DOBLE CITA

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POV. Luke Sawyer.

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Es sábado por la noche, estoy viendo un partido de fútbol con una cerveza en la mano y un enorme tazón de nachos con queso en la otra.

Carajo, si. La vida es perfecta.

En realidad me importa una mierda el juego, pero estos nachos con jalapeño lo son todo. Tomo una fritura triangular, la sumerjo en el queso y luego en el picante justo antes de ponerla en mi boca. Está a medio camino cuando el timbre de la puerta suena.

Mis cejas se fruncen.

¿Quién carajos podría ser?

Dejo el tazón y la cerveza sobre la mesita y me levanto para abrir la puerta. Dos pequeñas mierdas larguiruchas y de cabello negro me sonríen.

—Buenas tardes, señor Sawyer. —malditos gemelos idénticos—. ¿Están Maddie y Marcie listas?

Que. Mierda.

Mis ojos se entrecierran sobre ellos mientras trato de recordar si los he visto antes o los conozco de algún lado. Nop, nada.

—¿Quién carajos son ustedes?

El del pelo alborotado da un paso adelante, cubriendo al otro que parece más pálido que hace un momento.

—Somos Daniel y Diego, las citas de Maddie y Marcie. ¿Están listas?

Una sola ceja se arquea en mi frente ante su descaro. ¿Están aquí por mis niñas? ¿Para llevarlas a una puta cita? ¡Si apenas tienen 17 años!

Cierro la puerta inmediatamente en la cara de ese par de cabrones, antes de dirigirme a la sala y apoyar las manos en la cadera.

—¡Marcella! ¡Maddison! ¡Vengan aquí inmediatamente!

Ese par de pelirrojas debe estar escuchando desde la escalera porque escucho sus pasos sobre la alfombra. Sus pecosas caras culpables están maquilladas cuando se detienen frente a mi.

—¿Si, papá? ¿Nos llamaste?

Tengo que hacer uso de mis años de entrenamiento como policía para descubrir todo este misterio y sobre todo, lidiar con esto porque sabía que pasaría algún día, solo que no estoy listo.

—Hay dos cabrones engreídos en mi maldita puerta, diciendo que llevarán a mis hijas en una cita. ¿Cuándo carajos pasó eso?

—Papá... —Maddie es la primera en saltar—. Solo vamos a ir por un helado a la tienda que está un par de cuadras más allá.

—¿Con permiso de quién?

Marcie imita mi gesto de labios apretados antes de responder.

—Mamá dijo que estaba bien.

¡Por supuesto que la roja mayor estaba involucrada en todo esto! Tomo el móvil del bolsillo y marco el número de mi esposa.

—¿Si? —su voz se escucha por encima de la música—. Hola, nene. ¿Todo bien?

Respiro hondo para controlarme.

—Mamita, Dingo y Dango están en la puerta diciendo que saldrán con mis niñas. ¡Malditos adolescentes hormonales que apenas pueden mantenerlo en sus putos pantalones!

—Cariño, calma. —ella me habla con tranquilidad—. Está bien, te lo aseguro. Conozco a la madre de esos dos y son buenas personas. Estoy segura que pueden acompañar a las chicas por un helado, 30 minutos máximo.

Lo que dice no me convence del todo.

—Bueno, no me lo dijiste. Ni ellas. ¿Por qué estoy siendo ignorado? Además, no serie un buen detective si confiara a la primera.

Becca suspira en la línea antes de hablar.

—Tienes razón, lo siento, nene. Les prometí a las chicas que saldrían, pero puedes tener algunas palabras con los chicos.

Es mejor que nada.

Me despido de mi esposa y termino la llamada, luego le hago una cena al par de rojas para que que vayan a sus habitaciones por cinco minutos.

Cuando la sala está despejada, me dirijo a la puerta y abro.

—Ustedes... —señalo al primer chiquillo, luego al otro—. Vengan aquí.

Dejo que entren en la casa y me siguen hasta la sala. Me siento en el sofá más grande y para ellos elijo el apretado sofá junto a la lámpara de pie de Becca.

—¿Mis hijas dijeron que soy policía? —las pequeñas mierdas asienten—. Entonces sabrán que quiero respuestas honestas a mis preguntas o saldrán de aquí con un par de esposas.

Estoy mintiendo, pero los jodidos chicos no lo saben. Me inclino hacia delante para que me miren.

—¿Nombres?

—Uh, Daniel y Diego Sanders.

—¿Edad?

—17 años. —bien, al menos tienen la edad de mis chicas.

—¿Estudian?

—Si. Primer semestre de ingeniería.

Buena respuesta.

—¿De dónde conocen a mis hijas?

Los cabrones se turnan para hablar y yo siento como si estuviera viendo doble.

—De la cafetería en el campus.

—¿Dónde viven?

—En Bellevue.

Carajo, se me están acabando las preguntas, así que saco el móvil del bolsillo y abro la aplicación de la cámara para tomar una foto de esos dos. Luego presiono el botón para grabar una nota de voz.

—Daniel y Diego Sanders, 17 años, de Bellevue. Investiga si tienen antecedentes.

Bajo el móvil lentamente mientras ese par se pone pálido. Tal vez si debería enviar el mensaje a Ethan y hacer que investigue en la base de datos.

—¿Encontraré algo ahí que no me hayan dicho?

Los chicos niegan rápidamente, sus cabezas sacudiéndose.

—No, señor.

—Bien. —me pongo de pie—. Es todo por ahora, pueden llevar a los hijas a la heladería y estar aquí en 30 minutos.

—Si. —se levantan de un brinco y se dirigen a la puerta.

—Y la próxima vez... —se detienen cuando les hablo—. Si es una maldita cita, asegúrense de traer flores. Y una pizza.

Están tan apurados por salir de la casa que dicen Si y desaparecen, solo entonces Maddie y Marcie vuelven a bajar las escaleras porque obviamente estaban escuchando.

Rojo 2 se lanza a mis brazos.

—Gracias, papá.

—Solo hago mi trabajo, pequeña. —beso su cabeza y la de su hermana—. No se tarden, voy a sacar mi arma para limpiarla.

Marcie pone los ojos en blanco pero una sonrisa se estira en sus labios pintados de morado. Aún se aferran a mi costado cuando me miran.

—Papá, hay algo que queremos decirte. —un vistazo a su hermana y continúa—. Sabemos lo que queremos de regalo para nuestro cumpleaños número 18.

—¿Y qué es eso? —de ninguna manera las estoy llevando a una playa a qué se paseen en poca ropa.

—Queremos cambiar nuestros apellidos. —¿Qué? Mis cejas se fruncen en confusión.

—Lo que Marcie quiere decir es que queremos ser Sawyer, igual que tú. Y Jamie y mamá. Queremos llevar tu apellido porque eres nuestro padre.

Mierda, no esperaba esto. Mis ojos se llenan de lágrimas de felicidad que es difícil ocultar.

—Estaré encantado de hacer eso, niñas. Me hacen sentir muy orgulloso.

Ambas sonríen, me besan las mejillas y salen de la casa dejándome solo para lidiar con la emoción en mi pecho. Sin duda esas niñas se ganaron un lugar en mi corazón igual que su madre, y las consideré mías desde entonces. Mi apellido en sus nombres es una mera formalidad para algo que he sabido desde el inicio.

Somos una familia.

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moritaDiana corazón, espero que este día haya sigo genial. ¡Feliz cumpleaños! Te mando un abrazote 💙✨

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