4. DANIEL. Me has robado el corazón.

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«Sin prohibiciones no hay erotismo».

Georges Bataille

(1897-1962).

Daniel contempla el espectáculo que dan su hermana y Bjørn en el medio de la pista de baile y le entra un ataque de risa.

—¿Qué te pasa, guapote? —se burla de él una chica de cabello cobrizo enfundada en un mono de látex negro, que le marca las voluptuosas caderas, y cuya cremallera resalta los abundantes pechos—. ¿Acaso no crees en el amor?

—¡Para nada, por eso me río! ¿Sabes en qué creo, hermosura? En la satisfacción que proporciona el roce de los cuerpos desnudos —le replica Daniel en tono sensual—. Y en perderme en unos ojazos verdes como los tuyos. —Le acaricia la mejilla con el dedo índice y lo desliza hasta el cuello.

—¡¿Y estas cursiladas te funcionan?! —La joven le propina un golpe en la mano cuando está a punto de rozarle un seno.

—Normalmente sí —se jacta el trillizo y mueve los brazos de modo tal que los bíceps musculosos le desbordan la camiseta azul, del mismo color que la mirada—. ¿Contigo no?

—Ni un poquito. ¡Nada de nada! —Ella le pone la palma de la mano sobre la mandíbula y se la frota con lentitud—. ¿Sabes? Por lo general soy yo la seductora cuando alguien me atrae.

—Entonces te gusto, me estás acariciando.

     Daniel se agacha un poco —le saca una cabeza— y le da un pico sobre los labios. Retrocede enseguida para dejarla con las ganas.

—No estoy convencida del todo... Aunque reconozco que quizá seas un excelente prospecto para rollo de una noche. —La muchacha se le acerca tanto que el contacto de los senos le provoca que el corazón le palpite más rápido—. ¿Tienes un pepino gigante dentro del pantalón o es que te alegras de verme?

—Las dos cosas —le susurra Daniel en el oído y la besa de tal modo que las lenguas se enredan deseosas—. ¿Cómo te llamas, guapa?

—Dejo que tú elijas mi nombre. —La chica se muerde el labio inferior—. Dime cuál prefieres: ¿Ángela, Artemisa o Alexa?

—Ángela es el que te va mejor, no pareces de este mundo. —A Daniel lo estimula este coqueteo—. Yo soy...

—¡No lo digas! —lo interrumpe antes de que lo pronuncie—. Prefiero el anonimato, es muchísimo más erótico. —Vuelve a morderse el labio y lo analiza desde la punta de los pies hasta el peinado a la moda—. ¿No te resulta más práctico?

—Por lo general sois vosotras las que necesitáis saberlo todo antes de intimar. Para mí una mujer misteriosa es un reto —le aclara y le guiña el ojo.

—Daniel, tengo que decirte algo —los interrumpe Ágape.

—En un momento regreso contigo, hermosa —se disculpa el joven.

—¿Te dedicas a conquistar a las chicas de dos en dos? —le replica la muchacha.

—No, es mi hermanita. Ahora vuelvo. —Y se aleja para que no escuche la conversación—. ¿Qué pasa, pequeñaja?

—La chica con la que hablabas tiene algo que no me gusta —le suelta Ágape—. ¡No me fío de ella ni un pelo!

—Bueno, no importa para lo que yo tengo en mente —le replica y observa a la joven del látex con admiración.

—Si es necesario que te vayas con alguien, por favor, busca a otra —le suplica y lo ciñe del brazo para inmovilizarlo—. Alrededor de ella hay un halo rojo y negro. ¡Me da malísimas vibraciones!

—¡¿Desde cuándo percibes las auras?! —Daniel se queda flipando.

—Desde hace cinco minutos, cuando la he visto —reconoce Ágape—. Pero la chica no me gusta ni a ti tampoco debería gustarte. Recuerda que nuestro objetivo va más allá del placer, por algo vosotros tenéis superpoderes. Se espera que resistáis las tentaciones, en especial cuando no sabemos de dónde provienen.

—No tengas celos, pequeñaja, nunca dejaré de ser tu hermano mayor —y a continuación añade—: Mañana iremos juntos a hacer equitación, ¿vale?

—Vale —acepta Ágape, reacia—. Pero no te confíes: hay algo en ella que me echa para atrás, además del aura.

—Tendré cuidado, te lo prometo —y luego le pide—: Ve con Liz, ella tiene más peligro que yo. ¡Siempre le gustan los raros!

—Voy, Daniel, pero tú cuídate.

     La vigila hasta que se reúne con la trilliza. Luego gira y camina de regreso al sitio en el que lo espera la joven del látex.

—¿Hoy te toca hacer de niñero? —Le toma el pelo.

—No, hemos venido varios —y luego él le pregunta—: ¿Te parece bien si continuamos en otro lado para evitar más interrupciones?

—Enfrente hay un motel, ¿te vale? —le propone y lo vuelve a besar como si fuese de su propiedad.

—Si voy contigo te adelanto que no tendré las manos quietas ni un segundo. ¿Te parece que lo podrás soportar también? —Un brillo pícaro emerge en los ojos azules de Daniel.

—Siempre que sepas mover las caderas. —La joven lo vuelve a analizar—. ¿Tienes buen ritmo?

—Yo tengo ritmo, ¡pero a ti te falla el filtro, dices todo lo que se te pasa por la cabeza! —Él se carcajea—. ¿Nunca te cortas al hablar?

—¿Para qué cortarse? Soy de las que piensan que la sinceridad es el camino más directo para conseguir lo que me apetece —y con un brillo divertido en la mirada esmeralda, agrega—: ¿Sabes? Antes debes superar una prueba. Dicen que los hombres que bailan bien son buenos amantes, ¿te animas a demostrármelo?

     Daniel la coge de la mano y tira de ella hasta la pista. Luego la rodea con los brazos y la chica se le acomoda de tal forma que en lugar de danzar dan la impresión de que hacen el amor. Ninguno de los dos habla, sino que se dejan arrastrar por la lenta melodía y por el impacto de sentir cómo se complementan las montañas y los valles de las figuras de ambos.

—¿He aprobado? —le musita el trillizo en el oído un cuarto de hora después, en tanto aspira la sexy fragancia de la muchacha.

—Has aprobado cum laude. —La chica le acaricia la espalda y deja caer la mano hasta apretarle con codicia el musculoso glúteo.

     Él le da un beso que la deja sin aliento, mientras los ojos le brillan con la promesa de nuevos descubrimientos eróticos.

—¿Te das cuenta de cuán compatibles somos? —En uno de los giros Daniel aprovecha para introducir la pierna entre las de ella y para rozarla como al descuido donde la chica más lo reclama—. Deberíamos irnos ahora mismo de aquí y aprovechar el tiempo para que nuestras pieles se conozcan.

—¿Y a qué esperas? —El susurro femenino le suena a pura pasión y por eso, cuando le muerde el lóbulo de la oreja, a Daniel lo embarga el temor de entrar en combustión espontánea.

     Salen del pub y cada pocos minutos efectúan paradas para besarse. Daniel no sabe muy bien cómo han conseguido cruzar la calle y registrarse en el motel, pero lo cierto es que se hallan en una habitación donde tanto las paredes como la colcha y los adornos son en el tono de la sangre.

—¿Y ahora qué? —lo interroga la muchacha y le da un pequeño mordisco en el labio superior—. ¿Estás a mi merced?

—Soy tuyo, Ángela, me has robado el corazón.

     Apasionado, Daniel le recorre el cuello con la lengua y llega hasta el nacimiento de los senos. Cuando pretende bajarle la cremallera para degustarla con mayor intimidad, la joven le da un empujón y él cae de espaldas sobre el lecho.

—Disfruta del espectáculo, guapote —pronuncia con tono sensual y se baja el cierre del mono hasta el pubis.

     Este cae al suelo y da la impresión de que es la piel que un reptil ha descartado, aunque el chico no se fija en este detalle. Está pendiente de cómo el sujetador y la tanga en color negro le delinean el cuerpo a la perfección... Y ya no hay más pensamientos coherentes: se dejan llevar por el deseo una y otra vez a lo largo de la madrugada.

     Cuando amanece, la joven se levanta. Contempla a Daniel quien, agotado, todavía duerme. Luego camina varios pasos y se encierra en el baño. Se analiza frente al espejo y se acomoda la cabellera rojiza. Acto seguido se pincha el índice y escribe una letra «s» sobre el gélido cristal. Enseguida el rostro de Satanás aparece dibujado sobre la superficie.

—¿Qué tal has pasado la noche, mi pequeña piraña? —le pregunta el Diablo, la mirada esmeralda es una réplica de la de su hija.

—Perfecta, papi, ya tengo a Daniel comiendo de mi mano —y al apreciar que el demonio está a punto de hacerle una advertencia, se apresura a añadir—: No me vanagloriaré ni daré por hecho que lo he conseguido, seguiré trabajando. ¡Te lo prometo! Me esmeraré para conseguir nuestro objetivo.

—Y sé que lo conseguirás, Astartea, tengo mucha fe puesta en ti.

     Cuando finaliza la pequeña conversación la princesa del Infierno vuelve a la cama. Esboza una sonrisa satisfecha mientras estira el brazo y le coloca la mano —como si fuese una garra— a Daniel sobre el pecho y sin que este se despierte.

—¿Sabes qué sencillo sería para mí robarte el corazón? —Su voz apenas es un murmullo—. Literalmente y no de manera figurada...




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