5- Cristiano

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Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.

Sudor. Miedo. Nerviosismo. Miedo ¿Ya dije sudor?

Era lo único que me venía en la mente mientras avanzaba por las calles agarrado del brazo de María, después de pisarle el cigarrillo.

Ella me condujo a una estación de tren, pero por un momento creí que me iba a llevar a un lugar apartado para matarme.

En la estación me pidió mi billetera a la hora de sacar los boletos y la vacío por completo, aunque los pasajes costaron diez pesos y yo tenía más de cien. Guardó el cambio en uno de los bolsillos de su campera y esperó en el andén.

Jamás había imaginado que terminaría en una estación de tren con ella. Con Gemma sí, había imaginado que estaba en un millón de sitios con ella, caminando por las calles, en un cine o de viaje o en un altar escuchándole decir: «Acepto»

El cabello de María era casi azul y estaba muy maquillada, aunque le sentaba bien porque era guapa; pero esa era la única belleza con la que contaba. Ella parecía una muñeca de porcelana vestida como callejera oscura. Tenía el cabello rubio, los labios bien definidos y unos ojos tan azules que cuando te miraba con fijeza te obligaba a desviarle la mirada. Aunque, claro, no quería dar el brazo a torcer, se suponía que yo también tenía carácter.

Me daba miedo, ella parecía odiarme, incluso parecía detestar a todo el mundo.

—¿Puedo textearle a mi amigo o también te molesta? —pregunté sacando el teléfono.

—Por mí tírate del tren —respondió ella a modo burlón.

«Te tengo que contar algo LOCO. Tengo miedo AIUDA» le escribí a uno de los pocos amigos que tenía: Sabueso.

Esperé a que se conectara, pero no lo hizo así que agregué otro mensaje «Si desaparezco subí a un tren con destino al conourbano con María, creo que nos bajamos en Sandías» «Perdón el autocorrector. EN SALDIAS*» «AAIIIUUUDAA SABUESO»

Guardé rápido el teléfono antes de ella leyera el mensaje.

Al igual que casi todos los chicos del colegio la vida de María literalmente estaba jodida antes de que naciera.

Mi papá había decidido que asistiera a esa escuela por su mayor índice de almas perdidas, así es como lo llama él, yo le digo delincuencia.

Él es un predicador y dirige la Iglesia de la calle Vietma, en el Centro. Como todo amador del prójimo conserva la firme idea de que tiene que concentrarse en las almas perdidas o que están a punto de extraviarse; como los huérfanos que asisten a ese colegio por una acción inclusiva del gobierno para sacarlos del orfanato y que tengan más contacto con la sociedad. Huérfanos como Gemma.

Mi papá sigue con tenacidad la parábola del hijo prodigo donde uno de los pibes se aleja del camino y cuando regresa es más querido que el que siempre se mantuvo en el camino. Por el camino me refiero a la verdad, a la religión, la buena vida, la moral, todo lo correcto. El mensaje en sí dice: nadie está extraviado.

La idea de mi padre al mandarme a esa escuela fue que tratara de cambiar a mis compañeros de clase con el ejemplo. Un trabajo duro pero la senda correcta a tomar es la más estrecha y difícil de transitar, dice la biblia.

A él le pareció una buena idea, a mí no tanto. Mi «ejemplo» inspiraba más risas que actos prodigiosos. No conseguí que nadie fuera a la Iglesia en un principio, al menos no hasta que comencé a pagarles. Entonces todos salían felices: mi padre no me molestaba, podía concentrarme en mis cosas, él tenía asistencia los domingos y mis compañeros de clase podían gastar la plata* en lo que más le gustara.

El único contacto que había tenido en mi vida con María fue cuando le pagué para que asistiera a una de las misas, ella me pidió el doble y de todos modos nunca fue. Aunque seguramente ella ni se acordara de eso.

Mi mamá no puso muchas objeciones con lo del colegio, ella no asistió al mejor de los institutos privados y aun así es una respetada cirujana, además está todo el tiempo de guardia; no le importan mucho las cosas que tienen que ver conmigo, al menos eso me gusta pensar, porque sería más triste que su indiferencia sea todo el interés que alguna vez podré recibir.

Mi mamá no cree en Dios.

Seguramente pensás que es una combinación un poco rara, digo, un devoto predicador y una atea ambiciosa al trabajo. Me gustaría decirte qué tienen en común, pero es que no lo sé, a veces creo que se amaron porque ambos creen salvar vidas de maneras diferentes.

Como sea, ellos son mis mejores amigos. Y sí, sí, pueden decir que soy raro y eso, pero me da igual. Simplemente decidí seguir el camino fácil, digo, son mis padres y van a serlo el resto de tu vida ¿Por qué no llevarnos bien y ser amigos?

Las casas del otro lado de la ventanilla comenzaban a competir para dejar de llamarse "casas". Estaba adentrándome en un lugar que seguramente sería una zona roja para un taxista: una villa*. Todo para buscar una chica que probablemente no sabía ni mi nombre.

Pero no podía dejar a Gemma ella es tan, ¡Oh, ni siquiera puedo explicártelo!

Cada vez que la veo o la escucho hablar siento que las palabras desaparecen de este mundo, que yo desaparezco. Gemma siempre me hizo sentir que volaba lejos.

En las clases de historia solía despotricar con el profesor, cada vez que él mencionaba una guerra ella mencionaba otro puñado de hechos históricos que habían surgido en la misma época, historias de inventos increíbles y grandes hazañas que te hacían creer en la humanidad. No sabía mucho, eso estaba claro, pero se defendía con poco.

Ella siempre se preguntaba por qué los libros de historia no escribían lo noble, por qué los historiadores dejaban morir esas historias para ser eclipsadas por las guerras, el hambre y el genocidio.

Era... es una persona increíble y simplemente jamás había imaginado que le pudiera pasar algo tan raro. Es decir, esa mañana cuando me había levantado de mi cama supe que no iba a ser el mejor día de mi vida, pero tampoco imaginé que mi compañero de clases se iba a volver loco, iba a hacer una rabieta al estilo Stephen King y luego iba a desaparecer y llevarse un rehén para... simplemente no sé para qué lo hizo.

Esperaba que no incluyera asesinato o violación, pero era esperar demasiado.

Tenía que encontrarla, que encontrarla en seguida.

María tenía razón, la policía de este país no era la mejor resolviendo casos, ni buscando personas. La única acción policiaca que podés ver en este lugar es si encendés el televisor y buscas La ley y el orden. Me reprendí por pensar así, eran hermanos ¿o no? Y se debe amar al prójimo, respetarlo. No podía juzgarlos si yo jamás había resuelto un caso o un homicidio o atendido una llamada de socorro ni había buscado a nadie.

Tenía un poco de miedo. El barrio prometía quitarme todos los órganos y venderlos a China. Le había dicho a mi mamá que me iría a casa de Sabueso, aunque seguramente leería el mensaje cuando tomara un descanso dentro de unas horas. Estaba sintiendo culpa por mentirles cuando María llamó mi atención pisándome un pie.

—Llegamos —me dijo seca.

Asentí con aire formal. Mierda, esa chica daba miedo. Le faltaba una navaja en la mano para verse más amenazante, aunque viniendo de ella seguramente tendría una navaja escondida en alguna parte del cuerpo. Trataba de verme la mitad de fuerte que ella, pero mis actuaciones de chico malo se me estaban acabando.

Descendimos del tren, caminamos por el andén, saltamos una verja, aterrizamos a un lado de las vías y comenzamos a marchar por encima de las piedras engrasadas y meadas.

—¿A dónde vamos con exactitud?

Estábamos caminando al lado de una villa, las construcciones de chapa no se veían muy sólidas, un viento o el estornudo de un bebé pudieron haber demolido esas casitas. No había calles en la villa, me pregunté si tendrían desagües. Aunque irónicamente había muchos satélites de cable. Era como una mezcla de modernidad y decadencia, muy futurista, muy triste, porque de lejos se podía apreciar los edificios de la ciudad surcando el cielo, estábamos cerca de Retiro. Edificios lujosos donde trabajaban burgueses de trajes o donde se hospedaban turistas ¿Cómo era posible tanta diferencia social? ¿Cómo es que nadie hacía nada?

—A la casa de un amigo —respondió al cabo de un rato—. Él puede ayudarnos a encontrar la dirección de El Sombrerero Loco.

—Me parece bien.

—Me refiero a Dante.

—Ya sé, boluda*.

Tenía que contarle todo a Sabueso, era prácticamente el único amigo que tenía en el colegio, aunque no éramos tan cercanos como me gustaría porque él estaba en último año, iba al turno de la tarde y yo los fines de semana la pasaba en la Iglesia; así que casi nunca podíamos juntarnos. Pero siempre nos veíamos cuando él tenía clases de gimnasia a la mañana, nos juntábamos en el patio del colegio, atrás de un árbol a tomar algo fresco.

Después de unos minutos María se detuvo frente a una casa de ladrillos y ventanas oscuras con rejas protegiendo el vidrio. Trató de abrir la puerta, giró repetidas veces el pomo, pero nada sucedió, suspiró, se alejó unos pasos y le dio una patada. Nada. Le propinó otro golpe y luego otro. No sabía si detenerla, estábamos invadiendo la casa de alguien, pero lo hacíamos para tener la dirección de Dante e invadir su casa así que a la miércoles. Perdonen mi expresión.

Ella pateó la puerta hasta que cedió. La cerradura cayó hecha añicos al suelo. Ella sonrió satisfecha, sopló un mechón de cabello y entro cojeando a la casa.

—Creí que era un amigo tuyo y te debía un favor.

—Es un amigo mío —insistió ella.

—No me gustaría ver cómo entrás a la casa de la gente que te cae mal.

—Invítame a la tuya y lo vas a descubrir.

—Al parecer sos inteligente para ser cruel.

—No es verdad, soy inteligente para muchas otras cosas —Me guiñó un ojo.

Doble sentido, había un mensaje implícito y pervertido, no quería indagar más.

—¿Inteligente? ¿Vos? Eso sí que no me lo creo —dijo una voz del otro lado de la sala.

Me estremecí y retrocedí alarmado.





 Plata: dinero.

 Villa: gueto, barrio de recursos muy bajos.

 Boluda/o: persona tonta, torpe. Depende el momento en que se utilice puede demostrar confianza en un ámbito informal y de amigos, así como se emplea para insultar y denigrar a alguien.

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