Para olvidar que no tendría diploma me pasé mucho tiempo sin salir del cementerio, tratando de alegrar a todos. Allí ya se sabían mi nombre y me llamaban Chispeante era como un bautismo o volver a nacer. Eddie siempre se reía y decía que era lo más adulto y serio que había escuchado en su vida.

—Ja, ja —contestaba yo cada vez—. Qué irónico.

—Regla número cuatro, mi amigo. Todo es irónico.

—Te dedicaré esa regla cuando esté publicado.

Comencé a realizar caminatas experimentales grupales, era un grupo de gente que trataba de apartarse de su zona-cuerpo. Más bien parecía una manada blanca que lloraba, gritaba, temblaba y trataba de luchar contra el miedo. Era sensacional.

Incluso ayudé a Pat a superar su miedo a la oscuridad, claro, cuando me confesó avergonzado que lo tenía. Resultaba un poco extraño que le tuviera miedo a su color favorito. Iba a buscarlo a su casa de noche y lo llevaba hasta el lugar más tenebroso del mundo: el cementerio. Si podría estar allí de noche entonces podría estar en cualquier lugar. Claro que, además, era divertida la parte de eludir al guardia de seguridad, me sentía como un... Pat lo había llamado espía, supongo que era lo que pensaba porque cuando escuché la palabra me gustó.

Su luz azul menguaba en el camino en dirección al cementerio, pero cuando llegaba y Bianca y Eddie lo felicitaban por su coraje aquel color chispeaba como una fogata.