✧ Capítulo 35 ✧

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En otro tiempo, en otro mundo...

Uriel sentía que iba a perder la cabeza. En un momento como ese, tan tenso, tan difícil, se veía obligado a tomar una decisión.

Los enormes pasillos blancos e impolutos de ese palacio se extendían durante kilómetros y kilómetros. Su padre estaba furioso y el ambiente estaba cargado, como si en cualquier momento pudiera descargarse una tormenta.

No era habitual que existiera ese tipo de caos en su mundo, en absoluto. Uriel estaba acostumbrado a la paz y la armonía con sus hermanos, siempre había sido así.

Hasta que Kahenn había decidido rebelarse.

Ellos no estaban diseñados para rebelarse, justamente, al contrario: los ángeles habían sido creados para obedecer a su padre, para seguir sus órdenes y mantener la paz en su mundo.

El problema era que Kahenn llevaba años anhelando visitar otros mundos, salir de allí. Ellos podían salir, no eran prisioneros, pero no estaban hechos para desearlo. Era habitual que su padre los enviara a distintas misiones: al mundo de los humanos, a comunicarse con otros dioses, al mundo oculto...

Kahenn quería tener total libertad. Salir de allí y tomar sus propias decisiones.

Había intentado escaparse y, evidentemente, había provocado la ira de su padre. Ahora se celebraría un juicio, ahora, Kahenn, podría pagar las consecuencias de su rebeldía.

Uriel dio una y mil vueltas en esa habitación blanca de mármol, en esa casa de la que apenas había salido desde el día que naciera, cientos de años antes. Los ángeles eran criaturas simples, bondadosas, no anhelaban viajar ni conocer aquello que les rodeaba. Nada les provocaba demasiada curiosidad a excepción de los deseos de su padre y, desde luego, el bien en los demás.

Los ángeles no tenían ni un ápice de maldad en ellos, algo de lo que algunas criaturas ya se habían aprovechado en el pasado.

Uriel salió de la habitación y caminó en dirección a una de los cientos de puertas de ese palacio. Sin nada que ocultar ante nadie, Uriel caminaba vestido con una túnica blanca inmaculada y sus hermosas alas extendidas. Eran inmensas, más altas que su propio cuerpo, y habían sido catalogadas en el pasado, por los pocos humanos que alguna vez habían tenido la oportunidad de verlas, de lo más divino y hermoso que jamás hubieran presenciado.

El sonido de las trompetas que anunciaban el final del juicio se hicieron oír por encima de cualquier otro sonido que pudiera acompañarlo.

Descalzo, sin necesidad de utilizar ningún calzado, Uriel abrió la puerta del palacio y sus ojos quedaron cegados por unos momentos a causa de la intensa y blanca luz del sol. No se encontraban lejos de la estrella, pero era evidente que su cercanía no les afectaba negativamente, más bien al contrario: su mundo era un oasis, el mundo más hermoso que jamás hubiera existido: cálido sin resultar sofocante, húmedo sin resultar incómodo, pacífico, pero intimidante a la vez.

Encontró a su hermana sentada en uno de los escalones de piedra blanca, a la entrada de su hermosa morada.

—Zanna —dijo.

La joven se giró hacia él, con su cabello negro cayendo sobre su espalda en los más hermosos tirabuzones que uno pudiera imaginar. Al igual que él, vestía una túnica blanca, tan sumamente brillante, que parecía envolverlos como un halo.

—Se avecina lo peor —dictó ella—, lo sé, Uriel, lo he visto.

Zanna era capaz de prever algunos acontecimientos. La mayoría de ellos eran desgracias, por lo que sus visiones no eran especialmente halagüeñas. A veces, de todas formas, eran imprecisas, así que no era tan preocupante saber que lo que Zanna había tenido una premonición tan negativa.

—Hemos de esperar, ser pacientes...

—Lo ha juzgado ya —interrumpió Zanna—, y padre ha decidido que Kahenn es culpable.

Uriel estuvo a punto de preguntar cómo podía saber eso, pero se dio cuenta de que no se trataba de una premonición por parte de su hermana, más bien era solo la utilización de la lógica en un momento como ese.

—¿Qué le hará?

—Desterrarlo.

La misma palabra le helaba la sangre a Uriel. ¿Desterrarlo? Eso ya era, en sí mismo, el más horrible de todos los destinos. Los ángeles estaban hechos para vivir en sociedad, junto a sus hermanos. No estaban hechos para ser desterrados ni para tener que enfrentarse a la soledad por primera vez.

¿A qué sociedad podía unirse un ángel? A ninguna. No había ningún futuro para una criatura como él en soledad.

—La soledad lo corromperá, Zanna —vaticinó Uriel—. Su alma no podrá soportarlo, dejará de ser quien es y...

—El destino de nuestro hermano está sellado, Uriel. —Zanna lo interrumpió y su voz fue firme, aunque no estuvo exenta de tristeza—. Y si se corrompe, si decide tomar venganza algún día, nosotros estaremos ahí para detenerlo.

Sus palabras lo aterraban. Uriel deseó con todas sus fuerzas que su hermana no tuviera razón, que Kahenn mantuviera la cordura y no cayera en la desesperación. Porque si lo hacía, todos ellos estarían condenados.


⚜︎

¡Hola! Espero que os haya gustado el capítulo. Me ENCANTA escribir capítulos de este tipo de fantasía, así que me gustaría un montón explorar este mundo

Gracias por pasar a leerme, ¡nos vemos en el próximo! :)

Mil besos

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