8. Luz roja, sangre, brillos y piel

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Lidia avanza y la sigo hasta lo que es mi nueva habitación. Abre la puerta como si detrás de ella me fuese a mostrar un tesoro e imito su cara de fascinación cuando veo mi cuarto, elegantemente decorado de blancos, rosas claros y dorados. Es realmente preciosa, sin embargo, no puedo evitar preguntarme si de alguna u otra forma soy prisionera de este lugar.

—Gracias —murmuro—. Voy a descansar. —Lidia me sonríe y asiente. Necesito estar sola y... pensar. Cierro la puerta tras de mí y camino arrastrando los pies hasta la cama. Acomodo mi cabeza en la almohada.

¿Me tendré que acostumbrar a esta vida?

¿Qué hice para que me traicionaran y usaran?

Y lloro.

Lloro por toda esta mierda de la que no sé cómo escapar. Incluido el problema Alan porque me tiene con los pelos de punta y no sé cómo controlarlo. Estoy agotada, miro la mesita de noche que tengo junto a mí y veo que está la clave del wifi. No me he conectado desde que estaba en casa.

Me llegan tantos mensajes que mi celular se queda pegado unos minutos. Tengo cientos de mensajes de Daniel, Lucia y mis padrinos.

Borrar.

Mamá: Hija, ¿todo bien? Con tu padre nos sentimos orgullosos de que hayas sido tan considerada. Espero que pronto vuelvas.

Papá: He oído que serás parte de los negocios Hart. Estoy orgulloso de ti. Ya verás que la satisfacción que te entregue esto no tiene nada que ver con esas cafeterías que tenías. Te amo hija.

Vania: Todo bien. Estoy en Melbourne y Josef no es un monstruo por si les preocupaba. El lugar donde vivo está precioso. Hablamos.

Mamá: ¡Que bueno saber de ti! Me alegro que esté todo perfecto.

Vania: Sí, perfecto.

Dejo el celular a un lado y cierro los ojos con la palabra perfecto rebotando en mi mente. Increíble que mi madre se atreva a escribirme algo así con lo que sucede realmente.

Despierto por un ruido en la habitación. A través de la cortina entra un atisbo de luz que rodea la figura de una persona. Me quedo congelada.

—Soy yo —dice Alan, con la seguridad y rebeldía que lo caracteriza.

Mi corazón protesta de inmediato contra mi pecho, latiendo con fuerza.

¿Cómo no me puedo controlar?

—¿Qué haces aquí?

—¿Te vine a buscar? —inquiere con obviedad. Se acerca en cámara lenta y puedo visualizar en la oscuridad su sonrisa traviesa.

Me aclaro la garganta.

—¿Qué hora es?

—Las seis. Estaba pensando... ¿Desde hace cuántos años que no te miraba en la oscuridad? ¿Aún sigues obsesionada conmigo, Nicolás? —Hunde una rodilla en la cama y sin tocarme, es como si Alan fuese el fuego mismo que enciende todo.

—Sigues con el mismo ego de siempre. Y no me digas así, me recuerda a mi padre.

Su mano avanza justo al lado de mi pierna y mis hormonas son un desastre, que no están de mi lado claramente.

Se pone de pie y luego avanza hacia mí. Su mano se cierne sobre mi barbilla y su dedo índice acaricia mis labios.

—No puedo esperar a mostrarte lo que preparé —murmura a medida que me suelta y se aleja de mí y sale de la habitación.

Enciendo la luz y recién veo todo lo que me han dejado: ropas, zapatos, carteras, maquillaje, etc. Las cosas no son tanto de mi estilo, sin embargo, hay varias que me parecen espectaculares. Me pongo un vestido negro y unas sandalias. Nada que parezca que voy muy preparada, nada que le de siquiera la idea de que aún me pone nerviosa.

Su departamento queda a solo unos minutos y es igual que el de Josef, aunque la decoración es bastante más... oscura a pesar de que son prácticamente los mismos colores: paredes negras y grises. Los enormes ventanales le dan un toque cautivante y el lugar huele increíble, igual que Alan que ha caminado en silencio junto a mí.

Las habitaciones extras parecen haber sido eliminadas para que la sala sea enorme. Frente a mí, la mesa que es de fierro gris tiene servidos varios platos de comida. Nos sentamos uno junto al otro, y quedamos tan cerca que apenas puedo controlar mi respiración.

—¿Te voy a tener que engañar cada vez que quiera reunirme contigo? —pregunta, serio. Su expresión carece de cualquier emoción.

Alzo las cejas.

—¿A qué te refieres?

—Dímelo tú. —Me observa con la expresión fría que tanto lo destacaba en la escuela. Comienza a servir vino en las copas, y al ver que no respondo, pregunta—: ¿Qué querías que hiciera?

—¿Decirme la verdad? Asumo que el viaje que tienes mañana es mentira.

—Entonces no estarías acá y deseaba tenerte acá.

—¿Y por qué querías que estuviera acá? —Llevo la copa de vino a mis labios y bebo la mitad.

Se refriega la cara con ambas manos y luego se queda analizándome fijamente.

—Vania, eres la única chica que sabe secretos míos que nadie más... bueno que nadie más que esté vivo pueda contar.

Dejo los codos sobre la mesa y me detengo unos segundos a analizar su complexión alucinante. Aprovecho también de acabar el vino que me queda.

—Ya te dije que pensé que todo eso era broma... proveniente de tu mente retorcida —respondo. La confesión de Alan me debe poner los pelos de punta, pero de alguna u otra forma, sé que él no es un peligro para mí. ¿O me estaré pasando de estúpida?

—Pero no lo es, y sigues aquí. —Rellena mi copa lentamente frente a mis ojos. Los labios me cosquillean. Sigo sus movimientos atentamente.

—Tú me enviaste a buscar y tu padre me tiene amenazada. Así que sí, sigo aquí.

Reprime una sonrisa y entorna sus ojos.

—¿No quieres preguntarme?

—¿Qué cosa?

—¿Que si lo he hecho de nuevo?

—No sé si quiero saberlo —murmuro. Así como nunca averigüé más sobre los negocios de mi padre. Simplemente me aparté de todo lo relacionado a los cigarrillos—. ¿Quieres que me asuste? Porque no lo vas a lograr —advierto.

Una sonrisa arrogante aparece, y coge su copa de vino.

—Eres fascinante, y no...no lo he hecho de nuevo.

—Que bueno saber que no has matado a nadie más.

—Solo quería saber si te seguía siendo indiferente. Me encanta que una parte diminuta de ti, y detrás de ese aspecto de chica que hace lo correcto, hay algo retorcido —murmura emocionado. Acerca su silla hasta que sus rodillas chocan con las mías, estira su pierna obligándome a abrir las mías.

Desde el contacto con mi pierna, hasta el centro de mi pecho... siento una corriente que calienta mi sangre.

—Estás equivocado, Alan. Primero, no soy una chica que siempre hace lo correcto; y segundo, recuerdo que esa historia que creí falsa... sucedió porque fue en defensa propia.

Sonríe y se lame los labios.

¿Será el recuerdo de la sangre lo que lo cautiva?

—¿Y ya te olvidaste de mí? Porque yo no me he olvidado de ti —murmura, poniéndose de pie. Bajo su pantalón se nota lo que esta conversación ha causado.

Trago grueso, y creo que necesito esto. Lo que quiera hacer conmigo. Hasta ahora, todo ha sido una mierda. ¿Por qué voy a renunciar a sentir un poco de lo que sentí cinco años atrás?

—Claro que me olvidé de ti. ¿Podemos hablar de negocios?

Ay, dios. Por más que lo niego, siempre trato de hacer lo correcto. Y lo correcto es que nada de esto suceda.

—¿Segura que no siempre haces lo correcto? —pregunta como si me leyera la mente. Toca con las yemas de sus dedos mi cabello y viajan lentamente hacia mi barbilla. La coge con una fuerza ligera. Atrapo sus dedos entre los míos. El aire apenas cabe en mi pecho y tengo el corazón al borde del colapso—. No he dejado de pensar en ti desde que te vi ayer. Tus ojos vendados y la sangre avanzando por tu cuerpo.

Sigo teniendo sus dedos atrapados entre los míos y aprovecha eso para llevar mi mano a su abdomen.

La cordura vuelve a mí y me suelto.

—No deberíamos hacer esto. —La voz me sale apenas. Creo que no me había sentido así de excitada... nunca.

—Pero lo haremos de todas formas.

No, debo irme.

—Quédate conmigo esta noche, déjame follarte... y si no quieres más de mí, entonces lo olvidamos y seré el cuñado perfecto para ti.

No puedo evitar transportarme años atrás cuando me pidió quedarme con él.

—No deb...

—¿Confías en mí? —Vuelve a llenar las copas.

—Sí, confío en ti. —Cojo mi copa y me la llevo a los labios.

—Lo que veas hoy... nadie más lo puede saber. Ven —dice, cogiendo mi mano con fuerza. Dejo la copa apenas sobre la mesa y lo sigo. Entramos a la primera habitación que está completamente a oscuras. Enciende la luz que es de color rojo oscuro.

—¿Qué es esto? —señalo la bañera grande y redonda en el centro del enorme cuarto de baño. Está hasta el tope de un líquido rojo oscuro y viscoso, pero lo más extraño es que brilla y parece estar impregnado en brillantina. La luz roja a veces parpadea.

Alan se desabrocha la camisa y la deja caer al piso. Luego, se saca el pantalón ante mi atenta mirada.

Sabe que ya no me fui, que no huí ante lo que tengo frente a mí. Mis ojos ardientes que avanzan desde sus labios hasta el borde de su bóxer, le dan la respuesta que él buscaba: hazme lo que quieras, que ahora soy toda tuya.

Quiero cerrar los ojos hasta sentir su contacto, pero me tiene hipnotizada.

Se acerca y me aprieta entre su cuerpo y la puerta, sus labios se acercan ferozmente a los míos para besarme entre gemidos que se escapan de nuestros labios.

Me gira con fuerza y quedo de espaldas con las manos plantadas en la puerta. Desliza el cierre de mi vestido, y este cae a mis pies. Se pega a mi espalda, y el calor de su cuerpo calienta aún más el mío. Masajea mis pechos desde esa posición, mientras siento cada centímetro de su miembro haciendo presión en mis bragas.

Da un golpe seco a la pared, y la luz roja parpadea más seguido. Veo nuestro reflejo en un espejo y él baja hasta quedar arrodillado tras de mí.

Con su nariz apenas roza la parte trasera de mis piernas. Sube y baja lentamente. Estoy jadeando, disfrutando por completo lo que me hace. Sus besos exploran mis piernas con una lentitud exquisita.

Creo que en cualquier momento perderé el control. Enreda sus dedos en mis bragas y las corre hacia un lado, al mismo tiempo que siento la suavidad de su lengua.

Sus dedos se acercan peligrosamente a la entrada de mi vagina. Quiero esto desesperadamente, si no me toca más, más profundo, más fuerte... me muero aquí mismo.

Está a punto de empujar su dedo a mi interior. Estoy tan húmeda y los sonidos de su respiración me descontrolan. Sus manos cambian de posición, me agarra fuerte por la cintura y me levanta como si fuese diminuta. Mi sostén queda en el suelo.

Avanza y avanza. Sus pasos hacen eco en mis oídos. Las luces rojas me tienen sumergida en otro mundo.

—Aguanta la respiración —ordena. No alcanzo a procesar sus palabras, cuando ya siento que caigo directo a la tina con el líquido espeso y rojo. Cubre de inmediato todo mi cuerpo y salpica un poco en mi cara. Me miro las manos chorreantes en sangre y brillos dorados, al mismo tiempo que Alan se mete y se inclina hacia atrás para quedar cubierto por completo.

Levanto la vista y la imagen es a la vez aterradora y fascinante. Alan se pasa las manos por el cabello y me clava sus ojos ardientes. Es tan jodidamente hermoso que casi no puedo creer que estemos aquí.

—Bienvenida a mi mundo, Vania. No sabes cómo me pone verte así. —Se levanta y el líquido viscoso avanza por toda su piel y tiñe su miembro duro asomándose por su ropa interior—. ¿Así que no querías esto?

—Cállate y cómeme, Alan Hart.

Las esquinas de su boca se curvan. Me coge de las manos y me sube sobre él. 

No hay esperas, no hay delicadezas y no me importa. Es exquisito. Mis manos se resbalan, acariciando su cabello. No deja de mirarme mientras entra y sale.

Estoy tirando con un demente.

Estamos cubiertos de sangre y brillos.

Es perturbador

Es excitante

No quiero pensar que soy igual que Alan, sino que confío en él. Que esto que hacemos es solo una fantasía.

Estoy entregada por completo al vaivén de sus movimientos. Se cierne sobre mí y las gotas rojas caen pesadas sobre mi cara.

—¿Me has extrañado? —pregunta a mi oído.

—Ni un minuto —miento. Ya no puedo más con esto y me deshago en sus brazos entre gemidos.

Él termina unos momentos después y luego se hunde en la enorme tina.

Me apoyo con los ojos cerrados porque necesito recuperar mi respiración y alma, y por primera vez se me ocurre pensar cómo rayos me sacaré todo esto.

De repente un chorro de agua tibia me llega en la cara y en el cuerpo. Se han activado regaderas que me limpian.

Robó mi energía.

Necesito comer.

¿Comer?

¡Mierda!

—¿Qué hora es? —pregunto, de repente.

—No sé...¿Las ocho?

—¡Mierda! —Me pongo de pie bajo el chorro de agua y me refriego lo más rápido que puedo.

—¿Pasa algo? ¿Qué haces?

—Debo irme...lo siento ¿Me pasas una toalla?

Sale del agua y va hacia un mueble de donde saca una enorme toalla blanca. Sé que me está mirando mientras me visto a máxima velocidad. Me vuelvo a poner mi vestido negro y zapatos.

Tengo que despedirme y esto se vuelve incómodo. Alan ha vuelto bajo la regadera y se refriega el cabello. Parece que no le importa si me voy o no.

—Esto no debería haber sucedido —logro decir.

No me mira, pero noto que muerde su labio.

—Quizás no, pero va a seguir pasando. Una y otra vez. Te llamaré mañana. Tenemos que hablar de trabajo. Dale saludos a mi hermanito —agrega.

Abro la puerta del departamento y son pasadas las ocho. No llegué a cenar con Josef y oigo a Lidia en la cocina. Entro de puntillas porque llevo el cabello mojado.

Sobre la mesa donde aún arde una vela, hay un pequeño regalo cuadrado con mi nombre. Lo cojo, dándome cuenta que todavía tengo la mano brillante. Corro a la habitación.

Saco el envoltorio y la caja de un celular último modelo aparece en mis manos. Una notita se desliza:

Vania, no te puedo ver con ese celular tan antiguo que tienes. Te compré uno, tiene llamadas e internet ilimitado para todo el mundo. Por si extrañas hablar con alguien en casa.

                                    —Josef H.

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Me retiro lentamente...

#Team Josef

#Team Alan

#Teamconchalaloranosé

¿Qué quieren que suceda en el próximo capítulo?

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Besitos bebes.

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