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Mención especial AngyCr27 con quien comparto mi amor por Jack 💕





Un rectángulo. Así era la vida a veces. Para Jackson Wang, al menos.

El restorán de la señora Sang estaba en la esquina, justo donde la vida se detenía unos momentos a buscar café, merienda, desayuno, almuerzo, cena. A veces, incluso entraba a festejar y otras a ser escenario de drama. No que fuese Jackson un chismoso, pero mientras lavaba la vajilla estaba tentado a espiar la fauna social que allí se reunía a diario. Y solo era espectador, claro. La novela era actuada por otros, con su voz narrando lo que imaginaba posible. Como a dos mesas, junto al macetero del bambú, donde dos chicos sonreían entre sí y secreteaban. Por sus posturas encorvadas, arrojados sus cuerpos sobre la mesa como si quisieran que esta no estuviera y poder contactar más de cerca, Jackson creaba para ellos una historia de villanía donde el uno decía:

—Esta noche, durante el evento de recaudación, será el atraco.

Y el otro respondía, tras apretar los puños, entusiasmado de la aventura dañina:

—Lo haremos espectacular y memorable.

Y el beso, tan esperado por los espectadores, que no ocurrió. No olvida Jackson que siguen siendo tiempos difíciles para el amor, y más para el que tiene a dos protagonistas del mismo sexo. Aun así, no se desanima y cuando va hasta ellos a llevar la orden de carne, papas y ensalada, les sonríe con complicidad como si pudiera ser parte, tan solo un instante, de esa escena. El delator o el testigo clave, tal vez.

Pero luego regresa a su puesto, detrás de la pared, frente a la ventana rectangular y es el extra que aguarda la señal para volver a entrar y solo decorar, casi como otro elemento de la escenografía. Entonces ve a una señora, bastante mayor, que solloza mientras un muchacho, bastante joven, le toma la mano por sobre la mesa. Y aunque es maleducado, va hasta la mesa contigua para limpiar los platos, las copas, que antes ocuparon otros comensales que fueron en su mente parte de una organización secreta que intentaba salvar al mundo de alienígenas, y solo puede escuchar:

—Hicimos cuanto pudimos, abu —con una voz pesada de llanto que no deja correr porque ya demasiado lo hace la mujer ante él—. Pero es momento de...

¿De qué? El público quiere saber y Jackson casi exige que lo digan, que no interrumpan la toma, que basta de suspenso, pero la jefa le manda a recoger las cajas que trajo el repartidor y que las lleve al almacén. Y se va, pero en el camino rellena la historia y lo que el jovencito, ahora sabe que es nieto, iba a decir era:

—... dejarlo ir. Él no es nuestro, debemos devolverlo a su planeta —porque claro, Jackson puede que asociarlo fácil con la anterior historia de aliens.

Y así pasa los días, las tardes y cuando sus turnos de noche le aburren.

+

Sin embargo, de tanto imaginar historias para otro, pronto pensó que podría él ser parte de una. ¿Por qué no? Es el narrador que todo ve, todo sabe o sospecha y todo cuenta. Así que decide que en cuanto una persona entre y almuerce sola tendrá listo su coprotagónico. Y viene un hombre, tan parecido a su padre que decide que no sea algo autorreferencial ni biográfico y lo deja solo. Un poco le inventa alrededor una historia de lucha, dada la expresión adusta de este señor, donde solo él tiene la cura para alguna enfermedad hasta ahora incurable y nadie da crédito a sus ideas poco ortodoxas y experimentales. Cuando se va, limpia su mesa con mucho entusiasmo y deseando que esa historia concluya con que alguien financie el proyecto y el mundo se torne más suave, menos agresivo, con los idealistas y soñadores que tienen en sus manos la salvación.

—Jackson, hijo —llama la señora Sang, luciendo agotada—, debo marcharme temprano, ¿te importaría ocuparte del teléfono?

—No se preocupe, madame —le sonríe, intentando aligerar el ánimo de su jefa y ella corresponde el gesto contenta—. Nos vemos mañana, recuerde que llegaré unos minutos tardes porque debo pasar por la lavandería.

—Sí, sí, haz lo que debas. Cuídate y cierra a tiempo.

Así que queda a cargo de atender las posibles reservas. Y si está allí, cerca de la puerta, tiene más espacio a ver la marcha y llegada de sus personajes involuntarios. No que no reconozca el descarado juego de inmiscuirse en las vidas de otros, aunque sea superficialmente, para su entretención. Pero considera inofensivo su actuar y continúa. Como cuando una niñita llega hasta él y le pregunta dónde está el baño y su madre le agradece dándole una mirada extra... Jackson solo se entrega al romance, donde él es un hombre joven que ama a la señora años mayor y que su amor es de esos comentados y criticados, pero que en la intimidad hay tanto cariño y contención que rivaliza contra cualquier prejuicio y los dos, madre y padrastro, crían una inteligente y fuerte niña.

Sí, es peligroso cuando roza lo personal y afectivo. Pero su sangre bulle ansiosa de pasiones y romances y al recibir la servilleta con un teléfono tras despedir a la madre y a la hija, ¿puede alguien culparlo? ¿Cómo puede resistir a ello si es beneficiado? Solo tiene que ser cauteloso. Por eso su regla de historias se mantiene en aquellos clientes que no regresan, porque los habituales, a los que ha creado una historia y luego volvió a ver y estuvo tentado a continuar su narración, los deja a un lado. No le parece correcto, ahora sí un tanto hipócrita, hacer tal cosa cuando estos clientes lo reconocen y lo hacen parte de sus ratos en el restorán aunque sea de saludo y preguntas amables de cómo está, qué tal el trabajo y el clima.

Así que nadie pudo advertirle que la muchacha que ingresa al restorán y le sonríe cuando la acompaña hasta una mesa, sería mejor que la excluya de sus personajes de ficción. Y dice, vibrando de anticipación mal contenida:

—¿Qué desea ordenar, señorita?

Toma con fuerza la birome y el cuadernito de notas que no necesita, mas fue excusa para cubrir el repentino nerviosismo cuando notó lo hermosa que era la chica, con su cabello oscuro, largo, cayendo en torno a su rostro. Un rostro pequeño y de rasgos redondeados y suaves, salvo su boca que contrastó con aquel labial rosado. Eran además sus ojos un poco más grandes o lo parecían con el delineado y las pestañas largas, pero tal vez se debiese al modo simpático con que observaba a todos. Hasta a él, que solo asintió a la orden y se marchó con pasos ligeros, como flotando, tras la sonrisa que le obsequia.

Se esmeró en la presentación para la mesa cinco, no haciendo caso a las pullas del cocinero que se burló de lo tonto de agregar una flor al café. Su historia de amor no podría no tener flores, por favor. Creció con los clásicos chinos de los 80, década dorada del cine que hoy es su costado fan retro más marcado y de ahí que tenga ese peinado.

—Aquí tiene —dice, dándole ahora él una muestra de absoluto interés mientras deposita el pocillo de café con la flor y le sonríe galante—, que lo disfrute.

—Muchas gracias... —¿y diría algo más?

No lo puede saber porque el celular suena. No el suyo, el de ella. Y pronto su rostro se oculta detrás de su cabello. Jackson asiente, en nada desilusionado porque si no funcionó el contacto primero, la flor haría un par de pasos por él hasta que deba cobrar la orden.

+

Ha roto la regla. La que separa la vida real con la ficticia que inventa. Y si tiene que culpar a alguien es a él mismo y a su debilidad por la sonrisa de la muchacha que volvió al día siguiente. Y al siguiente de ese. Y al que le sigue a ese también.

—¿Lo mismo de siempre? —no evita que su voz tenga una dosis fuerte de intención.

Y si la sonrisa de ella, pequeña y de ojos esquivos pretende desalentarlo, él no hace caso y refuerza la suya para iluminar por los dos el pequeño espacio que comparten. Ha creado el universo donde habitan por ese tiempo limitado que dura lo que tarda en anotar la orden. Sigue con la libretita de notas, aunque si ella fuese alguien curiosa descubriría que en realidad garabatea con corazones como el personaje de un romance vintage y ridículo, pero maravillado por las primeras manifestaciones del amor.

—Sí, por favor —responde ella, y Jackson de nuevo cree que quiere decir algo más.

Tal vez es tímida, se dice mientras regresa tras la pared, a su sitio diario. Solo que en esta ocasión el rectángulo que trasmite la vida solo enfoca aquel rostro que lo acompaña incluso en sus horas fuera del restorán. Y es que es tan fácil para él retener en las retinas y procesar en su cabeza que esa mirada oscura, pero con pintitas de luz lo sigue en su recorrido por los angostos pasillos, lo busca hasta encontrarlo a un lado de la puerta o lo contempla mientras lava los platos y espera que esté hecha la orden para alguna mesa.

Si cuando va a llevar la suya, logra conversar más que las otras veces, pues no puede sino felicitar su atino.

—¿Te importa si me siento? —practica decir, donde ella es un rostro dulce de aceptación y hay en el rictus de su boca la incertidumbre de si permitir cruzar líneas que para Jackson ya no existen, aunque dura fugaces segundos cuando asiente—. ¿Eres de por aquí? Nunca te vi antes.

Y no, piensa, de haberte visto jamás podría olvidarte. Y se entrega a una conversación torpe, divertida y con los claros gestos nerviosos de los que entienden que están allí para algo más que solo pasar el rato. Un romántico, no es necesario repetir, pero aquí va: Jackson Wang es un romántico. Nutrido de romances telenovelescos, de cine de los 80 donde el amor era una cuestión química, casi espontánea, pero fortalecido con algunos dramas entre medio del primer vistazo y el felices por siempre.

La segunda vez, la charla sería más personal. Más íntima. Incluso averigua que está interesada en viajar, aunque no comprende a dónde y por qué cuando la escucha murmurar de tarjetas de invitaciones o de tonos de manteles o de qué pastel es mejor para la selección de vinos. Y si es un intruso, un actor figurante que no tiene guion en ello, da igual. Solo se mantiene rondando a su alrededor, hipnotizado. Porque ella resplandece cuando habla del corte del vestido, de cómo los zapatos son elegantes aunque cómodos para el primer baile y de que las flores de esa estación por fortuna son las de su preferencia.

—Peonías —comenta, aunque es más bien una lectura en voz alta mientras hojea un catálogo con fotografías de ramos florales—, con lavanda, ideal para agregar colores.

Jackson se concentra en cómo inclina la cabeza y la tensa línea de su cuello es una carretera donde pasearía su boca para endulzarse los labios con su piel. Es así que entiende que es adicto al perfume de ella que captó al pasar y a la suavidad que percibe con los ojos, pero que querría tocar con la yema de los dedos. Delicado, una caricia tan liviana que nadie podría saber cuánto contiene lo que burbujea en su sangre y le obliga a irse, lejos y rápido, hasta el baño.

No es un depravado, pero el amor y la pasión lo contagian cuando el vestido fino de la muchacha le marca el contorno de los pechos, pequeños, pero turgentes y sus pezones dos botones que... y él debe reacomodar su pantalón y respirar unas cuantas veces invocando pensamientos al azar y en nada eróticos para solucionar su condición. Si se toca, lo que es normal y sano, será en un contexto apropiado y no allí donde tras acabar se sentiría un pervertido. Que tal vez lo sea, pero, ¿quién se atreve a juzgar la fantasía?

Así que desde el rectángulo de su televisión diaria y en vivo, vuelve sin poder evitarlo la vista hasta el vestido de ella, que ahora que ha apoyado los codos sobre la mesa y su rostro en las manos mientras lee tensa la zona de las tetas. Parece inconforme por algo, porque luego se echa hacia atrás y cruza los brazos, lo que marca aún más la silueta curva de sus pechos y Jackson es un hombre saludable y tiene otro problema en sus pantalones. Aunque ya es casi la hora de irse a casa y decide que limpiar los restos de comida en el fregadero le facilitará la tarea de despejar la lujuria de la mente.

Y al despedir al último cliente, y ver que ella continúa en su sitio, necesita unos minutos para obligarse a que sea caballeroso y le devuelva la mirada sin desviarla a sitios inapropiados. No es un gran esfuerzo, porque sus ojos, con esas pestañas rizadas tan provocativas, son un imán que lo atrae para que componga una mueca boba que delata sus sentimientos al ocupar el otro lado de la mesa.

+

Para Jackson, la vida es un episodio diario visto desde el rectángulo de la ventana de la cocina y rara vez se permite participar en ella. Por eso, es menos probable que alguien haga el paso inverso y se una a él. Aunque ella le daría la espalda al programa y se enfocaría en él, que lava la vajilla tan lento que desperdicia agua y detergente, pero ¿cómo podría ser diligente cuando ella rie con sus bromas, comparte las suyas y ese rato los retrata como a un par de típicos enamorados?

Y no solo allí, en la cocina del restorán de la señora Sang, también fuera. Jackson conduce una bicicleta que quisiera fuera un coche más cool para presumir que está con la chica más linda y que no solo es linda, es graciosa, inteligente y tanto más como para sentirse afortunado de ser elegido para quererla.

Y tanto divaga que no tiene presente que toda historia tiene un final y el de su romance está próximo.

+

Jackson espera que llegue y casi salta en su sitio cuando escucha el tintineo de la campanilla en la puerta. Es un sonido estridente, que interrumpe sus ensoñaciones y lo deja desorientado hasta que entra la chica de sus sueños y lo ve como sorprendida de encontrarlo allí. ¿Dónde más estaría? Casi quiere reírse de su expresión, de la arruguita entre sus cejas, sus labios finos y la boca ladeada mientras aprieta las correas de su cartera tal cual si estuviera incómoda.

¿Por qué se comporta así? ¿Acaso es demasiado obvio su alegría de verla? ¿Pero no funciona así el romance? ¿No es mejor ir desnudos de pretensiones y con las emociones pintadas en la cara, en la piel y en todos lados? Decide que es normal cohibirse con la intensidad afectiva ajena, pero cuando da un paso para saludarla, la campanilla de la puerta suena alta y enojada y lo espanta como para retroceder. Es su turno de ser quien sujete incómodo el mango de la escoba mientras ve a este hombre entrar y poner una mano, en un ademán posesivo, pero más que eso, una acción acostumbrada, en la espalda de ella para guiarla hasta una mesa.

No la mesa cinco. No su mesa. No la que perfuma, talla con la rejilla para que nada ensucie la vestimenta de su coprotagonista. La mesa de los dos, como quiere creer que es. Sino que se ubican en otra, apartada del centro del restorán, junto a la ventana donde pueden ver la esquina y el cruce de calles con sus coches yendo y viniendo y personas caminando y dejando el paisaje colmado de colores y movimiento. En el rincón donde el sol golpea la superficie de la mesa y les arroja luz a los rostros sonrojados, otorgándoles una apariencia de video musical de alguna balada pop.

Así que no le parece oportuno estropear la atmósfera y menos cuando ella y él, ese villano que se coló en su historia, dispararan fuego con las pupilas encendidas de un amor que nunca creyó real, sino hasta que halló a un par de almas gemelas. Se retira cabizbajo, enfurruñado porque nadie le avisó que estaba concluida su participación en el show. Que, de hecho, nunca tuvo el papel principal.

Y son apenas unos días los que le lleva entender y recordar que en el amor nadie se salva de la fantasía que recubre los parches de realidad donde no existe o no es perfecto. Si tiene que rescatar un saber es ese, que no es preciso que sea mutuo ni real el amor para sentirlo, y que es una faceta de este sentimiento inmenso y asustador, maravilloso y peligroso. De todos modos, sabio o no, el berrinche le trae regaños de su jefa.

Por lo que desde detrás del rectángulo se despide de su coprotagonista. Sonríe melancólico mientras borra cada escena que imaginó para los dos, y recupera el semblante amistoso cuando más personas llegan, más historias crea y más se aleja del despecho amargo que le empapó el corazón sin justificación alguna. Algo bueno por hacer, confirma, cuando al salir del restorán los ve juntos en el coche que él hubiera querido tener. Y lo que es peor, es testigo de un final de cuento, de novela o película ideal. Una boda, el viaje de recién casados a un destino que esperan que sea feliz para siempre y que se encargarán de disfrutar al máximo si es que puede juzgar las sonrisas de los dos.

Se sube a la bicicleta y silba una canción que oyó en la radio y que no puede quitarse de la cabeza. No sabe el nombre, ni quién la canta, pero sabe que es la banda sonora de un desamor absurdo.

Fin.







Nota:

Ah, sencillito, cómico. Me gustó escribir esta historietita porque sigo encantada con el video de Jackson. Es una canción divina, que, si no la han oído deberían.

Tipo deberían conocer a Jackson Wang, sino les pinta conocer a Got7 (una banda tremenda, si puedo agregar), porque su trabajo es impecable, sus presentaciones demuestran cuánto se esfuerza en perfeccionar lo que es perfecto ya. Dedicado, apasionado y trabajador, su talento es sin igual y yo lo amo montón así que no estoy siendo objetiva, pero no por ello miento.

Galle, a vos, que como yo sabes lo que es este maravilloso hombre y lo amas fuerte,  espero te haya gustado.

En fin, quienes lleguen aquí: ¡gracias!

:)

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