22- Cristiano

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

  Caminé por el pasillo repleto de plantas y flores hasta que encontré una escalera. La subí peldaño por peldaño. El piso de arriba estaba vació y todo era de madera. Las paredes con finos dibujos tallados, el suelo y los muebles. Abrí todas las habitaciones, puerta por puerta, una era la recámara de los señores Weinmann, otra habitación estaba extrañamente vacía con una austera mesa de madera y un perchero. Cerré la puerta. Podía oír voces en el piso de abajo. Tenían muchas habitaciones por ser una familia de tres.

 El pasillo olía a jazmín, abrí otra puerta y me topé con una habitación con una cuna. Estaba todo vacío, no había nada más. Me acerqué a la cuna y en ella descansaba un bebé de juguete en su cabeza alguien había escrito «Cibus»

 —Cibus —leí en voz alta, significaba alimento en latín.

 Dejé eso, me di la vuelta re confundido y cerré la puerta del cuarto para abrir otra.

 Esa habitación parecía de adolescente. Todo estaba desordenado, la cama revuelta, la ropa hecha un amasijo en el piso, revistas pornográficas tiradas en la mesa de noche, guitarras eléctricas, un póster de una chica con poca ropa montada en un auto y una computadora.

 Empecé por el escritorio. Abrí cajones y revisé entre sus pertenencias. Había dibujos obscenos o caricaturas de profesores que identifiqué. Los lápices estaban mordidos.

 Incluso había un dibujo de mí, sobre un charco de sangre, me había enterrado la biblia en el cráneo, como si fuera un balazo, y mis ojos eran dos vulgares X. Estaba desnudo y cagado. Mi boca abierta en una mueca extraña. «Te comiste a tu hijo» decía mi cadáver. Era horrible.

 Embrollé el papel hasta que el retrato se desfiguró tanto que parecía un monstruo, tal como su creador.

 No había nada de importancia en el escritorio. Fui por el armario revolví entre la poca ropa que todavía no había terminado en el suelo, pero tampoco había nada.

 De repente me planteé qué estaba buscando. Si era algo de importancia o secreto tal vez estuviera debajo de la cama.

 Me incliné, busqué una caja o algo, pero no encontré nada. Todo estaba repleto de envolturas de caramelos. Entonces lo vi. Entré el colchón y los tablones que lo contenían había una libreta. Me acosté debajo de la cama, alcé el colchón con una mano mientras que con la otra deslizaba la libreta lejos. La tapa era una calavera.

 Abrí y leí la primera hoja:

 Querida Edén:

 Nunca toqué el paraíso, pero puedo jurar que lo vi cuando te escuché reír por primera vez...

 Cursi. Pasé las hojas.

 Edén:

 Me dijiste que te hacía reír y no podía creerlo. Lo dijiste mientras reías. Entre todos los sonidos del mundo ese fue el más perfecto y amónico que alguna vez escuché. Espero que se quede grabado en mi memoria y, tal vez, en mi corazón, porque si no puedo tenerte a mi lado quiero tenerte en mi pecho. Conservo la ilusión de que haga algo más que bombear sangre. Y yo tenga otro propósito que no sea existir.

 ¿Qué? ¿El chico que estaba acusado de violación escribía eso? No es que los violadores no puedan escribir poesía, pero no parecía Dante hablando.

 Edén:

 Ya no sé lo que hago. Todos dicen que no puedo sentir amor, que no nací para eso. Tal vez sea verdad, porque cuando creí que estabas muerta no sentí nada. Ni siquiera decepción. Pero quiero imaginar que sí, quiero imaginar que puedo ser leal...

 Pasé más páginas.

 ...escribía para que algún día pudieras leer mis memorias, pero es inútil, estás páginas están tan vacías como tu sonrisa, tu risa no es un sonido hermoso, Edén, es el eco solitario que te devuelve una cueva oscura...

 Edén:

 Te encontré otra vez y como esperaba no me reconociste...

 Giré la hoja, leyendo líneas salteadas.

 Entonces pensé...

 ...lo hago por algo que no soy, por algo que debería sentir...

 Amor...

 Quiero salvarte....

 Me adelanté muchas páginas, hasta el final y leí la última línea:

 No confíes en nadie. No importa lo que digan ni quienes se hagan llamar. No confíes en nadie.

 La última palabra estaba subrayada y en mayúsculas.

 Después de eso había un recorte de diario doblado en cuatro pliegues. Alisé cada extremo hasta que la cara de un hombre me fulminó con la mirada desde el papel. Era de cachetes anchos y caídos, en sus ojos había una austeridad digna de un ave de caza. Tenía el cabello oscuro peinado en cortinilla y sus labios se torcían en una mueca que prometía desgracia.

 La noticia de la desaparición de Cormac Cantrell. La foto era del empresario ¿Qué hacía Dante con eso? ¿Por qué mi papá también lo buscaba?

 Escuché ruido a platos en el piso de abajo y me sobresalte. Cerré la libreta. La guardé en mi mochila que se veía infantil en esa habitación. Me deslicé lejos de la cama y me dispuse a irme cuando un brilló opaco acaparó mi atención. Una pequeña luz estaba cegando mis ojos.

 El destello me hipnotizó. Caminé lentamente hacia allí y pude ver que provenía del escritorio. No, debajo del escritorio. En un tacho de alambre de gallinero que estaba repleto de papeles hechos un bollo. La luz de la tarde iluminaba la basura, pero aun así un destello salía desde las entrañas de las hojas. Ahí había un arma. Pero era extraña, brillaba tanto...

 Entonces vino el golpe. El dolor me aturdió. Caí de rodillas. Sentí sangre cálida escurriéndose por varios sectores de mi rostro, como el chorro de una ducha. Estaba atontado.

 El olor a tierra mojada y el sonido a cerámica quebrándose me hizo saber que habían roto una formidable maceta contra mi cráneo. Estaba sintiendo los resultados. Caí de rodillas, pero ellas tampoco pudieron sostenerme. Estaba en el suelo. Observé a la señora Weinmann, conteniendo la risa sobre mí.

 No quise defenderme. Sólo quise gritar. Gritarle a María y Á que corrieran lejos de allí.

 De repente me embargó una sensación con la que no pude batallar. Y hubo una oscuridad que me recibió de manera reconfortante. Mis ojos se cegaron.

 Había tanta sangre, mi herida ¿Tan mal estaba? Tenía que tocarla. Pero ya casi no estaba en mi cuerpo.

 Me fui con un nombre en mis labios, un nombre que no pude pronunciar, pero si sentir en lo más profundo de mi garganta.

 María.

 Y sentí que me liberaba.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro