Capítulo 8: Así es como te amé.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Ser alguien dedicado al cuidado no significaba cuidar solo del bienestar físico o emocional de las personas.

La vida no humana y el entorno también eran parte de ese concepto.

Cosas a las que mi cerebro renunció cuando mi hermano fue llamado Cáncer.

Estocolmo.

Desde pequeño aprendí a cuidar de otros. Y digo aprender, porque fue una experiencia de crecimiento personal, no una obligación impuesta por mis padres.

Si mi hermano necesitaba algo, allí estaba yo. Incluso si me golpeaba o me obligaba a hacer cosas que no deseaba, en el momento en que tuviera algún malestar, dejaría mi coraje de lado e iría a auxiliarle. No había nadie más en el mundo que no fuera él; la vida del exterior no existía.

Atribuyo a esa idea ingenua lo que ocurrió en secundaria, provocada por mi falta de experiencia con el mundo exterior o el simple hecho de que alguien más, aparte de mi hermano, era capaz de sufrir por su condición. «Nada era tan grave como el cáncer», al final del día.

Hipocondríaco fue humillado y acosado a mis espaldas. Todos lo sabían. Y a mí solo me importaba demostrarle que me gustaba, porque era lindo y nada más. Por superficial.

Después, todo se convirtió en una pesadilla. Me sentí avergonzado tras ello, un rechazo tan fuerte y directo como el suyo me atormentó por años. Pero eso despertó en mí el deseo de comprender lo que pasaba en el mundo, en los seres no humanos y dentro de mi cuerpo.

Quise aprender a cuidar todo lo que significaba estar vivo. Ya fuese mi sobrino, mi salud o el corazón de Hipo.

—¿Puedo cambiar uno de los cursos opcionales por el diplomado de fisioterapia deportiva? —pregunté, con el aire un poco fuera por lo ansioso que me dejó hacer fila.

—Joven, tuvieron tooooda la semana pasada para hacer el cambio. Ya hay cupo lleno —habló, chasqueando la lengua mientras me hacía una seña para retroceder.

—Por favor, por favor, es algo que me ha llamado la atención desde bachillerato —apilé los papeles entre mis palmas al rogarle—, no lo pensé bien al inicio, pero quiero seguir cultivando eso. Estuve tres años aprendiendo cosas básicas de la enfermera de mi escuela.

—Cupo —señaló el cartel detrás— lleno.

Me mordí la lengua. Aunque me costaba callar, sabía cuándo detenerme. Solo me quedó suspirar, sin poder hacer más del otro lado del cristal.

Había dedicado los últimos años a aprender lo que podía de enfermería, pero estar en el club de atletismo también me hizo estar atento a mi comodidad y la de otros corredores. Aunque fuese "parte del sector de salud" para todos, el giro que deseaba era muy distinto cuando sabías del tema.

—No pongas esa cara larga. Puedo ponerte en la lista de espera. Está vacía, prácticamente... —Me ofreció al ver que me retiraba.

—Pudo empezar por ahí —sonreí.

Se me salió.

—¿Sí o no?

—Sí, muchísimas gracias. —Me mostré aliviado.

El cielo ya había oscurecido cuando salí del edificio. No hacía realmente mucho frío como para ponerse una chaqueta, pero mi suéter negro no me pareció suficiente cuando el aire corrió entre mis brazos. Me aferré a mi propio cuerpo y aguardé de pie frente a la avenida principal, siendo solo destacado por el farol anaranjado sobre mí.

Mi desayuno con Hipocondríaco fue agradable. Podría dedicarle un párrafo o dos en mis anotaciones del año. Anteriormente, le habría dedicado un texto con rencor, ya que así pensé sería de su agrado.

En mi caso, supongo que siempre ha sido con cariño.

Bajé la cabeza al pensar en todas las anotaciones que le dediqué en el pasado. Antes me era tan fácil expresarme de él, no había nada que guardara, lo escupía como si mi boca no tuviese labios para cerrarse; daba igual lo nervioso que me encontrara.

—Ya no actúo nervioso con él, pero vaya que me callo... imbécil —me maldije, clavando mis uñas en los brazos. La inseguridad de ser tan transparente me invandió.

Me sacudí al vislumbrar el vehículo de Impostor. Levanté la mano como si fuese un señalador, y se detuvo al momento de hacer parpadear las luces para robar mi atención pese a que lo había notado desde antes.

Me incliné en el costado del conductor.

—Agradezco que quieras recogerme, pero sabes que puedo utilizar el coche de mi hermana —hablé tan pronto como bajó su ventana.

—Cómo creeeees. —Sacudió la cabeza y bajó el vehículo.

Me dio unas palmadas antes de dar la vuelta y abrirme la puerta del copiloto. Caminé hacia él para subir, mirándole siempre por la cola del rabillo por en parte mi pena, y también pena ajena. No entendía a veces el comportamiento de quien decía estar interesado en mí.

Pero yo respeto.

Cuando arrancó, me agradeció aceptar la cena en su casa. Pensó que me negaría, pero se me había escapado antes que el fin de semana solo me echaría en el sofá después del gym. Se me hizo grosero decir que tenía otro plan de repente.

—No es nada formal, ¿no? Y solo tú y yo.

—Y mi mamá —informó, mirando a los costados para saber si girar—, también mi papá. Creo que igual mi hermano está de visita.

—¿No es eso como una cena familiar...? —Giré lentamente a verlo.

—Ajá, es eso.

Tenía la manía recientemente de mirar a algún punto lejano como si girara hacia la cámara oculta de un programa. Me pasaba muchísimo cuando estaba con él; decía cada cosa...

Impostor era curioso.

No podía hablar mucho de su apariencia; me parecía un rostro fácil de recordar, pero no de distinguir entre varias personas. No conviví demasiado con él los últimos meses de preparatoria, ya que yo estaba ocupado y cuando salíamos eran reuniones en grupo.

Desde que me gradué, había comenzado a invitarme a comer, pero no acepté hasta una tarde en que me llamó y mi madre me alentó a salir por un poco de aire. Terminamos yendo a la plaza porque yo necesitaba cambiar de tenis y aprovechamos a comer.

Fue muy directo mientras yo comía un plato de comida china.

—Me causa gracia que vendan comida china y sushi en el mismo establecimiento... —expresé, y revolví los fideos en mi platillo.

—Sí, por cierto, gracias por aceptar esta vez; creí que nunca estarías disponible —habló, con la mano en su barbilla mientras me observaba comer—. Ya desde hace un año que me pareces agradable y quisiera que me conocieras mejor; no como amigo.

Achiqué los ojos por la luz dura del área de comida, también la molestia de los ruidos alrededor. Guardé silencio un momento mientras me pasaba saliva con el último bocado dado. Pensé que si lo terminaba de tragar, la incomodidad se iría.

Esperó mi respuesta.

—Mira, mira, realmente no te conozco, como dices —balbucí, tanteando el terreno—, pero podemos salir regularmente para saber más del otro. Te diría como amigos, pero no soy alguien de muchos amigos y tampoco estoy interesado por el momento en hacerlos.

—Sí, ¡a mí me parece perfecto! Estoy satisfecho —extendió la mano—. Gracias.

—Sí, sí. —Se la estreché.

Fue como hacer un negocio.

Le conté a mi hermana lo que pasó esa tarde; ella le dijo a mi mamá. Desde entonces Rina cada que podía me recordaba que era el hijo del secretario de educación pública, que tenía coche, que era muy maduro, y lo mejor de todo: su tío político tuvo cáncer y su familia cuidó de él.

«Impostor sabe cuidar enfermos, amor. Tu futura pareja debe estar preparado para ello.» Buscar a alguien que cumpliera las necesidades en un historial clínico, así funcionaban las relaciones.

En parte quería que mi madre estuviese tranquila y satisfecha con la idea de que yo tuviera una buena pareja. Por otro lado, fui sincero en que solo estaba conociéndolo. Si algo no me agradaba, me retiraría. Pero ya tenía un compromiso, y odiaba no tomarlo en serio.

—Espera, te abro —me informó al bajar del vehículo.

Me incliné para observar la fachada de su casa. Aparté el rostro de inmediato por la ansiedad que me dio la idea de bajar y entrar a lo que parecía ser tres veces más grande que mi vivienda.

Verga, yo no entro con estas fachas.

Me vestí como si fuese a comer en un lugar exterior, no creo que sea lo mejor para una cena familiar —comenté al bajar. Impostor, quien detenía la puerta, solo sacudió la cabeza.

—Así estás bien. No luces mal.

La cosa es que no luzco bien.

Impostor vivía en un residencial conocido por todo el país, en el que ni siquiera te permitían recorrer como visitante. Tampoco te daban la calle ni el número exacto, sino que guiaban al lugar en un carrito de golf; me lo comentó por si en otra ocasión deseaba venir; él debía darme las indicaciones correctas para saber por qué entrada ingresar. Yo dudaba volver por mi cuenta otra vez, me asustaban esos sitios más que las "colonias peligrosas".

Es que los blancos me dan miedo, a veces.

Savant me traumó.

Dimos apenas unos pasos de donde estacionó el coche, cruzamos el césped para continuar el camino en los cuadrados de piedra instalados. La casa era de un tono beige, y aunque lucía solo grande y antigua por fuera, el interior era bastante moderno.

En su comedor entraban unas 12 personas, pero solo estaban puestos 5 platos. Impostor me pidió que tomara asiento junto a la cabecera por ser el invitado, pero tan pronto como escuchó eso la mujer que acomodaba los cubiertos, me cambió el plato con uno que había colocado al fondo.

—Ahora vuelvo, ¿sí? —Dejó una palmada en mi hombro.

En la mesa ya se encontraban algunos complementos como ensalada, pasta al pesto y pan con ajo. Los vasos ya estaban puestos también. En el centro una jarra de lo que parecía ser refresco, por su color negro, sabía lo que era esa bebida.

—Voy entrando —habló un señor sonriente mientras cargaba un recipiente con carnes. El hombre lucía canoso a los costados de su cabello corto. Delgado. No sabría decir qué edad tenía, pero parecía bastante grande. Quizás acorde a su edad, o un poco descuidado si es que tenía menos años de los que aparentaba.

¿60, quizá?

Tan pronto colocó los alimentos, extendió su mano para saludarme.

—Un placer Estocolmo —puso sus dos manos sobre las mías—. Mi nombres es David, el padre de Impostor.

—Mucho gusto —respondí a medias.

Tomó asiento en el comienzo de la mesa, junto a mí.

—Me dijeron que eras callado, pero no tanto. —Su chiste me hizo esbozar una corta risa.

Si supiera que no me callan ni por las bolas.

—No lo molestes, cariño —habló su esposa, llegando por detrás mientras ataba su cabello teñido de rubio con una pinza. Extendió su mano para saludarme, yo la recibí.

Yo no era alguien muy sociable, Impostor lo sabía. Aún así sonreí cada vez que soltaban un chiste, incluso al oír a su hermano mayor disculparse por llegar tarde pese a solo estar en el segundo piso. Tampoco consideraba que riera mucho, sino lo justo; si el chiste estaba bueno me lo comía.

Ellos no hacían chistes, solo decían cosas que les eran graciosas porque se conocían. Bromas internas.

—Dejen de servir embutidos, saben que es solo revoltijo de mala calidad —expresó Almar mientras recogía las mangas de su saco. Estiró su cuerpo para apartar las salchichas de complemento, yo solo las seguí con la mirada y bajé la cabeza para continuar comiendo la ensalada.

—Estocolmo, disculpa, ¿no quieres servirte refresco? Tu vaso aún está vacío —habló su madre, dándole un empujón en el brazo a Impostor—. Hey, sírvele algo a tu invitado. Se va a morir de sed.

—Estoy bien, no consumo refresco, aunque igual no bebo mientras como —comenté, concentrado en cortar en cubitos las rodajas de pepino. Quería que me durara toda la cena la ensalada; no les diría que también evitaba comer pesado en las noches.

—Dios, qué vergüenza. No creas que siempre bebemos esto —musitó, dándole un empujón a su hijo que soltó una risa—. Hoy no nos dio tiempo de preparar nada más.

No fue necesario ni realizar alguna seña. La muchacha a mis espaldas se desapareció; supuse que iría por agua simple.

—Bueno, Estocolmo —el padre la interrumpió—, cuéntanos sobre ti. Impostor nos habló de tus planes de estudio en el sector de salud. A mi hijo mayor también le interesaba, pero somos más una familia de educadores.

Impostor no habló mucho durante la velada. Su padre tenía la palabra y el hermano mayor parecía solo reírse de cualquier cosa que oía.

—Sabrás que soy David Murat —mencionó su apellido. Solo quienes estaban en la cima de la pirámide socio-económica podían darse el lujo de formar un apellido.

A mí me parecía una demostración de ostentación.

—Así que nos esforzamos mucho por mantener las tradiciones. Desgraciadamente, por la condición de mi hijo —miró a Impostor de soslayo—, es difícil conseguir que acepte sus logros o aspire a más. No nos preocupa mucho, sabemos que es temporal.

El Síndrome del Impostor. ¿Cómo referirme a él cuando tenía al susodicho sentado a mi costado, encogiéndose de hombros? Lo que sabía de él, es que era alguien comprometido con sus estudios, perfeccionista, que nunca conseguía ese 1% que faltaba en sus tareas diarias.

—Es solo que he nacido sin talento, no me preocupa. Se puede compensar con trabajo duro —expresó, y metió un trozo de carne a sus dientes—. Es natural no estar satisfecho cuando sabes que puedes hacerlo mejor.

—Y lo normaliza... —Bufó David.

La charla sobre su linaje y tradiciones, tomó un rumbo ligeramente distinto cuando Almar, su hermano, insistió en que me contaran sobre la mezcla y elección de parejas. Aquello me tensó, porque sabía lo estrictos que eran varios padres al respecto; entre ellos mi madre.

—Creemos que lo ideal en una relación es el como actúa tu condición junto a la del otro, ya sabes, lo normal —David sacudió su mano, restándole importancia—. Por precaución, no, ¿cariño?

—Sí, en mi caso solía ser el Trastorno de Personalidad Dependiente. —Su madre elevó el rostro, con los codos sobre la mesa y las manos inclinadas al frente como brindando seguridad al tema.

—Sus padres decidieron que formáramos una relación al yo ser solo Dislexia. Sabían que pese a mi condición que me hacía deficiente con el mundo escrito, era alguien bastante dedicado a los estudios y esto no representaba un problema para mí...

—No hables de ti —Almar lo calló a risotadas—. It's bullshit. Lo casaron con mi madre porque de todos los hijos de sus amigos, era el que tenía una condición no psicópata. Jamás se aprovecharía de la condición de mi mamá así que les pareció un buen partido.

—Sí, a veces no son por conveniencia, sino porque es la única elección. —Terminó David la conversación.

Después de eso, no parecían deseosos de hablar. Tan pronto acabó su comida, Almar pasó a retirarse con una botella de vino. Impostor se levantó al terminar e hizo que me despidiera del resto.

—Ya nos vamos. —Me sonrió.

—Fue un placer, Est —David puso ambas manos para sostener las mías—. Cuídate mucho. Y recuerda escoger una buena pareja que se adapte a tu condición. Mi esposa entiende lo difícil que puede ser.

—Claro. —Estreché su mano.

Ya en el exterior, con un poco de frío, le dije a Impostor que tomaría un taxi o algún autobús pues aún era temprano. Sería demasiado de su parte irme a dejar a casa.

—Caminaré hasta salir de aquí —añadí.

Lució confundido mientras cerraba su puerta, así que dejó las llaves pegadas para volver a abrir.

—Perdón, por... —habló, llevando su mano hacia su cabello corto.

—No, está bien. Entiendo que son personas de mentalidad...

—Por solo tener refresco en la casa. —Cuando dijo eso me callé de inmediato. Y yo que apenas iba a empezar a elevar la voz en lugar de susurrar.

Mentalidad como de piojo.

—Sí, bueno, te aviso cuando llegue a casa.

—Ah, sí, cuídate. —Se inclinó a despedirse con seriedad.

El camino dentro del residencial fue sorprendente. Las grandes casas con ornamentaciones costosas en el jardín, los carritos de golf que rondaban por las calles vigilando a los residentes, las cortinas pesadas y finas que se dejaban ver en las ventanas, niños pequeños jugando en las áreas verdes con buena iluminación, junto a tiendas 24/7. El lago artificial hizo aún más largo el trayecto a pie; y finalmente al salir, una calle.

Oscura, ausente de color, desierta. Con hogares que tenían láminas en los techos y apenas una lámpara iluminando una tienda de abarrotes que se caía a pedazos.

Me abracé a mí mismo hasta la línea azul. Preferí tomar el bus antes que un taxi, quizás por la necesidad de reencontrarme a mí mismo.

No encuentro razones para gustar de él.

~•~•~•~

Terminé de salir de la cama cuando vi el mensaje de Hipocondríaco. Recordé que era domingo, día en que mis alarmas estaban desactivadas; gracias a Dios tenía mi reloj interno así que me levantaba por inercia temprano.

Tomé una ducha, me metí en mis botas y me dirigí al punto de encuentro.

Hipocondríaco estaba de pie al comienzo de la avenida cubierta por arboles. Escogí ese sitio para correr debido a la sombra, sabía que a Hipo le molestaba el sol en el rostro así que no quería que se llevara una mala experiencia.

—Perdón, llegué un poco tarde —hablé y me quité los audífonos.

—Solo unos minutos, no es nada —Hipo también se quitó los suyos—. ¿Cómo te encuentras? ¿El camino estuvo bien?

Le sonreí. Bajé la mochila de mi hombro para sacar mis tenis al ver que él traía puestos los suyos.

—Agradable, me gustan los días grises —respondí. Me orillé a la barra que protegía la avenida de los vehículos para cambiarme los zapatos.

—Te ayudo —él se acercó también—. Me gustan los días fríos, pero que el cielo esté despejado. Cuando hace frío y atardece, literalmente es la mejor hora del día.

—También es lindo. Y, ah... gracias.

Hipo se agachó para atarme las agujetas. No era la primera vez que lo hacía, pero el contexto era distinto. No estábamos discutiendo, no estábamos en una situación de vida o muerte, ni resolviendo conflictos.

Removí de su cabeza algunas hojas que cayeron.

—Si te parece, vamos a trotar unos 20 minutos y después correremos 10, ¿te parece? Al menos media hora de cardio para que le agarres el ritmo —le comenté, con la vista sobre su coronilla—. Mientras lo hacemos te voy hablando sobre el plan y opciones que tengo para ti, ¿sí?

—Listo. —Se puso de pie, con su mano sobre la mía para no apartarla de su cabeza de golpe—. Me parece bien lo que propones, gracias por pensarlo. E insisto, quisiera pagarte. Ya sea realizando alguna tarea o monetariamente.

—Puedes guardar diez pesos cada vez que nos reunamos, y al final de todo entregármelos. —Propuse y me levanté de la barra.

—Una miseria, literal.

—Tú no sabes lo que se puede hacer con 10 pesos diarios.

—¿Quieres verme diario?

Me sacudí antes de comenzar a trotar con la mochila en la espalda, sin darle respuesta. Hipo guardo su teléfono en el short largo y cerró la bolsita, dejando solo un huequito para sus audífonos. Imaginé que no llevaba música porque me preguntó sobre el plan que dije le explicaría.

—Mira, sé que te interesa mejorar tu resistencia e incrementar tu fuerza, pero no es algo que se consiga simplemente levantando pesas, sobre todo si hablamos de que es —me detuve un segundo al sentir que me había tragado un mosquito. No dije nada al respecto, fingí toser solo un poco y continué con la vista al frente—. Si hablamos de que quieres aprender a defenderte cuerpo a cuerpo. Había pensando si ibas a box algunas veces por semana, en las noches.

—Te escucho. —Asintió, con una pequeña gotita de sudor bajando por su mejilla. Apreté los párpados para centrarme y no estar volteando a verlo cada segundo; solo trotábamos, pero me preocupaba su condición.

—Sinceramente no te visualizo haciendo box. —Le escuché reírse.

—Ni yo.

—Y te recomiendo concentrarte en tus piernas, porque eres alto y te pueden tumbar fácilmente si careces de fuerza en ellas —expliqué, tomando una pausa para regular mi respiración al hablar—. Podrías ir conmigo algunas noches a Taekwondo, una tía me presta el sitio. Llevo un rato practicándolo y creo que te ayudaría mucho, independientemente de lo que desees mejorar.

—¿Qué días vas?

—Martes, jueves y sábados, por la noche. En las mañanas solo corro y los domingos voy al gimnasio a hacer brazo y un poco de pierna. El gym no es realmente lo mío, solo me gusta mantener mi condición de atleta.

Hipocondríaco estuvo de acuerdo. Dijo que quizás los sábados se le complicaría, así que solo me acompañaría los domingos al gym, martes y jueves practicaríamos Taekwondo, y el resto del día correríamos antes de su horario de clases. Los sábados serían libres.

—Va, va. Otra cosa que podríamos hacer para que no andes al aire por ahora...

Alguien corrió entre ambos, separándonos por un momento pero sin detenerse. Bajé la velocidad cuando vi a Hipocondríaco correr detrás del sujeto. No supe si debía seguirle o se trataba de algo personal.

—Tengo prisa, no hablemos de esto ahora —pidió el chico, quitándose la cachucha que ocultaba su rostro. Aparté la mirada cuando reconocí a Exin, seguro de que él también me había visto.

—¿No hablar de qué? —La voz de Hipo se escuchó lejos—. Dijiste que dormirías hasta tarde. Pero no hay nada raro en verte ahora.

Ex volvió a ponerse la gorra, ignorando el que Hipo continuaba hablándole por su nombre. No dijo más.

—Te veré en la noche al menos, ¿no? —Alzó la voz, aunque le dieron la espalda—. ¡Exin!

Revisé mi reloj. Era bastante temprano aún, no tenía realmente idea de cuál era el problema con encontrárselo temprano. Lo único que sabía es que estaban viviendo juntos, no más.

Hipo volvió hacia mí con la mano en la frente, pidiéndome que continuáramos. Y así lo hicimos, bajo una condición:

—¿Podrías contarme qué te ha pasado estos últimos meses, Hipo? Lo que encuentres prudente en compartirme, sabes que puedes considerarme un amigo.

—Sé que te puedo compartir todo —expresó con un suspiro al trotar, atento al final de la avenida.

• • •

HOLA, BUEN DÍA.

Vaya, hace un rato no nos vemos. Y justo traje una cita de Estocolmo, que pareció más entrevista de trabajo.

Estuve pensando mucho estos días en esos pequeños contrastes que hay en la clase media de México. Porque Estocolmo viene de una familia con solvencia económica, puede darse el lujo de pagar gym y por su familia ir a Taekwondo, incluso pagar su universidad.

Hipo por otra parte, está repitiendo el mismo desayuno desde hace tres meses. Está pensando en trabajar, por eso también pidió libre el sábado y estaba dispuesto a hacer lo que le pidiera Est con tal de poder pagarle aunque sea un poco. He hablado de que Hipo y Depresión vienen de una familia con una economía algo inestable, pero sin el apoyo de los padres se les complica mucho llegar al mes.

Luego tenemos a Impostor y su familia, que no es "clase alta" sino media alta. Creo que no hay mucho para decir sobre ellos, parecen mezclarse con lo que es la vida de Estocolmo, pero parece incluso forzado.

Lo único bueno del capítulo, es que Estocolmo e Hipo han comenzando a convivir como amigos. Claramente hay esa confianza entre ellos de personas que ya se relacionaron físicamente, pero mantienen esa formalidad teniendo en cuenta que andan en momentos distintos de sus vidas.

Exin... ¿No anda aprovechando las mañanas para descansar? ¿Por eso se ve tan fatigado?

¿Qué me cuentan ustedes?

Hice esta ilustración para un sorteo de Huion, pero es mi Hipo:

MUCHÍSIMAS GRACIAS POR ANDAR ACÁ. Les quiero muchísimo.

~MMIvens.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro