Capítulo 10: Nadie te entiende.

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Empatizar con las personas era una maldición en ocasiones. Si se llegaba al exceso, podías perdonar cualquier error que otros cometieran, aunque fuera completamente consciente.

Por otro lado, tal vez me agradaba ese lado de mí que buscaba humanidad y razones en los demás. La presunta inocencia, una segunda oportunidad, el poder cambiar.

Estocolmo.

¿Qué se supone que hagas después de perderlo todo? La confianza de tus seres queridos, alumnos, profesores. Buenos tratos, beneficios del sistema, el derecho de caminar sin que todos conozcan o señalen tu rostro cual pecador.

Me encontraba sonriendo en ocasiones: "Hipocondríaco se lo merece".

Golpeé el volante, unas tres veces consecutivas, peleando contra mi yo interno que se negaba a bajar del vehículo para ayudar a alguien quien claramente tuvo un ataque de pánico. La opción de dejarle tirado, de permitir que él solo resolviera su cagadero, sería la más sensata.

—¿Por qué tienes que pensar tanto? —Balbucí, sin hallar lógica en mi propia voz.

Apagué el vehículo y bajé. El reloj de bolsillo marcaba las 11 de la noche, me tomó un rato ir por medicamentos pues la fila de la farmacia aparte de larga tenía un pésimo servicio que se iba con cada cliente. Parecía OXXO, aunque te estuvieras desangrando te harían esperar a que el sistema volviera.

Toqué el timbre varias veces y aguardé. Rasqué mi cuello debajo de mi ropa, abriendo paso al aire fresco de la noche.

Espera, ¿cómo tocaste el timbre tan fácil?

Me aferré la bolsa en mis manos y di media vuelta, decidido a huir al recordar que Hipo tenía una familia y quién sabe si seguían despiertos a esa hora. También las probabilidades de que alguien ya lo haya auxiliado eran altas. Yo quedaría como un pendejo.

—Ámonos. —Me repetí.

La puerta detrás de mí se abrió. Volví a girar para actuar normal, con un poco de tos y el estómago revuelto. No pude torcer ni una sonrisa.

—Buenas noches, soy un conocido de su hijo. Le traía algunas medicinas pero no sabía que se encontraban ustedes así que ya me retiro.

Su madre era el retrato de él, solo que en bata y con un arete a medio quitar como prueba de que iba a dormir. Elevó una ceja sin comprender la situación. Me preguntó a qué tipo de medicina me refería, apenas la miró de soslayo pero siguió más atenta a mi rostro.

—Um, creo que tuvo un ataque de pánico así que...

—¿Un ataque de...? —Giró la cabeza de inmediato, tal como si hubiese perdido un objeto u olvidado algo, centrándose en el comienzo de las escaleras y el suelo que parecía desaliñado—. Hipo, agh.

Talló su cabeza con frustración. Suspiró repetidas veces y elevó la mano para permitirme entrar.

—Ha de estar ya en su habitación, es el segundo piso al final del pasillo. Y gracias por ayudarle.

Asentí, abriéndome paso al interior de la casa. El olor de ropa limpia y algún aromatizador de flores llegó a mi nariz. Esperé unos segundos antes de comenzar a subir las escaleras, pero la voz de su madre volvió a detenerme.

—Perdona, mijo, ¿no eres Estocolmo?

Doctores que están en los cielos, váyanse a la mierda, me reconoció.

—Sí, con su permiso. —Apenas la miré antes de continuar, pareció cubrir su boca en sorpresa.

—Aguarda, ¿Hipo no te está obli...?

—Voy a seguir. —Elevé una mano para negar cualquier cosa que fuera a decirme.

Di grandes pasos por el pasillo. Me detuve en lo que eran dos puertas, pero supuse la suya era la que tenía tallada un Thor en grande. Toqué la puerta, no hubo respuesta. Me atreví a entrar cuando oí los pasos de la señora comenzar a subir, no quería volver a vernos en ese preciso momento.

La habitación de Hipocondríaco estaba cubierta por la noche, ni una luz encendida más allá de la que se asomaba desde el exterior por su ventana simulando la luna. Caminé con cuidado por si habían cosas en el suelo, sentí pisar algún lápiz así que me agaché para recogerlo.

Al elevar los ojos distinguí la silueta de mi ex compañero, sentado en el suelo con la cabeza apoyada en lo que era una cama, como si no tuviese la fuerza para subir a ella. Bajé la bolsa de medicina y me aproximé a su cuerpo.

—Soy Estocolmo —hablé al verlo removerse para evitar el contacto—. ¿Cómo te encuentras? ¿Te puedes apoyar en mí?

Yo sabía qué hacer en situaciones como esta. Desde el primer año en Savant entré como ayudante de enfermería, me gustaba dar apoyo en situaciones emergentes después de vivir episodios similares. Hipo no era en ese momento el centro de mis desgracias, prefería verlo solo como alguien que necesitaba apoyo médico.

Hipocondríaco apretó los ojos al asentir. No los abrió durante el proceso en que recargué su cabeza en mi hombro y lo impulsé a su cama; era demasiado alto así que temía se me viniera su cuerpo encima.

—Voy a recostarte. Aprieta mis hombros si te sientes nervioso.

Apenas le di la indicación se aferró al cuello de mi playera, evitando que pudiera soltarle en su cama.

—Va a ser lento, ¿sí? —Murmuré, apoyando mi mano en su cabeza para bajarlo con más cuidado. Soltó varias respiraciones ahogadas, su frente estaba al descubierto por el sudor que le juntaba el flequillo en los costados.

Tan pronto estuvo en la cama, me arrodillé para buscar la bolsa y con una mano palpar su frente. Estaba ardiendo, supuse con una fiebre de 38º pero no estaba seguro. Le pregunté si había consumido algo pero solo negaba con la cabeza y apretaba el entrecejo por los escalofríos.

—Dime, ¿sueles tener efectos nocebos así? —Me di el lujo de suponer teniendo en cuenta su condición de hipocondría y el estrés excesivo al que se veía expuesto—. ¿Qué tan regulares son? ¿Cuántas veces al mes?

Levantó 6 dedos.

Auch, ni qué decirle.

Saqué una compresa fría y la coloqué en su frente. En secundaria yo invertí mucho tiempo intentando comprender la condición de Hipo, me arrepentía de no haber hecho amigos o distraerme en otras cosas de adolescente, aunque agradecí haber comprado lo necesario. Le hice tomar incluso pastillas para dormir.

—Céntrate en el techo, hey, solo piensa en el techo. —Insistí, sentándome en el suelo mientras estiraba mi mano para entrar en su campo de visión.

—Veo tu mano. —Dijo, la quité de inmediato.

—Ya, ya, ¿ves el techo?

—Me refería a que me estoy centrando en tu mano.

No entendí bien lo que quería decir. Dijo que literalmente no veía el techo porque estaba lejos y oscuro, solo se podía centrar en mi mano. La volví a poner para que se distrajera.

Hipocondríaco no habló por un largo tiempo. Tuve la duda de si seguía centrando en mi mano al aire o solo me estaba haciendo cansarme por mantener la posición. Me incliné un poco para verle de perfil por si se había dormido, pero con los reflejos de la luz exterior sus pestañas aún parpadeando se apreciaban, como a quien le han tomado el alma.

Aunque le golpeé con tanta fuerza, no parecía quedar marca alguna del pasado. La memoria solo estaba en mis manos, en la sensación de haber sostenido su rostro con tanto salvajismo. Tan solo pensar en ello me hacía sentir nauseabundo.

—¿Tienes nauseas, hambre? —Bajé mi mano hasta tocar su mejilla, él cerró los ojos como si el tacto de mi mano fría fuera doloroso—. ¿O algún pendiente por el que no debas dormir?

Negó con la cabeza, inclinándose hacia mi mano para buscar esa sensación helada. Saqué otra compresa para poner en su cuello.

—Le diré a tus padres que se aseguren de cambiarlas, ¿de acuerdo? —Expliqué, poniéndome de pie—. Yo tengo que irme, no la quiero cajetear al irme tarde porque me regañan.

Ay, todavía le di explicaciones.

Bufé para mí mismo, aferrándome a mi propia ropa antes de dar media vuelta. Mi respiración hizo dos pequeñas pausas, rápidas, pero con dificultad al sentir la mano de Hipocondríaco aferrarse a mi brazo que intentaba alejarse de su rostro ardiendo.

—No les hables. —Pidió, su tono era entre dormido y despierto, alguien que aún seguía entre la duda del descanso o la ebriedad.

—Me tengo que ir, alguien te cuidará...

Negó con la cabeza fuertemente. Tuve que poner otra mano para que no se sacudiera y solo empeorara la migraña. Parecía un niño pequeño negándose a recibir ayuda o jurando que no tenía a nadie más.

—No te entiendo —pronuncié.

Quería recordarle que le daba asco, que me odiaba, que yo ya no le soportaba como antes. Incluso revelar en ese momento que sabía lo que intentaba hacer con la unión de dos escuelas, que no le permitiría arruinar otro año de mi vida. Que no merecía mi compasión.

Esos eran mis pensamientos cuando lo llevé camino a su casa. Pero entonces me preguntó si acaso yo era un bully. Aquello hizo que ni siquiera entendiera mis propios sentimientos.

—No me voy, no te esponjes. —Volví en mis pasos para evitar que siguiera estirando su brazo. Me arrodillé otra vez junto a su cama.

Le observé cerrar los ojos y respirar por bastante tiempo. Mis manos estaban entumecidas y mi cabeza cansada por la fatiga mental. Los minutos se volvieron horas y yo solo recuerdo haber puesto el rostro sobre el colchón.

Las mañanas grises me parecían agradables, silenciosas, sin rayos de sol que te despertasen. Algunos dirían que eran deprimentes, usualmente ocasionadas por lluvias nocturnas que arrasaron con el polvo de las calles. Yo me sentía como el único ser vivo sobre la tierra, de pie, creyendo que nadie me haría daño al despertar solo.

Esa mañana, a las 6, me habría gustado tener esa sensación, solo que tan pronto levanté el rostro adormilado yo seguía en el suelo aferrado a la mano de Hipocondríaco. Mis dedos entumecidos rozaban sus mejillas y la pena atacaba mi rostro por igual.

Virgen santísima, qué le pasa al Hipo nocturno.

Aparté mi mano, parándome de golpe como si me despegaran del suelo. Me sostuve de una silla con ruedas que estaba detrás para no irme de boca, aunque esta se deslizó hasta llevarme a chocar contra su escritorio. Estiré mi cuerpo como loco para evitar que las cosas se cayeran y despertara al enfermo.

—Su temperatura está mejor, podrá ir a la escuela con calma. —Me dije a mí mismo, con un suspiro de alivio que me brindó paz.

Mis piernas estaban entumecidas. Me costó volver a andar en mis cabales para abandonar la habitación. Mi cabello estaba hecho un desastre, lo sabía aún sin verlo, los rulos se me pegaban a la frente por las mañanas. Abrí la puerta mientras trataba de peinarme con una mano.

—¿Dormiste aquí? —La voz de su madre me forzó a recuperar consciencia. Parpadeé repetidas veces con mis ojos de pescado muerto, yo me veía súper sospechoso caminando de puntillas.

—Me quedé dormido... —El hilo de voz apenas y me salió.

Se me va a soltar el estómago con tanto relajo.

Olía a mantequilla, como si apenas fueran a preparar el desayuno. Tal vez venía a ver a Hipo o solo olvidó algo en su propia habitación.

—Ay, ¿pero dónde dormiste? —Quiso caminar hacia mí pero sus pasos veloces se redujeron al verme algo asustado—. Tranquilo, solo quiero saber si estuviste cómodo. ¿Pasó algo? Mi hijo no suele traer mucha gente y... no sé si me explico. Perdón, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu mami?

Uis, es cosa de familia dar muchas vueltas a un mismo pedo.

—Mi madre está bien, supongo —respondí, algo extrañado de que desvió el tema de esa forma; mi hermano solía llevarse con su hijo mayor así que nuestras madres intercambiaron palabras sobre ello tras el episodio de acoso escolar—. Pero le iba a comentar que Hipo se encuentra mejor. La fiebre bajó un poco y quizás solo necesite un buen desayuno. Yo ya me tengo que ir para llegar a casa e ir a clases.

—¿Tiene fiebre? —Entrecerró los ojos.

—Hum —asentí, su mirada me intimidó como si esperara un diagnóstico más exacto—. Estaba ardiendo anoche. ¿No le tomaron la temperatura? ¿O solo le llevaron a su habitación? No podía moverse...

—No, pensamos que solo era un episodio de hipocondría, usualmente duran unos minutos y...

—No, usualmente tienen efectos nocebos, pero el estrés de esto puede producir fiebre o náuseas reales —sacudí la cabeza, no sé si intentando corregirle o si yo me negaba a aclararle esto a su madre—. Disculpe, tampoco soy médico así que no puedo decir mucho. Solo busquen más información sobre el tema, ¿sí? Es algo de lo que se sabe poco.

Asintió. Removí la vista hacia el otro extremo del pasillo donde su esposo también me observaba con sorpresa. Me aferré a mis manos y me despedí, ya decidido a salir del lugar.

—Estocolmo, ¿pero estás bien? —La mujer no detuvo su sincera preocupación hacia mí. Abrí los ojos más de lo normal al percatarme de que estaba interesada en si Hipocondríaco me forzó a venir.

—Te puedo llevar en el coche a tu casa. —Su padre rebuscó las llaves en su bolsillo.

—No, no, de veras estoy bien, señora Eirín. Y vine en carro, señor. En serio, no se preocupen, ya tengo prisa. Mucha, de hecho, ah... en serio.

Dios, estar aquí es abrumador. Hipocondríaco despertará de mal humor.

—Olvidé algo en la habitación, disculpen.

Volví a subir con prisa. Entré a la habitación de Hipo sin pedir permiso a sus padres. Me lo imaginaba despertar y recibir aún más preguntas sobre lo sucedido, añadiendo el cómo terminó la albercada, seguro estaría tirando humos el resto del día; era muy enojón.

Rebusqué por algún post it en sus cajones. Tenía libretas con hojas negras y dentro un paquete café oscuro de lo que buscaba. Escribí con una pluma blanca al costado:

"Me fui en la mañana, no antes.

Est."

Regresé para pegarlo en alguna parte donde pudiera verlo. Dormido parecía un muerto viviente con la cara arrollada. Sin pensarlo dos veces se lo pegué en la cara.

—Listo. —Me reí, con la esperanza de que al menos no le molestara que lo dejé, sino que dormí allí.

~•~•~•~

Tourette me escuchó entre clases comentarle la situación por pedazos. Sobre que podía intervenir de cerca en los planes de algunos alumnos de L.A, y claro que evité comentarle que Hipocondríaco era un viejo conocido. El moreno oscuro asentía como si me prestara atención, después se disculpó:

—Nah, no estoy asintiendo, es mi síndrome.

—Ah, bueno bueno, igual se entiende lo que digo, ¿verdad?

Nos trasladamos al club para más privacidad.

—Aplicarás el caballo de Troya a toda madre, si mi comprensión de los hechos no me fallan. Me parece apropiado, maricón. —Llevó su mano a la barbilla, desviando los ojos hacia la ventana por donde se podía ver la cancha de fútbol.

Arrugué mi cara un momento.

Me dijo maricón, chale.

—Sí, algo así —me relajé al recordar que le decía así a la mayoría de los estudiantes—. Yo puedo trazar los mapas que me piden, aunque igual necesito un poco de ayuda. ¿Crees que Marfan pueda con las llaves?

Marfan era la presidenta de un club de apoyo en Savant para quienes sufrían condiciones con mutaciones genéticas o algún padecimiento que les generara rechazo a su propio cuerpo debido a alguna malformación.

Era una chica castaña de gran altura, con una delgadez que te hacía mantener el cuidado al tocar alguna parte de su cuerpo por la simple idea de que podría incomodarle. Hacía chistes sobre su ojo con el que ya no veía mas que niebla y sobre cómo doblaba sus pulgares. Trataba de mantenerse positiva, aunque no tuviese cura debido a que nació así y deberá vivir el resto de su vida siendo una condición recesiva.

La fibrilina era una proteína compuesta por un solo gen, esencial para la formación de fibras elásticas en el tejido conectivo. En resumen: aquel tejido era parte del órgano llamado piel, una de sus muchas capas que mantenían unidos y protegidos los órganos. Su síndrome causaba una fribilina defectuosa así que las alteraciones se mostraban en toda su estructura ósea.

¿Qué se puede hacer cuando lo que mantiene tus órganos protegidos ni siquiera es seguro? Hasta el esqueleto sufrirá alteraciones abismales.

—Marfan puede conseguir las llaves debido a su puesto, y sé que no se negará porque ella te alentó a salvar el PLJ —alargó sus palabras Tourette, seguro de lo que decía pero sin mirarme al rostro—. Pero yo me encargaré de conseguir un juego, que ella no sepa de esto, ¿sí? Si al final no logramos frenar lo que sea que planean hacer puede quedar embarrada en esto y en serio no quiero que corra el riesgo.

—Ella se comprometió, Tou.

—Lo que ella quiera no tiene sentido si pone en riesgo su...

—Víboras hablando a mis espaldas, qué chulos. —Desviamos la vista hacia su voz, carraspeó al ingresar a la habitación del club.

Tou se calló de inmediato, casi como un perro domesticado. Yo elevé la mano para decirle que todo estaba bien. Sabía que Tourette llevaba dos años encariñado con Marfan y se preocupaba por ella, pero si alguien se comprometía en esto él no era quién para decidir en su lugar.

Marfan aplanó su falda roja y negra antes de tomar asiento en uno de los bancos cercanos a la ventana, recibiendo el aire del exterior. Le comenté el tema de las llaves pero antes de proceder me informó que había un estudiante afuera buscándome, y que lo mejor era salir rápido antes de que algún loco de Savant le atacara solo por vestir de uniforme azul.

Me apresuré a salir, con la discusión acalorada de fondo entre alguien que sabía lo que hacía y otra persona que no solo tenía miedo por lo que fuera a suceder, sino que estaba frustrado por no tomar la decisión de si querer a alguien en su totalidad o solo estar satisfecho con apoyar de lejos.

Tourette no oculta lo que siente, pero le da miedo hacer algo respecto. A veces me pregunto si es miedo al rechazo o tan solo prejuicio.

Me abrí paso por los alumnos que se apilaban al exterior. Traté de sacar mi duda sobre el prejuicio, tampoco era bueno suponer sobre intereses ajenos. Supongo se me pegó lo criticón de familia.

Suspiré al ver la cabeza de Hipocondríaco hacerse notar entre la multitud. El ceño fruncido y esa mirada de estreñimiento que a cualquiera le haría retorcerse unos segundos. Sería difícil acercarse así que solo le hice señas para que caminara en dirección a los jardines tras cruzar el arco de entrada.

Nos miramos entre las personas al caminar, fue una coincidencia que nos desabrocháramos el saco durante la caminata. El espacio se fue reduciendo, casi como si formáramos un triángulo hasta encontrarnos en la punta, donde ya no quedaban más alumnos chismosos.

—No tengo el mapa aún, me pudiste decir para cuándo lo necesitabas y yo solo te lo habría enviado...

—No venía por eso, dude.

Que no te dé vergüenza su inglés, Est, no te rías.

—Ah, no agarro la onda. ¿Para qué viniste entonces?

Hipo metió la mano en su saco y extrajo un fajo de billetes de poco valor, casi como si fuese el cambio de varios billetes altos que usó para comprarse chacharas. Me pareció que era un buen de todas formas.

—¿De a grapa? —Me sonreí, después recordé que hablaba con Hipo—. Digo, ¿gratis? ¿O necesitas que compre algo...?

—Por la medicina que compraste. Vi el recibo, fueron como 1200 pesos, ¿no?

Ou, usé la tarjeta de mis papás.

Acepté una parte del dinero, le dije que conservara la mitad pues pagué con una tarjeta de puntos vieja. Insistió pero continué negándome, no le iba a cobrar la parte que yo puse, solo lo que debía reponer a la tarjeta de crédito. No es como si él me hubiese pedido gastar todo eso.

—Quédate quieto, literalmente te voy a devolver todo tu dinero. —Pareció gruñir, sosteniéndome con un brazo para tratar de meter el dinero en mi bolsillo. Le jaloneé para que me dejara en paz.

—Voy a gritar que es droga si sigues haciendo eso. —Le advertí, consiguiendo que me soltara con rapidez.

Ay, qué bien se siente amenazarle.

Qué clase de pensamiento enfermizo es ese.

Hipocondríaco arrojó los billetes a mis pies, dijo que no lo iba a recoger y era mi decisión dejarlo allí. Invirtió los papeles con astucia, pero mi enojo hizo que tomara cartas en el asunto.

—ME ESTÁN VENDIENDO CHURROS DE MARIHUA...

Hipo corrió a sostenerme del cuello y aplastar su mano contra mi boca. Retrocedí por el impulso sin poder soltarme, aún tratando de gritar que me estaban haciendo caer en el mal camino de las sustancias ilícitas. Elevó su dedo índice para apoyarlo e insistir en que me callara.

—Lit solo estoy pagándote, no exageres. —Respiró con fuerza repetidas veces, quizás intentando calmarse a sí mismo.

—Si alguien te da es una grosería quitar. —Expresé cuando dejó de aplicar presión en mi boca.

—No hay formalidades entre nosotros de todas formas.

Me di la oportunidad de mirarle, de frente, no era algo que hiciera ni siquiera en secundaria, apenas su perfil y sus pies al entregarle cosas que creí le harían feliz.

Siempre pensé que sus ojos solo eran oscuros, pero entre más los miraba no podía hallar ni siquiera el reflejo de mi silueta. Hipocondríaco respiraba con dificultad desde que llegó, intuí que era porque caminó hasta la escuela, pero en esa cercanía me pareció que su corazón apenas y sabía el cómo bombear.

—¿Sigues sintiéndote mal? —Pregunté, apartando su mano de mi rostro para hacerle tocar su propio pecho. Era una respiración irregular, asfixiante.

—He sentido opresión todo el día, ¿voy a tener un infarto?

—Am, no, probablemente solo tienes ansiedad o exceso de estrés, ¿ambos?

Eso no le tranquilizó, solo respiró más fuerte. Se alejó y me pidió que recogiera el dinero, que eso lo tranquilizaría al menos unos minutos. Me di por vencido, solo lo recogí, sintiendo los billetes húmedos por el césped recién regado.

—¿Mejor?

—Tengo nauseas.

No tenía explicación para lo que le sucedía aunque quisiera. Sabía que en parte era su trastorno, pero reforzarle ese hecho era innecesario, seguro se lo repetía ya de forma excesiva. Le dije que mi periodo de clases ya había finalizado, no traía vehículo pero podíamos tomar el mismo autobús, él se bajaría antes de yo llegar a mi parada.

Claro que omití el solo buscar respuestas ahora que tenía la guardia baja. Mi intención era saber cuáles eran sus planes al entrar a Savant, para así ejercer presión y no poner en riesgo a mis compañeros en caso de que lo que fueran a hacer se tornara en algo incapaz de arreglar. Si rompían cristales o dañaban por completo una estatua, no seríamos capaces de pagar el arreglo.

—No me toques. —Apartó mi mano que trató de guiarle.

Sip, no me arrepentiré.

—Perdón —balbuceó, bajando la cabeza para ocultar la frustración—. Gracias por ayudarme, he estado dando vueltas toda la mañana.

No lo haré, ¿sí?

• • •

Uff, nos vimos más pronto de lo previsto. ¿Qué tal el día, bella gente?

Estocolmo ayudó a Hipo mientras su familia no sabía ni qué pasaba. ¿Opiniones?

Hipocondríaco no se disculpa y apenas agradece. Creo que apenas miró a Est en todo el capítulo.

Hipo estaba enojado ese día, sobre todo con Des que le chocó en el anterior capítulo. ¿Comentarios que tengan?

¿Estocolmo lindo? ¿La relación de Marfan y Tou? ¿Eirín y Ión?

NO TENGO ILUSTRACIÓN PARA HOY, MIL DISCULPAS. Espero subirla antes del siguiente capítulo, mientras tanto les dejo solo con los The Goo Goo Dolls.

Actualización: Sí hubo una ilustración pequeña de Hipo.

Les quiero mucho, mil gracias por siempre dejar comentarios tan buenos. Seguro quien envió el mensaje va a reconocerlo GAHAHHA:

~MMIvens.

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