Capítulo 16: Sé que nadie me ayudará.

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Cuando había escasez de conexiones humanas básicas, las personas recurríamos a una forma errónea de adaptación a las adversidades.

Si una persona dice que eres el problema, el grupo comenzará a repetirlo, y eventualmente, te convertirás en ello cuando te lo creas.

Y todo lo que hagas, por más que intentes arreglarlo, solo empeorará. Así han sido mis últimos años de vida.

Hipocondríaco.

Cuando iba en la secundaria conocí a Estocolmo.

No hay una buena introducción a esto. Solo fue una casualidad, sin dedicatorias, sin rencor, sin nada más que la simple sensación de conocer a alguien que sin saberlo se convertiría en el ojo de un huracán.

Estocolmo gustó de mí, con una velocidad anormal tras nuestro primer encuentro. Nunca le dije que me agradó conocerlo ese día, que no esperaba encontrarnos tan seguido, que no pensé me dolería tanto recordarlo.

—Se te cayó tres veces, literal.

—Eso parece, sí, sí. —Asintió, rascando su nuca con cierto aire de vergüenza.

Si fuera yo, no vuelvo a pisar la escuela.

Estiré mi mano hasta tomar el raspado que me asignaron, aún no lo bebía porque quería pasar por leche condensada para endulzarlo; tenía un mejor sabor con el plátano que usaban para decorar. Miré otra vez el desastre en el suelo y extendí la bebida a medio derretir.

—Puedes beber este, no me gusta. Solo, no lo tires, ¿ok? Sería muy deprimente una cuarta vez.

No me estaba mirando, pasó minutos viéndome y ahora parecía querer evitarme. Quedé con la mano colgada, fui paciente porque estaba acostumbrado a las personas tímidas, mi padre y hermano eran así. Al menos no tendría que hacer un incómodo contacto visual.

Me atreví a preguntar si no lo quería.

—Sí, gracias, qué lindo eres. —Sonrió al recibirlo con prisa, y aunque lo hizo cerca de mi rostro no pudimos vernos con claridad pues la luz de la ventana nos obligaba a entrecerrar los ojos.

Me dijo que era lindo.

—Nah, it's ok, perdóname a mí, se te cayó porque...

Ladeó la cabeza, su cabello corto apenas no se movía con él. Me preguntó de qué hablaba, yo no supe qué responder porque odiaría haberlo malinterpretado; a mi parecer estaba guardando la charola para ver mi cara.

Evadí la pregunta, tal vez no debí hacerlo obvio.

—¿Puedes asegurarte de que el consejero reciba los papeles? Ya tengo que irme.

Los eventos deportivos nunca fueron de mi interés, estuve presente por un amigo que hice ese semestre. Exin era alguien de confiar, yo le ayudaba con sus calificaciones, él aportaba ideas creativas y una visión distinta al trabajo; yo, solo le ayudé a enfocarse.

A veces nuestras conversaciones se volvían acaloradas y deseaba partirle la cabeza como una sandía.

En otros recuerdos, me sentaba con él en la línea azul de autobuses, solo para curar las heridas de cosas que le arrojaba su padre. Exin me tomó cariño porque le ayudaba a obtener buenas calificaciones y a no ser castigado; él me devolvió el favor como un observador de mi vida. Me hacía sentir que si alguien veía todo, no me sentiría tan incómodo a su alrededor.

Al principio el año escolar fue tranquilo, no tardó mucho para que un tercero irrumpiera en nuestras vidas.

—TIRASTE EL QUE ME IBA A BEBER, IMBÉCIL. —El enojo que me causaba el trastorno explosivo intermitente en ocasiones era gigante.

Mi jugo derramado fue quizás el comienzo de todos mis males.

Me senté en mi pupitre para ahogar el coraje que me dejó Exin. Mi supuesto amigo me tuvo que sacar a rastras del salón para ir a la siguiente clase. Antes de ingresar, las manos de aquel chico me detuvieron.

—Toma, espero te guste. Si quieres algo más, puedo traértelo, mi clase aún no empieza —habló, con la cabeza tan baja que incluso me tenía que inclinar para oírle. No cruzamos miradas—. Es por el raspado.

Yo no sabía su nombre. A veces cruzábamos pues lo encontraba caminando afuera de mi salón o a la hora de la salida. Aunque me confundió su regalo, lo acepté.

—Am —esperé a que levantara el rostro pero jamás lo hizo—. ¿gracias?

El moreno se retiró, dejándome solo con el jugo en pleno pasillo. Iba a sonreír por el regalo, aunque el golpe de Exin a mi hombro fue lo que mantuvo mis pies sobre la tierra.

—¿Qué le hiciste? —Me interrogó.

Ex guardó cierta distancia, mirándome con incredulidad e incluso temor en su mirada, como cuando se encontraba con su padre después de la escuela. Me iba a reír por su dramatismo, pero no lo hice al percatarme del resto de miradas.

Algunos alumnos que estaban por entrar, también se habían detenido a observarme.

—¿De qué hablas? —Balbucí.

—Es el síndrome de Estocolmo, de segundo año, tiene tiempo persiguiéndote con la mirada —Exin destacó lo obvio—. ¿Qué le hiciste para que esté tan cerca de ti?

—Ah, nada, no sabía siquiera que era un síndrome... literalmente.

—Vale... —Exin esparció su intimidante mirada a los alrededores, era el más alto del grupo así que las miradas que posaban sobre mí se desvanecieron.

Aquel momento de miradas y silencios incómodos se repitió, demasiado. Cada vez que Estocolmo decidía detenerse en mi salón a entregarme cosas, por todo un semestre. A veces caramelos, a veces bebidas, jamás mirándome a los ojos, solo evadiendo mi rostro que pedía a súplicas intercambiar miradas.

Por favor, date cuenta. Por favor.

—¿Ves? Allí va de nuevo. —Las voces de algunos alumnos estirando sus cuellos para ver la entrada, donde yo no tenía voz para decirle a alguien mayor que ya que no iba a recibir más sus regalos.

—Yo digo que se lo está cogiendo.

Mi rostro se enrojeció por la vergüenza. No lo veía de esa forma, no lo hacía con nadie, todo el tema del despertar sexual en secundaría incluso me asustaba.

—Pubertos y cerdos. —Exin pateó la silla de uno de los que habló.

—Espero te guste —las manos de Estocolmo tambalearon al poner una leche de sabor en mi pecho, yo la tomé de inmediato aunque solo quería escupir mi solicitud de no recibir más esas cosas—. Nos vemos mañana.

No quiero que sea mañana.

Las miradas y rumores pasaron de comenzar cuando Est aparecía, a estar siempre presentes en mis pasos. Exin estaba irritado por esto.

—No jodas que no se da cuenta el pinche gallo —habló de forma despectiva durante el almuerzo, jalando uno de los mechones de su cabello para que no le estorbara al comer—. Todos hablan de eso y él se porta tan normal al respecto. ¿Qué mierda cree que hace?

—Pensé que solo le gustaba...

—Parece más bien CLAVADÍSIMO Y OBSESIONADO. —Arrugué el entrecejo al pensar en ello, pero yo no tenía ningún recuerdo de haberle tratado de mal; ni siquiera rechacé sus muestras de afecto porque no quería provocarle un problema a su síndrome. Pensé que si agradecía él se alejaría al perder el interés.

Quería confiar en que me quería de forma sincera, yo no le había causado tal dolor a su síndrome.

Le dije que lo dejáramos ser otro tiempo más, con el deseo de que este se cansara. Exin comenzó a contarme un par de chistes que me expulsaron carcajadas mientras me comía un cuernito.

—Todavía se ríe el abusador —comentó un chico detrás de mí, golpeando mi cabeza al pasar con su charola de comida. Mordí mi lengua al recibir el impacto.

Exin se levantó con prisa. En la cafetería todos conocían a los trastornos explosivos intermitentes. Uno era mi mejor amigo, el otro era un estudiante de la clase de a lado, el que me había golpeado de forma intencional. Ambos altos, ambos intimidantes, pero solo uno con un grupillo grande de amigos.

—Fue un accidente. —Un compañero de mi clase, el síndrome del Impostor, quiso tranquilizar a Ex. Anemia, una pelirroja, lo sostuvo del brazo mientras le decía que se calmara ya que el otro trastorno lo tenía "controlado".

—No, no lo fue —el castaño lo negó de inmediato, aún haciéndole frente a mi amigo—. Pero no es mi culpa, es culpa de Hipo. ¿Se sentía tan mal por su estúpido trastorno que busca sacar provecho de alguien más?

"Estúpido trastorno".

—¿También te usa a ti de escudo?

—Te veo en el quiosco para pelarte esa cabeza, imbécil. —Exin ya estaba haciendo planes para pelear.

Supuse esa pelea nunca sucedió pues lo dejaron plantado en aquel quiosco cerca de la escuela. Lo sé porque el otro Exin tironeó de mi mochila al finalizar las clases, llevándome a arrastras a los pasillos detrás de la escuela, donde después me la arrojó al rostro hasta hacerme la nariz sangrar.

—¿Qué te parecía gracioso en la comida? —Preguntó sonriente, apoyando su mano en mi hombro para evitar que me levantara del suelo.

No me salían las palabras. Mi mente estaba concentrada en la sangre, alarmado ante la posibilidad de sufrir algún problema. Nunca me había sangrado la nariz antes.

—Hey, mírame, idiota —el chico intentó pisar mi mano pero la retiré del suelo al ver sus intenciones—. ¿Qué te causa tanta gracia?

—Vámonos ya, alguien puede venir... —Impostor seguía insistiendo en ser la voz de la razón.

—¿Vas a defender a un bully? —Anemia se rió de él. La chica levantó mi mochila, metiendo mano entre mis cosas mientras arrojaba al suelo lo que no le gustaba—. ¿Por qué tienes tantas cosas de arcilla?

El trastorno Explosivo Intermitente tomó mi lapicera de aquel material, arrojándolo contra mí. Mis libretas cayeron sobre mi torso, yo terminé por pegarme con fuerza en el suelo mientras cubría mi cabeza con ambas manos para amortiguar.

—Lo siento...

—No te disculpes conmigo, no te preocupes. No me molesta que te rías —dijo, pasando su tenis sobre mi saco—. Hazlo hasta que te canses.

Los días comenzaron a ser así. Un acoso gradual e intermitente, con el discurso de "no está mal abusar del abusador".

Patadas entre pasillos y mochilas desaparecidas. Exin las recuperaba de la basura y discutía con los profesores que no hacían nada pues en dirección solo había reportes de que yo tomaba ventaja de Estocolmo. Comencé a usar sudaderas sobre las camisas blancas pues estas podían ensuciarse.

Tenía la responsabilidad de limpiar los jardines frente a mi clase los viernes, cosa que empeoró el acoso. Anemia vació una caja de leche mientras gritaba que era para darle a los gatos, aún después de verme barrer en la parte baja.

Elevé mi mirada con desánimo, cubierto por la leche que se había hecho una con mi cabeza. Las gotas blancas escurrían por mi cabello y el olor era repugnante.

Exin trataba de no dejarme solo ya que a veces se me unían como si fuese parte de su grupo y se aferraban a mi cuerpo como si fuésemos amigos. El único amigo que yo tenía se encargaba de arrancar las notas en mi casillero, me quitaba mi teléfono cuando recibía mensajes amenazantes, y trató de estar allí, hasta que tampoco lo soportó.

No lo culpo.

—Exin, si no te tranquilizas le diré a mi padre que hable con el tuyo. —Sus padres, compañeros de trabajo y amigos cercanos, tenían una relación de años. Mi amigo comenzó a creer que el acoso hacia mí era una forma indirecta de molestarlo a él—. ¿Quieres que me queje? ¿Qué haría tu papi? Ustedes se adoran, ¿no? Padre e hijo.

Exin comenzó a esperarme en la línea azul después de clases, asustado de intervenir. Se limitaba a ofrecerme a ir al médico pues sabía que mi hipocondría me causaba estrés. Su forma de afrontarme me indicó que él había llegado a su límite, no podía involucrar a su padre.

—¿Y si Estocolmo es amigo de ellos? Puede hacerlo apropósito, harían lo que fuera por intimidar a un Hipocondríaco.

La hipocondría era la representación de un trastorno mal contado, considerado una sátira bajo el contexto en el que vivíamos. Sabía que era mi culpa, no de nadie más, pero no encontraba la solución a ello.

Durante educación física tuvimos una clase mixta. Estocolmo, con un costal de pelotas en su espalda y una gran sonrisa, se dirigió a mí para ser compañeros de actividades. Por primera vez le pedí que se mantuviera lejos de mí ya que el acoso empeoraba con su cercanía. Incluso le amenacé.

Ya no podía distinguir el momento en que todo comenzó a salir mal, pero sí cuando ya no tenía control de mi propia actitud. No podía pedirle de forma amable para alejarlo, no podía culparme a mí así que lo odié, lo detesté tanto por ignorar mis súplicas.

Lo repugné por su sonrisa ignorante.

—Mantén la pelota aquí. —Arrojé pelotazos, deseando que sintiera un tercio de lo que yo sentía cuando el resto de trastornos y síndromes me golpeaban con latas en el rostro.

Una patada por cada amenaza en mi pupitre cuando se me acusaba de violentarle. Y maldiciones junto a Exin cuando le veíamos, aunque esto jamás redujo los alimentos o bebidas que caían sobre mí. Creo que solo intensificó el problema.

—DIOS, PERDÓNAME. —Anemia clamó exaltada cuando soltó accidentalmente la cubeta de agua sucia que llevaban para limpiar los pisos.

El pasillo se cubrió, algunos escupieron una carcajada cuando un alumno se resbaló por ir corriendo.

Aunque el empapado soy yo.

Me sostuve de las paredes para no resbalar en el agua gris llena de jabón. Anemia se limitó a verme entrar en los baños, donde me quité la sudadera, también la camisa con la intención de exprimirla y que secara más rápido.

Tranquilo, solo es agua.

Me recargué en el lavabo para limpiar las prendas. Decían que en los momentos menos apropiados, los dioses lunáticos e incluso los doctores se ríen de ti; comprendí esa oración cuando vi a Impostor y a Explosivo Intermitente entrar junto a otros dos chicos.

Mi labio tembló al igual que mis rodillas.

Las personas solían llamarme "poco expresivo", o resiliente. También escuchaba frases como "no parece Hipocondríaco" aunque nadie sabía que solo me quejaba con mis padres. Exin, el tipo que me asoleaba tanto como mi acosador, dijo que eso le molestaba.

Le molestaba que yo solo actuara de forma lógica, que sabía que quejarme no funcionaría, que ni siquiera buscaba hablar con un profesor pues lógicamente no me tomarían en cuenta debido a la situación de Estocolmo.

Pero, siendo sincero, me había quebrado psicológicamente meses atrás, semestres atrás. Cuando intimidó a la única persona que me defendía y observaba.

Cuando consiguió que me desquitara con Estocolmo. Cuando me hizo asumir la culpa de mi condición.

—Exin, no hagas esto, ya dejémoslo... —Impostor trató de jalar de su brazo pero el otro lo apartó.

—¿Me vas a decir que a ti no te molesta? No tiene ni un poco de pena por pertenecer al grupo de trastornos, como si fuese importante, como si no se le hubiese hecho ostracismo ya.

Impostor lo soltó. Me aferré al lavabo, mis manos fueron arrancadas de allí por los otros chicos. Supuse lo que venía, el usual acoso escolar.

Pero no estoy listo.

Me arrastraron por los pisos del baño, el frío tensó mi piel por el contacto directo. Traté de cubrirme el pecho y aferrarme a las puertas de los cubículos, recibiendo patadas contra el abdomen y espalda hasta que me solté. Mi rostro iba directo al retrete.

Llevé mis brazos con desesperación a la taza del baño. Ex le pidió a Impostor que hiciera más presión contra mi cabeza mientras los otros me sostenían pues no conseguían meterla.

—Ahora sí estás reaccionando, cosita. —Exin se rió por mis intentos de no sumergirme.

No puedo meter la cabeza, no puedo. El agua está contaminada. Si la trago, moriré.

Lo siento.

—No te escucho, Hipo, ¿qué dijiste?

—Lo lamento... —pronuncié, llevando mis ojos hacia arriba para observar mi flequillo comenzar a tocar el agua del retrete.

—Esperen, ¿qué dijo?

—PERDÓN POR SER HIPOCON...

La patada contra mi espalda me hizo atragantarme con el agua. Mi cerebro trataba de procesar las posibles infecciones aunque el baño aparentara estar limpio: infección pulmonar, quizás una lesión.

—¿Qué dijiste? —La vista no volvía a mí, el agua solo me permitía ver manchas blancas alrededor. Mi cabeza fuera del retrete, sostenida por solo el cabello del que tiraban, se esforzaba por recuperar el aire.

No pude distinguir mis lágrimas del agua.

—Lo sien...

Me sumergieron nuevamente. Mis oídos se llenaron de agua.

—Discúlpate, te dejaremos cuando termines de hacerlo. —Volvieron a sacarme. Los alumnos que se sentían incómodos al principio parecían comenzar a disfrutarlo.

—Perdón por...

Agua.

—¿Tienes sed?

Aire.

—Por ser...

—DISCÚLPATE.

—HIPOCONDRÍACO.

Dijo que aún faltaba más. Pedí a gritos disculpas por abusar de un síndrome. No tenía fuerza para sostener mi propia cabeza, ni siquiera para mover un dedo o cubrirme de los golpes como antes, pero evitaron patear mi rostro ante la idea de que era demasiado visible.

—Es verano, Exin, van a ver los moretones. —Impostor abogó aún después de todo.

—Que use mangas largas, a quién le importa que sude.

Cuando llegué a la línea azul mi amigo Exin ya no se encontraba allí. Pensé que se cansó de esperarme ya que llegué a la parada cuando el sol se había ocultado. Me había quedado dormido en el baño de la escuela mientras recuperaba energía que me levantara.

Vomité toda la noche en el baño de mi habitación, me lavé los dientes repetidas veces y me cepillé antes de acostarme. Mis padres me habían esperado para cenar pero jamás bajé. Sabía que tenía que hablar con ellos, decirles que no me había inscrito a un club de atletismo y que las heridas fueron provocadas.

Por eso, la mañana siguiente comenzó conmigo pidiéndole a mi madre que fuera a la sala. Mi papá ya estaba allí esperando el desayuno, pero mi madre seguía en el proceso de servirlo.

Ambos se sentaron a escucharme.

Yo estaba de pie, sudando de tan solo pensar en que debía mencionar a Estocolmo pero me avergonzaba decirles cómo empezó aquello. Mi hermano mayor sufrió bullying la mitad de su vida por haber sido diagnosticado como Depresión, y ahora yo también lo vivía, pero era el principal culpable de recibirlo.

Tienes que hablar, ellos lo entenderán.

—¿Qué pasó, Hipo? —Mi madre sonreía, con las manos en sus piernas mientras trataba de tranquilizar su cerebro que le decía que desayunáramos antes de que se hiciera más tarde. Demoré el asunto.

—Llegué tarde ayer porque...

—¿Llegaste tarde? —Mi padre tocó su barba de tres días. No me vio llegar tarde pues él llegó una hora después debido al trabajo.

—Me duele demasiado el cuerpo —lo dije, solo eso. Fue lo único.

Mi madre asintió con lentitud, sin comprender la situación. Les dije que demasiado, a lo que solo preguntaron si quería pomada.

Carajo, olvidé que soy Hipocondríaco.

—No me lo estoy inventando —respondí exaltado, llevando mis manos a la playera para comenzar a quitármela. Los moretones ya habían aparecido, como grandes lagunas moradas y verdes que me habían entintado el cuerpo—. Estoy golp...

El teléfono de mi madre sonó. Levantó dos dedos, la seña que hacía cuando quería un mordisco de pastel o que le diéramos un minuto. Bajé mis manos, evitando desnudarme frente a ellos.

Perdí mi oportunidad.

El rostro le cambió de inmediato, todo el color de la mañana se acabó. Eirín se levantó mientras arrojaba una cazadora al cuerpo de mi padre. Le gritó que corriera por las llaves del carro.

—Ya falleció su amigo —expresó sin poder creer sus propias palabras. Hablaban de mi hermano, el amigo de mi hermano y el hermano de Estocolmo. Tan solo pensar en la complicada relación me causó migraña.

Ambos estaban alarmados por la preocupación que les causaba su primer hijo. Algunas condiciones no enfrentaban bien la pérdida, él no era la excepción y lo sabían.

—Cariño, volvemos al rato y nos cuentas, ¿sí? —Apoyó sus manos en mis hombros, dando dos palmadas mientras mi padre le apresuraba desde el exterior de la casa.

—Sí, vayan, los necesita.

—La comida está en la mesa, apúrate a comer o llegarás tarde.

—Sí... —Le miré correr mientras se ponía un zapato.

—NO FALTES A LA ESCUELA, EH.

—Sí.

Cerré la puerta.

Al dirigirme a la cocina el olor de los huevos revueltos y el pan con mantequilla me indicaron el lugar para sentarme. Serví un poco de jugo de manzana, saqué unas tortillas que desprendían calor y comencé a hacerme un taquito de huevo.

—Me falta catsup... —Mencioné, antes de dar el primer bocado.

El cuerpo me dolía, no tenía fuerza ni para abrir la boca pero lo estaba haciendo. Estaba comiendo aún sin hambre y con el estómago revuelto. Me repetía que fuera paciente, que mis padres no tardarían. Que no era tan importante en ese momento, lo podía hablar después.

Que era mi culpa.

—Ah... —Suspiré, tragando más fuerte para ignorar las lágrimas que comenzaban a caer sobre la comida. El atracón me llenó de culpa.

Que nadie iba a ayudarme, ni siquiera Exin. Estaba solo en esto.

Me resigné.

Pensé que todo había culminado cuando tropecé con Estocolmo. Él pensó que le había molestado tras la pedida de su hermano, de forma intencional. Ni siquiera yo sabría decir si fue así o un accidente ya que todos decían haberme visto, que merecía la nariz rota que me dejó y los ojos morados, incluso los profesores detestaron mi actitud.

Desperté en el médico, y aunque no sonreía, sentí que me reía. Aún sin comprender, JAMÁS, cómo terminé así. Mi madre me gritó que le mirara con seriedad, también que me disculpara con mi padre.

—¿Cómo pudiste hacerle algo tan horrible a otro estudiante marginado?

No me disculpé, no podía hacerlo después de pensar en el retrete. Tan solo la palabra "lo siento" me producía arcadas violentas, así que me tragué los arrepentimientos.

—Le debes una disculpa a él y a su familia.

Miré de soslayo a mi madre. Con esfuerzo sacudí la cabeza para negarme a su petición.

—¡¿Y cómo demonios piensas hacerte responsable?! Sabes que no te van a denunciar, ¿verdad? Porque Estocolmo pidió que no lo hicieran. ¡¿Te educamos de esa forma?!

Mi nariz se enrojeció pero de nuevo, no podía llorar. No recordaba cómo llorar después de hacerlo tantas horas en el suelo, suplicando que al menos Exin volviera a la escuela para cubrirme. Pero el problema seguía allí, y yo no podía soportar la culpa de no hacer algo al respecto.

—Ustedes denúncienme, me haré responsable.

—Eirín, no le hagas caso, sabes que... —Mi padre se interpuso entre ambos, que nos mirábamos con desdén por intentar llegar a un acuerdo irrazonable. Él se calló cuando nos vio decididos.

¿Por qué compito con mi propia madre?

—Voy a estudiar más de lo que lo hacía, así que déjenme cargar con ello.

Tal vez pueda arreglar el futuro si estudio lo suficiente.

—No puedo confiar en ti —expresó ella, juntando las cejas por el dolor que le produjo enterarse de todo de forma tan abrupta.

~•~•~•~

Volví a clases la semana siguiente.

Era temporada de lluvias, tuve que regresar por mi paraguas y cruzar el salón principal donde los dos pizarrones de la pared estaban cubiertos de expresiones grotescas y cosas que arruinaban aún más mi imagen en la secundaria. Incluso insultos infantiles.

HIPOPÓTAMO.

HIPÓCRITA.

HIPOGEO.

No quise detenerme a mirar pues Anemia y otros alumnos se encontraban sentados al fondo del salón, en sus teléfonos. El trastorno Explosivo Intermitente arrojó un borrador de los pizarrones que chocó contra mi tenis.

Dijo que lo mejor sería que lo borrara.

—No leíste bien, ¿verdad? —Insistió cuando me vio decidido a salir. Me arrepiento de haber volteado, también de ser tan alto pero sentirme tan pequeño ante esas palabras.

ACOSADOR.

COBARDE RACISTA.

VIOLADOR.

Recogí el borrador y corrí a borrar las ultimas palabras. Empezaría por la graves, iría con las infantiles y no dejaría ni un poco de tiza en ambos. La lluvia afuera se intensificaba por cada minuto de silencio donde solo me sentía observado.

Un silencio sepulcral. Hacía lo que querían, aunque el miedo se fue durante ese tiempo, solo quedaba la sensación de autocastigo.

Y siguió.

Estocolmo entró, incluso parando las respiraciones del grupo. Traté de enfocarme solo en la pizarra para estar seguro de que él no alcanzaría a ver nada, cosa que no hizo de todas formas.

—Voy a cambiarme de escuela, pero lo lamento, no sé si recuerdes cómo chocaste conmigo pero no era mi intención...

Continué limpiando, con un fuerzo sobrehumano por levantar mis brazos aunque estos eran lo suficientemente largos. Escuchaba el sonido de un bote de medicamentos de Estocolmo, quien hizo una pausa para atragantarse de patillas de las que nadie se atrevió a comentar.

—Mira, estoy medicado, quizás te molestaba mi actitud pero estoy siendo sincero, no me acercaba a ti por nada más, solo nos topábamos accidentalmente.

Ya no lo sé, no puedo confiar en lo que dice.

—Yo... perdón, te quiero.

Me detuve un momento.
¿Aquello era el síndrome de Estocolmo? ¿Realmente lo provoqué?

—En realidad, me gustas mucho y me siento mal por esto.

¿O solo se burla?

Me atreví a dirigirle una mirada, como un cachorro herido que busca defender su orgullo.

—Lo siento, no quería incomodarte. En realidad me gustabas antes, cuando nos conocimos, sé que es bastante tonto pensando en que después nos llevaríamos de esta forma. Es como si tuviera le necesidad de decirlo, pero lamento decirlo así. Perdón, y perdón por disculparme tanto. Yo...

—Me das asco —pronuncié.

Antes de dar media vuelta por mi mochila, me sacudí la tiza blanca de las manos. Me preparaba para hablar, dejar en claro mis emociones.

—No soporto cómo me miras y acorralas, detesto que seas así.

También detesto ser así.

—Pero así eres, ¿no, Estocolmo? Egoísta, sin darte cuenta de lo mucho que me incomodaste estos dos años.

Lucía desorientado, como si no me prestara atención realmente. Mi molestia fue escalando, al igual que el recuerdo de cada golpe y ofensa que recibí por él.

—¿Siquiera me estás escuchando? —Exclamé.

Estocolmo comenzó a llorar, pero no escuché ningún sollozo, solo la lluvia golpeando la ventana.

—Te tengo asco. Si desapareces, sería mejor para mí, así que gradúate donde quieras graduarte, pero no me cuentes tus planes.

Te tengo miedo.

—Comprendo, ¿eso sentías? —Masculló débilmente. Sus ojos posados en mí, cubiertos de lágrimas que empapaban sus lunares—. Sí, está bien...

No lo está.

—Solo púdrete.

—Perdón.

No te disculpes tú.

Soporté unos segundos más, no podía disculparme ni acércame a él con el resto de alumnos observándome, debía cortarlo de tajo. Yo no me cambiaría de escuela, él era el único que se iba, solo debía aguantar un año más.

Puedo soportarlo, puedo cargar con esto.

Quizás habría sido distinto si le hubiese perseguido, pero no podía confiar ni en mí mismo para arreglar las cosas.

Me gradué con tranquilidad ya que el acoso se detuvo, solo quedó el ostracismo que me hicieron principalmente a mí y en el que quedó Exin envuelto. No más amigos, no buenos tratos de los profesores, no participar en eventos y solo recibir la espalda de los demás.

El aislamiento yo lo provoqué en mi entorno familiar. Y así viví cuatro años, ahora siendo el chivo expiatorio de L.A. pues cuando entré a aquella preparatoria los rumores ya eran conocidos.

¿Cuándo salió todo mal?

No fue cuando Estocolmo me vio.

Las cosas salieron mal desde el momento en que me diagnosticaron hipocondría. Tantos años de arrepentimientos comenzaron ese día.

—ÉL TAMBIÉN SUFRIÓ LAS CONSECUENCIAS DEL SISTEMA DE MIERDA, ¿Y ME DICES QUE SE MERECE TODO LO QUE LE PASA?

Exin continuó gritándole a Estocolmo, sacándome de aquellos momentos dolorosos de secundaria que prefería mantener enterrados. Me aferré a la puerta, rogándole que saliera pues ya estaba abierta, pero yo no tenía la fuerza mental para sacarlo arrastras o mirar a Est.

—Es mi culpa, solo déjalo —insistí, dando cortos pasos que se sintieron temblorosos.

—No sabía.

Exin y yo guardamos silencio. Mi amigo volvió a tomarlo de la playera para sacudirlo y poder ver su expresión debajo de los rulos.

—No, no me vengas con eso, era conocimiento general entre clases.

—No me di cuenta —admitió. Lo miré, sus ojos vagos eran sinceros; estaba aturdido.

—Oh, realmente eres un egoísta, pero también idiota.

Arrojé un golpe al rostro de Exin, quien endureció su semblante de inmediato y se mordió la lengua para no hablar. Yo lo había entendido hace poco, que Estocolmo realmente vivió tan sumido en su propia vida que no se percató de lo demás; yo era el único que sobrepensaba demasiado.

No volveremos a hablar de esto.

—Salte en este instante. Vas a ayudar a Des, literalmente perdiste el tiempo y arruinaste todo.

—Hipo... —Exin no dijo nada cuando lo miré. Asintió y procedió a retirarse.

—Tú te quedas aquí. —Le ordené a Estocolmo.

Estaba desaliñado por los tirones que Exin le dio. Me incliné para acomodar su sudadera, miré la ventana abierta y dudaba de si dejarlo allí, donde se podía salir fácilmente, era lo correcto.

—Te arrojaré las llaves antes de irme —informé.

—Hipo.

Impulsé su espalda para que se sentara correctamente en la mesa. Tenía que dirigirme de inmediato al área verde donde las estatuas importantes se encontraban, era la parte más destacada del plan.

—¿Por qué actúas como si nada? —Estocolmo me forzó a mirarle con su pregunta. El sentimiento de culpa dejó de ser solo mío, y eso me molestó.

—Estoy actuando como debería actuar en este momento. El pasado no cambia nada.

—Lo cambia todo.

—Solo para ti. El mío siempre ha sido así.

Estocolmo no pudo añadir nada más. No tenía que disculparse, agradecer o arrepentirse. Quizás pasó estos cuatro años de su vida culpándose por su condición que le obligaba a aferrarse a mí.

Pero era mi culpa haberlo arrastrado a ese problema. Yo era Hipocondríaco, después de todo.

Estocolmo permaneció sentado cuando cerré la puerta. En mi mochila llevaba latas de pintura y aerosol, con la tarea de escribir "No al PLJ". Era una idea terrible organizar un evento que reuniera a personas como las que conocí en secundaria.

El camino por el jardín fue estrecho, caluroso a pesar de la noche. Debía soportar una hora más antes de perder la consciencia, debía ser paciente y terminar, entonces tendría tiempo para echarme en mi cama y olvidar los problemas inminentes que tendría ahora con Estocolmo.

Pero tan pronto escalé la estatua para rayar en la cabeza de esta, pude sentir la pieza de 51 kilos inclinarse.

La vida literalmente se ríe de mí.

• • •
Ohno, no tengo comentarios al respecto. Subí este capítulo rápido porque va muy de la mano con el anterior.

NOBODY, NOBODY, NOBODY NOOOO.

Primero, Exin se siente culpable de no haber podido ayudar a Hipo, razón por la que también se desquita con Estocolmo.

Estocolmo realmente estaba en su mundo, y se puede ver en el capítulo que narra donde incluso ignora al grupo presente cuando Hipo limpia la pizarra.

Hipocondríaco se forzó a cargar con "una cruz" pues no sabe cómo afrontar las cosas de una forma más sana, justo como expresa en el comienzo del capítulo.

La Netflix estoy bien triste. ¿Algo que quieran comentar o destacar?

¿Han tenido experiencias respecto al acoso escolar? El tipo de intimidación que usaron en Hipocondríaco no fue del tipo  que produjera rencor hacia ellos, sino hacia él mismo por no poder cambiar lo que es.

La ilustración de Hipo me gusta mucho porque más que una expresión mamona, creo que Hip siempre luce un semblante triste y apagado.


ESPERO LEERNOS PRONTO, LES QUIERO MUCHO.

~MMIvens.

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