La guardia fronteriza

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Sheila McKane cerró los ojos, inclinó la cabeza lentamente hacia atrás y dejó que el agua, fresca y vivificadora, recorriese su cuerpo. Bajo el chapoteo continuo de los hilos acuosos, únicamente se percibía el ruido sordo de los motores de propulsión.

La relajaba esta especie de silencio, sentir los finos chorros de agua golpeando suavemente sobre su rostro, alisando su abundante cabellera leonada, humedeciendo sus senos firmes y poderosos y resbalando por las rotundas caderas y la carne prieta de sus muslos.

Sheila era la única mujer piloto de caza a bordo del "Tormenta Estelar", la nave que ejercía funciones de patrulla en el espacio administrativo de Capella. Desde luego, había otros miembros femeninos en la tripulación del coloso espacial, pero no con las arriesgadas funciones de combate que le correspondían a ella. Le gustaba su oficio, sentir el aroma del peligro, la adrenalina descargando en su sangre y se encontraba cómoda entre los demás guardianes masculinos, todos experimentados pilotos como ella: el alegre y jovial Cris Reinhardt, siempre dispuesto a la broma, pero un formidable luchador; Sinú Ar Teim, el arkonita, de una raza no humana aunque muy bien integrado en la patrulla espacial o el propio capitán de la nave, Travis, que no desdeñaba ponerse a los mandos de un caza si fuese necesario.

Al terminar la ducha, la joven piloto comenzó a secarse el cabello. De repente, un zarandeo intenso y violento del Tormenta Estelar la arrojó al suelo haciendo que se golpease con el lavamanos. Aquel tremendo impulso desconocido pasó en seguida y la nave recobró pronto su estabilidad.

Sheila, aturdida por el golpe, tardó un tiempo en levantarse del suelo metalizado. Inquieta y preocupada por aquel insólito suceso, se vistió apresuradamente, muy a tiempo, pues el capitán Travis convocaba por los altavoces de la nave a todos los pilotos de cazas y oficiales científicos de la tripulación a una reunión urgente en el puesto de mando del Tormenta Estelar. Cuando la joven llegó ya se encontraba allí presente buena parte del equipo. Tras ella acudió Cris Reinhardt, bostezando.

Era este un joven alto, de porte atlético, con una sonrisa permanente en su rostro de facciones muy regulares, enmarcadas por una media cabellera de un rubio oscuro. Se sentó ante la pulida mesa blanca de carbono sintético y exclamó:

-Parece que nos han dado una buena patada...¿Se puede saber qué sucede?

El capitán Travis lo miró entre divertido y amonestador. Travis era un hombre de unos 45 años, de pelo corto, moreno y con algunas vetas grises. Sus ojos acerados denotaban la calma y la decisión de aquel que tiene bajo su mando una poderosa nave como era el Tormenta Estelar y la responsabilidad de las decenas de vidas que componían su tripulación. Una barba recortada cubría sus mandíbulas, imponiendo aún más respeto sobre el que ya ejercía su imponente estatura y la firme musculatura de su cuerpo.

Apreciando que todos los convocados estaban ya presentes, Travis habló:

-Saben ustedes que nuestro actual destino era y es el planeta Arkón, el principal cuerpo planetario del sistema Capella. Nuestra misión era rutinaria: efectuar labores de patrullaje por la zona y emitir el correspondiente informe. Pues bien, según todos los indicios, no va ser una tarea corriente.

El doctor Akihito, un amable personaje de ojos rasgados y sonrisa obsequiosa examinaba, entretanto, la contusión que Sheila presentaba en su frente. Ella lo dejaba hacer mientras el médico le aplicaba un catéter especial que siempre llevaba en la cintura. La luz del instrumento brilló azuladamente por unos instantes y al momento la hinchazón se redujo hasta casi desaparecer. Sheila se lo agradeció con una sonrisa.

En esos momentos hablaba Edson López, quizá el piloto con más horas de vuelo de todos los presentes, exceptuando a Travis.

-He sentido este estremecimiento del espacio en otra ocasión, Travis. Dinos que no estamos ante el mismo fenómeno.

-Sé a lo que te refieres, Edson, porque los dos vivimos aquello juntos. Y, desgraciadamente, todo indica que el hecho se repite. Pero es mejor que lo explique Armorio, nuestro oficial científico...

El aludido se puso en pie y en tono grave y preocupado, informó:

-Solo parece haber una explicación para esto. Como saben ustedes, ya estamos cerca de Arkón y de la Puerta que comunica ese planeta y el sistema Capella con la estrella Pollux y todos sus cuerpos planetarios. En toda esta zona, pues, existe una tensión espacial debido al agujero de gusano que comunica los dos sistemas. Mi conclusión es que ha habido una distensión del espacio tiempo que solo puede explicarse por el colapso de dichas puertas y la consiguiente desaparición del agujero que las comunicaba. Esa distensión se trasladó en forma de una poderosa onda gravitacional que fue la que sacudió el Tormenta Estelar.

Un silencio sorprendido y preocupado acogió las palabras del oficial científico. Otis Rangler, un piloto de raza negra, serio y taciturno, comentó:

-Eso quiere decir que estamos aislados, porque todas las comunicaciones llegaban a través del agujero de gusano...

-Así es -confirmó Travis-. Y la cosa parece aún más grave porque se entiende que las comunicaciones procedentes desde la estación espacial de Pollux se hayan interrumpido, pero no las de la estación instalada en la órbita de Arkón. Deberían habernos avisado en seguida, pero también ellos han cesado de transmitir...

Una voz extraña, melodiosa y fina, se dejó oír en la sala.

-Leise nei Arkón, asana...

Quién así habló era un personaje de presencia imponente, un gigante de dos metros, un indígena del planeta Arkón. La apariencia física de Sinú Ar Teim era muy diferente a la humana y, sin embargo, resultaba agradable de contemplar, no ocasionando rechazo alguno, como otras veces sucedía al ir encontrando nuevas razas extraterranias. Una larga cabellera blanca caía hasta sus hombros desde una cresta que se adelantaba en su frente, enmarcando un curioso rostro donde destacaban en primer lugar, sus ojos. Estos eran grandes, ovalados y dispuestos oblicuamente. Lo que extrañaba en ellos era su fondo negro y sus pupilas como delgadas líneas verdes verticales. Unos pómulos muy abultados escoltaban la fosa nasal, única y extendida sobre una boca donde el labio inferior ocultaba el superior. Bajo la barbilla, una barba trenzada como la de los antiquísimos terranios terminaba de darle un aire mágico y noble, incluso. Sinú había sido príncipe allá en Arkón cuando para el planeta y la raza arkonita corrían mejores tiempos, antes de los Osborne.

Cris, sin embargo, no pudo reprimir su espíritu bromista e irrespetuoso:

-Nunca me aclararé con esa jerigonza...Tradúcenos, Travis -exclamó con sorna, colocando los brazos tras su nuca y repantigándose en su asiento.

-Dices bien, Sinú. Tenemos que llegar a Arkón lo antes posible y averiguar qué ha sucedido. Ah, Sinú, hablas nuestra lengua y la entiendes a la perfección. Haz un pequeño esfuerzo por ilustrar a ese joven y tú, Cris, un poco de respeto a tus mayores. Sinú te supera en más de setenta años...

-La verdad es que me da envidia que esté ahora solamente a la mitad de su vida -replicó el joven sin dejar el tono zumbón. Sheila, a su lado, le dio un codazo cariñoso.

-Bueno -dijo la joven, con ánimo enérgico-. Parece que hay acción a la vista...

-Eso parece -terminó Travis-. Daré orden de marchar a toda potencia hacia Arkón, pero nos detendremos en la luna Sarela. Tenemos que prevenir cualquier sorpresa desagradable. Desde allí, el grupo X1 se acercará con sus cazas hasta el planeta, con precaución, no sabemos qué podemos encontrarnos allí...

La voz cantarina de Sinú Ar Teim se oyó de nuevo, esta vez en un lenguaje que todos pudieron entender:

-Presiento que en mi planeta ha ocurrido una irremediable tragedia.



                                                                        INTERLUDIO



Zendar, siempre cuestionador, se dirigió a la Asamblea mentalmente.

-Mi partido y yo, en particular, creemos que no se aclaró nunca suficientemente porqué en esta ocasión fueron enviados dos Audaces si el riesgo de desviación histórica se incrementaba. ¿Puede aclararlo ahora la señora presidenta? -terminó con cierta irritación que todos sintieron como una molesta punzada en el cerebro.

Olga Serkin, suspiró con una onda mínima y contestó desde su asiento, sin levantarse.

-Nos ha quedado claro que, por mucha previsión que desarrollemos, se producen eventos inesperados...

-Desde luego -interrumpió Zendar-. Nadie esperaba que Líneker no pudiese regresar y en su lugar tengamos ahora a esa chica...

-Carla -concluyó la frase la presidenta.

-Eso es -siguió Zendar-. El proyecto se está convirtiendo en un batiburrillo incontrolado. Quien sabe lo próximo que cazaremos en la red magnética...

Olga Serkin cortó la perorata burlona de Zendar con un regaño mental en forma de pellizco doloroso. El joven aunque airado todavía, calló.

-Me gustaría que todos guardasen el respeto debido a esa joven -dijo la presidenta, dirigiéndose a la asamblea en general-. Arriesgó su vida para abrir el Pasaje e instalar el segundo tensor. Y la peripecia sufrida, según nos relató, impresionó nuestro ánimo de tal manera, que decidimos enviar un apoyo para este tercer Audaz, una protección adicional...

-¿Y por eso enviaron con él a un androide? -volvió a incordiar Zendar.

-Precisamente -contestó Olga Serkin-. No quisimos enviar a dos personas porque solo una puede volver. En este caso será el androide quien se quedará en Terrania. Solo me queda decir que hemos tenido mucha suerte hasta ahora y si tenemos éxito en este último paso, estaremos a punto para enfrentarnos al reto definitivo. Pueden retirarse.

Los asambleístas fueron saliendo uno tras otro hasta que la presidenta quedó sola con su ayudante.

-Que pase la mujer -le pidió a esta última.

La auxiliar salió un momento y al poco volvió a entrar. Con ella venía Carla Zaprinsky.

Una Carla Zaprinsky seria y ojerosa, bastante demacrada. Olga la hizo sentar frente a sí y la tomó cariñosamente de las manos. La joven miraba a a un lado y a otro nerviosa y desconcertada. Ya llevaba una semana en Olinus pero aún no se acostumbraba a la vida en aquel mundo ni podía apartar a una persona de su pensamiento.

La presidenta captó su angustia por la falta de la droga.

-Ah, sí, querida -dijo sacando un extraño pastillero-. Ya sabe que el tabaco fue desterrado hace mucho tiempo. Tómese el sucedáneo.

Carla cogió una de las pastillas que Olga le ofrecía y la tragó mecánicamente ayudándose de un sorbo de agua que le trajo la auxiliar.

-¿Cómo está usted? ¿Se encuentra un poco más animada? -le preguntó Olga, en tono afectuoso.

Carla suspiró e hizo un leve gesto de asentimiento. Sin embargo, sentía su interior tan destrozado como cuando cruzaba el vacío interestelar con el recuerdo de Axel en lo más profundo de su alma.

-Sé por la psicóloga que la atiende que sigue manifestando usted tendencias suicidas. Por eso la he mandado llamar. Estamos al tanto de qué es lo que las origina y sabemos que accedió a abrir el Pasaje porque era lo que anhelaba esa persona querida que perdió usted. Pero debe tener en consideración dos cosas.

Olga tomó ella misma otro sorbo de agua puesto que se estaba comunicando verbalmente con Carla y eso siempre le resecaba la garganta. Carla pareció interesarse por lo que la presidenta pretendía decirle.

-En primer lugar -continuó Olga-, la tarea está incompleta. Sería beneficioso para usted ver que el Proyecto culmina, y aún falta instalar el tercer tensor. En segundo lugar tengo que comunicarle algo importante: he puesto todo de mi parte para que las personas que abran los Pasajes, y usted es una de ellas, nos acompañen en el viaje definitivo, el que emprenderemos en la nave Revelación. Si es que lo desean, claro.

Por primera vez, Carla mostró curiosidad.

-¿Y cuál se supone que es el destino de ese viaje? -preguntó con voz débil.

Olga la miró acercando sus ojos brillantes a ella y exclamó con voz estremecida:

-El infinito, amiga mía, el infinito...

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