Capítulo 12

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¡¡Os dejo una foto de Rubén!! *O*


Capítulo 12

—¿Rubia, delgada y con los ojos azules? —preguntó Rubén, abriendo mucho sus ojos verdes.

Julen asintió con la cabeza, recordando el rostro de Mel y sintiéndose fatal de nuevo, después de lo que había ocurrido en el ascensor.

Había sentido demasiadas cosas; viejos recuerdos habían acudido a su mente. Recuerdos que, él sabía, no había conseguido ocultar del todo nunca.

Los tres acababan de llegar al restaurante y esperaban, pacientemente, a que alguno de los camareros se acercara para llevarlos a una mesa. Solían cenar en ese restaurante, era uno de los locales de moda en Medinabella.

—¿No será esa?

Rubén señaló con el dedo hacia una mesa que ya estaba vacía.

—¿Quién?

Su mejor amigo volvió a mirar, sorprendiéndose al descubrir que ya no había nadie. ¡La acababa de ver hacía sólo un segundo!

Comenzó a buscar por todo el restaurante y, sorprendido, vio a dos chicas caminando agachadas por el suelo. Una era la rubia a la que se había referido hace un momento y, ¡la otra era Diana!

—¡Ahí está! —volvió a señalar—. Va con Diana.

—Sí, sí —dijo Iker—. Me dijeron que iban a salir juntas esta noche.

Al instante siguiente, las dos mujeres desaparecieron de nuevo, y esta vez ya no las volvieron a encontrar. Al parecer, ya se habían ido.

—¿Qué coño estaban haciendo? —preguntó Julen, enarcando una ceja, confundido.

El camarero que los estaba atendiendo se giró hacia ellos, al escuchar el tono extrañado en la voz de ese hombre.

—¿Disculpe, señor?

—¡Las dos chicas de esa mesa! —Julen señaló hacia la mesa en la que, un minuto antes, ellas se habían encontrado.

Nacho sintió cómo comenzaba a sudar, y logró componer su mejor sonrisa de cortesía.

—¿Qué chicas, señor?

Agh. ¡Él mismo las había visto!

Nacho comenzó a caminar, conduciéndoles hasta una mesa vacía, situada junto a la que habían usado Melissa y Diana.

—¿Por qué crees que se comportan así, Iker?

Iker alzó la vista de su teléfono móvil, que lo tenía completamente abstraído.

—¿Quién? —preguntó Iker, que no se había enterado de nada.

Rubén bufó y se acercó a la mesa en la que ellas dos habían comido. Estaba algo molesto; quería ver a Diana. ¡Le habría encantado tener una simple excusa para poder hablar con ella!

Con desilusión agarró una servilleta garabateada que habían dejado encima de la mesa.

«Lo siento, Nacho. ¡Lo siento!».

Sonrió amargamente. No importaba lo mucho que él quisiera ver a Diana. Ella solo tenía ojos para Iker cada vez que se encontraba con ellos. Se llevó la mano a los ojos. Debería haber perdido la esperanza con Diana hacía mucho tiempo, pero era imposible, no conseguía olvidarse de lo que sentía por ella.

—¿Qué pone? —preguntó Julen.

Rubén le enseñó la servilleta y Julen puso los ojos en blanco. ¡Típico de Melissa!

Volvieron a acercarse a su mesa y los tres tomaron asiento. Se dedicaron a hablar, puesto que los tres sabían perfectamente qué pedirían; iban a ese restaurante cada vez que Iker aparecía de visita.

—¿Qué es eso tan importante que estás haciendo, Iker? —preguntó Rubén, al ver que su amigo no levantaba la vista del móvil.

Iker dio un respingo en su silla y apagó la pantalla de inmediato, dejando sin responder el último mensaje que había recibido:

«Te echo mucho de menos...».

—Nada, nada —contestó, guardando su teléfono—. ¿Qué ha ocurrido?

—Mi secretaria me odia —Julen sonaba derrotado.

—¡No seas exagerado!

—Ha salido del jodido restaurante arrastrándose por el suelo para no verme. ¿No es suficiente prueba?

Su hermano lo miró, suavizando el rostro.

—Seamos claros, Julen —dijo, en tono tranquilo—. No esperarías que, después de todos esos años tratándola mal, ahora se muera por tus huesos, ¿verdad?

—Bueno, eran sólo niños —opinó Rubén.

—¡Peor aún! La única vez que Mel se ha sentido rechazada en toda su vida ha sido con Julen. Para ella, él es un mal recuerdo. Todo el mundo, aparte de mi hermano, parecía besar el suelo que pisaba.

—Considerarme un «mal recuerdo» suena fantástico. Gracias, Iker.

Iker le dio una palmada a su hermano mayor en el hombro.

—Hermano, tienes que empezar a aceptar que, aunque ahora seáis adultos, Mel no te ha perdonado y sigue viéndote como si tuvieras dieciséis años.

Julen no pudo más que bajar la cabeza, desanimado. No podía viajar en el tiempo y actuar de otra forma. Pero sí tenía que lidiar con la presión de saber que ahora los problemas se sobrevenían a cada momento y le tocaba pagar las consecuencias de sus actos hacía más de diez años.

El móvil de Iker sonó de nuevo y Rubén lo miró, con interés.

—Ahora en serio, ¿es una chica quien te manda tantos mensajes?

El rostro del muchacho se puso rígido, y sus ojos se ensombrecieron un poco, sin atreverse a alzar la mirada. Con rapidez silenció el teléfono, esperando poder olvidarse durante un rato.

—No es nadie importante.

Solo pudo pensar que ojalá fuera verdad.

***

Al llegar al hotel, Mel aún seguía sintiendo cómo su corazón latía a mil por hora. ¡Qué experiencia más horrible!

En cuanto cruzaron la puerta principal del edificio, Diana y ella se relajaron por fin y se quedaron apoyadas en una de las paredes. Sus respiraciones aún seguían aceleradas y, simplemente, Diana se echó a reír de pronto. Mel, al principio, la miró con los ojos abiertos como platos, pero al cabo de unos segundos, no pudo más que unirse a la carcajada.

El joven que se encontraba tras el mostrador de recepción les dedicó una mirada severa, pero ninguna de las dos le prestó atención. De hecho se rieron aún más fuerte.

—¿No ha sido lo más absurdo que has hecho en tu vida? —preguntó Diana, secándose las lágrimas.

—No sé si ha sido lo más absurdo, pero probablemente sí lo más ridículo.

Con calma, ambas comenzaron a caminar hacia las habitaciones. Las dos se habían deshecho de sus zapatos de tacón en la puerta del hotel, ya que no podían soportar más el dolor de pies.

—¿Tú crees que nos han visto?

Diana frunció los labios suavemente.

—Espero que no.

De pronto Melissa pensó detenidamente en lo ocurrido y, por primera vez después de toda la aventura, recordó que había sido Diana quien se había tapado el rostro para evitar ser reconocida.

—Pero, hay algo que no entiendo... Yo quiero librarme a toda costa de Julen pero, ¿por qué tú no querías que te vieran?

Diana comenzó a enrojecer, por lo que alzó la cabeza, y trató de salir del paso lo mejor que pudo.

—Yo no... —la muchacha dudó—. Lo hice para que no te vieran a ti.

La expresión de Mel cambió para convertirse en un gesto increíblemente escéptico, cruzó los brazos mientras observaba minuciosamente a la joven, de pies a cabeza.

—¿Para que no me vieran? ¿Y tú cómo ibas a saber que yo no quería que Julen me viera?

Por fin, Diana bajó la cabeza. No había sido lo suficientemente rápida para pensar alguna historia estúpida y medianamente creíble.

—Es por Iker —admitió finalmente—. Me da muchísima vergüenza encontrarme con él.

Mel sonrió lentamente.

—¡Estás colada por él!

Diana asintió, visiblemente incómoda. Llevaba enamorada de Iker desde que había comenzado a trabajar en el hotel y jamás se había atrevido a cruzar con él ni siquiera un par de frases. Solo pensarlo ya le aceleraba el pulso y provocaba que sus manos sudaran.

Desde la primera vez que lo vio supo que quería estar con él, pero no era capaz de hacer nada por conseguirlo.

—¡Yo te ayudaré! —exclamó Mel, muy emocionada—. Dios sabe que necesito un maldito entretenimiento en este lugar tan aburrido.

—No, no. No, por favor —intentó convencerla Diana.

—¡Ya verás cómo no es tan difícil! ¿Os lleváis bien? ¿Sois amigos?

Diana volvió a enrojecer con la pregunta, por lo que Mel se preguntó qué demonios le pasaba a esa chica para ni siquiera poder mirarla a los ojos mientras hablaban de un hombre. Para ella, era prácticamente inconcebible la timidez cuando se trataba de seducir a alguien. ¡Necesitaba precisamente lo contrario: ser extrovertida, vibrante!

—Nunca... nunca he hablado con él.

Mel casi tuvo que contenerse para no echarse a reír.

—No me lo dirás en serio... —se quedó mirándola durante unos segundos—. Oh, Dios. ¡Es verdad!

Diana pareció ciertamente ofendida.

—¡Es difícil para mí! Él ni siquiera vive en Medinabella y cuando viene... no sé, no sé cómo hacerlo. No encuentro el momento.

—¡Más razones aún para atacarle en cuanto le veas! —Mel sacó la llave de su habitación, al tiempo que chasqueaba la lengua—. Comenzaremos un plan, verás cómo acaba comiendo de tu mano. ¿En qué habitación estás?

—En la 34.

—¿Y te colarías esta noche en su habitación en ropa interior?

Diana se mostró horrorizada de pronto, pero Mel comenzó a reírse para tranquilizarla.

—No te preocupes, ¡es una broma! —le dijo—. Seguiremos hablando de esto, no te preocupes.

Con un movimiento de mano, Mel se despidió y abrió la puerta de su habitación. En cuanto entró no pudo más que suspirar, ¡había sido un día agotador!

Dejó sus zapatos junto al armario, cuidadosamente, y acto seguido se desabrochó el vestido y se dejó caer en ropa interior sobre el colchón. Ni siquiera pensaba ponerse el pijama, sólo quería dormir y despertarse dentro de una semana, o un año. Y estar en Londres, junto a Zoe y a Jessica.

Una campanada del Big Ben sonó de pronto: alguien le había mandado un WhatsApp.

Con dificultad agarró su móvil y encendió la pantalla. Bufó. Era un mensaje de Julen.

«¿Estás bien? Sigo preocupado por lo del ascensor».

«Pues continúa preocupándote» pensó, apagando la pantalla del móvil y rodando hasta la almohada.

Mel no tardó mucho en quedarse dormida, ignorando el mensaje.

Julen observó la pantalla de su teléfono durante incontables veces esa noche. Esperando una respuesta que, como esperaba, no llegó.


¡Hola amores! Espero que os haya gustado el capítulo, a mí me encantaaaaa. Por favor, no seáis tímidas, votad y comentad y ¡nos vemos en el próximoooo!


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