AMIGOS

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JESSE ABERNATHY

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—En serio, no tienes qué hacer todo lo que mi papá dice —toma otro sorbo de ese batido de fresa y me mira fijamente.

—Lo sé —le echo un vistazo rápido pero esos malditos pantalones cortos no me dejan concentrarme—. Pero está bien, la academia de policía es un campamento de verano comparado con lo que haces en el ejército.

—Como sea, es innecesario que hagas esto. No puedo creer que te haya obligado. —resopla.

—De cualquier forma, no confía en mí, puesto que tu chófer nos sigue a cada maldito lugar.

Miro por el espejo y gruño viendo el puto Audi que me sigue a todos lados. ¿Cuál es el punto de ir por ella a su casa si el chofer nos va a seguir como perro?

—No te preocupes por Fred, le gusta mucho conducir... Y está aburrido. —toma otro sorbo ruidoso del batido, terminándolo por fin. Se inclina para dejarlo en el posa vasos y su brazo toca el mío—. ¿Seguro que no quieres desayunar algo? No te he visto comer en toda esta semana.

Mantén los malditos ojos al frente, Jesse.

—Soy militar, estoy acostumbrado a despertar temprano y hacer todos mis deberes antes de las 6.

—¿De las 6? —chilla, girando en el asiento para mirarme—. ¡Estás loco!

Estoy jodido.

Mi vista se desplaza por la ajustada camiseta de la academia, cuyo logo queda estratégicamente puesto sobre su teta izquierda. Pero lo que realmente me atrapa es el pantalón azul corto que deja ver sus largas piernas blancas.

—Entrenamiento, práctica, disciplina —repito como un maldito robot—. Hábitos que salvan tu vida allá afuera.

Y me refiero a los países extranjeros en los que tenemos tropas, ahí no hay lugar para el error si quieres regresar completo... O vivo.

Se recarga de nuevo en el asiento, pero esta vez levanta las piernas y las estira sobre el tablero de mi auto con los tenis a medio abrochar.

—Agh —gruño de frustración y ella me mira.

—¿Qué?

—Abrocha tus agujetas, Ana. No voy a salvar tu culo si caes de bruces por descuidada.

Ahora es ella quien pone los ojos en banco y gruñe bajito, doblando la pierna sobre el tablero para atar la cinta, atrayendo de nuevo mi atención.

Malditos pantalones cortos.

—¡Listo! ¿Ves? —sacude la pierna—. Dios, eres como un molesto hermano mayor.

Mierda.

Decido cambiar el tema antes de que diga algo imprudente, o nos arroje a ambos fuera del camino por echar un vistazo.

—Tu cumpleaños, esta noche. ¿Cuál es el plan?

—Hmm —encoge los hombros con indiferencia—. Fred y yo vamos a cenar a mi restaurante favorito cada año, ¿Quieres venir?

¿Qué?

—¿Qué hay de tu papá? ¿No viene a festejarte?

—No —la respuesta llega tan rápido que me hace enojar—. Me manda un obsequio, pero no viene hasta después porque Elena es un dolor en el culo.

Jodida mujer.

—¿Y tu madre? ¿Al menos ella te festeja o algo?

—¿Bromeas? —cruza los brazos bajo el pecho y yo me aferro más fuerte al volante—. Ni siquiera llegó a dormir anoche, Dios sabe dónde y con quién está ahora.

¿Qué carajos?

¿Por eso el señor Steele no se preocupa por ella?

—Bien, supongo que me estoy uniendo a ustedes en el restaurante. ¿Alguien más a quien hayas invitado?

Me cuesta creer que esta bella chica no tiene una sola amiga que la frecuente o que se preocupe al menos por aparecer en su cumpleaños.

Cuando paro en el semáforo, alcanzo a ver que ella baja la mirada y presiona sus labios con fuerza. Suspira bajito antes de negar.

—No, nadie más que yo sepa.

Recuerdo las palabras del senador sobre su hija siendo una niña tranquila y eso,  pero ella justo esta cumpliendo 19 años, es una mujer adulta. ¿Es muy pronto para invitarla a salir?

Mierda, necesito comprar un obsequio o al menos flores para ella.

—Entonces nos veremos más tarde. —es una cita.

O por lo menos esperaba que fuera algo parecido, pero ella sigue ignorándome o fingiendo que no nota la forma en que la miro. Su chofer, por otro lado, no pierde cada detalle.

La ventaja de estar todo el tiempo con ella es que nadie se acerca porque rápidamente asumen que es mi novia.

Y estamos justamente ahí un par de semanas después, cuando hemos salido todos los días y le he presentado a toda mi familia.

—¿Vemos una película esta noche? Estoy de humor para algo cursi —Ana golpea mi brazo antes de bajar del auto—. Y si mi papá pregunta, era la última de Stallone.

Sus cejas se fruncen en un puchero adorable.

—¿Todavía hace películas?

—¡Por supuesto! —chillo fingiendo sentirme ofendido—. Voy a pretender que jamás dijiste eso.

Ella suelta una carcajada tan fuerte que hace que algunos de los chicos que ya están en el gimnasio nos miren con interés. Gracias Dios que Ana desistió con los pantalones cortos.

—Bien, pero mañana quiero ir a la librería y te toca cargar mis libros.

—Es un trato.

Nos acomodamos en nuestros lugares justo a tiempo para comenzar el calentamiento y luego los entrenamientos de defensa personal.

Antes del primer descanso, veo a Ana mirar sobre su hombro y entrecerrar los ojos hacia un par de hombres que salen por las gradas.

—¿Christian? —balbucea.

Ni siquiera alcanzo a preguntarle qué ocurre cuando ella ya está corriendo hacia afuera, llamando la atención de todos los demás.

—¿A dónde va? —pregunta Will, mi mejor amigo de la secundaria que me encontré aquí en la academia.

—No lo sé, pero voy a averiguarlo.

La sigo, trotando para no perderla de vista. Sale del gimnasio y se detiene en la acera, saludando a los hombres y puedo ver qué uno de ellos lleva una placa de policía en el pecho sobre su ropa de civil.

Desde la distancia no escucho lo que dicen, pero la postura de Ana es relajada. Uno de los hombres sube a un auto y el que está frente a ella la mira con atención.

Demasiada atención para mi gusto.

—¡Ana! —la llamo para que sepan que estoy ahí.

Cuando el hombre me mira, inmediatamente sé lo que quiere.

Quiere a mi chica.

Y eso está por verse

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