Parte II (1) (6 de 15)

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Parte II

–Hola a todos –saludó Carl al lector desde la sala de la residencia Casagrande en donde, en una esquina apartada, a espaldas suyas, se hallaba Ronnie Anne amarrada y amordazada en una silla–. Si están leyendo esto, es porque ya leyeron antes la primera parte de esta saga; pero si no es así, entonces dejen que yo les cuente que sucedió hasta ahora en este relato de The Loud House. Bueno, para empezar, Lincoln huyó de casa después de lo sucedido en el episodio No tanta suerte y ahora ninguna de sus hermanas sabe donde está.

***

Acorde a lo narrado por Carl, allá en la locación actual del desaparecido peliblanco, ósea el cuartel estatal de Michigan, su instructor Sénior estaba más que satisfecho con su nuevo desempeño. No tanto porque fuera el recluta más atlético o el más aguerrido, sino por su incondicional obediencia. Tan maravillado estaba con la nueva actitud de su subordinado, que decidió que aquello ameritaba mostrárselo a su superior.

–Flanco derecho... Flanco izquierdo... Media vuelta...

La demostración inicio con ordenes básicas. Si Hartman le ordenaba a Lincoln girar a la derecha, Lincoln giraba a la derecha. Si le ordenaba girar a la izquierda, inmediatamente giraba a la izquierda. Si le decía que diera media vuelta, daba media vuelta.

–Molino con brazo derecho... Salta con el pie izquierdo... Tetera...

Después pasó a darle ordenes más precisas. Cuando le dijo "molino con brazo derecho", Lincoln se puso a girar repetidamente su brazo derecho. Luego se puso a brincar sobre su pie izquierdo mientras seguía haciendo girar su brazo ni bien sumó esta orden. Por ultimo, porque así se lo indicó, se quedó inmóvil con las piernas ligeramente acuclilladas, una mano puesta en su cintura y el otro brazo formando una "S". Es decir en una pose que emulaba la de una tetera, precisamente.

Sorprendido, el coronel que observaba la demostración se acercó a pasarle una mano por delante de la cara al recluta de blancos cabellos que no se atrevió ni siquiera a parpadear, simplemente permaneció inexpresivo y atento a la siguiente orden de su instructor.

–Media vuelta... De frente... Marchen...

A continuación, el albino uniformado abandonó la pose de tetera y marchó de frente hasta, literalmente, chocar de narices contra la pared que tenía por delante. Pero en lugar de detenerse siguió marchando aun con su cara pegada contra la pared que se interponía en su camino, dado que su sargento le ordenó específicamente marchar de frente, pero no le dijo nada sobre evadir obstáculos. Porque así funcionaba la dinámica, orden que daba el sargento, orden que el recluta acataba al pie de la letra tanto como le fuera posible y sin usar su propio raciocinio.

–Lo hará todo el día –lo señaló el sargento Hartman cuyo pecho se hinchaba de orgullo–. No piensa más que un insecto. Casi recupera mi fe en el futuro de este ejército.

–Entonces los anuncios subliminales si funcionan –comentó el Coronel, quien si se mostraba genuinamente asombrado con la obediencia ciega del recluta.

–El ejército no usa anuncios subliminales.

Tras lo cual ambos militares se miraron a la cara y guardaron silencio por un instante.

–En descanso.

En el acto, Lincoln dejó de marchar contra la pared y tomó la pose de formación, a la espera de la siguiente orden de su sargento.

Leno –lo llamó por su apodo–, dile al coronel cual es tu único propósito en el ejército.

–¡Señor, hacer todo lo que usted me ordene, señor! –contestó fuerte y claro.

–Demonios, Leno –agradeció el coronel con voz firme–, eres realmente un genio. Es la mejor respuesta que he recibido, tu cociente intelectual debe ser de ciento sesenta, eres realmente una maravilla, Leno.

–Escúchame bien –le informó Hartman seguidamente–: En unos días tendremos unos ejercicios de campo muy importantes y quiero que tú seas mi numero dos porque obedeces todas mis ordenes como una especie de bello robot zombi descerebrado.

–¡Señor, será un honor, señor! –contestó Lincoln con toda claridad.

–Ahora, vamos a hacer apuestas y a que marches contra la cerca eléctrica.

–¡Señor, como usted mande, señor!

***

–Por otro lado –siguió Carl con el recuento de lo sucedido en lo que va de la saga, sin darse cuenta de que su prima ya no estaba amarrada en la silla y las cuerdas permanecían dispersas por toda la alfombra–, la señora Loud sufrió un colapso nervioso. Ah, pero eso no es lo peor, pues ahora mismo el señor Loud se halla en un terrible predicamento, ya que...

–¡Carl, maldito idiota! –lo interrumpió una enfurecida Ronnie Anne luego de escupir el calcetín sucio que su primo le metió a la boca por debajo de la mordaza–. Se suponía que yo iba a hacer el recuento de la parte anterior.

Viendo que su prima había conseguido librarse de sus ataduras, el chiquillo de cejas pobladas salió huyendo del edificio con Ronnie Anne correteándolo con unas tremendas ganas de despellejarlo vivo para comérselo por haberle quitado su lugar como narradora.

–¡Ven acá! ¡Espera que te agarre!

La persecución siguió de largo, incluso mucho más allá de los limites de Great Lake City, hasta que eventualmente llegaron al poblado de Royal Woods y pasaron corriendo frente a la biblioteca municipal... Ante cuyas puertas el señor Lynn se hallaba rodeado por varias patrullas y policías que lo creían un miembro del escuadrón anti-bombas.

No está solo –avisó uno de los oficiales a través de un megáfono–, llamamos a todos los policías de la zona de los tres condados. ¿Seguro que no necesita equipo? Tenemos pinzas de punta afilada.

–¡No! –gritó el aterrado hombre para que cuanto menos se mantuvieran a una buena distancia de su persona–. ¡Aléjense! Todos quédense lejos, esta cosa está recibiendo muchas vibraciones ahora.

Como si la cosa no pudiera empeorar más, en esas se le acercó un agente que iba equipado con un traje protector con casco.

–¡Dije que se quede atrás! –reclamó Lynn siguiendo adelante con la fachada–, ¿se quiere suicidar, oficial?

–Soy el teniente Wilkerson del escuadrón de bombas –fue lo que respondió para su desgracia–. Vengo ayudar. ¿Cuál es su nombre?

–No hay tiempo para presentaciones –siguió disimulando el señor Lynn–, tenemos un explosivo de nivel cinco con un reloj de gravedad y una mecha de percusión.

El oficial Wilkerson enarcó una ceja y le clavó una mirada de sospecha.

–¿De que escuadrón de bombas es?

–De Great Lake City –mintió–, es mi día libre, vine a devolver un libro a la biblioteca, tienen una mejor selección aquí y cobran cincuenta centavos al día en casa. Sé que las multas ayudan al lugar pero es una parte muy pequeña del presupuesto, y si ya terminamos de jugar a las entrevistas, tengo vidas que salvar.

–... Ya que se ven más actualizados en Great Lake City –dijo el verdadero oficial del escuadrón anti-bombas entrecerrando sus ojos–, creo que llamaré a su supervisor, para que le envié apoyo.

–... Ah... Claro, si lo encuentra –rió tratando de disimular los nervios que lo invadían–. Ahora, trataré de desconectar el coaxial...

Sabiendo que el tiempo apremiaba antes de que las autoridades descubriesen la verdad, el hombre finalmente decidió jugárselas todas con la primera ocurrencia que se le vino a la mente.

–¡Hay, no! –alarmó a todos–. ¡Corté el cable equivocado, va a volar!

Y para hacer de esa una actuación más verídica, en el acto se echó pecho tierra encima de la mochila con el dispositivo y esperó que todo mundo retrocediese.

–¡Díganle a mi esposa que la amo! ¡Cinco... Cuatro... Tres... Dos... Uno...!

Entonces todos los policías y testigos presentes apartaron la mirada, esperando que la supuesta bomba reventara contra el cuerpo del supuesto oficial de Great Lake City que pretendía sacrificarse heroicamente; situación que Lynn Sénior aprovechó para agarrar la mochila y huir como alma que lleva el diablo.

Cuando los policías volvieron a mirar la zona que rodeaban, no vieron ni a lo que creían era la bomba, ni al farsante que acababa de escabullirse por entre unos matorrales.

***

Días después del encuentro con el incógnito, y de que Lynn Sénior estuviese a punto de ser descubierto por la policía, el abogado Lionel Hutz se reunió con él en la sala de su casa a la hora que Lori ayudaba a preparar la cena.

Como el dinero para comprar víveres seguía faltando dado el reciente despido de su madre, en esa ocasión se valieron de los macarrones que pudieron tomar de las muchas manualidades encontradas entre las cosas de la pequeña Lola.

–¿Ven? –dijo la mayor al par de gemelas en lo que desbarataba las manualidades y arrojaba los macarrones a la olla–, literalmente se puede ahorrar dinero cuando se es creativo.

–Quisiera tener mejores noticias, Lynn –se dirigió en tanto el abogado al señor Loud–, pero la fiscalía tiene treinta testigos oculares que pueden evitar ir a prisión ellos mismos si lo señalan.

–¿Qué tal mi amigo misterioso? –sugirió–. Le quedan seis meses de vida, no quiere morir con la consciencia sucia, me exonerará completamente y no es imaginario.

–¿Qué vamos a hacer, chica? –preguntó a su vez Luna a Luan con quien estaba poniendo la mesa–. El juicio de papá es mañana.

–Yo no puedo creer que mamá haya sufrido un colapso nervioso –dijo la otra–. Espero que su pasatiempo la ayude a recuperarse.

Mencionado esto ultimo, las dos se asomaron a la cocina a ver a su madre quien, totalmente ajena a la dura realidad, se hallaba felizmente entretenida en la labor de tejer conejitos de peluche con la maquina de coser de Leni.

–Mira, cariño –le mostró un peluche recién terminado a su segunda hija que estaba haciéndole compañía–, esta se llama Belinda, es la más enamoradiza de sus veintiséis hermanos y siempre le gusta hacer de casamentera con las otras criaturas del bosque. ¿Te gusta este adorno de corazón que le puse sobre su cabeza?

–Rayos –musitó preocupada Lucy, quien la estaba observando del otro lado de la cocina en compañía de Lynn que en esa ocasión llevaba puesto el traje de ardilla–, esto si es aterrador.

–Descuida –la tranquilizó su hermana hablando por debajo de la cabeza de la botarga–, todo estará bien, encontraremos a Lincoln.

Suspiro... Me pregunto donde estará.

***

Total, que mientras su familia no la estaba pasando nada bien con todas las adversidades que tenían que afrontar sin contar con su ausencia, el fugitivo peliblanco se la pasaba de lo lindo en el cuartel obedeciendo ciegamente las ordenes del sargento Hartman; tal como sucedió a altas horas de la noche a vísperas de los juegos de guerra, cuando decidió guiar a todos los reclutas en una marcha motivacional adentro del dormitorio antes de mandarlos a acostarse.

–¡Este es mi rifle y él mi fusil! –oraba el instructor que iba a la cabeza empuñando un rifle en la mano derecha, a la par que con la izquierda se agarraba efusivamente la entrepierna.

–¡Con este disparo y con él cojo a mil! –respondían al unísono sus subordinados quienes imitaban esta acción, entre los cuales se encontraban Lincoln junto con sus amigos Craig, Coop y Clarence.

–¡Este es mi rifle y él mi fusil!

–¡Con este disparo y con él cojo a mil!

–¡Este es mi rifle y él mi fusil!

–¡Con este disparo y con él cojo a mil!

–¡Este es mi rifle y él mi fusil!

–¡Con este disparo y con él cojo a mil!

–¡Este es mi rifle y él mi fusil!

–¡Con este disparo y con él cojo a mil!...

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