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 Finalmente terminó dirigiéndose a una manzana en la que no pude seguirlo por más que lo intenté, era un límite que no había cruzado nunca: tres cuadras lejos del cementerio. Tenía que acostumbrarme al pánico y practicar antes de cruzar esa frontera.

 Pat lo dedujo cuando me planté en una esquina, debajo del semáforo y me despedí de él alzando la mano y sacudiéndola. Él se volvió con una sonrisa triunfante, comprobó que no podía seguirlo y aumentó la velocidad con la que caminaba. Suspiré, hacía mucho tiempo que no me divertía así.

 —¡Dale un besito a tu mami por mí! —grité y supe que me había oído porque levantó un dedo medio en respuesta.

 Volví en mis pasos y me encontré con Bianca y Eddie sentados en el bordillo de la acera, ambos observaban una heladería en la cuadra de enfrente.

 —¿Lo alcanzaste? —inquirió Eddie ladeando la cabeza hacia mi lado y masticando su perpetuo desayuno.

 —Superó mi zona-cuerpo —expliqué.

 —Ese heladero se picó la nariz —advirtió Bianca ensimismada en sus pensamientos—. ¿Quieren entrar al depósito del local y ver? Estoy segura de que tiene esos animales peludos de cola larga.

 —Ratas —le recordé.

 Ella dudó como si fuera la primera vez que oía aquel nombre, hubo un abismo en sus ojos, un desconcierto que la entristeció.

 —Ah, lo había olvidado ¿Echamos un vistazo?

 —Tal vez luego. Practiquemos alargar la distancia —insistí—. Tengo que regresar a casa.

 —Algún día podríamos alargar la distancia tanto que pasaríamos la frontera del país y podríamos llegar al vecino, cualquiera que sea, irnos de vacaciones —esperanzó Bianca con ojos soñadores, acariciándose el tobillo como si le doliera.

 —Sí —susurró Eddie sin ánimos.

 Por mi parte no dije nada, sabría que ese día no llegaría. Teníamos el tiempo contado. Nuestra mente se pondría en blanco antes de eso y seríamos unas imagines mudas y fijas de nosotros, sin conciencia y recuerdos de nada. Como estrellas que despiden una luz que nadie puede ver.

 Tal vez por eso nuestra piel, cabello y cuerpo era de ese color lechoso, era como una advertencia para alertarnos de que algún día nuestra cabeza terminaría igual de insípida.

 Pero no me rendiría porque me quedaba tiempo y no sólo lo usaría para arreglar corazones que mi muerte había matado, también lo utilizaría para divertirme.

 —Vamos —insistí, los agarré del brazo, los puse del pie y fingí calentar los músculos, lo que entusiasmó a Bianca.

 —Lo haces mal, es así, mira.

 Sonreí y escudriñé con atención sus movimientos. La preocupación todavía no se había ido. Recé en mi interior para que en casa me esperaran. Estaba en camino. Ya iba por ellas. 

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