Los gatos son mágicos (obviamente)

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—Déjame ver si entendí —decía mientras el muchacho rubio modelaba ante el espejo el traje negro de licra que fue lo único en su armario que le quedó—. Te convertiste en un gato mágico.

—Siempre lo he sido. —respondió él con un guiño que la hizo ruborizar.

—Como consecuencia al deseo que pedí, has venido aquí para darme la felicidad.

—Yo ya vivía aquí —contestó mientras se pasaba los dedos por el cabello—. Y no vine a "darte la felicidad". Vine a ayudarte a obtenerla por tí misma. —Acto seguido giró, le dedicó una mirada llena de astucia, y sonrió de tal forma que le aceleró el corazón.

—Y, ¿cómo será eso?

—¿No es obvio? —preguntó en tono coqueto, y Elizabeth por poco se atraganta al ver su forma predatoria de caminar. ¿Por qué la veía así? ¿Por qué sus ojos eran tan cautivadores? ¡¿Y por qué esa manera de ondular las caderas al andar lo hacía ver tan sexy?! Se acercó hasta tener sus caras a unos pocos centímetros, ronroneó, y dijo...

—Te voy a enseñar.

—¿Eh?

—¡Lo que oíste! —exclamó cambiando súbitamente su actitud a una juguetona y llena de alegría infantil—. ¡Te enseñaré todo lo que un gato debe saber! Creéme, una vez que domines los pasos para la felicidad felina, tu vida como humana cambiará por completo. Ahora levántate, Ellie, que ya es hora de desayunar.




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