Capítulo 14.

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Cristina en multimedia :)


Capítulo 14.

«Desde hace varias semanas, Melissa Ortiz ha sido absorbida por algún agujero negro, puesto que nada se ha sabido de ella en estos días.

Sus amigos no han querido hacer ninguna declaración sobre su misteriosa desaparición, pero durante la fiesta de Jenny Damon este fin de semana, nuestra rubia favorita no apareció por ninguna parte.

Las malas lenguas ya han comenzado a hablar sobre una posible clínica de desintoxicación en el este de Europa, o puede que la famosa it-girl, simplemente, se haya cansado de tantas fiestas y excesos de la noche.

Sólo una cosa está clara: nadie sabe dónde está Mel».

—¿Quién es esa chica?

Iker se giró y observó a la joven pelirroja acercándose a la cama de la habitación, recién salida del baño. Dejó el ordenador portátil sobre las sábanas, con la pantalla abierta y esa noticia de la prensa rosa a la vista.

El cabello brillante y largo caía, aún húmedo por la ducha, sobre la piel de ella, extremadamente clara.

—Es Mel Ortiz.

Cristina se asombró y se sentó en la cama, junto a Iker. Él no dejó escapar que el albornoz azul en el que ella estaba envuelta se abrió, dejando a su vista uno de sus pechos. Aun así, la joven no pareció darse cuenta, sino que prestó más atención al ordenador.

—¿La hija de Francisco?

Iker asintió.

Cristina examinó durante un momento la fotografía de la muchacha, que salía posando cómodamente por la calle con un vestido largo y plateado, junto a un atractivo y elegante muchacho rubio.

—¡Es guapísima! —admiró Cristina.

Iker la observó, componiendo una sonrisa misteriosa.

—No tanto, comparada contigo.

Cristina rió suavemente, halagada, y le acarició el cabello negro con suavidad, mientras ambos se miraban a los ojos.

Iker no pudo evitar romper el momento de forma disimulada, apartando la mirada. A veces se sentía abrumado, tenía demasiadas cosas en la cabeza cuando se encontraba con Cristina.

—Es la nueva secretaria de Julen.

Cristina enarcó una ceja anaranjada.

—¿Cómo que su secretaria? ¡Si es la hija del jefe!

Iker se encogió de hombros.

—Cosas que pasan...

Cristina se mordió el labio, pensativa durante unos momentos. ¿Desde cuándo era la secretaria de Julen? ¿Y por qué éste no le había dicho nada? ¡Era un cotilleo jugosísimo!

—¿Y cómo es ella? —preguntó, con interés.

Iker miró a otra parte, pensativo. Sabía que no podía concentrarse en nada más si miraba a Cristina; esa mujer conseguía hipnotizarlo con sólo entreabrir los labios.

—Es simpática, siempre nos hemos llevado bien... Tiene un buen sentido del humor.

Ella arrugó un poco su nariz pequeña y recta, ahora se sentía curiosa.

—¿Te gusta? —preguntó.

La verdad era que no le extrañaría. A la vista estaba que era guapísima y sobraba decir que Iker y ella ya se conocían desde antes. ¿Por qué no iba a gustarle? Aun así, era algo que le molestaba. Iker era suyo, o al menos ella pretendía que lo fuera.

Él negó con la cabeza, volviendo a clavar sus ojos azules en los castaños de ella.

—Si te gusta, puedes decírmelo —insistió Cristina—. No me debes ninguna explicación, Iker. No somos nada.

Ella seguía mirándolo. Una parte de su mente esperaba que le dijera que sí y jamás habría admitido en voz alta que le importaba en absoluto... Pero también se sentía aterrada ante la idea de Iker prestándole atención a otra que no fuera ella, simplemente era algo que no podía suceder.

Como respuesta, él cerró la pantalla del ordenador portátil y lo dejó sobre la mesita de madera junto a la cama. Después se acercó a Cristina y le deshizo el nudo del albornoz.

—¿Tengo que demostrarte que ella no me interesa?

Cristina sonrió con coquetería. De pronto se sentía, en cierto modo, como una mujer muy poderosa. Aun así, se levantó de la cama durante unos segundos y se terminó de quitar el albornoz, quedando completamente desnuda ante Iker, mirándolo fijamente. No había nada que disfrutara más que ver el fuego encenderse en la mirada de él. Cristina tenía veintinueve años, no era una gran diferencia de edad, pero tener a Iker en su cama siempre era alentador.

—De acuerdo, me gustaría asegurarme.

Él rió mientras la agarraba de la cintura y la empujaba al colchón, haciendo que cayera junto a él.

En apenas un movimiento, Iker se deshizo de las pocas prendas que lo cubrían y se tendió sobre Cristina, quedando también desnudo sobre ella.

—Tú lo has querido —le susurró.

Durante los siguientes segundos, Iker sólo se dedicó a besar su cuello y mordisquear con suavidad el lóbulo de su oreja. Cristina se estremecía a la vez que gemía y se reía con sus caricias.

Él le abrió las piernas, con gentileza, y deslizó uno de sus dedos dentro de ella, comprobando que volvía a estar mojada, aunque ya hubieran hecho todo aquello también unos minutos antes.

Cristina cerró los ojos y contuvo un gemido cuando Iker comenzó a masajearla, pero él la besó suavemente en los labios, acallando ese sonido.

—Mírame, Cristina.

Ella abrió los ojos, algo nublados por la pasión, y se quedó sin aliento al contemplar el atlético cuerpo de Iker tensarse sobre ella y cómo su miembro comenzaba a acariciar suavemente la suave piel de sus muslos.

Con un firme movimiento, Iker comenzó a introducirse en ella y Cristina enterró sus finos dedos en el cabello de él.

Con sensuales movimientos, la mujer se arqueó para profundizar el contacto e Iker se acercó a su rostro, besándola con suavidad.

Entre los fuertes gemidos y el sudor que estaban compartiendo, ambos trataron de convencerse por enésima vez de que todo eso no significaba nada.

***

Por mucho que Mel hubiera rogado, el temido viernes había llegado de todas formas y, al final, había tenido que ir a la cena con los alemanes.

La semana estaba siendo demasiado corta. Había recuperado cierta cordialidad con Julen, lo que hacía que ambos pudieran hablar con el otro sin necesidad de insultarse ni faltarse al respeto. Aun así, Julen solía salir de su despacho sólo para comprobar si Mel estaba trabajando y, por primera vez desde que estaba allí, no tenía ninguna queja hacia su secretaria, que anotaba cada recado, le pasaba todas las llamadas y se ocupaba de organizar cada minuto del día de Julen.

Por supuesto que ella no era el tipo de secretaria que llamaba «señor» a su jefe o que le llevaba un vaso de café para relajarle después del duro día de trabajo... más bien, ella seguía siendo de las que, cuando creía que él no la estaba escuchando, se dedicaba a llamar a su mejor amiga y a soltar una retahíla de comentarios incoherentes y contradictorios sobre su atractivo físico y su deficiencia intelectual mientras creía que él no entendía nada.

Melissa era como un huracán. Un huracán para el que él no había estado preparado.

Cuando Julen llegó ese viernes al elegante restaurante en el que tendría lugar la reunión, Mel no había dado señales de vida aún desde que salieran de la oficina a mediodía.

Todos los alemanes de la empresa Lietzchen estaban dentro, ya sentados, y Julen pensó que quizás ella no tenía intención de aparecer y, finalmente, había decidido no ir. El joven se miró a sí mismo en el reflejo de la puerta exterior de ese restaurante, llevando un refinado traje con corbata negra. Se sentía algo incómodo estando tan elegante, ni siquiera sabía cómo le quedaba. Acto seguido sacó su teléfono para mirar la hora, nerviosamente, cuando oyó unos tacones acercarse rápidamente a su posición.

A su espalda, a unos metros de él, Melissa llegaba corriendo.

La joven llevaba un vestido corto de encaje negro, que hizo que Julen perdiera la noción del tiempo durante unos momentos. Se olvidó de dónde estaban, de qué hacían allí. Durante dos larguísimos segundos solo pudo centrarse en relajar su respiración, en actuar indiferente.

El cabello rubio caía en cascada por su espalda, mientras ondeaba con el movimiento de su cuerpo y, por primera vez desde que había vuelto a verla, advirtió que Melissa no se había pintado los labios. Eso le hizo sonreír.

Sintió que de nuevo tenía dieciséis años y que Melissa lo miraba, intimidándolo con sus enormes ojos azules, mientras él se sentía casi tan inseguro como si estuviera desnudo.

Ese era el efecto que ella siempre había provocado en él, como si nunca pudiera ser suficiente para alguien como ella y eso era lo que más lo enfurecía cuando era un niño.

Se aclaró la garganta.

—Llegas tarde —anunció.

Mel dejó de correr e hizo una mueca.

—¡Qué encantador! Gracias, señor Urit —dijo, sarcásticamente.

Nunca lo reconocería delante de él, pero Mel se había perdido y por eso estaba llegando a esa hora. Era increíble que pudiera perderse en esa ciudad minúscula y, en cambio, hubiera sido capaz de llegar a su casa de Londres mil veces estando borracha. Muy borracha.

—Pero estás bien —susurró Julen, admirando su imagen y haciendo un pequeño gesto dirigido a su cuerpo.

«Bien» era lo único que podría conseguir de Julen. Lo tenía asumido, de hecho ni quería ni esperaba nada más de él. Una persona que nunca estaba contenta ni satisfecha con nada se le antojaba un martirio.

Melissa lo observó, él estaba demasiado sexy con ese traje oscuro y sus ojos azules resaltaban aún más que de costumbre, resultando hipnóticos. Tanto que casi podría olvidar que se trataba de Julen. Casi.

—Tú también estás bien —Mel compuso una sonrisa.

Para su gran sorpresa, Julen alzó su brazo, invitándola a tomarlo. Estuvo tentada de rechazarlo, pero en cambio, finalmente, se aferró a él y los dos entraron en el restaurante.

Había muy poca gente cenando libremente dentro, puesto que una gran mesa de quince personas había sido reservada para la reunión de C.O. y Lietzchen.

Las dos empresas acababan de formar un contrato de unión para dos años, que sería muy beneficioso para ambas partes. Todos se quedaron con la boca abierta cuando vieron entrar a la adorable pareja, tomándose del brazo, y Mel reparó en la presencia de Alexia, la madre de Julen, sentada entre dos de los empresarios alemanes.

La mujer frunció los labios al verlos, y se levantó hacia ellos.

—¡Por fin llegas, Melissa! —dijo asperamente—, puedes sentarte allí.

Con un gesto, Alexia le señaló un sitio en un extremo de la mesa y Mel alzó la vista para mirar a Julen.

Una parte de ella había creído todo el tiempo que se sentarían juntos, así ninguno de los dos se encontraría solo... pero no fue así. Era irónico encontrarse en una situación en la que sentía que su único apoyo era Julen Urit.

 Con un suspiro, Mel se soltó del brazo de Julen y fingió una sonrisa, antes de adelantarse y de sentarse entre dos alemanes: uno calvo y anciano y otro bastante atractivo, por suerte... 

Julen, se sentó junto a su madre sin percibir la sonrisa que se había formado en sus labios al lograr separarlo de Melissa.


Me encantan estos capítulos <3 ¡Gracias por pasar!

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