Husmeamos con desayuno incluido.

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Phil le sacudió el hombro a Berenice y ella se despertó sin demora como si hubieran accionado en ella un botón de encendido. Observó la campera de aviador de Sobe sobre su cuerpo y se la devolvió sin decir nada.

Miré del otro lado. Estábamos en una pequeña calle llamada Balfour. Habíamos dejado atrás la zona turística, de ese lado había casas idénticas, estrechas y altas. Las estructuras estaban hechas de ladrillos rojos, tejados negros y numerosas chimeneas. Los contornos de las ventanas eran blancos. Cada propiedad tenía dos pequeños arbustos frontales y rejas negras delante. El barrio se veía hogareño no parecía ni amenazador o siniestro, sin duda algo ahí dentro iba a matarnos.

La luz del amanecer llegaba gris y débil detrás de tantas nubes espesas.

Nos bajamos del vehículo y seguimos a Phil a uno de los edificios más grandes. Tenía seis pisos, un pórtico con arbustos pequeños a los lados y era el doble de ancho que el resto. Dejamos a Petra en la miniván, afuera estaba helado y Phil sufrió la temperatura. Se encogió al sentir el frío cortante en su piel, pero no podíamos prestarle un abrigo porque él era enorme y nuestra ropa la usaría como pañuelo.

Subimos las escaleras y él tocó la puerta con el puño.

La puerta de madera se arrimó unos centímetros y por ella se asomó una figura. Tenía unas gafas de aviador, un gorro que le tapaba hasta las cejas y un pañuelo cubriéndole la parte inferior del rostro. Incluso tenía las manos forradas por guantes de lana. No medía más de un metro treinta. Era un hombrecillo. Estaba totalmente cubierto como si fuera un ladrón, pero no creía que obtuviera mucho botín de nosotros.

—¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó una voz computarizada que sonaba como una licuadora.

—Queremos hospedarnos —informó Phil frotando sus brazos.

El enano detrás de la puerta tardó en responder.

—Yo te conozco, eres un Transformista enfermo...

—Mentalmente inestable con delirios sicóticos frecuentes —corrigió Phil, no sé para qué porque sonaba peor.

—Y ustedes —El hombre nos señaló con un dedo de lana negra—. Se sienten como trotamundos —Se estremeció—. No admitimos a trotadores en este hostal. Atraen a La Sociedad y nosotros también escapamos de ella.

—Entonces no nos des una habitación —sugerí —. Sólo queremos hablar con la boticaria-chaman-curandera-administradora de este lugar.

Negó con la cabeza y el movimiento se oyó metálico. Ya me estaba cansando que no fuera bienvenido en ningún lado por ser trotador.

—Este lugar es exclusivo —farfulló.

—¿Exclusivo? —preguntó Sobe con aire divertido apartándose de la verja en la que estaba apoyado con aburrimiento, tenía las manos en los bolsillos y la nariz roja del frío—. ¿Tan exclusivo cómo ese secreto que no se le puede contar a los idiotas?

Tuve que haber sabido que la cosa no iba en serio, pero pregunté:

—¿Qué secreto? —preguntó el hombrecillo de voz robótica.

—Lo siento, pero no puedo contártelo —respondió con una sonrisa burlona.

El hombrecillo pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro y se oyó un chirrido mecánico. Tenía una de sus manos en la puerta y la otra reposada sobre el marco creando una barrera con su propio cuerpo. Nos observó detrás de sus antiparras y continuó interrogándonos y poniendo excusas.

—¿De dónde vienen? Se ven desastrosos.

Sobe me dio un palmazo en el pecho.

—Te dije que esos zapatos no combinaban. Te lo dije.

Lo ignoré. La máquina o el hombre titubeó frente a los comentarios de Sobe, lo estaba desconcertando, aunque nadie lo hubiese adivinado sus taradas aportaciones había surgido efecto. Lo distrajo lo suficiente para no notar que Phil se acercaba. Se puso en modo acosador, apoyó la palma abierta por encima de la puerta y empujó con una fuerza superior.

La puerta se abrió, el hombre retrocedió como si lo hubieran empujado y él avanzó unos pasos. Estaba vestido con una capa cerrada, sólo se le veían las manos enguantadas.

—No te dijimos que preguntes por nuestro aspecto, Astroboy. Te dijimos que nos des una habitación y que llames a la dueña de este lugar —decretó Phil—. Quiero hablar con ella.

—¿Con Micco?

—¿Pico? ¿Estás insultándome?

—Dije Micco —bisbiseó el hombrecillo, encogiéndose de miedo.

El rostro de Phil se iluminó como si de repente recordara su nombre.

—¡Sí, con Micco quiero hablar! Y que sea rápido —sugirió—. No me gusta esperar.

El hombre asintió y se oyó el chasquido de una máquina detrás de su traje. A regañadientes nos guío. La casa estaba tan oscura que me costaba guiarme por las habitaciones y los pasillos. Nos hizo subir dos pisos, agarró un manojo de llaves que colgaba de su pantalón, abrió una habitación y nos indicó torpemente el interior. Dijo con tono servicial que el desayuno era a las siete, dentro de dos horas, y que en ese momento podríamos hablar con Micco. Dicho eso se fue sin pedir propina como si supiera que no podía esperar nada de nosotros.

Hombre sabio.

La habitación era muy sencilla, las paredes eran blancas al igual que el cubrecama, contaba con un baño, una pequeña estancia con sillones y una ventana con cortinas marrones.

Me pareció muy extraño que nos tuvieran esperando hasta el desayuno, eso les daba tiempo de llamar a alguien.

Sobe se desplomó sobre la cama, suspiró y contempló el techo.

A pasar de que tenía dos horas para descansar supe que no lograría hacerlo. Estaba demasiado inquieto por hablar con Micco y preguntarle sobre La Cura. Era un lunes al amanecer, sólo me quedaban cinco días para viajar Japón donde se daría el Concilio del Equinoccio, tenía las horas contadas para que las Catástrofes comenzaran a actuar y La Sociedad no tardaría en adivinar que estábamos en Londres.

No podía tranquilizarme, me temblaba todo el cuerpo como si hubiera bebido mucha cafeína, pero no comía nada desde el picnic en la playa con mis amigos. Y lo peor de todo mi cena habían sido unos panecillos que había horneado Dagna, lo cual significaba problemas intestinales y mal sabor.

—La boticaria —susurré— ¿Dónde te atendía? ¿El consultorio está en el mismo edificio? —Me volví hacia Phil que estaba robándose unas velas aromáticas.

Tenía los bolsillos llenos de cosas hurtadas, me miró sorprendido y se detuvo a medio camino, dudó y asintió. Me descolgué la mochila, saqué una linterna, verifiqué que funcionara todavía y cuando alcé la vista Berenice ya se encontraba abriendo la puerta.

—¿Quieren husmear en su botica?

—¿Por qué no? —preguntó Sobe encogiéndose de hombros y vigilando el pasillo por si el hombre que emitía ruidos metálicos regresaba—. Si ellos se despiertan tarde no es culpa nuestra. Al que madruga los pasajes lo ayudan.

—Nunca escuché esa frase.

Además, el cielo está muy negro —Señaló las cortinas y vi que la poca luz del sol se había ocultado detrás de nubes plomizas—, no me da buena pinta y no quiero quedarme de brazos cruzados.

Él también tenía una linterna. Phil se encogió de hombros, se internó en el pasillo, hizo un gesto con la mano y lo seguimos. Todo estaba muy silencioso y de las otras habitaciones se filtraban ronquidos quedos, lo que me hizo saber que había más huéspedes. Las paredes eran de madera oscura, el suelo estaba alfombrado con un tapiz de arabescos dorados.

Subimos una escalera y abordamos un piso que sonaba vacío. Berenice cerraba la fila, Sobe iba delante al lado de Phil. Divisó algo que venía de la izquierda, ahogó una maldición, aplastó la linterna contra su pecho a la vez que agarraba a Phil del brazo, lo arrastraba unos peldaños abajo y lo empujaba contra la pared. Sin preguntar hicimos lo mismo, nos refugiamos en las sombras del rincón de la escalera.

Vi que por el pasillo discurría un monstruo que se veía como un perro gigante, pero con piel gelatinosa y el trasero como una babosa. Traía puesta una peluca blanca, joyas y un vestido que se parecía mucho a los que usaba la reina. Le caían hilos de baba de la comisura de la boca. Iba acompañado de una forma humanoide de dos cabezas.

—¿Tú crees que se lo crean? —inquirió el monstruo perro.

—Pues claro —respondieron las dos cabezas al unísono—. Los humanos no son muy avispados en esas cosas. Nadie va a notar que nos llevamos a su reina. Podrás ocupar su lugar, te ves igualito a ella.

Sobe rodó los ojos. Cuando sus pasos acompasados dejaron de sonar salimos de nuestro escondite y guiados por Phil nos metimos en una habitación.

Era un despacho deshabitado. Berenice encendió la luz. Había un escritorio delante de una biblioteca que ocupaba toda la pared, una computadora y un mueble licorera. Una puerta estaba cerrada con candado a un lado de la licorera y también al lado de una...

—¡Una planta de plástico! —gritó Phil presa de un arrebato.

Nos volteamos y lo chitamos, pero él ya no era consiente de nosotros. Corrió hacia la plata, la contempló flipado y rio como si tuviera en una fiesta divertidísima. Comenzó a frotarse las hojas de plástico por el cuerpo como si fuera jabón.

Había cambiado otra vez y madre mía, esa personalidad tenía la cabeza de adorno, su cerebro era más pequeño que un maní. Pero estaba enfermo de la cabeza y debía tenerle paciencia.

Aunque lo habíamos perdido el lugar al que nos había conducido parecía importante sobre todo la puerta bloqueada.

Berenice puso los ojos en blanco y se dirigió a la puerta, sacó detrás de su bolsillo un arma con silenciador y le disparó al metal con naturalidad. El candado cayó sobre suelo emitiendo un débil ruido metálico.

Antes no tenía ese tipo de armas así que supuse se la había robado a un agente cuando yo estaba inconsciente.

Sobe meneó la cabeza.

—Mi hermano murió por la culpa de un candado. Estaba huyendo de una mantícora gigante y cuando quiso agarrar una bicicleta para escaparse pedaleando estaba encadenada y... y... ya saben, fueron segundos vitales —comentó con aire fúnebre y luego dio un paso adelante.

Abrió la puerta y nos recibió una habitación que pudo haber sido consultorio médico sólo por la camilla al costado, el resto del espacio era ocupado por plantas y frascos, del techo colgaban hierbas o frutas secándose. Había varios esqueletos desde uno humano, hasta el de una sirena y el de algo con muchos dedos. El suelo era de madera oscura. Ese lugar olía a plantas y tierra mojada. Y cosas no higiénicas.

Sobe encendió un farol eléctrico y portátil. Berenice abrió unas gavetas y se puso a hurgar allí con semblante inexpresivo, yo me incliné sobre las estanterías de una despensa y comencé a leer el nombre de todos las medicinas, pociones y curas. Los frascos eran de todos los tamaños y formas.

—¿Qué forma creen que tendrá? —inquirí—. Digo... tal vez la Cura del Tiempo puede ser una fruta o tener dos nombres... como la frutilla que en algunos países se llama fresa. Tal vez podría llamarse —leí el frasco que tenía entre mis dedos—. Rubicula.

Miré en busca de respuesta, Berenice se encogió de hombros leyendo los rótulos de los expedientes, esa era su manera de decir que la dejara en paz.

Sobe estaba contemplando una alfombra que tenía debajo de su bota, presionaba la lana y ladeaba la cabeza como si tratara de entrever algo.

—¿Qué haces?

—Me lleva el... —Se paró de rodillas, agarró la punta de la alfombra y la deslizó dejando el suelo de madera desnudo y revelando una trampilla, levantó sus ojos chispeantes y divertidos—. Cosas secretas ¿Quieres ver?

Asentí. La trampilla no tenía empañadura.

Desenvainé a anguis, la inserté en el resquicio y la usé como si fuera una palanca. Sobe estaba cruzando los dedos y murmurando «Diario personal, diario personal». La puerta se abrió.

Detrás había muchas fotografías de una anciana, papeles en un idioma ilegible o con anotaciones en la misma lengua. La anciana no era del tipo de señoras que podría tener la oportunidad de participar en un comercial de cosméticos antiarrugas o en cualquier otro lugar donde sea vista, no tenía rostro amigable, su cuerpo era como el de una momia y su cara era aún más horrible. Tenía tanto cabello que por poco creí que era una bestia.

Tal vez no era humana.

—¿Esta es Micco? —inquirí.

—No —negó Phil entrando a la habitación, masticando una hoja de plástico y observando las fotografías—. Yo la conozco, es muy popular entre los extranjeros de mundos. Ella se llama Leila. Es amiga de Dracma Malgor. Bueno... amiga especial —Me guiñó un ojo de forma depravada.

Tuve que reprimir las náuseas.

—Creo que Dracma Malgor toma malas decisiones ¿Y nuestro destino depende de él? —inquirió Sobe y luego le desprendió una mirada arrepentida a Berenice que se había acercado, estaba inclinada sobre la trampilla, cerrando el círculo—. No es que me fije sólo en el exterior, para mí lo que importa es el alma —sonó muy forzado, rodeó los hombros de ella en actitud santurrona y sonrió—. Seguiría creyendo que eres sensacional, aunque te vieras como ella.

—¿Con pelos en la cara como simio y todo? —inquirí divertido.

Él se encogió de hombros fingiendo desinterés.

—¿Puedes leer esto? —inquirió Berenice mostrándole a Sobe los papeles e ignorando todo lo demás.

—¡Perfecto nuestra primera actividad juntos! Tú sí me entiendes ¿A que no somos almas gemelas? —Ella no contestó, ni siquiera le dedicó una mueca en respuesta. Permaneció en silencio, cediéndole los documentos y esperando que reaccionara. Sobe soltó las fotografías con una sonrisa divertida, deseoso de poder demostrar sus conocimientos—. Claro, es facilísimo, cada letra de nuestro alfabeto está reemplazada por un símbolo en este idioma. Es el idioma de Onenev.

—¿De ese mundo no provenía el veneno que utilizamos el año pasado para exterminar los bosques de Babilon?

Berenice asintió. Miré a Phil que fingía fumar una hoja plástica como si fuera un habano.

—Venga, Phil, vigila la puerta.

Me sopló sobre la cara como si escupiera humo.

—Sale —exclamó con acento mexicano.

Sobe continuaba leyendo los archivos. Se veía muy concentrado. Y negó con la cabeza.

—Esto es desastroso —murmuró y siguió leyendo—. Oh, esto es demasiado desastroso.

Berenice y yo nos pusimos tensos, estábamos sentados en el suelo de cuchillas listos para saltar si se presentaba algo. Había una ventana tras nuestra espalda que daba a un nublado barrio de casas.

—¿Qué? ¿Qué dice? ¿Qué dice, Sobe? ¿Qué dice el documento?

—Nada útil, pero la persona que escribió esto puso hogar sin h y umbral con h y v —Negó con la cabeza, soltó los documentos y agarró las fotos—. Creo que prefiero ver el primer plano de Leila a que tener que leer otro aquí escrito con k.

—¿Pero qué decía? —pregunté otra vez.

—Nada útil ya lo dije, descripciones de una dirección de este mundo y varías especies de monstruos. Nada más. Describe una casa a cuatro cuadras de un restaurante que se sitúa enfrente de... oye, mira esto. No todas son fotografías de Leila.

Sobe comenzó a pasar las fotografías y reparamos en que eran diferentes personas, algunas jóvenes, otras de mediana edad o ancianas. Incluso algunas no eran humanas. En total eran veinticinco personas, sus caras se repetían al cabo de un momento, pero desde otros ángulos.

—¿Por qué Micco guardaría esto? —inquirí desanimado.

Había esperado poder encontrar algo antes de hablar con ella porque no estaba muy convencido de que nos daría información sobre qué era la Cura del Tiempo.

Sobe estaba viendo los rostros con una sonrisa pícara, pasaba las fotos como si fueran cartas, pero se quedó helado de repente. Su sonrisa desapareció. Sus músculos se crisparon como si fueran recorridos por electricidad.

—Jo... Jonás —su voz sonaba cargada de miedo.

—¿Qué?

Sobe giró la fotografía que estaba viendo. En ella estaba retratada una persona que conocía bien.

Y todavía mucho más fea que Leila.

Era yo.    








Actualizo otra vez porque me enteré que cumplió años la lectora @AdriGomSnai así que quería regalarle este capítulo.

Sé que ya termina el año pero me gustaría saber también sus cumpleaños para hacer lo mismo con ustedes en 2021 ¡Así que pónganlos acá! 

 En virtualidad es lo único que podría regalarles jajaja XD

¡En fin, feliz sábado!

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