Capítulo 29.

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Capítulo 29.

Había discutido con Cristina tan fuerte que Iker aún sentía sus brazos temblar de furia al llegar a Medinabella.

Todo había acabado. Habían terminado su «relación», o lo que fuera que tuvieran. Hasta allí habían llegado con eso que nunca deberían haber comenzado.

El viaje de casi tres horas sólo le había servido para poder pensar las cosas una y otra vez, alimentando su enfado y haciéndole odiarla más.

Pero la quería y él lo sabía.

Había llegado a Medinabella a la hora perfecta de la comida y, como sabía que Julen estaría en Madrid en esos momentos, Iker decidió llamar a Rubén para invitarle a comer junto a él. Sacando su teléfono, el joven marcó el número y esperó durante siete tonos a que su amigo contestara... pero no lo hizo.

Suspiró.

—Menuda suerte tengo hoy... —susurró para sí mismo.

Pensando que comería él solo en el restaurante del hotel, se dirigió hacia allá. Con un poco de suerte se encontraría con Mel, o con Diana... sí, eso estaría bien.

La discusión con Cristina había comenzado porque ella estaba celosa de que él estuviera hablando con Diana. Iker odiaba esa actitud, puesto que Cristina siempre le decía que podía acostarse con quien le diera la gana, pues lo suyo no era una relación de verdad... pero después hacía cosas como esas. Se encontraba en la puerta del hotel cuando su móvil sonó, indicándole que le acababa de llegar un mensaje. Con los nervios a flor de piel lo abrió y comprobó era Cristina quien se lo había mandado.

«Te deseo una buena tarde acostándote con otra. No pienses mucho en mí mientras te la tiras.»

El mensaje le dolió mucho más de lo que nunca habría admitido. Cristina era la peor mujer que había conocido en su vida, era completamente consciente de ello. Decidió responderle el mensaje y después olvidarse de ello.

«Lo mismo digo.»

Guardó su móvil y entró en el hotel, esperando encontrar a Diana en la recepción... pero no estaba allí.

Eso lo desilusionó un poco, puesto que Iker comenzaba a esperanzarse con la muchacha. Llevaban toda la semana hablando por WhatsApp a todas horas y le sorprendía que nunca antes se hubiera fijado en ella. Diana era, sencillamente, la chica que necesitaba en su vida: era sensible, tierna, dulce, sincera... En definitiva, era todo lo contrario a Cristina.

Iker comenzó a caminar hacia el restaurante, cuando, por casualidad, alcanzó a ver a una figura al otro lado del pasillo. La figura corría, como si se estuviera escondiendo y no quisiera que nadie la viera, y habría sido así si no fuera porque Iker pasaba por allí. Al reconocer su melena rubia, el joven se acercó a ella.

—¿Mel? —preguntó.

Melissa se detuvo en seco, cuando frente a ella vio a Iker. Inmediatamente maldijo en voz alta, puesto que ella estaba casi desnuda, tan solo vestida con la camisa negra de Julen y llevaba toda su ropa cargada en los brazos. Solo había seis habitaciones entre la de Julen y la suya; se tardaba unos treinta segundos en recorrer ese trecho, y justamente había tenido que chocarse con Iker en ese momento.

—Buenos días —dijo, esbozando una sonrisa lo mejor que pudo.

También Iker sonrió ampliamente al acercarse a ella y hubo un brillo burlón en sus ojos.

—¿Has triunfado esta noche? —preguntó.

Mel recordó que Iker no tenía pelos en la lengua, simplemente decía lo que pensaba, y eso, normalmente, a ella le gustaba.

—Algo así...

No iba a decirle que acababa de despertarse, casi a las tres de la tarde, en la cama vacía de su hermano mayor y que éste no había dado ninguna señal de vida. Melissa quería matar a Julen; quería cogerlo y asesinarlo con sus propias manos.

—¿Se puede saber quién es el afortunado?

Iker soltó una pequeña carcajada, comenzaba a animarse un poco al encontrarse a su amiga en una situación tan indecorosa. Casi olvidó por unos segundos lo mal que se sentía por los estúpidos juegos de Cristina.

—Nadie —dijo Melissa de sopetón—. Uno del trabajo.

Iker arrugó ligeramente la nariz, entendiendo que su amiga no quería compartir sus aventuras nocturnas con él. Era respetable, en realidad, como decían todas las revistas, la vida amorosa de Mel Ortiz era extremadamente caótica, y él no era nadie para juzgar ni para entrometerse.

—Perdona, he tenido una noche muy... llena de emociones —dijo rápidamente. Mel sacó las llaves de su habitación de su pequeño bolso. Quería entrar a su cuarto cuanto antes—. Voy a entrar a cambiarme, Iker. ¿Te veo luego?

El muchacho miró su reloj.

—Podríamos ir a comer, si te apetece. Julen está en Madrid y Rubén no me coge el teléfono, así que estoy solo.

A Mel casi se le cayeron todas las cosas que llevaba en las manos al escuchar eso. Julen se había ido antes de que ella se despertara, la había dejado ahí sola, en su cama, y no se había dignado a avisarla ni a escribirle una nota o un mensaje. Nada. Y ahora se enteraba de que se había marchado a Madrid a primera hora de la mañana.

—¿En Madrid? —Trató de parecer casual, nada interesada—. Vaya, no me dijo nada. Es por trabajo, ¿verdad?

—No —dijo Iker, poniendo los brazos en jarras—. Cosas de mi hermano.

—Ah. Cosas de tu hermano, qué bien. —Mel arrastró las palabras unos segundos, hasta que finalmente comprendió que no estaba disimulando muy bien—. De acuerdo, entonces. Espérame un ratito mientras me ducho y vamos a comer... Tienes que reunir fuerzas para esta tarde.

Iker se sonrojó de repente, rascándose la nuca nerviosamente.

—¿Qué quieres decir con... fuerzas?

—Has quedado con Diana, ¡no creas que yo no me entero de todo!

Iker no sabía qué contestar, pero no importó demasiado porque Melissa le dio un par de palmaditas cariñosas en el hombro y, acto seguido, entró a su habitación; confusa y molesta a partes iguales por lo que había hecho Julen.

***

Melissa salió de su habitación rápidamente. Se había duchado en un tiempo record y ni siquiera se había secado el pelo correctamente, pero no quería hacer esperar a Iker. Tenía pensado sonsacarle toda la información de la que fuera capaz.

Cuando pasó por la recepción del hotel a todo correr, dirigiéndose al restaurante, oyó que alguien gritaba su nombre.

Se detuvo en seco al darse cuenta de que era Bernardo quien la estaba llamando y se dio la vuelta hasta llegar a él.

—Tengo prisa, Bernardo. Es un asunto urgente.

Por supuesto que lo era. Melissa quería saber dónde demonios se había metido Julen, y no pensaba llamarle para averiguarlo. En absoluto parecería una loca acosadora preguntándole por qué la había dejado ahí y se había ido de la ciudad sin avisarla.

El horrible pensamiento de qué quizás eso era lo que Julen había querido desde el principio llegó a su mente. A lo mejor Julen solamente había querido pasar la noche con ella para demostrar que era muy machito, como cuando eran pequeños.

—Verás Melissa, es que lo he estado pensando y no me siento bien con lo que ocurrió con el coche —dijo el hombre, sin que Melissa le prestara demasiada atención—. Llevo una semana sintiéndome muy mal por eso...

Mel miró su reloj, impaciente. ¡Ese hombre le estaba haciendo perder su valioso tiempo de interrogatorio a Iker!

—Te llamaré luego, Bernardo —le dijo de repente—. Ahora mismo estoy súper ocupada.

Antes de que él pudiera decir nada, Melissa ya se había dado la vuelta y corría hacia el restaurante.

Bernardo decidió irse de allí, cabizbajo. No había solucionado nada.


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