Cerca del horizonte feliz

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Diario de un hombre en su camino a la redención personal. Noche número sesenta y cuatro:

Aquí me encuentro, una vez más en la misma hora sobre la fría noche que me toca los hombros y me abraza por detrás, el mismo minuto mientras los segundos corren en esta madrugada. Me analizo una vez más, intento motivarme para continuar con la vida que he llevado hasta ahora. Mis torturas han acabado, siento que mis demonios internos se alejan de mí; me he convertido en un repelente para ellos. Los estoy dejando atrás, al igual que mis pecados. Me levanto ahora con mucha energía, me gusta pensar que soy una nueva persona.

O también pienso que soy una mejor versión del ayer para el hoy, y pienso ser otra versión mucho más mejor para el mañana. Esta es mi resiliencia.

Pienso en mis padres; hace dos días que no tengo algún contacto con ellos. Ahora los echo mucho de menos, extraño mucho a mi madre, me dí cuenta tarde que siempre tuve su amor, mi corazón lo sabía, pero mi mente me hacía sentir lo contrario, al igual que el orgullo de mi padre por mí. Tan sólo cargo conmigo la nostalgia de haber crecido con ellos, aquellos recuerdos que se tornaban feos eran los más bonitos. Carajo, qué tarde me dí cuenta de esto.

Siempre me levanto para observar el sol ascendiendo sobre el horizonte. Lo comparo con el otro horizonte; de un lado, la noche envidiando y anhelando más tiempo para cubrir con su manto negro al mundo entero; del otro, el sol que se asoma para anunciar el inicio de otro día más con sus asombrosos colores. Lo considero como el horizonte feliz, que deja atrás al otro horizonte triste y deprimente. El horizonte feliz me ve, sabe que lo estoy viendo. Veo el amanecer, no es más que un tesoro personal el cual tengo el privilegio de mirar siempre que me levanto a escribir este diario. Es un regalo, mi regalo de cada mañana.

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