Capítulo 33: Soy violento, es la realidad.

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Siempre me he dicho la verdad, como si mentirme a mí mismo fuese igual a arrancarme los ojos.

O como combinar alcohol con café y una coca. James calificaba exámenes bajo la influencia de estas tres sustancias, junto a un cigarro, estoy seguro.

Exin.

Quizás por el horror de esperar demasiado, de descubrir que solo he vivido restándole culpabilidad a mis actos. Hipocondríaco decía que yo no era sincero, sino que minimizaba mis problemas y sentimientos.

Pero jamás he aprendido de sinceridad, solo crudeza, una verdad que podía calcinar más que cualquier engaño. Las cicatrices en mis brazos no solo desgarraban mi piel, sino que eran el constante recordatorio del pecado que es mentir.

Desgraciadamente no soy el único viviendo de esa forma, ya me parecía una chingadera eso de no ser duramente sinceros.

—Soy Bulimia.

La chica de anchos dedos cepilló su cabello rubio, un poco oscuro comparado a las cabezas oxigenadas de los síndromes de Savant, pero demasiado claro para el estudiante promedio de L.A. Bajo el sol que entraba por la ventana, los reflejos de sus mechones lucían rojizos. Me pareció muy guapa.

El PLJ nos hacía relacionarnos más con mujeres. Usualmente había una barrera de géneros que solo lograba romper en fiestas o trabajos conjuntos, pero era común que nos dividieran y saliéramos con personas de nuestro mismo género. Todo debido a que no se podía comparar la forma de sobrellevar un padecimiento.

Ni siquiera en los exámenes. Mujeres autistas y hombres autistas eran un ejemplo.

—Lo sé, soy gorda. No lo parece —suspiró, cruzando sus piernas de tal forma que el vestido se ciñó a sus rodillas—. Solía comer mucho por sentirme mal.

Puede ser incómodo pero me pareces útil hablar en grupos pequeños.

Pero luego comencé a comer solo cosas ricas, que amaba, porque necesitaba dopamina y era lo único que podía causarlo en mí, entonces me sentía culpable... —su voz tembló, se aferró a sus manos al hablar de su trastorno—, terminaba mis alimentos e iba a vomitarlo.

Un chico flacucho le dio algunas palmadas. Estocolmo, quien era parte de mi grupo, parecía meditar.

—Jamás se me tomó como una persona verdaderamente bulímica, para los demás siempre ha sido bueno que baje de peso. Soy alguien fuerte, dicen, aunque me he estado comiendo a mí misma.

—Debo admitir que yo también creía que las personas con sobrepeso no podían padecer bulimia. La verdad, soy algo ignorante... —Otras voces trataron de interactuar con ella. Yo volví mis ojos al piso, donde solo observaba los zapatos.

—Bueno, el perro chiste es que uno se transforma por prueba y error.

Un Anorexia le pidió a Estocolmo la palabra.

Puedes ser el último. —Agregó el trigueño.

—Ah... no recuerdo lo que es estar satisfecho. —Dio inicio.

El flacucho junto a Bulimia, no era alguien alto pero sus huesos daban la impresión de que sí. Tenía poco cabello, oscuro, ya bastante dañado. El delineador negro que enmarcaba sus ojos, como si no llevara piel sobre ellos me pareció un estilo único. Recordaba verlo en los baños maquillarse mientras me mostraba la marca de sus productos.

—En mi infancia recuerdo lo que era llenarme hasta no poder más. Cuando me diagnosticaron anorexia nerviosa mis años se resumieron en una sola sensación: Hambre. Siempre he tenido hambre, viví con hambre, con ese hueco en el estómago, dolor y malhumor por solo comer un taco o media empanada. Me volví adicto a resistir.

Lució hastiado.

—Y cuando comía más que eso, me causaba dolor en las entrañas, así que me detenía —explicó—. Mi metabolismo no toleraba el llenarse, aprendí a darle solo lo necesario para no morir. Por eso me veo como la verga, y la neta, estoy peor que la verga.

—Te queda de lujo el delineador y las sombras negras. —Le interrumpí.

—Cámara, que Dios te bendiga. —Me agradeció el cumplido.

Suspiró, como si tratara de llegar a un punto.

—Todos me ven como si fuese a morir en cualquier momento. Es la verdad, no sé si solo soy adicto al dolor de tener hambre.

La sesión terminó, teníamos una hora libre así que fui el primero en salir a los pasillos para buscar algo en qué entretenerme. Estocolmo no me contaría ningún chisme, ni Hipocondríaco, Des estaba con otros amigos suyos y yo andaba como perrito dando vueltas.

Creo que dejarme la hora libre fue lo peor que hicieron los organizadores, porque traté de matar tiempo observando a las personas que caminaban hacia el salón que dejé. Allí tuve un reencuentro, bien cabrón:

Negro y rojo, con el cabello peinado tipo presidente, su mirada arrogante que me pareció familiar y esas comisuras torcidas que emanaban una falsa amabilidad.

Parece chiste.

—¿Impostor?

—¿Sí? —Giró el cuello hacia mí.

Tan pronto confirmó ser él, tiré de su saco para llevarlo contra la pared, donde dos pilares se unían para crear un pequeño espacio donde otros solo verían mi espalda.

El chico de ojos verdes trató de forcejear con mis brazos, pero aunque lucía capaz de moverme, realmente no consiguió nada. Lo único que se sacudió fue su cabello lleno de fijador.

—¿Qué quieres, Exin? —Sonreí al escuchar que me reconoció.

—Hacerte unas preguntas, ¿va? —Arreglé el cuello de su saco, aunque dijo que lo iba a asfixiar—. Siempre he tenido una duda acerca de ti. ¿Cómo se presenta tu síndrome? ¿Simplemente no crees en tus propios logros? ¿Te saboteas para no llegar más lejos?

—No tengo tiempo para...

Mi codo se acercó a las ligaduras de su cuello.

—¿O te sientes tan inseguro acerca de ti mismo al punto de acosar a alguien más?

—Voy a denunciarte si haces algo. —Juró, con esas cara de susto como si no matase ni una mosca. Yo sabía que él, toda la secundaria, se limpió las manos diciendo que no era partícipe de humillar a los estudiantes como lo hacían sus "amigos."

—Haré lo mismo si dices algo. —La sonrisa que le di cerró mis ojos.

Escuché la voz de Estocolmo en el pasillo. Me pareció que iba por la dirección contraria. No pude hacer un escándalo acerca de Impostor porque seguro Hipocondríaco me regañaría, le prometí no hacer nada sin antes consultarle; aunque haberme topado con esta mierda de hiena no era algo que esperaba.

—Quiero que camines por donde viniste, muerto. —Solté su saco. Él trató de acomodar su cabello mientras yo le sacudía el polvo de los hombros; olía a jabón.

—No, iba a buscar a Est para establecer... —Se calló, poniéndose pálido de nuevo. Le forcé a terminar lo que empezó—. La hora en que nos veremos para el baile.

—¿Lo invi...? ERES UNA MIERDA, JAJAJA.

Tomé distancia, sosteniéndome del pecho para detener mis carcajadas pero el aire era incontenible. Su incredulidad, esa mirada superior que le daba a todos, se quebrantó después de varios segundos.

—¿Qué te hace tanta gracia? —Escupió.

Nah, esto no te lo voy a consultar, Hipo.

Tiré de su mano, con la otra tapé su boca. Sus dientes aplastaron mi carne cuando troné dos de sus dedos. El calor de su piel se elevó hasta cubrir su rostro de un rojo violento, y el sudor comenzó a bajar de su frente. La fiebre, el dolor, ahogados en sus ojos y la fuerza de su mandíbula.

—Lamento que te hayas aplastado los dedos, wey —asintió a todo lo que dije, como si fuese la palabra de Dios—. Deberías ir a la enfermería, pero rapidito, papá.

~•~•~•~

—No entiendo porqué debería aprender a bailar. Literalmente no me aporta nada, no quiero ir al baile.

Hipo seguía reacio a mis enseñanzas. Llevaba la camisa blanca del uniforme remangada, no le gustaba ponerse las cosas que nos daban en el evento porque según él no tenía ni idea de con qué la lavaban. Una vez quedó traumatizado al ponerse un zapato y ver que unas hormigas decidieron hacer ahí su hormiguero.

—Por fa, pa, sé de lo que hablo. —Insistí, tratando de que me dejara poner mis manos en su cintura.

—Lo dudo mucho, eres pésimo enseñando. —Rodó los ojos.

—Paaaaa.

—Que no.

—PAPI.

Dijo que ya me callara. Me dejó guiarlo, al menos para enseñarle los pasos básicos de una cumbia. Pero tan pronto comenzamos se desanimó, ya que me pisaba y no entendía cuando yo le iba a dar una vuelta. Su altura tampoco me era de ayuda, mis parejas de baile solían ser muy bajas.

El salón donde estábamos tampoco era un lugar privado, de vez en cuando abría alguien la puerta, se nos quedaba viendo, veía la música y cerraba sigilosamente. Fue incómodo cuando entró una profesora, pero no dijo nada.

—Exin, esto es inútil, sabes que no coordino bien y...

—¿No quieres bailar con el gallito ese y darse besitos?

Detuvo el baile para intentar ahorcarme, dejando mis besos en el aire. Yo traté de reírme para que no fuera incómoda la cosa, pero él permaneció a la defensiva.

—En serio, Ex, ya basta de llamarle así.

—Ya, ya, perdón. —Seguí sonriendo. Tuve que llevar mis manos a las suyas para calmarle—, fue la última vez. Lo juro.

Ambos nos separamos debido a la tensión ya creada. Fue un total fracaso.

—Me costó un montón encontrarlos, solo enviaste mensajes diciendo que los alcanzara en un salón del segundo nivel. —Albinismo entró, directo hacia Hipo, sin siquiera mirar a sus alrededores.

El chico estaba acariciando su propio cabello castaño, mientras Hipocondríaco simplemente le explicaba lo que hacíamos. Tomé asiento en una silla de plástico, callado, pensando que si los interrumpía seguro Albin me mandaría a callar.

—Eh, tú —aún así les interrumpí. El albino resopló—. ¿Sabes bailar?

—¿Por qué preguntas? ¿Nadie te quiso de pareja para el baile?

Al chile, es bien especialito.

Si sabes, enséñale a Hipo. Al menos haz algo útil si quieres juntarte con nosotros.

Extrañamente el albino no se opuso, por el contrario, trazó una sonrisa como si fuese parte de su maquillaje. Se quitó el saco, listo para la aventura. Me pidió que pusiera la música, mientras le daba instrucciones a Hipo de sostenerlo.

Quizás convenga que te alejes quizás. Me domina la tentación de imaginar que estoy tan cerca de ti. Tan cerca sin poder resistir.

Hipo le pisó, pero Albin soportó el dolor de cada pisada sin reprocharle. Los uniformes de ambos parecían atorarse, uno era muy alto para guiar y al otro le faltaban algunos centímetros para apoyarse en él.

Procura coquetearme más y no reparo de lo que te haré.

—El sol, literalmente no me deja ver... —Farfulló Hip antes de darle una vuelta que parecía más tango que lo que se supone le estaban enseñando.

—Es que, amor, no, hey, así... —Albin intentó corregirle, pero las vueltas automáticas ya le estaban sacando la peluca. De repente me pareció samba, luego salsa.

Procura ser parte de mí y te aseguro que me hundo en ti.

—Jamás creí que veníamos de los monos hasta ahora. —Comenté, cruzado de brazos mientras les oía debatir sobre quién y cuándo debían mover los pies. A Hipo ni siquiera le quedaba claro cómo dar las señales de vuelta.

Me preocupa la herencia de Hipo, no creo que llegue a tener hijos con esas habilidades de mierda.

Albin lo soltó tras varios minutos, frustrado, arrancando las manos de su cintura. Volvió a acomodar su peluca antes de mirarnos a ambos con desgano. Hipocondríaco lucía molesto, el sudor le producía disgusto, pero su pésima condición física no fue de ayuda.

El chico debía ejercitarse más, estaría condenado con esos gustos románticos que tiene.

—Si no encuentras un propósito para aprender, no lo harás nunca. —Sentenció el pecoso, devolviendo el aire a sí mismo y pidiéndome una botella de agua que tragó con velocidad—. Mira... ah, yo no bailo, pero son cosas muy básicas, fáciles. Solo son dos pasos y una vuelta, SOLO DOS PASOS.

Me sorprendió lo directo que era con Hipocondríaco. Sabía que se habían vuelto cercanos pero solo conocía al Albin de las fiestas, sociable, retador, el de los rumores sobre los tipos con quienes se acostaba; no tanto su persona que se ocultaba en un club de consejería, ni el que le agradó a Hip.

—Al, es que no quiero aprender, se lo había dicho literalmente a Exin, que no quería ir al baile... —El otro suspiró, tratando de dialogar.

—Pero él sí va a ir —interrumpí.

Ambos giraron a verme sin comprender de qué hablaba. Recalqué que esa persona iría. Los dos eran intuitivos así que entendieron rápidamente.

—Suena bien, ajustaré mi horario.

Hipo caminó en búsqueda de su mochila sobre las sillas apiladas, traía su cuaderno de hojas negras donde apuntaba cada cosa importante de sus días; su sonrisita al tomar nota fue distinguible a simple vista. Albin por su parte no dijo nada, solo se aproximó a él en búsqueda de respuestas.

—¿Has estado frecuentando al chico ondulado, verdad? Los he visto ocasionalmente, me preguntaba si...

Aparté la mirada de ambos cuando caché la indirecta de que estaban hablando bajo. Fui al otro extremo en búsqueda de mi celular donde puse la música, el tiempo muerto de mi equipo estaba por terminar así que tomé mis cosas. Salí sin despedirme.

Des me esperaba afuera, con unos muffins de mora azul que hizo junto a un club de Savant, envueltos en una bolsa transparente de celofán. Para mí, fue una declaración de amor.

—Me dijeron que hiciera algo para el amor de mi vida y pensé en ti, darulin. —Se mostró alegre como de costumbre, ocultando su orgullo por haberse lucido con sus habilidades de cocina. Su dedo índice tallando su nariz como si le picaran las mentiras escondidas ahí.

Darling.

Jalé su coleta, nada más por molestar. Siempre fui el mocoso imbécil que molestaba a sus crushes en el kínder.

—Eh, bájale, perro. —El rubio empujó mi mano, lanzándola devuelta a mi estómago. Apenas me reí del dolor pero continuamos nuestro camino a la reunión del equipo de básquet.

Le pregunté si me estuvo esperando fuera del salón. Dijo que llevaba un rato pero se quedó en su cel, yo le regañé por no haber entrado pero según él no le gustaba interrumpirme cuando estaba con Hipo. Eso fue nuevo, sobre todo porque debió ver a Albin entrar.

—Eh... solo no me siento cómodo con Hipo últimamente. —Su caminar se ladeó con cada paso, yo disminuí la velocidad de los míos.

—¿Por qué?

Aunque quise seguir caminando, mis pies fueron lentos al punto de detenerse gradualmente.

—No es nada, solo no he estado en buena relación con mi trastorno y sabes que eso me desorienta. —Giró a verme con una sonrisa, pidiéndome que no me preocupara por nada. Sus manos se agitaron con cada insistencia, y se rió al terminar.

—Oh, ya veo... —Poco a poco pude seguirle su risa.

—Sí... POR CIERTO, en diciembre viene la cantante que te digo me fascina, se presentará en el pabellón sur, como a eso de las 9. —La emoción volvió a sus ojos, andaba dando brincos cuál brillito. Le seguí todo el camino—. ¿Vamos juntos, perro? Yo te lo patrocino, estuve trabajando con mi papá y me gané un dinerito. Puedo comprar los boletos este finde, wat du yu think, mai lob?

—Yo pago el mío, papá. ¿Es solo en pista? Así igual lo puedo comprar en estos días. El finde no, tú y yo tenemos un baile pendien...

James tiró de las ropas de ambos, arrojándonos contra los otros miembros del club que también habían llegado tarde. Parece que mi reloj estaba atrasado, tanto como el coraje guardado del entrenador; yo ya estaba seguro de que su izquierdazo me mandaría a conocer a Dios de no ser porque estaba acostumbrado a que me metieran santas madrizas.

Santas, OH, YA ENTENDÍ PORQUÉ LES DICEN ASÍ.

—No, no les voy a pegar, marranitos. —James apretó los dientes en la última frase.

—Me leíste el pensamiento. —Asentí coqueto.

—No me vengas con mamadas. ¿Qué hacían todos y porqué parece que se pusieron de acuerdo para llegar tarde? Saben que falta menos de una hora para el partido "amistoso" con Savant, ¿no? —Nos recordó mientras nos acomodaba en filas.

Fue de extremo a extremo ajustando su saco. Des se reía con alguien detrás de mí, pero traté de mantenerme centrado. Su mano tirando de la mía terminó por ponerme más pendejo.

—¿Entonces vamos al baile juntos? —Murmuró, apenas lo vi de reojo solo visualicé sus ojos cerrados por la sonrisa y la textura en sus ojeras.

—¿Me escucharon? —James me hizo volver la vista al frente.

El entrenador se detuvo frente a mí. Su cabello de un castaño claro le estorbaba la vista, trató de peinarlo antes de darnos la última instrucción:

—Quiero que corra sangre, ¿entendido?

Lo que pidió James fue exactamente lo qué pasó.

Media hora antes del evento, en viernes, también el día antes del baile, chicos del equipo de Savant junto a su entrenador entraron llenos de rabia contra nosotros. Estábamos listos para pelear sin saber la razón, pero solo un grito de reproche nos detuvo.

—Golpearon la cabeza de uno de nuestros miembros, profesor James —juzgó el organizador del otro equipo, arrojando el dedo índice contra su pecho—. ¿Me está diciendo que no fueron ustedes?

—Mis muchachos han estado aquí desde hace una hora, practicando. Nosotros no...

—ESTÁ SANGRANDO. Sabe que haremos una investigación, ¿no?

Des trató de hacerme un lado para que le permitiera ver el panorama. El gimnasio repetía las palabras por el eco. Varios jugadores parecían acumularse detrás de cada profesor. Uno de los alumnos tenía las manos llenas de sangre por haber sido quien encontró al chico herido en los vestidores.

—¿Cómo puede insinuar que haríamos algo así por un partido amistoso de puros mocosos? —James nos ofendió mientras trataba de defendernos.

—Tienen a un Explosivo Intermitente en su equipo, ¿no cree que ya empezamos mal por ahí? —Un rubio pálido me señaló.

—Métete con un tlacuache de tu tamaño. —Des le gritó.

—Oh, un explosivo, veo un bipolar y un esquizofrénico —se dirigió a Des, consiguiendo que la discusión entre los profesores se escuchara pequeña ante el uso discriminatorio de la palabra—. Qué divertido grupo de desadaptados.

Su sonrisa, esa que puso cuando detuve a Des de lanzarse contra su cara. La carcajada que emitió al ver cómo yo me contenía, me limitaba a mí mismo. Me decía la cruda verdad, sobre ser peligroso, así que me negué a reaccionar como todos los Exin que han pasado por mi vida.

—Déjalo, los profesores lo resolverán. —Le insistí a Des que parara, apenas nos pudimos escuchar entre las quejas, tampoco podíamos quedarnos quietos por los empujones. Traté de imponer fuerza para que no lo golpearan a él accidentalmente.

—No, le voy a acomodar su perra nariz.

—¿Pero sí irás al baile conmigo? —Mi pregunta lo aturdió, pero no tardó en sofocarme con su sonrisa contagiosa.

A lo largo de mi vida no he hecho más que coleccionar sonrisas: hastiadas, cínicas, cómplices, indiferentes, rencorosas, dubitativas, placenteras, lujuriosas, hipócritas, impacientes, patéticas, suplicantes, o cautivadoras.

Todas mezclándose, la simple comedia humana.

—Claroooo. —Me confirmó Des. James solo repetía que no se podía juzgar a todo el equipo por mi condición, no era la primera vez, ni la última.

Pero jamás pude distinguir las sonrisas sinceras. Supongo que fue simple ignorancia.

• • •

HOLAAAA. Disfruto mucho escribir los capítulos de Exin porque deja ver algunas problemáticas del universo.

Desde la brecha de géneros, el juzgar basados en condiciones y la apariencia física de otros. Creo que se nota que Exin también se deja llevar por lo que ve, y es algo que acepta de sí mismo.

Por otro lado, parece que Exin y Des irán al baile juntos. Impostor irá con 8 dedos.

Albin le enseña a Hipo todos tipo de géneros GAHSHAHSJA. Y hay otro pedote, ¿quién golpeó a un estudiante de Savant?

¿Qué me cuentan, banda?

No puedo traerles ilustraciones porque estoy ocupada con la publicación de EPTYE, PERO LES TRAIGO MI AMOR. TENGAN UN EXCELENTE FIN DE SEMANA.

~MMIvens.

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