Parte I (3) (3 de 15)

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Continuando con el proceso de enrolamiento, Lincoln pasó a formarse en la fila para la barbería del cuartel.

–Señor, listo, señor –sollozó un chico que salió de ahí con la cabeza enteramente afeitada–. Soy basura...

–Bien, recluta Leno –llamó el sargento Hartman a Lincoln para que pasara a tomar su turno–. Siéntate ahí.

–Escuche –el albino tomó asiento en la silla y le mostró al peluquero la portada de un manga de Naruto que llevó consigo–, quiero algo como este, como Sasuke, pero en versión heterosexual. Me quedaría perfecto.

–¿Así? –se mofó el peluquero quien le pasó la afeitadora al ras por en medio de la cabeza.

¡Rrrrr...!

–Eh... Oiga... –pidió al mirarse al espejo–. Si lo deja así, como está, puedo disimularlo.

¡Rrrrr...!

***

Una rasurada después, Lincoln miró su reflejo con la cabeza afeitada en el espejo de la barbería y estúpidamente se le ocurrió preguntar:

–¿Creen que se verá más largo si lo cepillo?

***

Mientras tanto, en la casa Loud, su familia seguía lidiando con el lío en el que estaba metido su padre, a quien de momento la corte puso bajo arresto domiciliario en lo que se llevaba a cabo la investigación del desfalco por el que se lo acusaba. Todo esto a la par que sus hermanas seguían encubriéndolo hasta que pudiesen localizarlo.

–¿Tiene que usar esa cosa? –preguntó Rita al defensor que con sus escasos recursos pudieron contratar: un abogado de poco prestigio y sin nada de éxito llamado Lionel Hutz.

–Era arraigo domiciliario o la cárcel –respondió el señor Hutz, al tiempo que al señor Loud le era colocada una tobillera electrónica–. Creo que fue la elección correcta.

–Su tobillera envía una señal a la base a prueba de modificaciones –indicó el agente que acabó de ponerle el aparato al acusado–. Su orden dice que debe quedarse en un rango de quince metros.

–¿Y con esto me puedo duchar? –preguntó el señor Lynn.

–Oh, con que me habla feo –dijo el agente en tono despectivo, por lo cual movió una perilla en el control a distancia de la tobillera electrónica–. De acuerdo, le quitaré tres metros.

–¿Qué está haciendo?

–Le diré las reglas –explicó el insufrible agente que se puso a jugar con la perilla del mando a su antojo–. Puede tener una orden, pero la verdad es que yo pongo esto como quiero. Tresmil metros o cinco centímetros... Oh, mire, de vacaciones en las Vegas... Y no puede salir de su baño.

–Señora Loud –se dirigió a su vez el abogado a Rita, mientras que sus diez hijas espiaban preocupadas desde las escaleras, siendo Lynn la que usaba la botarga de ardilla para hacerse pasar por Lincoln en esta ocasión–, he sido defensor publico desde hace más de treinta años y, se lo aseguro, esa audiencia no fue un desastre. Apuesto a que podemos reducirlo a conspiración para cometer fraude.

–Eso es de lo que ya está acusado –señaló Rita.

–Oh... ¿Tiene un bolígrafo?

–Mire, sé que tiene mucho trabajo, pero desde ahora tiene un solo caso, un hombre inocente con ONCE hijos y esposa cuyas vidas se tambalean al borde del abismo. No permita que eso pase, tiene que salvar a mi familia, es la única persona que puede ayudarnos.

–Rita, le juro que trabajaré de noche y de día para sacar de esto a su esposo –prometió el abogado–. Mi libreto de cine puede esperar.

–Bien...

La mujer se puso en pie y agarró su bolso, terminando así de alistarse para ir a cubrir otro turno en la clínica dental, con el que conseguiría más del dinero extra que en esos momentos les hacía mucha falta.

–Lo siento, Lynn, tengo que trabajar –se despidió de su esposo–; pero descuida, saldremos de esta. Te amo.

–Ah, tengo una esposa maravillosa –comentó contento el señor Loud, luego de que Rita lo besara en los labios y se fuera a su trabajo.

–Y me lo restriega en la cara –repuso el oficial que manejaba el mando de la tobillera electrónica–. Eso es otro metro.

***

Esa misma mañana, en el cuartel, los reclutas novatos salieron a formarse luciendo sus nuevos uniformes.

–¡Buenos días, larvas! –los saludó el sargento Hartman con un grito–. Quiero que entiendan porque los llamo larvas. La larva es la forma temblorosa y babosa de la mosca común doméstica, y todos sabemos lo que comen las larvas, y yo seré quien les...

Al instante, el suboficial interrumpió su discurso al notar que, ni bien era su primer día en el ejército, Lincoln Loud –bajo la falsa identidad de Warren Load, alias el recluta Jay Leno– ya estaba haciendo tonterías.

Pues en la formación era el único que no llevaba ni su equipo de acampar, ni su uniforme, ni sus botas, ni su casco. En su lugar estaba en camisa y calcetines, pero si tenía en su posesión un Game Boy Color con el que lo vio jugando felizmente sin ningún remordimiento.

–Santo Dios del cielo –gruño el sargento entre dientes–. Apuesto a que hay una historia para esto, ¿cierto?

–¡Señor, aguarde, señor! –pidió Lincoln un chance para poner el videojuego en pausa.

–Claro –accedió Hartman con sarcasmo.

–Listo.

–¿Quieres decirme que le pasó a tu equipo, recluta?

–Señor, lo cambié, señor –contestó el peliblanco mostrando el Game Boy Color–. Me dieron esto y nueve juegos, señor.

–Ah, y alegremente cambiaste tu bolsa de dormir y tu impermeable del gobierno.

–Señor, no se preocupe, señor. Tengo un plan, señor.

–¿Ah sí?

–Señor, si, señor. La mochila se la quitaré después a un muerto, señor. Y el impermeable no creo que haga falta, señor. ¿O usted cree que vaya a llover, señor?

En la formación, sus compañeros Clarence, Coop y Craig intercambiaron miradas de preocupación con las que daban a entender que los tres pensaban exactamente lo mismo, y eso era que Lincoln ahora si la había liado a lo grande.

***

Y no estaban para nada equivocados puesto que, al cabo de unos minutos, el albino ejecutaba una larga sesión de lagartijas sobre un charco de lodo, con el sargento Hartman rociándolo con una manguera puesta en propulsión a chorro mientras se veía obligado a entonar repetidamente un canto de marcha que iba así:

Mi sargento me hace sano, no soy más que un vil gusano. Él manda la lluvia y el sol, y yo soy peor que un caracol. Mi sargento...

***

Al caer la tarde, de regreso en la casa Loud, sus diez hermanas ayudaban en los quehaceres de la casa mientras su madre ganaba el dinero que faltaba cubriendo los turnos extra en la clínica.

Ugh –se aquejó Bobby, que seguía ahí, a la hora de ayudar a su novia a doblar la ropa en el cuarto de los padres–, no hubiera escogido la ropa limpia de saber que esto estaba aquí.

–¿Te da asco la ropa interior de mi madre? –repuso Lori–. Sólo son los calzones de mi madre.

Bebé, no digas calzones de mi madre, por favor.

–No sé si mamá soportará mucho esto –comentó Lynn Jr. quien también les estaba ayudando con esta tarea, aun llevando puesta la botarga de ardilla y teniendo la cabeza a mano, en caso de que Rita regresara antes y tuviera que seguir haciéndose pasar por Lincoln–, los turnos dobles, las cuentas, las charlas con la policía, los abogados...

–¿Y el hijo extraviado, qué? –señaló despectivamente Luan quien la oyó al pasar al lado de la habitación y se asomó a la puerta–, ¿no cuenta?

–¡Que lo voy a buscar! –chilló la castaña en su defensa–, entiéndeme.

–¡Rápido, mamá viene! –llegó avisar Lana, por lo que Lynn se puso la cabeza de ardilla antes de que Rita entrara a la habitación tambaleándose de cansancio.

–Hola, mamá –la saludó Lori–. Danos un segundo y quitaremos todo esto de la cama.

¡Plaf!

–O puedes acostarte no más si quieres –dijo Luan en cuanto la mujer se desplomó agotada sobre toda la ropa sin doblar.

–¿A que hora quiere que ponga la alarma? –se limitó a preguntar Lori.

–Cinco treinta –contestó Lynn tras mirar lo que su madre se escribió en la palma de la mano–, y que nos lavemos los dientes.

***

Nuevamente, en el cuartel, luego de que Lincoln recuperara su equipo y uniforme, los reclutas fueron puestos a trotar rigurosamente, al son de los versos entonados por el sargento Hartman que iba encabezando al grupo.

Un, dos, un, dos, un, dos, uno. Un, dos, un, dos, un, dos, uno. Un, dos, un, dos, un, dos, uno. Un, dos, un, dos, un, dos, uno... No pierdan el paso, no pierdan el paso... Un, dos, un, dos, un, dos, uno. Mamá y papá antes de dormir...

Mamá y papá antes de dormir –repitieron en coro Lincoln y sus compañeros reclutas.

Mi mamá da vuelta y dice así...

Mi mamá da vuelta y dice así...

Quiero ya...

Quiero ya...

Entrenar...

Entrenar...

Bien por ti...

Bien por ti...

Bien por mi...

Bien por mi...

Mmm... si...

Mmm... si...

Yo me levanto al amanecer...

Yo me levanto al amanecer...

Corro en el día lo que hay que correr...

Corro en el día lo que hay que correr...

Alberto Fujimori es un infeliz...

Alberto Fujimori es un infeliz...

Por haberme pegado la sifilis...

Por haberme pegado la sifilis...

***

Después practicaron la marcha con los rifles al hombro.

Un, dos, un, dos, un, dos, uno –oraba el sargento Hartman con lo que Lincoln y sus compañeros reclutas procuraban acatar sus ordenes al pie de la letra–. Armas al hombro izquierdo... ¡Ya!... Un, dos, uno. Presentar... ¡Ya!... Un, dos. Pelotón... ¡Alto!... Hombro izquierdo... ¡Ya!

En el acto, Lincoln observó que el sargento se aproximaba a amonestar al obeso chico llamado Clarence por haberse equivocado de lado.

–Recluta Pyle, ¿qué trata de hacerle a mi adorado cuerpo?

–¡Señor, no sé, señor! –respondió el gordito intimidado como nunca.

–Eres un pendejo, recluta Pyle. ¿Esperas que crea que no sabes que es izquierda y que diablos es derecha?

–¡Señor, no, señor!

–Entonces lo hiciste apropósito, buscas ser diferente.

–¡Señor, no, señor!

¡Slap!

–¿Qué lado fue ese, recluta Pyle? –preguntó el sargento a Clarence tras soltarle una fuerte bofetada.

–¡Señor, el izquierdo, señor! –gimoteó.

–¡¿Estás seguro, recluta Pyle?!

–¡Señor, si, señor!

¡Slap!

–¿Qué lado fue ese, recluta Pyle? –volvió a inquirir tras soltarle una segunda bofetada en la otra mejilla.

–¡Señor, el lado derecho, señor! –contestó el gordito tratando de contener las lagrimas.

–No me quieras chingar, Pyle. Recoge tu puta gorra.

–¡Señor, si, señor!

***

De ahí marcharon directo a un pequeño río al otro lado de la carretera, con Clarence obligado a ir hasta atrás de la forma más humillante pues, en castigo, el sargento lo hizo marchar el resto del trayecto con los pantalones abajo, su gorra mal puesta, el rifle agarrado al revés y con un pulgar metido en la boca.

–Ahora –indicó el suboficial a sus subordinados una vez llegaron a la orilla del río–, deben completar el ritual de la afeitada. Quiero que cada uno de ustedes tome una de estas piedras de río... ¡No estamos descansando! ¡Les dije a todas que recogieran piedras de río!

Inmediatamente, Lincoln y sus compañeros se apuraron a recoger los guijarros por miedo a hacer enojar más al sargento Hartman.

–Muy bien –dijo en cuanto terminaron de acatar su orden–, ahora, rasúrense.

–Eh... ¿No sería más fácil rasurarnos con una piedra filosa? –se atrevió a sugerir Lincoln, debido a lo lisos que eran los guijarros que les fueron mandados a recoger.

–¡Esas piedras son para no hombres! –bramó el sargento asestándole otro puñetazo en el estomago igual al día de su llegada–. ¡¿Qué acaso quieren ser uno de esos?! ¡No lo creo!

***

Una dolorosa afeitada con guijarros lisos después, los reclutas, ahora con sus caras hechas picadillo, siguieron marchando hasta el anochecer. Sólo hasta entonces pudieron regresar a sus literas a ponerse sus pijamas; pero no pudieron acostarse inmediatamente, por muy agotados que estuviesen y lo mucho que les dolieran los pies, ya que antes debían estar formados para escuchar unas ultimas instrucciones del sargento Hartman.

–Esta noche, pendejos, dormirán con sus rifles. Y darán a su rifle un nombre de mujer. Porque ese es el único coño que tendrán para siempre. Sus días de meterle el dedo a su linda María culo podrido, bajo sus rosados y finos calzoncitos, se acabaron. A partir de ahora están casados con esta arma de madera y metal. Y le deberán fidelidad. Presentar... ¡Ya!

Ante esta orden, Lincoln y sus compañeros empuñaron sus rifles.

–Preparado a montar...

Con esta se posicionaron al lado de sus respectivas literas y los que tenían asignadas las de arriba se prepararon para encaramarlas.

–¡Ya!

Inmediatamente, todos se acostaron en poses rígidas, alternándose uno mirando al pasillo, otro mirando contra la pared.

–Presentar... –ordenó a todos que empuñaran sus rifles acostados en su cama–. ¡Ya!... A rezar.

Este es mi rifle –oraron Lincoln, Craig, Clarence y todos los reclutas desde sus literas–. Hay muchos iguales a él pero sólo este es el mío. Mi rifle es mi mejor amigo, el es mi vida. Debo dominarlo como debo dominar mi vida. Sin mi, mi rifle es algo inútil. Sin mi rifle, yo soy siempre inútil. Dispararé mi rifle con acierto. Dispararé mejor que el enemigo que quiera matarme. Dispararé antes que él para que no me maten, lo juro. Mi dios es testigo de lo que juro. Mi rifle y yo somos los defensores de la patria. Dominamos a nuestro enemigo, somos salvadores de mi vida. Así va a ser, aniquilar al enemigo. Por la paz, amen.

–Descansar... –indicó el sargento que dejaran de empuñar los rifles a sus subordinados una vez terminaron con la oración–. ¡Ya!... Descansen, señoras.

–¡Buenas noches, señor! –oraron los reclutas en el acto.

–Cierra, nena –ordenó el sargento a Coop Burtonburguer quien esa noche estaba de guardia.

–¡Señor, si, señor! –respondió al instante.

En cuanto el sargento bajó las luces y se retiró del lugar, Lincoln se dispuso a tomar un merecido descanso después de un arduo día de puro entrenamiento.

≪¿En que rayos me metí? –pensó–. Pero, bueno, esto sigue siendo mejor que aguantar a Lynn y sus tontas supersticiones≫.

***

Pero no habían pasado ni cuatro horas desde que pudo pegar ojo, cuando la diana del cuartel hizo despertar a todos con el escandaloso tocar de una trompeta que se oyó a través de los altavoces.

–¡Ay, voy a matar a ese trompetista! –rugió el albino, furioso de que lo hubieran despertado.

E inmediatamente agarró el rifle que le asignaron y corrió con el hasta la sala de mando de los altavoces, donde al instante se oyeron unos disparos tras los cuales el tocar de la trompeta cesó.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!...

–Listo, con eso tiene –dijo con alivio en cuanto salió de la sala de mando, dejando atrás de él a la consola principal completamente fulminada a tiros–. Ahora voy a tomar un buen baño caliente.

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