sobre uno de los escalones del porche–, si tengo que dar una buena pelea, me pondré en forma con gimnasia rítmica.

De este modo, el muchachito se puso a bailotear y sacudir el listón al son de una alegre melodía que puso a tocar en la grabadora. Todo esto ante varios testigos que detuvieron su paso –en la banqueta por la que se circulaba pasando frente a su casa y la que quedaba cruzando la calle– y se quedaron observándolo sin saber si debían reírse de el o sentir pena ajena.

Lo que si hicieron algunos fue filmarlo con su celular para eventualmente subirlo a la red. Entre ellos se encontraban Chandler McCann y sus amigos que no paraban de reír mientras hacían esto.

Mas, aun así, el peliblanco siguió adelante con sus ejercicios.

–Linda coreografía, Loud –se le mofó el señor Quejón quien se asomó por su ventana.

–Gracias –respondió el albino sonriente y sin dejar de bailotear y sacudir el listón.

Entre los testigos también se encontraban el grupo de amigos de Lincoln que lo miraban bastante preocupados; lo mismo que sus diez hermanas que observaban el bochornoso espectáculo a través de una de las ventanas grandes de la sala.

–Dios, literalmente, no puedo creer que lo hayan metido en esto –reprendió Lori a las gemelas.

–¿Y que querías que hiciéramos? –contestó Lola en su defensa–. Ese tonto dijo un montón de cosas horribles y no podíamos dejarlo así como si nada.

–Deberíamos impedir que siga adelante con esa pelea –sugirió Luan.

–¿Y dejar que ese estúpido se salga con la suya? –se opuso Lynn–. De ninguna manera.

–Yo estoy de acuerdo con Luan –opinó Luna–. Nuestro hermano será resistente, pero no es muy atlético que digamos. Un mal golpe e incluso podría quedar invalido de por vida.

Angustiada, la dulce Leni se imaginó un posible y espantoso escenario...

***

Imaginó que, en un futuro no muy lejano, posterior a recibir una brutal paliza por parte de Chandler McCann, su pequeño hermano yacía cuadraplégico en su cama y sin poder hablar siquiera.

El único modo en que podía comunicarse con su familia era mediante unos trazos que dibujaba con un pincel que siempre tenía sujetado con la boca.

–Oh, Linky –sollozó Leni quien se acercó a tomar uno de los cuadros que acababa de pintar–, si tan sólo supiera que significan estas pinturas.

De ahí tomó el cuadro, en el que única y claramente se leían las palabras: TENGO HAMBRE, y lo sumó a un mural del que colgaban otros similares que tenían escritas cosas como: TENGO FRÍO, ¿DÓNDE ESTÁ LILY? o TENGO COMEZÓN.

–Sé que mi hermanito está ahí adentro –se aquejó Leni mientras se esmeraba en analizar los cuadros–, detrás de tantas tonterías.

***

–Tenemos que parar esa pelea –dijo Leni en cuanto estuvo de vuelta en la realidad.

–No –insistió Lynn–. Lo que hay que hacer es ayudarlo a prepararse. Para eso tenemos un mes, ¿cierto?

–Si, en eso quedamos –aclaró Lola.

–Entonces yo digo que aprovechemos ese tiempo para entrenar a Lincoln como se debe y así pueda darle una lección a ese tonto por lo que dijo. ¿Quién me apoya?

Luego de que se miraran entre si y lo meditaran un poco, las otras nueve hermanas asintieron con la cabeza y exclamaron al unísono:

–¡Nosotras!

–Esa es la actitud. Está decidido. A partir de este momento comienza la operación...

–Hay, no –Lucy se palmeó la frente y señaló a la ventana–. Miren, ahora Lincoln está escribiendo palabras lindas con la cinta.

Paz –leyó Lori.

Comprensión –leyó seguidamente Luan.

Amor –les siguió Lola.

Lynn negó con la cabeza.

–Tendremos que trabajar mucho.

***

A la mañana siguiente, Lincoln se levantó a primera hora y, en lugar de su habitual camiseta naranja y pantalones azules, se vistió con una sudadera celeste.

De ahí empezó su nueva rutina diaria por observar con odio una foto de Chandler por treinta minutos, tal como le había indicado Lynn.

Luego de esto, bajó a la cocina, sacó tres huevos del refrigerador, los quebró y vació su contenido en un vaso de vidrio uno a uno... Y después vertió el vaso en una sartén y los puso a freír mientras se tomaba una cerveza de raíz.

En el umbral de la cocina, la deportista castaña negó con la cabeza otra vez, se tronó los nudillos y entró a aplicarle un severo correctivo por no seguir adecuadamente sus instrucciones.

***

Total, que a lo largo del mes siguiente, Lincoln se dedicó de lleno a entrenar en su tiempo libre bajo el estricto ojo vigilante de sus hermanas, quienes se aseguraron en todo momento de que lo hiciera bien.

Todos los días iba y regresaba de la escuela trotando atrás de Vanzilla, pues le dejaron en claro que ya no volvería a viajar en el auto con ellas hasta después de acabada la pelea, y el no tubo de otra que aceptarlo.

En las tardes, después de clases, las gemelas se encargaban de hacer que saltara la cuerda por media hora, y de ahí se ponía a doblar y desdoblar varias prendas de ropa que Leni le ponía sobre una mesa mientras le tomaba el tiempo con un cronometro y le exigía que lo hiciera cada vez más rápido.

Después iba al jardín trasero, en donde Luan lo esperaba con un mazo, cada vez más pesado al anterior, y dos docenas de sandías las cuales el tenía que partir a golpes conforme se las pusiera encima de un tocón de árbol.

En las noches, Lisa le conectaba unos electrodos y lo ponía a correr en una caminadora mientras monitoreába sus signos vitales en su computador. Y llegó un punto en que consideró que ya era apropiado empezar a dosificarlo con un poderoso esteroide sintetizado por ella misma que aseguraba ayudaría a desarrollar al máximo su potencial.

También se ponía a prueba luchando en el lodo con Lana, quien no se midió con el en absoluto. Y a veces trotaba alrededor del parque en compañía de Lori. El reto era tratar de alejarse lo más posible de ella para que no lo mareara con su constante parloteo.

Ocasionalmente, cuando hacía falta en cada ensayo o presentación, el cargaba todo el equipo de Luna quien dejó bien en claro a Chunk y los integrantes de su banda que no lo ayudaran a levantar ni un cable, sino que debía hacerlo todo el solo.

–No hay dolor –lo presionaba Lynn Jr., a la hora en que se ponía a hacer lagartijas con ella sentada encima de su espalda–. No hay dolor. No hay dolor. No hay dolor...

A diario también hacía sesiones de sentadillas, abdominales, barras y flexiones. Primero en repeticiones de 10, después de 20, luego de 30, y así sucesivamente...

Los fines de semana, para aprovechar el tiempo, iban a la granja de Liam en donde se ponía hacer trabajo físico como mover un arado o subir pacas de heno a la parte más alta del granero mediante una polea cuya cuerda tenía que halar el mismo.

Liam fue amable en permitirle también que luchara con su cerda y practicara con sus gallinas, a las que soltaba en un corral y el tenía que correr a atraparlas para que así fuera mejorando su agilidad. Claro que no se podía ir, sino hasta que las cogiera a todas independientemente si le daba miedo o no sus afilados picos.

Hablando de poner a prueba su agilidad, aparte de esto, en la casa Loud, Lucy y el echaban carreras, desplazándose a pecho tierra por los ductos de ventilación, con la idea de que en algún momento el pudiese superarla en esto.

En un par de ocasiones asistió con Lori a la gran ciudad, en donde se ofreció a cargar cosas pesadas en el Mercado Casagrande y sacar a pasear a Lalo, pidiéndole de antemano a Sid que indeliberadamente le soltase una de las ardillas que su madre traía a casa del zoológico para que el enorme perro la persiguiese, de modo que se tendría que forzar a retenerlo; y hasta pidió subir al ring de un gimnasio con Ronnie Anne.

Y para extrañeza de sus padres, que no estaban enterados de en que andaba, se unió a las caminatas dominicales en el centro comercial con Lynn Sénior y a acompañar a Rita en sus sesiones de aeróbicos.

Claro que al principio quedaba brutalmente apaleado, y de que forma, pero sus hermanas se aseguraran de que perseverara y el mismo persistía por su propia cuenta; por lo cual los resultados de su esfuerzo no se hicieron esperar.

Un día, por ejemplo, después de arrugar con furia la foto de Chandler, Lincoln demostró la fuerza que había ganado al levantar la parte delantera del jeep de juguete de Lola con sus propias manos.

–No hay dolor –le repetía Lynn Jr. que estaba subida en el pequeño auto rosa junto con todas sus hermanas y Clyde–. No hay dolor. No hay dolor. No hay dolor...

–¡Vamos, súbela! –lo alentó Lori–. ¡Vamos, vamos!

–¡Sigue adelante, vamos! –igualmente hizo Luna.

–¡Vamos, amigo –lo animó Clyde–, tu puedes!

–¡Muy bien, Linky! –lo vitoreó Leni, que estaba vestida con traje de porrista y sostenía unos pompones, en cuanto Lincoln pudo poner los brazos en alto sosteniendo la parte delantera del mini jeep, a lo que todos los que estaban subidos en este le aplaudieron.

Finalmente, faltando ya poco para que acabara el plazo establecido, el enclenque muchachito de blancos cabellos pasó a ser un atleta capaz incluso de rebasar en una carrera a Vanzilla; tal como lo hizo un domingo al atardecer, dejando tras de si a la van que había frenado en seco.

Y siguió corriendo aun más, hasta llegar a la cima de una cuesta empinada en donde alzó sus brazos en alto y gritó el nombre de su rival a los cuatro vientos, para así anunciar a todo mundo que lo oyese que estaba listo para enfrentársele sin ningún miedo.

–¡CHANDLER!... ¡CHANDLER!... ¡CHANDLER!...

***

Y mientras tanto, ustedes seguro se preguntarán: ¿que hizo Chandler para prepararse? El siguió feliz de su vida como si nada. Incluso llegó a olvidarse de aquel asunto y hasta creyó que todos lo habían hecho, pero nada más alejado de la verdad.

Si volvió a acordarse, fue porque la ultima semana de ese mes, los amigos y hermanas del chico con el que había quedado pelear se encargaron personalmente de informar a todos y hasta hubo quienes empezaron a correr apuestas de antemano en base a las expectativas de cómo acabaría la pelea.

–No puedo creer que Lincoln Loud vaya a pelear contigo mañana al salir de clases –dijo Trent a Chandler, a vísperas del día programado, a la hora del almuerzo.

–Nha, el no se va a presentar a la pelea –repuso el otro sin seguirle prestando mayor importancia al asunto como lo había hecho hasta entonces–. Estoy seguro que ese tonto ya está buscando una excusa.

–Hey, mira –avisó Richie–, te está intimidando con la mirada.

Chandler levantó su vista hacia la mesa en la que estaban Lincoln y su grupo de amigos, y ahí observó que este vestía la sudadera celeste en vez de sus ropas de costumbre, y tenía sus ojos fijamente clavados en el, manteniendo una fiera expresión la que casi parecía que sus ojos echaban chispas. Nada que ver con la tranquila expresión de aquel compañero al que todos conocían y sabían que no sería capaz de matar a una mosca.

–Parece muy confiado –dijo Trent como si no fuera la gran cosa. No como su amigo de cabello rojo que si se inquietó algo por el modo en que lo miraba aquel chico al que solía molestar.

–No le pegues muy duro, amigo –sugirió Richie–, no creo que quieras mandarlo al hospital.

–Si... –asintió Chandler volviendo a fijar su atención en su almuerzo–. Sólo le voy a dar una lección... No voy a patearle el culo.

–¡Ja! Como no –se carcajeó Lola, quien llegó en compañía de Lana, Lucy y Lisa–. Lincoln ha estado preparándose para este día.

–No tienes oportunidad –alardeó la otra gemela–. Mi hermana Lynn lo sometió a un riguroso régimen de dieta y ejercicio que si ha estado tomando muy en serio.

Tras oír ese nombre, Chandler sintió cierto resquemor.

–¿Lynn Jr.?, ¿la capitana del equipo de roller derby? –se atrevió a preguntar.

–Si –afirmó Lana–, y no cualquiera puede mantenerle el ritmo a ella, ¿sabes?

De pronto, Chandler ya no sentía tanta confianza en si mismo. Si es que le quedaba algo de confianza.

–¿Y tu que has estado haciendo todo este tiempo? –indagó Lola–, ¿eh? Apuesto a que nada.

≪Jugar videojuegos y comer comida chatarra≫, pensó, a lo que Lucy se inclinó ante el intimidándolo con su lúgubre presencia.

–Lincoln suele ser flojo normalmente –explicó la niña gótica con un tono más sombrío de lo usual–, pero cuando se propone a hacer algo, jamás se rinde. 

Cuando volvió a mirar a la mesa de Lincoln, Chandler vio que sus amigos hacían el habitual intercambio de fiambres que llevaban para su almuerzo. Mas lo que era este, tan sólo procedió a quebrar varios huevos crudos en un vaso de vidrio, que luego se alzó como si se estuviese bebiendo una fresca coca cola, obvio porque para aquel momento ya estaba muy acostumbrado al mal sabor.

–¡Hay, rayos! –gruñó Rusty cuando la argolla de su lata de pudín se desprendió al haberla agarrado mal–. Mi pudín quedó atrapado para siempre.

Sin dejar de mirar fijamente con enojo a Chandler, Lincoln le arrebató la lata a su amigo pelirrojo y procedió a arrancarle la parte superior, con la misma facilidad que alguien destapa una botella de jugo.

–Hey, gracias –dijo Rusty cuando recibió la lata de vuelta.

Con ojos desorbitados, Chandler observó que, acto seguido, Lincoln estrujó el pedazo de lata en su mano como si esta fuera una bolita de papel y la arrojó por detrás de su espalda haciendo que cayera directo en un bote de basura.

–¡Ay, santo cielo! –exclamó seguidamente Stella, quien por mucho que se esforzaba no conseguía partir unas nueces que Clyde le dio a cambio de sus palitos de zanahoria–. Estas nueces de Brasil están muy duras. Eh, Lincoln...

Antes de que terminará de pedírselo, su amigo peliblanco agarró una de las nueces con su otra mano, y la trituró hasta convertirla en polvo, y luego esparció este polvo sobre la bandeja de Stella.

–Pero no tan fuerte –le reclamó la chica alta de su grupo.

–¿Vez ezo? –susurró Lisa al oído de Chandler–. Ez el rezultado de mi más reziente invenzión: una formula que endureze la piel, agudiza loz reflejoz e incrementa la fuerza unas veinte vecez en proporción a su tamaño.

–Estás perdido –habló Lucy con su voz de ultratumba, al tiempo que Chandler perdía el color de su cara–. Nosotras volvimos a Lincoln una maquina de matar y mañana, cuando acabe contigo, yo misma iré a bailar sobre tu tumba.

–Nha, no les hagas caso a esas niñas locas –dijo Trent a Chandler en cuanto las cuatro hermanas de Lincoln se retiraron. Ni el, ni Richie habían llegado a ver las hazañas ejecutadas por el albino, dado que en ese momento habían estado al pendiente de ver la raja en el trasero de Mollie quien se había agachado cerca de ahí para recoger una moneda–. Tú solo ocúpate de darle su merecido a ese tonto que no tiene sentido del humor. Pero ten cuidado de no lastimarlo tan fuerte.

–Pero tampoco vayas a ser tan suave con el –añadió Richie–. Dios no quiera que te de un buen golpe y te gane.

–Si –secundó Trent–. Si ese perdedor llega a ganarte, pensarán que eres marica.

Sin embargo Chandler acabó perdiendo el apetito, al ser consciente del craso error que cometió al darle tiempo suficiente a Lincoln Loud para prepararse, aun a sabiendas de cual era el potencial destructivo que tenían las diez hermanas que siempre lo respaldaban.

***

A la mañana siguiente, Lincoln se levantó bien temprano como había estado haciendo cada día de su entrenamiento, se puso la sudadera y empezó por ingerir los tres huevos crudos en un vaso de vidrio antes de salir a trotar rumbo a la escuela por el camino largo, mientras intermitentemente iba practicando algo de boxeo de sombra.

–Hola, Lincoln –lo saludó Flip cuando pasó frente a su gasolinera.

Después, en el mercado orgánico, los vendedores que recién estaban montando sus puestos hicieron exactamente lo mismo.

–Eh, Lincoln.

–Suerte.

–Adios, Lincoln.

–Muy bien, Lincoln.

–Animo, Lincoln –clamó la abuela de Liam quien le dio regalando una manzana.

–Tu puedes, Lincoln.

–Así se hace.

–Suerte, muchacho.

–Adelante.

Luego, cuando el sol empezaba a asomar por el horizonte, pasó al lado de un bar de motociclistas.

–Miren, ahí viene Lincoln –avisó T-Bone a su pandilla cuando salió a asomarse por la puerta del bar, a lo que todos ellos hicieron arrancar sus motocicletas para ir tras el.

–Oye, niño –rió Scoots, que de todos ellos fue la que más se aproximó a alcanzarlo–, mi motoneta corre más rápido que tu.

–Vamos, vamos –alentó Lincoln a los motociclistas a que le siguieran el paso.

Y así mismo, a la hora en que los niños salían de sus casas, en lugar de esperar al autobús escolar en la banqueta, igualmente echaron a correr tras el en cuanto lo vieron pasar.

Por ende, no pasó mucho antes de que una gran muchedumbre de amigos y conocidos suyos lo estuvieran siguiendo. Entre estos se encontraban Clyde, Liam, Zach, Rusty, Stella, Jordan, Mollie, Penélope, Darcy, las integrantes del equipo de roller derby de Lynn que iban en patines, Llanta ponchada y Papá Ruedas que iban en sus bicis, el trio de chiquillas que iban en sus triciclos, los miembros del club fúnebre que iban en una carroza y muchos otros más.

Desde luego, después de que cruzara un parque y brincara cada una de las bancas que hallaba en su camino, Vanzilla se unió a encabezar a todos los que iban tras el, con sus diez hermanas a bordo echándole porras constantemente.

–¡Vamos, vamos –lo alentaban asomándose por las ventanillas–, vamos, vamos...!

–¡Lo logré! –clamó Lincoln al ser el primero en llegar a las puertas de la escuela y regresarse a ver a la gran multitud que se puso a ovacionarlo.

***

Más tarde ese día, casi a la hora de que finalizaran las clases y mucho después de que los que no estudiaban ahí se dispersaran, Chandler se aproximó a buscar a Lincoln cuando este estaba sacando unos libros de su casillero.

Pst... Larry –lo llamó entre susurros–, ¿pudiera hablar contigo?

–¿Qué? –se regresó a verlo Lincoln con enfado.

Larry –prosiguió Chandler, vigilando constantemente de reojo que no hubiera nadie cerca–, quiero pedirte perdón y decirte que, bueno...

–¿Qué?

–Que quiero pedirte perdón y decirte que lamento lo que dije, ¿bien?  Me equivoqué y te prometo que nunca lo volveré a hacer. No quiero pelear contigo al salir de clases, ¿sí? Y lo siento.

–Si de veras estás arrepentido, dilo frente a todos –exigió Lincoln.

–Bueno –susurró Chandler, pidiéndole mediante señas que bajara la voz–, me gustaría que esto quedara entre nosotros. No debí haberme burlado del cáncer de seno y siento remordimiento.

–¡NO! –bramó el peliblanco en voz alta, para que todos en el pasillo pudieran oír–. Si de veras estás arrepentido y quieres pedirme perdón, lo harás en frente de todos.

–... ¡¿Pedirte perdón?! –simuló burlarse Chandler ante todos los que se regresaron a ver–. Eso no fue lo que dije, idiota. Ja ja ja ja ja...

–Si lo fue –replicó Lincoln con mayor enfado–. Acabas de decir que lo sientes y que no quieres pelear.

–¡Jo, Larry! –prosiguió el pelirrojo con su patética actuación–. Intentas desesperadamente librarte de esto. Estos alumnos son muy inteligentes, pueden ver que buscas una excusa.

–No quiero una excusa. Te voy a patear el culo, sea lo que sea.

–¡Ja, que gracioso! Vas a morir, lesbiana.

En cuanto Lincoln cerró la puerta de su casillero y echó a caminar por el pasillo, Chandler volvió a acercársele una vez se aseguró de que el resto de alumnos se dispersaran también.

Larry, en serio –insistió en voz baja–, quiero pedirte perdón. Lo siento mucho y creo que no debemos pelear.

–Aléjate de mi –gruñó Lincoln apartándolo de un empujón.

***

Minutos después, Clyde se disponía a entrar en la oficina del Director Huggins para dar unos anuncios, cuando escuchó a los dos amigos del pelirrojo sosteniendo una curiosa conversación cerca de ahí.

–¿Oíste lo que dijo Chandler? –preguntó Richie a Trent–. Dijo que Lincoln le pidió que cancelara la pelea.

–Pues yo espero que no sea así. Quiero ver como Chandler le patea bien el culo a ese cabeza de semen.

***

Al tiempo que todo esto sucedía, Lincoln pasaba cerca de un armario de escobas, cuando el propio Chandler se asomó por ahí a llamarlo discretamente.

Pst... Oye, Larry.

–¿Y ahora qué quieres? –se regresó a mirarlo con enojo.

–Un momento. Sólo ven aquí.

Molesto, el albino exhaló un suspiro y entró al armario, tras lo cual Chandler volvió a cerrar la puerta tras ellos dos.

Larry, no me lo vas a creer –empezó a explicarse el pelirrojo–. Me acabo de enterar que mi mamá tiene cáncer de seno. Lo tengo merecido. Me porté muy mal, y ahora le van a cortar las tetas a mi mamá.

–¿De veras crees que esto va a funcionar? –se atrevió a preguntar Lincoln con mayor indignación.

Larry –Chandler entonces sacó su billetera y procedió a vaciarla–, tengo ciento veintisiete dólares en efectivo. Si cancelas la pelea, yo...

–No me puedes sobornar para librarte.

Larry, tengo distrofia muscular.

–Mentira.

–... Mi mamá tiene distrofia muscular... En las tetas.

–¿No comprendes, idiota? No puedes hacer nada para cancelar esta pelea. Voy a arrastrarte por todo el parque en frente de todos. Voy a hacerte tragar tu propio culo y comerte los calzones, ¿entendiste?

–... ¿Comer mis calzones?

–Así es.

–Está bien, Larry, me comeré los calzones, aquí mismo, ahora.

–¿Pero es que no tienes nada de dignidad, Chandler?

–No. A menos que quieras que la tenga. ¿Lo quieres?

–Eres la mierda más grande.

–Me comeré los calzones –Chandler empezó a bajarse los pantalones en frente de Lincoln–. Quedarás satisfecho y nos podemos olvidar de esto.

–¿Qué estás haciendo? –inquirió el otro, al ver con espanto que se sacaba los calzoncillos, los doblaba cuidadosamente y se los metía en la boca.

–Estoy comprometido a la paz, Larry –contestó el pelirrojo, conforme empezaba a tragarse su propia ropa interior–. Quiero que sepas... Lo agepentido que egtoy... ¡Buag!... ¡Buag!... Lo mucho que... ¡Buag! ¡Buag!...

–¡Asco! –gritó Lincoln con repudio.

¡Buag!... Larry... mírame, Larry... ¡Buag!... ¡Buag!... ¡Buag! ¡Buag!...

–Oh, Dios mio.

–¿Nos...? –jadeó Chandler una vez pudo engullir sus calzoncillos con dificultad–. Glup... ¿Nos olvidamos?

–¡No!

–¡Me comí mis calzones! ¡¿Qué más quieres de mi?!

–Eres tan patetico.

–¡Larry, no es justo! –imploró Chandler a su oponente en cuanto este salió sin mas del armario de escobas–. ¡Me comí mis calzones por ti...!

***

Aproximándose ya la hora de salida, Clyde entró al baño de los chicos y fue allí que Chandler lo abordó, sin dejar de asegurarse antes de que no hubiera nadie más ahí adentro, claro está.

–Oye, Clyde –se acercó a hablarle muy nervioso–, tenemos que hablar.

–¿Qué pasa?

–¿Sabes?, tu amigo Larry y yo vamos a pelear en tres horas.

–Se llama Lincoln, por si no lo sabías.

–Como sea que se llame, ¿no te preocupa? Todos sabemos que el es un debilucho y yo tampoco quiero meterme en problemas si sale herido.

–No puedo hacer nada –Clyde se encogió de hombros–. Quiere pelear contigo.

–Eso no es cierto –se apresuró a insistir Chandler–, el me dijo que no quería pelear. Está atrapado, Clyde. El sabe que le voy a patear el culo, pero piensa que si no pelea conmigo todos van a llamarlo gallina.

–¿Eso crees?

–¿Sabes lo que hizo? Me pidió perdón. Me rogó que no peleara. Le dije: si quieres pedir perdón, hazlo frente a todos. Pero no quizo, está desesperado. Tu debes hacer algo, Clyde. Se un buen amigo y convéncelo de que no pelee para que pueda... ¡Buag!... ¡Buag!... ¡Buag!... ¡Buag!... ¡Buag! ¡Buag!...

Antes de continuar, Chandler tuvo que hacer una breve pausa para poder regurgitar sus calzoncillos que venían de vuelta, ante la mirada de asco y consternación del joven McBride.

–Oh, ahí es donde estaban... –dijo una vez que los escupió por completo y los guardó en el bolsillo trasero de su pantalón–. Pero, bueno, tu eres el que debe terminar con esto. Tú mejor amigo te necesita.

–Amigo –repuso Clyde volviendo a encogerse de hombros–, no hay nada que yo pueda hacer.

–¡Dios!, ¡¿qué clase de marica eres?! –bramó Chandler–. Eres tremendo marica. Si le hago daño a Larry, será por tu culpa.

Clyde se quedó mirando la trusa ensalivada que colgaba del dedo con el que le apuntó Chandler, quien acabó por salir del baño muy molesto.

***

–... y es en este punto en el que Euripides reconoce que no puede ganar la batalla...

A la hora en que faltaba poco para que la chicharra anunciara la salida, todos los alumnos prestaban atención a la clase impartida por la Señorita Johnson, menos Chandler que miraba con total nerviosismo el reloj que colgaba de la pared del aula.

Te voy a arrastrar por todo el parque en frente de todos –amenazó la voz de Lincoln Loud en su cabeza, seguida por la de Trent que decía nuevamente–: Si ese perdedor llega a ganarte, pensarán que eres marica≫.

–La tarea de hoy día será –acabó de indicar la maestra a sus alumnos, para posteriormente dar la clase por finalizada, entretanto el segundero del reloj seguía avanzando–, que lean el capítulo siete...

–Patéale el culo, Linc –le dijo Stella al peliblanco, en cuanto Chandler se atrevió a mirarlo de reojo en su pupitre.

–En cuanto suene la campana –oyó que le indicaba Zach a Liam–, vamos a buscar el mejor sitio para ver la pelea.

≪No tengo salida –pensó el pelirrojo sudando a mares–. Ese tonto de verdad me va a patear el culo...≫.

–Es casi la hora –escuchó que Clyde le avisaba a todos los demás.

–Y prepárense para el examen de la próxima semana –terminó de indicar la maestra Johnson en lo que giraba a anotar los temas en la pizarra.

–No puedo ver la pelea –mencionó Rusty al resto de la pandilla–. Tengo un castigo a esa hora.

–¿Castigo?... –exclamó Chandler–. Lo tengo, ¡lo tengo!

≪¡Necesito un castigo, pronto!≫.

–¡No!

Faltando apenas diez segundos para que el reloj marcara la hora de salida, Chandler se levantó de su pupitre, corrió a toda prisa a encaramarse encima del escritorio de la Srta. Johnson, se bajó los pantalones, se puso en cuclillas, aflojó el esfínter y pujó con todas sus fuerzas para soltar una tremenda porra de caca encima de los papeles que la maestra había dejado ahí.

–Chandler –se dirigió a el la Srta. Johnson en cuanto se regresó a verle, a la vez que todos en el aula se quedaban boquiabiertos ante semejante acción–, ¿te acabas de cagar en mi escritorio?

–¿Qué pasa?, ¿qué pasa? –pretendió burlarse el pelirrojo en lo que volvía a subirse los pantalones–. Me cagué ahí, ¿que tiene de malo?

–¡¿Qué rayos?! –exclamó Stella, incrédula de lo que acababa de ver, en tanto Lincoln permaneció aun más shockeado que todos los demás.

***

Después de la hora de salida...

–Bienvenidos al castigo, pequeños mequetrefes –se dirigió el director Huggins a Chandler, Rusty y otros cuantos alumnos problemáticos que se hallaban sentados en una de las mesas grandes de la biblioteca–. Estarán aquí hasta que sus padres vengan a buscarlos. Usen el tiempo para estudiar.

–Si, genial.

En cuanto el director se retiró y Chandler se relajó pensando que ya había logrado librarse de su pelea con Lincoln, sus amigos Richie y Trent se asomaron por las puertas de la biblioteca y le hicieron una seña para que se les acercara.

–Hey, Chandler –habló Richie al momento en que su amigo acudió a ver que quería–, ¿qué pasa? Dicen que te buscaste un castigo a propósito para escapar de la pelea con Lincoln.

–¿Qué? Que ridiculez –negó el pelirrojo.

–Creen que te cagaste en el escritorio de la maestra para no pelear –explicó Trent.

–No lo hice por eso –se excusó Chandler haciéndose el indignado.

–¿Entonces por qué te cagaste ahí?

–Porque soy crudo, ¿entienden? –fue lo que contestó–. Soy anti-regulaciones. Así soy yo. Yo hago cosas crudas como esas.

–Eso fue lo que yo dije –comentó Richie–. Yo le dije a todos: Chandler no tiene miedo de pelear con Lincoln. Lo haría si pudiera.

–Claro que si. Me comporté como un punk. Me castigaron, es todo. Soy un maleante.

–Me alegro –dijo Trent–. Porque pospusimos la pelea para el lunes en la mañana.

–¿Ah?

–Antes de clases, todos van a llegar temprano –explicó Richie.

–De está manera no importa si te dan un castigo –volvió a aclarar Trent.

–¡Chandler –lo llamó entonces el director Huggins–, regresa aquí ahora mismo!

–Lincoln dijo que iba a estar aquí una hora antes –informó Richie antes de retirarse en compañía de Trent–. Te veo el lunes en la mañana, campeón.

Al volver a su lugar, Chandler, aterrado, oyó que alguien golpeaba el vidrio de la gran ventana de la biblioteca.

Toc, toc.

Al volverse, del otro lado vio a las cuatro hermanas menores de Lincoln fulminándolo con la mirada.

–El lunes en la mañana, vas a morir –avisó Lola–. El lunes en la mañana.

***

Durante ese fin de semana, Lincoln aprovechó para entrenarse un poco más antes del encuentro.

No obstante, el domingo en la noche sucedió cierto contratiempo que alteraría sus planes.

–Lincoln –oyó que lo llamaba su padre, a esa hora en que se encontraba en la habitación de Lynn y Lucy y su hermana deportista evaluaba el modo en que le daba de golpes a la pera de box.

–¿Si? –contestó al llamado sin dejar de practicar.

–Queremos hablar contigo, ahora mismo.

Lincoln asestó un ultimo golpe a la pera y salió de la habitación de Lynn y Lucy rumbo a las escaleras. Poco después sus hermanas salieron al pasillo y lo siguieron de lejos a ver que sucedía.

Al bajar a la sala, el chico se encontró con sus padres quienes lo miraban con expresión muy seria.

–Lincoln –le habló su madre con los brazos en jarras–, ¿estás maltratando a otros chicos en la escuela?

–¿Qué?, no –negó inmediatamente, entretanto sus diez hermanas se asomaban por el pasamanos.

–Explícanos porque vinieron a hablar con nosotros los padres de este niño –exigió saber Rita.

Y entonces señaló al sofá en donde se hallaban sentados el señor y la señora McCann a ambos lados de su hijo, que convenientemente iba bien peinado, vestía un suéter que lo hacia parecer un santurrón idiota y no dejaba de lloriquear del modo más patético que en su vida habría visto.

–¿Le dijiste a este niñito que le ibas a pegar? –inquirió Lynn padre.

–Ustedes no entienden –quiso intervenir Lori–. Literalmente, el...

–También sabemos que ustedes lo han estado incitando –la interrumpió su madre con enojo–. No puedo creer que mis hijas se hayan vuelto unas bravuconas.

–Todas, vayan a sus habitaciones –ordenó seguidamente el señor Loud–. En un momento tendré que hablar muy seriamente con ustedes.

–Pero, papá... –trató de replicarle Lola.

–¡Ahora mismo! –exigió el hombre a gritos, por lo que a las diez chicas no les quedó de otra que obedecer.

–¿Y? –volvió a indagar Rita mirando enojada a Lincoln.

–Es que dijo cosas muy horribles e insultó a las niñas –se explicó el albino ante sus padres.

–Pero, yo les pedí perdón –sollozó Chandler a quien su madre abrazó cariñosamente, mientras que su padre miraba con furia al joven Loud–. Y aun me quiere pegar.

–Lincoln –le habló su madre–, no importa lo que la gente diga, uno no puede responder con violencia. ¿No les hemos enseñado eso?

–En realidad, Lincoln... –balbuceó el pelirrojo entre lagrimas–. Yo pienso que tu eres increíble... Reconozco que para ti soy un simple debilucho; pero yo quiero ser tu amigo porque no tengo muchos en la escuela...

–Lincoln, dile al niñito que no le vas a hacer daño –exigió la señora Loud.

–Mamá, no...

–Ahora, jovencito.

–... No te voy a hacer daño –terminó prometiéndole Lincoln a Chandler a regañadientes.

–Si me llegó a enterar de alguna pelea en la escuela –advirtió el señor Loud–, tendré que castigarlos a ti y a tus hermanas por montoneros, ¿entendido?

–Si señor –asintió Lincoln, sintiéndose impotente ante la situación.

–Lamentamos mucho todo, señora McCann –se disculpó Rita con la madre de Chandler, quien discretamente le sacó la lengua y le mostró el dedo medio de cada mano a Lincoln haciendo que este se ruborizara de ira.

–Oh, no, muchas gracias por su tiempo –agradeció la otra mujer.

–No volverá a pasar –prometió Lynn padre.

–Son muy dulces, mil gracias. Vamos, amor.

–Si, mami... –dijo Chandler volviendo a su fachada de niño indefenso cuando de nuevo estuvo a la vista de sus padres–. Mami...

***

El lunes en la mañana, toda la escuela se hallaba reunida en el patio de en frente a la espera del tan ansiado encuentro.

–Es casi hora de clases y Lincoln todavía no ha llegado –dijo Richie.

–Si –se encogió de hombros Chandler que también estaba ahí–, no sé que está pasando. Yo vine.

–¿Dónde está? –preguntó Stella a su grupo de amigos–, ¿por qué Lincoln no se ha presentado a la pelea?

–Ahí vienen –avisó Jordan al ver que Vanzilla aparcaba en una acera cercana y   de está bajaban los Loud que correspondían a la primaria de Royal Woods. Sólo que esa vez Lincoln volvía a usar sus ropas habituales en vez de la sudadera celeste.

–¿Qué tal, Larry? –lo desafió Chandler al verlo pasar junto con sus hermanas–. Pensé que íbamos a pelear.

–Sabes que no puedo hacerlo –contestó completamente enfadado.

–¿Porqué? ¿Eres gallina? Cloc-cloc-cloc...

–No puede pelear contigo porque viniste anoche a llorar con tus padres a nuestra casa –lo acusó Lola.

–Oh, no me digas –se le mofó Chandler–. ¿No pudieron inventar algo mejor?

–¿No pudieron inventar algo mejor? –repitió Richie en tono burlón.

–No estoy jugando, Larry –pretendió Chandler desafiar a Lincoln–. Vamos ya. Vamos a terminar, ya.

–Vamos, Lincoln –lo alentó Stella–, patéale el culo.

–No puedo –explicó este, tras lo cual sonó la chicharra y todos exhalaron decepcionados.

¡Riiiiinnnngggg...!

–Rayos –gruñó Lincoln, y se encaminó a las puertas de la escuela en compañía de sus hermanas menores.

–Se achicopaló –exclamó Richie.

–Se los dije –sonrió Chandler victorioso–. Les dije que ese tonto no tenía cojones.

***

Las horas pasaron y las clases siguieron normalmente, con Lincoln recostado contra su pupitre, afectado por un total sentimiento de impotencia y frustración.

... Por eso debemos reciclar –terminó Liam de leer su informe ante la clase–, todos los días. Reciclar es importante y salvará el planeta, la tierra. El fin.

–Muy bonito, Liam –dijo la maestra Johnson–. Tenemos tiempo para leer uno más antes del recreo. ¿Quién quiere ir?

En respuesta, Chandler levantó la mano.

–Bien, señor McCann.

–Gracias –dijo pasando al frente–. Yo escribí hoy sobre el cáncer de seno.

Lincoln levantó la cabeza y miró atentamente.

No me parece que se hace lo suficiente –continuó Chandler–, y al igual que las víctimas del cáncer de seno, hay algo que me quiero sacar del pecho... ¡Pst! Ja ja ja ja ja ja ja... Hay... Todos debemos luchar para que algún día el cáncer de tetitas sea una lejana mamaria ... ¡Pst! Ja ja ja ja ja ja ja...

–Es un bastardo total –masculló Lincoln–. Me ganaste pero no te cansas.

–¿Qué le dijo el cáncer de seno a un mono polaco?

–Basta, Chandler –lo amonestó la maestra Johnson–, no te hagas el gracioso.

–¡¿Porqué?!

Desesperado a más no poder, Lincoln se levantó de su pupitre y corrió a agarrar al pelirrojo del cuello de su camiseta.

–¡¿Por qué me haces esto?! –inquirió a gritos mientras lo zarandeaba delante de toda la clase–. ¡¿Por qué no paras?!

Larry, Larry –rió Chandler lleno de gozo–, cálmate.

Lincoln Loud –habló en ese momento la señorita Cheryl por el altavoz–, preséntese a la oficina del director, por favor. Lincoln, preséntese a la oficina del director.

–¡Rayos!

–Ña ña ña ñañaña... –se le mofó Chandler–. Estás en problemas... Jaja ja jaja ja...

***

–Buenas tardes, señor Loud –saludó el director Huggins a Lincoln en cuanto este entró a su oficina–, siéntese por favor.

Después de que Lincoln ingresara y tomara asiento, el director hizo una pausa y esperó a que su secretaria cerrase la puerta tras ellos y se parara a la derecha de su escritorio.

–Lincoln –prosiguió Huggins con calma–, escuchamos rumores de una pelea entre tu y el señor Chandler McCann.

–No señor –negó el albino cabizbajo y con el ceño fruncido–, no habrá ninguna pelea.

–¿Ah, no? –preguntó Cheryl que parecía sorprendida ante la negativa–. ¿Seguro?

–Seguro –afirmó Lincoln para su propio pesar, a lo que el señor Huggins y su secretaria se miraron en silencio.

–... Ya veo. Los dejaré unos minutos a solas para que puedan hablar –informó el director, para luego ponerse en pie y encaminarse hacia la puerta–. Tengo... Que hacer una diligencia.

–Lincoln –le habló Cheryl una vez el señor Huggins salió de su oficina. En aquella ocasión, la expresión de la agradable mujer no daba pie a la risueña cara con la que solía mostrarse a los niños de la escuela y su hablar era en tono totalmente serio–, he visto todo lo que has hecho por el mes del cáncer de seno. ¿Sabías que yo soy una superviviente de ese cáncer?

–¿Ah si?

–Fui diagnosticada hace siete años –afirmó la secretaria del director Huggins–. El cáncer es un mal. Es un tumor enrojecido que debe ser destruido. Cuando existe un cáncer, hay que pelear contra el. No se puede razonar con el cáncer, ni esperar a que desaparezca, el cáncer no sigue ninguna regla y uno tampoco debe hacerlo.

–... Mis padres dijeron –empezó a explicarse Lincoln tras captar la indirecta–, que si peleo...

–Y uno no debe escuchar lo que otros dicen –continuó Cheryl–. Hay que estar dispuesto a perderlo todo; porque si no, el cáncer se lo lleva todo. ¿Comprendes?

–Si señora –asintió Lincoln con mayor determinación.

–Cuando tienes cáncer, peleas. Porque no importa si le ganas o no. Te resistes a que ese apestoso tumor rojo te haga sentir impotente.

Tras escuchar esas palabras de aliento, en la que Cheryl no le estaba diciendo explícitamente que debía pelear, Lincoln supo lo que debía hacer.

***

–Va a pelear –avisó Lola a sus compañeros a la hora del recreo–. Lincoln si va a pelear con Chandler ahora mismo.

***

–¡Emotivos! –avisó Lana a Lucy y los del club fúnebre que estaban reunidos bajo las escaleras de las tribunas del estadio–. Lincoln y Chandler van a pelear ahora.

–Por fin –dijo su hermana gótica yendo tras ella–, ya era hora.

–¿Acaso nos llamó emotivos? –preguntó en cambio Haiku al resto de los del club.

***

Fue cuestión de minutos para que toda la escuela se enterara y saliera a reunirse en el patio alrededor de Chandler quien tranquilamente platicaba con sus amigos.

–¿Eh? –el muchacho pelirrojo miró confuso al grupo de alumnos que lo rodeaban con caras expectantes, segundos antes de que estos le abrieran paso a Lincoln quien se quitó la camiseta y dejó al descubierto un abdomen tonificado por el ejercicio, un par de pectorales bien marcados, brazos musculosos y una espalda ancha adornada con un collage de tatuajes temporales. Cosa que al ver, hizo que Chandler tragara una poca de saliva.

–Genial –dijo Richie–, a pelear.

–¿Qué pasa? ¿Qué pasa, Larry?

Como era de esperarse, Chandler pretendió burlarse de el para quedar bien ante todos; mas por dentro estaba aterrado.

–No olvides –se acercó a susurrarle–, te acuso con mi mamá.

–No me importa –respondió Lincoln cerrando ambos puños, en cuyos nudillos tenía tatuadas las palabras amor y odio.

–Ah... Queda poco de recreo –trató de excusarse Chandler ante los espectadores, en un ultimo y patético intento por librarse de pelear–. No tenemos tiempo.

–Cállate y pelea –exigió Stella, a lo que todos a su alrededor empezaron a reclamar por sangre.

–Está bien, Larry –dijo Chandler levantando ambos puños temblantes al saber que no tenía de otra–. Pelearé contigo, abusadora.

La pelea inició con Chandler disparando un puñetazo directo al rostro de Lincoln, pero este lo esquivó con agilidad y respondió con un contundente derechazo con el que consiguió derribar a su oponente.

Chandler, entonces, se levantó alzándose los pantalones y consiguió conectar los siguientes seis golpes arrinconando así a Lincoln contra un pasamanos. Mas el albino, en breve, retomó el control de la situación al asestarle un gancho al hígado a Chandler, luego un rodillazo en la boca del estomago, después un cabezazo para aturdirlo y por ultimo lo agarró de los cabellos para estrellarle la cara repetidas veces contra el tubo del pasamanos.

¡Clanc! ¡Clanc! ¡Clanc! ¡Clanc!...

–¡Mátalo, hermano de Lisa! –lo ovacionó Darcy de entre todos los vitoreos y aplausos de los alumnos de la escuela primaria–. ¡Masácralo!

–¡Si, pégale, marica! –gritó Cristina.

Tras esto, Lincoln agarró a Chandler del cuello de su camiseta y lo lanzó hacia los brazos de Tren y Richie quienes, en lugar de arrojar la toalla como buenos amigos, lo que hicieron fue volver a arrojarlo al centro del circulo para que ahí recibiera otro buen surtido de golpes hasta quedar tumbado en el suelo y sin fuerzas para continuar.

–Muy bien, levántate –dijo su oponente halándolo de los cabellos en cuanto terminó de rematarlo a patadas–. ¡Levántate ya, carajo!

–Ay... –gimió el desgraciado pelirrojo.

–Ahora –procedió Lincoln a obligarlo a mirar a sus hermanas, a Stella y todas las chicas a sus alrededores–, pídeles perdón a todas ellas por haberte burlado del cáncer de seno.

–Perdón... –balbuceó Chandler, tras lo cual Lincoln lo volvió a arrojar al piso y le lanzó un flemoso escupitajo en el rostro.

–Bien hecho, Linky –lo felicitó Lola quien se acercó a abrazarlo junto con Lana, Lucy y Lisa.

–Oigan, ¿qué está pasando aquí?

En eso, el entrenador Pakowski llegó abriéndose paso por entre la multitud de alumnos y encontró a Chandler tirado en el centro del circulo con la cara hundida en un charco de su propia sangre, sus dientes esparcidos por doquier, sus dos ojos amoratados y su nariz hecha pedazos.

–Terminé –dijo Lincoln quien se retiró del lugar en compañía de sus hermanas, sin olvidarse de pasarle indeliberadamente por encima a su víctima pisándolo en las costillas.

–¡Hey, llamen al director! –gritó el entrenador saliendo en busca de ayuda.

Una vez su agresor y las chicas de la escuela se hubieron ido, satisfechas de que lo hubieran puesto en su lugar, Chandler difícilmente volvió a ponerse en pie frente a los chicos que aun seguían presentes.

–No digan nada... –sollozó–. Ya sé como es... Ya no soy el chico chévere... Ahora todos piensan que soy un marica... Mi vida escolar terminó... Porque ahora todos los chicos no piensan que soy chévere...

–Nosotros nunca pensamos que tu eras chévere –aclaró Clyde.

–No es cierto... –repuso Chandler entre lagrimas–. Lo dices sólo por decir.

–De veras –insistió Rusty–, siempre hemos pensado que jodes mucho.

–Nada ha cambiado –secundó Liam–, no hay posibilidad de que nuestra opinión de ti pueda ser peor.

–Dicen eso para hacerme sentir mejor...

–No, es cierto –insistió Zach–, siempre te hemos odiado.

–Si –afirmó Richie, a lo que Trent asintió con la cabeza.

–No traten de hacerme sentir mejor, chicos. No es... Un momento, esperen... ¿Por qué dirían cosas para hacerme sentir mejor?... A menos que... De veras crean que soy chévere.

–¿Qué? –lo miró confuso Trent.

–Si tratan de hacerme sentir mejor –dedujo el patético de Chandler, ante las caras de pena ajena de todos los chicos que lo rodeaban–, es porque todavía me quieren... Oh, menos mal. Estaba tan preocupado por lo que fueran a pensar de mi si me dejaba ganar por ese tonto, y resulta que igual ustedes me consideran chévere... Oh, Dios, que alivio, si... Ja ja...

FIN

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