Capítulo 23.

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Capítulo 23.

Mel se encontraba tirada en la cama bocabajo cuando alguien tocó la puerta. La muchacha gimió, levantando tenuemente su cabeza del colchón para poder hablar.

—¡En estos momentos no existo! —gritó.

Al otro lado de la puerta se escuchó una pequeña carcajada

—¡Es viernes noche, Mel! —exclamó Diana—. Y traigo a mi mejor amigo.

Con dificultad Mel logró levantar su torso y mirar hacia la puerta cerrada.

—¿Tu amigo está bueno?

—Muchísimo —respondió Diana, riendo.

Con lentitud, Mel se aproximó a la puerta, deseando que el amigo de Diana fuera Nacho, el camarero que había conocido el otro día, y que éste le explicara cómo, milagrosamente, había dejado de ser gay al verla a ella. Cuando abrió la puerta se llevó una enorme desilusión, pues Diana estaba sola.

—¿Y tu amigo?

La muchacha alzó un colosal tarro de helado de chocolate hasta colocarlo frente a los ojos de Melissa y después entró a su habitación, con una enorme sonrisa. Mel puso los ojos como platos.

—No, no. ¡Ese montón de azúcar y grasas saturadas no puede entrar en mi habitación!

Diana puso los ojos en blanco.

—Odias las bodas, odias el helado de chocolate... ¿Qué clase de mujer eres?

Melissa cerró la puerta y se sentó en su cama, cruzando las piernas sobre el edredón como si fuera un indio. Llevaba un pijama corto y rosa, exactamente el tipo de pijama con el que Diana la habría imaginado.

—Soy una mujer deprimida —musitó Mel.

Diana dejó el tarro de helado sobre la mesa que había junto al armario y se sentó junto a su amiga, mirándola con preocupación. Por primera vez era ella la mortalmente feliz y Mel parecía haber sufrido un atropello esa misma mañana.

—¿Qué ha pasado?

Melissa bufó y se dejó caer pesadamente sobre la cama, de espaldas. Después gimió de dolor mientras se acariciaba la columna vertebral, ¡maldición, además se había hecho daño!

—Nada me sale bien —se quejó, aúnfrotándose la espalda mientras se reincorporaba.

—¿A qué te refieres?

—A nada de nada, Diana —dijo con ojos tristes—. Primero mi padre me manda aquí, después resulta que mi jefe es el chico que me hizo la vida imposible cuando era una niña, luego ese mismo chico convierte el coche más terrible del mundo en el más precioso que se puede tener... —Melissa hablaba sin tomar aire y Diana trató de entender completamente todo lo que le decía—. Y, finalmente, él me besa y todo es perfecto... pero resulta que su madre me odia e intenta que todo se estropee otra vez.

Diana alzó una ceja. No estaba segura de lo que había entendido, pero si había comprendido bien sus palabras... ¡todo era una auténtica locura!

—¿¡Qué!?

—¡Que el Karma me está haciendo la vida imposible, Diana!

Diana se acercó a Mel, que estaba tremendamente nerviosa, y la abrazó cariñosamente, tratando de tranquilizarla.

—A mí nunca me había salido nada mal —explicó la rubia—. Pero desde que llegué aquí todo es horrible.

Diana se separó unos centímetros de ella, mirándola de forma comprensiva con sus preciosos ojos color miel.

—Nada puede ser bueno eternamente, Mel —le dijo con voz suave—. Al igual que las cosas malas tampoco duran para siempre.

El labio inferior de Melissa comenzó a temblar y sus ojos amenazaron con ponerse a llorar, pero la joven fue capaz de contenerse.

—Todo me pasa porque llevo toda la vida siendo una egoísta —musitó con un hilo de voz—. Lo peor es que me merezco esto; yo misma me lo he buscado.

Diana le acarició el pelo tiernamente.

—Claro que no, Mel. Son cosas que pasan, no tiene por qué ser ningún Karma...

La verdad era que Diana ya no sabía qué más decirle, pero su amiga amenazaba con echarse a llorar de un momento a otro y no parecía que sus palabras fueran a ayudarla de ningún modo, pero, al cabo de unos segundos, Melissa volvió a alzar la cabeza.

—Te lo explicaré.

Con un gesto más relajado en su rostro, Mel se arrastró hasta la mesilla de noche que había junto a su cama y sacó un papel doblado mil veces de uno de los cajones. Después se lo tendió a Diana, que lo agarró con gesto sorprendido.

—Es mi lista de malas acciones... pero me temo que faltan algunas. Digamos que esas son las más importantes.

Diana asintió con la cabeza mientras comenzaba a leer.

—¿Arruinar la vida de Louis? ¿Quién es Louis? —no esperó respuesta, sino que siguió leyendo—. ¿Y cuántas veces le has robado dinero a tu padre?

Melissa frunció el ceño.

—¿Ves? Soy un desastre, por eso me está pasando todo esto. El Karma me está castigando.

Diana pareció calibrar la idea durante unos segundos y después depositó la nota sobre la cama en la que estaba sentada. Miró a la desolada Melissa.

—Bueno, en caso de que esto sea así... tendrás que cambiar tu Karma.

La joven rubia la miró con confusión.

—¿Cambiarlo?

Diana asintió con la cabeza.

—Durante mucho tiempo has hecho cosas malas y por eso sólo recibes malas consecuencias, ¿verdad? —expuso—. Entonces hay que hacer que eso cambie. Dedícate a realizar buenas acciones y entonces obtendrás buenas recompensas.

Melissa pensó la idea un momento... Tenía sentido, ¡tenía mucho sentido!

—¿Y eso se puede hacer? —preguntó, repentinamente emocionada.

—No lo sé —opinó Diana—. ¿Por qué no?

Mel se levantó de la cama, con renovadas energías y abrazó estrechamente a Diana, sonriendo.

—Eres un genio, Diana. Te voy a regalar un Iker como agradecimiento.

Diana rió, alegremente.

—La verdad es que mañana he quedado con uno, ahora que lo mencionas...

Mel ahogó un grito, ilusionada y contenta por su amiga. Sinceramente, no se esperaba que la muchacha, siendo tan tímida, fuera a conseguir resultados tan pronto; pero eso era lo que sucedía cuando alguien era tan buena y amable como Diana, el Karma la recompensaba con buenas consecuencias. ¡Todo encajaba ahora!

—Por favor, ¡vámonos de fiesta! Tenemos que celebrarlo —pidió Mel.

Diana sonrió.

—De acuerdo, ¿llamo a Nacho? —ofreció.

—Ehm... ¿Sigue siendo gay?

Diana puso cara de circunstacias.

—Teniendo en cuenta que lleva siéndolo los últimos diez años... sí, sí. Imagino que hoy también lo es.

Melissa rió, golpeando a Diana suavemente con el brazo.

—Venga, de acuerdo. ¡Llámalo! —después se subió sobre la cama de pie, mirando al techo como si de una cámara se tratase—. Va a ser una noche memorable.

Y de hecho, lo iba a ser.

***

Melissa sintió ganas de llorar al volver a contemplar la indecente belleza de Nacho. Sus rasgos duros pero a la vez perfectos hacían que casi no pudiera apartar la vista de su mandíbula, perfectamente dibujada.

—Sentimos haberte avisado con tan poco tiempo —se excusó Diana.

Nacho hizo un movimiento de mano, quitándole importancia.

—Siempre estoy dispuesto a una noche de fiesta.

Acababan de quedar en un parque, cerca del hotel en el que Mel vivía.

Los tres jóvenes iban vestidos de forma elegante, pero también atractiva, aprovechando la noche cálida en Medinabella. Se dirigieron hacia un bar, caminando lentamente por las tranquilas calles.

—¿Alguna novedad? —preguntó Nacho—. ¿Cómo va la conquista?

Diana no pudo evitar sonrojarse un poco mientras sonreía.

—Mañana veré una película con Iker... ¿no es increíble?

Nacho compuso una sonrisa sexy al oír eso, haciendo que los pies de Melissa se derritieran un poco sobre el asfalto; aunque no demasiado. Poco a poco comenzaba a asumir que ella no era el tipo de Nacho y que, además, la molesta presencia de Julen en su mente seguía latente desde lo sucedido esa mañana.

—Y, es raro, pero el domingo voy a cenar con Rubén. Vino esta tarde a pedírmelo al trabajo.

Melissa se quedó parada al escuchar las palabras.

—¡Eso no me lo habías dicho! —exclamó—. ¿Rubén es el pelirrojo?

Nacho se llevó una mano al corazón, también enormemente sorprendido.

—Sí, Rubén es mi fantasía más perversa hecha persona —aportó—. ¿Me estás diciendo que durante este fin de semana vas a tener dos citas con dos de los hombres que encabezan mi carta para los Reyes Magos todos los años? —Nacho parecía casi compungido—. ¿Qué será lo siguiente? ¿Vacaciones de sexo salvaje con Julen?

El corazón de Mel dio un salto cuando oyó eso y Diana soltó una pequeña carcajada.

—No son citas, Nacho —le corrigió—. Vamos a quedar como amigos. Y de Julen ya se encarga Mel.

Los ojos de los dos jóvenes se posaron en Melissa, que de pronto quiso hacerse pequeñita y desaparecer del punto de mira de la situación.

A ella nunca le había importado mostrar su vida amorosa de cabo a rabo, pero en ese momento, tratándose de Julen, todo era algo diferente.

—Dime que no te has liado con él —pidió Nacho con voz falsamente seria—. Yo tengo novio, pero la verdad es que mi sueño siempre ha sido casarme con Julen en alguna isla griega y perdida y que luego él me diera de comer un racimo de uvas, tumbados frente al mar Egeo.

Mel tenía que reconocer que ese chico comenzaba a caerle realmente bien.Era divertido a rabiar y sabía cómo sacarle una enorme sonrisa. Jamás creyó que pudiera encontrar amigos en Medinabella.

—Imagino que lo he hecho —dijo ella, esta vez sin rastro de broma en sus palabras—. Pero ya no sé qué va a ocurrir entre nosotros; era algo con lo que no había contado...

Nacho también se compuso, completamente serio para poder hablar de nuevo con Melissa, diciéndole algo que ella recordaría durante los siguientes años de una forma muy clara.

—Eso es lo bueno de que ocurra, Mel, que no está planeado —comentó Nacho, después siguió caminando, adelantándose un par de pasos—. No tendría ninguna gracia si  no fuera inesperado, ¿no?

Aunque Mel pensó que, en cierto modo, Nacho tenía razón, no pudo evitar pensar que, en su cabeza, lo inesperado siempre le había resultado ciertamente aterrador. Y Julen Urit no era la excepción.


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