7. Sex, Drugs, Etc.

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16 de septiembre de 2022

LINDA

Los días pasaban tan lentos y tediosos como podía serlo mi nuevo horario. Estaba atrasada de verdad, y tuve que apuntarme a un grupo de estudio los martes y los jueves. Mamá, al darse cuenta de que había seguido al pie de la letra sus consejos en cuanto a Heather, me levantó el castigo. Ya no había motivo por el que no pudiera quedar de vez en cuando. Siempre que fuera con gente tranquila, culta y religiosa.

El poco tiempo libre que me quedaba lo empleaba en llorar encerrada en el baño y en escribir. Hacía relatos cortos cargados de tragedias, asesinatos y femme fatales con cara de inocencia, acompañada de fondo con la música de Lana del Rey. Soltar pensamientos negativos me liberaba y cuanto más sangriento era el relato, más se calmaba mi ansiedad. Me relajaba la muerte. Gracias luna en escorpio.

Aquella tarde me dio dolores de cabeza el pensar que Halloween sería el mes siguiente y que, si el pueblo era religioso, quizás no podría disfrutar de mi fiesta favorita. Cuando fuéramos el domingo a la iglesia me encargaría de averiguarlo todo sobre la filosofía de la religión. Si de verdad iba a integrarme, debía hacerlo bien.

Estaba escribiendo mientras sonaba Carmen cuando llegué a una parte del relato que me hizo llorar. Me había recordado a Heather. Sin darme cuenta estaba contando nuestra historia, envuelta en ficción, pero con demasiadas similitudes.

Lancé los cascos sobre la mesa y me dejé caer en el respaldo de la silla. No pude reprimir el llanto. Me dolía mucho. Me sentía horriblemente mal. Y me daba vergüenza pensar en arreglarlo. Sabía que si le pedía perdón a Heather me mandaría a paseo. Después de eso nadie querría estar conmigo. Había perdido por mi culpa a la única amistad en mucho tiempo que me había entendido.

Conforme pasaban los días, menos de acuerdo estaba con mamá. Sé que era para proteger a mis amistades de mi padre. Pero si no estaban conmigo, no eran mis amistades. Quizás estuviera siendo egoísta por una vez en mi vida, pero pensé que me merecía tener amigos y disfrutar. Gracias a lo aprendido en mis relatos, no tenía muchas aspiraciones de vida. Si mi padre nos encontraba, al menos quería vivir al máximo antes de eso.

Sinceramente no sabía qué quería hacer con mi vida, a no ser que mi madre me lo dijera. Por eso estaba de acuerdo con las opciones que Heather me había presentado.

No quería hacer sentir mal a mi madre. Pero debía empezar a ser yo misma si quería ser feliz. Así que rompí mis relatos y los tiré a la basura, deshaciéndome del dolor que había desahogado. Abrí el armario y me vestí con ropa cálida, ya que el inicio del otoño había empezado a mostrar su faceta húmeda y gélida en Mooredale.

Cuando toqué su puerta, Heather no estaba en casa.

*

Las hojas de los árboles comenzaban a caer sobre las calles, como una nevada cobriza, dorada y caoba. Me arrebujé en la sudadera del color de aquel manto que cubría el suelo, convencida de que así que camuflaría y si alguien se asomaba a la ventana no me vería llorar. Normalmente me daba vergüenza llorar en público, pero ese día por alguna razón me dio igual. Empezaba a soltarme un poco. Eso significaba que estaba por buen camino.

Caminaba sin rumbo. No tenía ni idea de a dónde quería ir. Simplemente caminé y caminé, pegando patadas a los montones de hojas de cuando en cuando.

Y sin darme cuenta, los pasos me llevaron a la linde del bosque. Dudé. Si Heather estaba en algún lado, ese era el coche. Ahora que no nos hablábamos no sabía si tenía permitido el acceso a la ya no tan nuestra humilde morada. En teoría pertenecía a ella y Betty. Sentí que no quería entrometerme en esa amistad, así que bordeé el camino recto hasta el coche y me interné en el bosque hacia otra dirección.

Si hablaba con Heather, quería que fuese en territorio neutral.

A mi paso rozaba las ramas secas de los árboles con las yemas de los dedos. Subí una colina pequeña y a partir de ahí el verdadero espesor del bosque se abrió ante mí. Una combinación de pinos, y otros árboles que no conocía me taparon la luz del atardecer, sumiendo el bosque en un silencio que ni los pájaros se atrevieron a perturbar.

Saqué los auriculares de los bolsillos delanteros de la sudadera marrón y conecté Rhiannon de Fleetwood Mac. Ondulaciones trigueñas de pelo cayeron por mi espalda cuando alcé la vista hacia las copas de los árboles, donde se entreveían nubarrones entre un cielo de apagado azul.

Comencé a correr, fingiendo que no me daba vergüenza. Me arañé las manos con algunas ramas que paré antes de que llegaran a mi cara, pero me daba igual. La canción sonaba melancólica, otoñal y absorbente. Llegué a un tramo donde el arroyo me cerraba el paso con menos de medio metro de profundidad. Aguas heladas que erosionaban los guijarros con ímpetu y sin descanso. Cogí algunas piedras que le cerraban el paso y el arroyo corrió con mayor intensidad. Libre.

Sentí que se me empañaban los ojos. Yo me sentía como ese arroyo. Cubierta de problemas, prejuicios y traumas que no me dejaban fluir con libertad. Sí, me había levantado sensiblera.

De un salto llegué al otro extremo del agua y seguí corriendo, esta vez con más dolor. La canción había cambiado a Sex, Drugs, Etc y las lágrimas cayeron a raudales. ¿Quién no llora con esa canción?

Los ojos se me cubrieron y no quise limpiármelos por cateta, así que corrí a ciegas. Grité la letra, no tenía ganas de nada más en ese momento. Solo olvidarme de todo, y seguir cantando.

Out of touch in harmony, designer drugs from dead end streets. Break the air to feel the fall, or just feel anything at all.

La canción siguió con un Floating on my lowkey vibe, pero yo dejé de estar floating pues uno de mis pies dejó de tocar el suelo y cayó veinte centímetros más abajo, provocando que perdiera el equilibrio y cayera de tripa, con la cara frente a un barranco y los pies en alto.

Contuve el aliento con los ojos desorbitados.

Si no hubiera estado ese pequeño escalón natural que precedía la caída de diez metros a cinco centímetros de mi cara, yo ahora estaría en el cielo. El móvil había salido disparado de mi bolsillo y colgaba del cable de los auriculares sobre el vacío. Se me heló la sangre. Tiré del cable con mucho cuidado y bendije la clavija por quedar tan apretada. Casi tiro mil dólares de regalo a la fauna autóctona.

—Tonta, tonta, tonta, tonta —me maldije. Del susto se me habían acabado las ganas de llorar.

Casi muero, pensé, consciente de lo mucho que apreciaba mi vida tal y como era. Tenía dinero, tenía una casa más grande que la de Sundale, tenía conmigo a mi madre y un futuro todavía no escrito por delante. Quizás no estaba tan mal la cosa. ¿Qué digo? Estaba más que bien, mejor que mejor.

Con esperanzas renovadas, me puse en pie, me sacudí las hojas de la ropa y el pelo e intenté armarme con actitud serena. Observé al barranco unos instantes con desafío, como retándole.

Aún no me tienes, pensé. Después me corregí: Y no me vas a tener nunca.

Alcé la vista y en aquel lugar sin árboles vi que el sol se había escondido del todo y que los oscuros nubarrones habían avanzado con rapidez. O eso o yo había avanzado hacia la tormenta. Las copas se mecían con agresividad, y empecé a oír cómo las primeras gotas chapoteaban a mi alrededor. A esa altura había decidido guardar los auriculares a buen recaudo.

Decidí guarecerme bajo los árboles, pero la lluvia se intensificó al punto de no escape. Así que volví a correr entre los árboles, esta vez de vuelta. Tras diez minutos del mismo patrón de ramas cobrizas, caí en que me había perdido. Ni siquiera sabía ubicarme ya que no llegaba a ver el cielo. Encendí la linterna del móvil y traté de buscar mi ubicación en el mapa, pero por culpa de la tormenta, no había ni una raya de cobertura.

—Mierda —murmuré derrotada.

Traté de volver sobre mis pasos, buscando un resquicio de luz entre los árboles para ubicarme. Con la cabeza apuntando al cielo, el único sentido que detectó el bulto antes de que tropezara con él, fue el olfato. El desagradable olor oxidado, nauseabundo y penetrante de la sangre. De la sangre en descomposición, siendo más precisa. A mis pies, un ciervo yacía con los intestinos desparramados y las cuencas de los ojos vacías, cubiertas de moscas y hormigas.

Mi tolerancia al gore era bastante grande, así que me tapé la nariz con dos dedos y observé con pena al animal. Pero un pensamiento fugaz cruzó mi mente helándome en el sitio, inmune a la esencia de la lluvia y la sangre. Un animal no hubiera dejado a su presa con la comida cubriendo sus huesos. Ese ciervo estaba entero. Su vientre, bajo las vísceras que sobresalían, estaba cortado en una línea recta desde el cuello hasta la parte baja del abdomen. Un corte demasiado perfecto.

Miré a mi alrededor y me sobresalté al ver que en los árboles circundantes había símbolos tallados y recubiertos con una sustancia viscosa, de un rojo muy oscuro, casi negro. Las moscas se sentaban y las patas se les quedaban pegadas, muriendo así atrapadas en aquel espeso líquido.

Tragué saliva y decidí que tenía que salir de ese bosque cuanto antes. Por suerte o desgracia alguien había marcado con tiza blanca una larga hilera de árboles. Podían llevar a un sitio más horrible que ese o, a la salida del bosque. Decidí arriesgarme y seguí corriendo en busca de más marcas. Poco a poco el camino se clareaba y la lluvia me mojaba más.

A partir de un punto tuve que correr más rápido y escrutar más porque el agua comenzaba a emborronar el rastro blanco, y no quería perder esa oportunidad. Por fin, cuando ya casi no quedaban marcas, vislumbré entre los árboles una luz rojiza entre la pálida oscuridad del atardecer. Seguí la luz y pisé el asfalto de un aparcamiento. Las luces rojas provenían del letrero luminoso de Joe's Store, que estaba demasiado vacía para esas horas. De hecho, la droguería se encontraba desierta, con las luces apagadas. Suspiré aliviada. A partir de ahí ya sabía ubicarme.

Dirigí un último vistazo a la linde del bosque y lo que vi me dejó de piedra. Había una persona sin rostro visible, con una máscara que parecía estar hecha con los huesos de la calavera de un animal. Un ciervo. Las astas sobresalían de dos huesos pegados a su frente. Tenía las cuencas de los ojos negras como el vacío, al igual que su vestimenta abultada. Detrás de la figura emergió otra, que abrazó a la primera y se miraron fijamente unos instantes. De su espalda resbalaron largos mechones rubios, antes de que ambos dirigieran su atención a mí y me señalaran con una espeluznante sincronía, a la par que ladeaban la cabeza. Di dos pasos atrás y el alma se me cayó a los pies cuando noté que algo alto y grande como un armario me cortaba el paso.

Me giré lentamente mientras contenía el aliento y al alzar la vista descubrí una criatura —puesto que no estaba segura de si esa cosa era humana— de cara blanca y arcillosa, cuernos gruesos y negros de toro, y una ancha medialuna a modo de sonrisa. Estaba pintada con sangre.

Eché a correr como nunca en mi vida, con miedo de mirar atrás y descubrir que posiblemente me pisaban los talones. En su lugar, traté de ir más rápido aún y respirar a bocanadas rítmicas en un intento de evitar el flato. Me tropecé con una piedra y sentí la muerte respirándome en la nuca. Pero recuperé el equilibrio y me obligué a continuar.

Llegué a mi calle y solo entonces, a la luz de las farolas, me permití mirar hacia atrás. No había absolutamente nadie tras de mí. Pero eso no me tranquilizó. Podían estar escondidos en las sombras y...

De pronto choqué con algo y temí lo peor, porque acabé desparramada en el suelo, sin posible movilidad. Hasta que me di cuenta de que, con quien quiera que había chocado, estaba apresado debajo de mí. Oí un quejido de dolor y cuando busqué su cara, encontré unos ojos avellana sobre una piel oscura, enmarcada por mechones de pelo negro que volvían a estar lisos. Acabamos empapadas con los charcos de agua que se acumulaban en el suelo.

Comencé a llorar por todas las emociones reprimidas y el miedo que había pasado. La abracé sin pesarlo dos veces y me permití mostrar mi vulnerable temblor que daba impresiones de poder sacarme el esqueleto del cuerpo. Por un momento pensé que me gritaría y me apartaría, pero no hizo nada de eso.

—Había unas sombras... ¡y tenían cuernos! Animales muertos... y moscas y... —sollocé con la cabeza entre su cuello. Heather me abrazó sin rencores, con muchísima fuerza y los ojos abiertos como canicas. Entonces noté que ella también estaba temblando.

—¿También... lo has visto? —soltó un murmullo asustado.

—Tenían cuernos —repetí con horror—. Y olía a sangre. A sangre fresca. Hay animales muertos en el bosque, pero y si...

No pude terminar. Nos pusimos de pie y me sequé las lágrimas.

—Mierda —masculló Heather—. ¿Qué hacemos? ¿Llamamos a la policía?

La alarma se disparó en mi mente. De ninguna forma podía dejar que la policía nos encontrara a mi madre y a mí.

—No podemos —razoné, poniéndome de espaldas a ella para que no viera mi preocupación, aunque si la hubiera visto, la habría achacado al momento—. No nos creerían. Joder. —Volví a poner una mueca de horror.

Me giré y la miré con los ojos empañados. Volvimos a abrazarnos y cerré los ojos tratando de tranquilizarme. Era ahora o nunca.

—Lo siento. Realmente no pienso esas cosas que te dije. Mi madre me ha puesto mucha presión y pensé que hacer que me odiaras te alejaría más fácilmente de mí. —Una verdad a medias—. Pero no quiero alejarte. Eres mi única amiga y no quiero perderte. Has sido muy buena conmigo y yo en cambio he sido una persona de mierda. No espero que me perdones, no me lo merezco. Pero de verdad que no pienso ni una palabra de lo que te he dicho.

Ella no me interrumpió en ningún momento. Entonces dijo:

—¿Ni siquiera que soy una maleducada? —Rememoró la noche que nos conocimos.

—Ni siquiera eso. —Sonreí a través de las lágrimas.

El ambiente se había relajado entre nosotras como si no fuera para tanto. Puede que tuviera tanto miedo de perderla que había exagerado un poquito todo. Ese día descubrí que Heather se enfada contigo, pero sus enfados desaparecen a los dos días.

—Entonces te perdono.

Respiré hondo, dejando que el temblor de mi cuerpo se redujera de forma considerable.

—Gracias. —Y acto seguido comencé a relatarle exactamente lo que había visto, con pelos y señales. Ella hizo lo mismo y nos dimos cuenta de las similitudes—. ¿Qué hacemos? —pregunté entonces mientras la lluvia comenzaba a amainar, pero no sin antes empaparnos por completo—. No creo que aquí en la calle estemos muy seguras, y no solo por los cabeza-cuernos.

Señalé con la cabeza hacia mi casa. Era imposible ver a Heather con toda la vigilancia que tenía puesta mi madre en mí. Al ser vecinas, era muy fácil que nos pillara si una salía de casa y minutos después salía la otra.

—Haré lo posible por ir el domingo a la iglesia, y nos veremos ahí, te lo prometo. Mientras, podemos hablar por mensajes.

Y el corazón me dio un vuelco. Podría volver a hablar con ella a todas horas. De pronto pensé en la advertencia de mi madre y me pareció completamente absurda. ¿Por qué iba a hacer daño mi padre a Heather? Si se atrevía a acercarse a ella, le pegaría un balazo directo en la frente. Además, esto era mucho más serio y me daba mucho más miedo, aunque no hubiera sufrido ningún daño. De momento. Porque mi intuición nunca me fallaba. Y en aquel momento me gritaba que cogiera el coche y huyera del pueblo para siempre.

En mi vida me había topado con nada parecido. Había visto muchas películas de terror y tenido varias experiencias que otra chica de dieciséis años no podría ni imaginar, pero nada como aquello. No sabía si era una broma pesada de los alumnos del Moorenight, o que se habían adelantado a Halloween. De hecho, aún no había averiguado si celebraban dicha fiesta en el pueblo. Y aunque tuviera una de esas lógicas explicaciones, seguía siendo muy macabro.

Animales muertos, máscaras de huesos, pinturas con sangre... Era tan retorcido que deseé que no fuera una broma. Porque esa normalidad le daría una reputación muy peligrosa al pueblo de Mooredale.

Y entonces habría salido del cielo para meterme en el mismísimo infierno.

Nota de la autora

Uyuyuy, los misterios empiezan a salir de uno en uno, y Linda y Heather van a tener que resolverlos si quieren vivir con tranquilidad. ¿Qué clase de rituales retorcidos sellevarán a cabo en ese bosque? Ahora que estamos cerca de Halloween, empieza la Spooky Season y la historia se torna más oscura. ¿Cuales son vuestras teorías? A ver si alguien acierta... Las canciones de este capítulo son de mis favoritas. ¡Nos leemos!

Octavo capítulo: 10 de septiembre de 2023

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