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Fuimos al río de noche, Pat casi se congeló, pero aun así nadó un poco. Él no sabía nada, por esa razón le enseñé a no ahogarse, le mostré cómo mover sus brazos y lo sostuve para que pudiera flotar.

Eddie comió su desayunó desde la orilla donde se encargaba de hundir a cualquiera que quisiera salir. Pat había llevado cervezas, pero sólo él las bebió. Bianca nos mostró cómo se danzaba en agua, parecía un cisne blanco en la negrura de la noche.

—¿Recuerdas qué decías que querías viajar con nosotros y tomarnos unas especies de vacaciones? —le pregunté a ella escupiéndole agua en la cara.

—Sí —contestó entre risas escurriéndose el líquido, pero en realidad ella no podía mojarse como si fuera impermeable, su sangre seguía pegada a su piel como manchas.

—Pues aquí las tienes —dije abriendo los brazos—. Estás en aguas del golfo, preciosa.

Ella oprimió los labios con ternura y me sonrió:

—No tengo que ir a ningún lugar para sentirme mejor, con tu amor me basta. Gracias por dármelo —Se estaba despidiendo de mí, ella intuía que algo pasaría pronto porque se quedó quieta y me miró muy seria.

—¡M-me congelo! ¡Déjame salir! —Pat forcejeó en la orilla con Eddie y ambos rieron mientras se revolvían en los guijarros.

Reí, la risa de Bianca se unió a la mía, un poco preocupada. Me hizo un gesto para que nadara con ella hacia la orilla.

Sentí un pitido y la sonrisa se desvaneció de mis labios, no recordaba por qué me reía, pero era algo divertido ¿O no? Un sonido llegaba a mis oídos. Era una voz, pero estaba demasiado lejana.

—ay... lay... ¡Clay!  

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