II. Me convierto en niñera

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Había un rincón con una barra de cien metros de largo y dos de ancho donde aterrizaba comida que bajaba empaquetada de una rampa metida en la pared. Me recordó a los túneles que había en los hoteles para arrojar la colada o la basura, aquellas rampas por donde se deslizan los residuos hasta un sótano o callejón, así se deslizaba el almuerzo. Las personas hacían fila frente a uno de los accesos en la pared, agarraba la caja del tamaño de un libro que aterrizaba en la barra y se iba a sentar en un cualquier lugar.

La fila era larga pero el flujo era rápido, agarré mi caja junto con Veintiuno y me alejé de la barra. Él se puso de puntillas en mitad de pasillo, buscó a alguien en la multitud y se desilusionó al no encontrarlo, solo que trató de no mostrarse frágil frente a mí. No sabía a quién buscaba, pero era casi imposible encontrar a alguien en ese comedor, era tan grande como diez manzanas urbanas.

—No veo a mis padres. Mamá es 5J y papá 20N. Pero no los encuentro —Se puso una vez más de puntillas y estiró el poco cuello que tenía—, me demoré mucho al despertarme.

—Oh.

Él regresó a su altura normal y alzó el hombro con aire desinteresado, fingiendo ser un chico malo y rudo.

—No importa, no los necesito, me la sudan ¿Sabes? —Cada vez que hablaba sacudía la tela sintética de su barbijo.

—Ya veo, sí —no sabía qué más decir.

—O sea, son Salivantes, ni que me hubieran dado una buena conversación.

—¿Salivantes?

—Les cae saliva —me observó confundido, rio, abrió la boca, sacó la punta de la lengua, perdió la vista en un punto fijo e imitó a todos los adultos del lugar—. O sea, están medios tontos, son como hojas o...

—Vegetales.

—¿Eh? ¿Vegetales?

Sonreí. En ese mundo no existían vegetales, Nózaroc tenía un punto a favor.

En el camino abrí mi caja con las manos, rasgando el cartón frágil, adentro había agua en una capsula de plástico que se veía parecida a una ampolla y algo que era una pasta gris envuelta en más plástico. Estaba decepcionado, pero no asombrado.

¿Gartet gastando dinero para alimentar bien a los nativos que esclavizaba? Ja, ja.

Perdí el apetito.

Veintiuno y yo nos sentamos en una mesa donde había una señora, un hombre y una niña que los seguía, eran sus padres porque la pequeña compartía quijada con el señor y la nariz y ojos de la mujer.

Ella les hablaba de que había visto una chica con las rodillas temblando y un ligero tic en el ojo, que se había caído sobre un hombre que fingía mascar algo, rio al final, pero su felicidad no fue correspondida. Su madre estaba mirando el techo, con los labios mojados de saliva que no había tragado, no había probado bocado, simplemente se limitaba a pegar su nuca contra la espalda y admirar las luces. El papá por otro lado mascaba lentamente su desayuno y tenía su mirada vacuna puesta en mí.

Creí que eso desmotivaría a la pequeña pero no, ella estaba acostumbrada a hablar con personas que ni siquiera le respondían, lo tomó como si fuera algo normal y siguió hablando para sí.

Los demás adultos... los Salivantes estaban en la misma situación, comían con lentitud, observaban el vacío, tragaban y volvían a comer. Algo le había pasado a toda la gente mayor, esperaba que Sobe y Petra lo notaran a tiempo y fingieran ser tan zombis como ellos, Berenice podía lograrlo, de hecho, ella ni siquiera tenía que actuar o esforzarse demasiado, pero Petra...

Apreté los puños para no pararme de un salto y correr por ella.

Nos quitamos los barbijos y miré en derredor para comprobar si encontraba a alguno de mis amigos, pero no tuve suerte, supuse que ellos estarían investigando a su manera. Veintiuno rasgó el plástico y comenzó a comer la pasta con los dedos, concentrado en la tarea para no ensuciarse las mangas. Giré la caja sobre la mesa y la desmenucé en la parte superior.

Necesitaba averiguar cosas y aprovecharía a ese niño, era muy pequeño y yo no estaba acostumbrado a tener el papel de niñera, pero tal vez podía servir. Soplé un pedacito de cartón lejos de la mesa.

—Y dime Veintiuno... ¿Quieres jugar a un juego que creamos en el Hogar de la Comuna que se quemó? —recosté mi mentón sobre la caja hecha pedazos.

Veintiuno asintió chupándose los dedos, agarrando la ampolla de agua, pinchándola con los dientes y bebiendo del plástico. Desvió los ojos hacia mi caja preguntándose por qué no tenía hambre.

—Es así —expliqué, deposité ambas manos en la mesa y di unos ligeros golpecitos—, yo voy a decir algo y tú dices lo primero que se te venga a la cabeza. Mientras menos demores más puntos sumos. Por ejemplo, digo blanco y tú piensas en una esfera entonces tienes que decirlo ¿Entiendes?

El niño asintió.

—Fácil ¿Eh? Ya creo que lo gano —respondió con socarronería.

Sonreí.

—Nube.

—Industria.

—Familia.

—Corazón.

—Extirpación de lealtad.

—Tú.

Titubeé.

—214 979 22MGLP —solté la coordenada donde se escondía la Cura del Tiempo que por suerte había memorizado.

Veintiuno soltó una risa.

—No sé ¿Eh? ¿Y eso qué es? —Entornó la mirada—. ¡Es una trampa! —Se acomodó en la silla y me señaló—, creíste que iba a caer. Trabalenguas. A eso me suena.

Meneé la cabeza, con seguridad no era una dirección pública que todo el mundo conociera. Estaba decepcionado de que no funcionara, creí que el niño podría decirme a qué hacían referencia esos números. Tampoco había sido una idea tan brillante.

Tal vez era una clave, una contraseña para entrar a un sitio secreto o el número de una caja fuerte. Pero en ese mundo las familias ni siquiera tenían hogares ¿Cómo iban a tener bancos o lugares donde guardar cosas importantes? Por una vez más me pregunté qué le había pasado a ese mundo y por qué Dracma lo había elegido.

Descargué mis codos sobre la mesa, me sostuve la cabeza con las manos y me peiné hacia atrás mi cabello, estaba comenzando a crecer. Llevaba tiempo desde que no me hacía un buen corte. Suspiré. Tenía que empezar averiguando cómo funcionaban las cosas en Nózaroc.

—¿Por qué pensaste en mí cuando mencioné la Extirpación de Lealtad?

—Porque te tocará el viernes —comentó confundido como si fuera obvio que al pensar en extirpar le viniera yo a la cabeza—, no puedes cumplir trece sin haber entregado el corazón. Serás un Salivante, pero es el ciclo de la vida.

Me mordí la lengua, no podía preguntar sin levantar sospechas. Sentí mis latidos en la nuca. Tenía que arriesgarme.

—¿Para qué entregaría mi corazón?

Veintiuno miró en derredor, quería asegurarse de que nadie me había escuchado, absorbió los últimos residuos de su ampolla, arrojó el plástico arrugado al interior de su caja, se arrimó sobre la mesa y me miró fijamente.

—¿Eres bobo o qué? ¿Eh? Cállate o pensarán que eres de Deslealtad.

—¿Deslequé?

—Los que quemaron tu Hogar de la Comuna, bobo.

—Supongo que los de Deslealtad no son leales.

—¡Pues no!

Sonreí, el niño parpadeó como si creyera que estaba loco, tal vez podría ser gran amigo de la madre de Dante.

—Solo entregaré mi corazón a alguien que me ame —repetí lo que me había explicado Sobe, que la gente allí solía regalarle el corazón a la persona que más afecto le tenían, así ellos podían protegerlo... o controlarlo o una cursilería demente y sinsentido como esa, pero lo hacían por amor no porque les llegara la edad —. ¿Para qué otra cosa entregaría mi corazón?

—Para ser un Salivante y poder dedicar todas tus fuerzas a trabajar en Industria. Es todo un honor que te otorgan cuando te conviertes en adulto.

—¿Qué? ¿Por eso todos los adultos están tan tontos? ¿Entregaron su corazón o su cerebro?

—El único tonto aquí eres tú —rio Veintiuno—, que no recuerdas nada ¿Aspiraste mucho humo?

—Sé que hay que trabajar en Industria —tajeé, aparentando cotidianeidad—. Pero puedo hacerlo sin entregar mi corazón.

—Shhhh... —Colocó un dedo sobre sus labios, miró a la familia más cercana para asegurarse de que nadie nos prestaba atención—, eso piensa la gente de Deslealtad, ya suenas como 26J. No quiero hablar más del asunto. Basta. Es peligroso. Todos saben lo que le pasó a 5M ¿Quieres acabar como ella?

¿Cómo acabó ella? Rogaba que graduada con honores o con algún premio absurdo por ser peligrosa, como una canasta de frutas.

—¿Cómo acabó ella? En mi Hogar de la Comuna no se sabe lo que le pasó.

—Qué suerte que se quemó ese lugar, no sabían nada.

—¿Me dices?

Veintiuno estaba tan perplejo como alguien que hizo un día de fila para conseguir el nuevo teléfono de última gama y justo en su turno se agotaran. Parpadeó, meditó si era peligroso o no contarme ese tipo de información. Apoyaba las muñecas sobre la mesa y dejaba sus dedos como garras sobre la comida gris. Se acomodó en la silla y aparentó tranquilidad, tratando de simular que hablar de estos temas no era nada raro.

—Se la llevaron hace siete años por formar parte de Deslealtad. Fue el día en donde alguien delató a los rebeldes. Cayeron todos menos ella. Bueno, también la pillaron, pero fue la última en pie de la resistencia. Ella tenía trece cuando se la llevaron. Algunos dicen que la tiraron a la represa y abrieron los ductos para que la chuparan y se ahogara. Si no quieres acabar como ella es mejor que no seas así de desleal al repetir sus tontas ideas como hace 26J. Mi hermana me decía eso antes de que entregara su corazón el año pasado —explicó—, decía «No escuches a 26J está loca, lo único que sabe hacer es repetir a 5M y ya sabes cómo ella acabó. Mejor deja morir a Deslealtad de una buena vez»

¿26J? ¿Deslealtad era un grupo rebelde? ¿Quién había sido 5M? ¿Y porque se llamaba como un arma de cinco milímetros o un horario mal puesto? ¿Gartet los había colonizado al arrancarles su corazón? Si quisiera ver gente sin corazón hacía una pijamada con Adam y mi padre adoptivo.

Tragué saliva. No dije nada, no quería arruinarlo, Veintiuno estaba muy asustado, su único ojo me miraba con un brillo de terror.

—Yo tengo miedo —asumió Veintiuno alzando el hombro derecho con ligereza como si a la vez quisiera decir: «En realidad soy un malote y no le temo a nada»—. Sé que falta para mi día de Extirpación, pero cuando llegue tendré que vivir solo para trabajar en Industria sin ningún pensamiento que interrumpa mi labor a Nózaroc. Es un privilegio, lo sé, mi hermana Narda solía decir que los privilegios cuestan.

¿Narda? ¿Por qué ella sí tenía nombre y no se llamaba como una fecha? Continué callado, viéndolo. El niño alzó un hombro.

—Los privilegios cuestan —repetí.

—Sí, a ti o a alguien más —convino Veintiuno—. Eso decía mi hermana. No hay nada que cueste más que un privilegio.

—El miedo, tal vez —propuse yo, subiéndome las gafas por el puente de mi nariz—. No hay nada que arrebate más que el miedo. Te quita la paz, las oportunidades y los pensamientos.

Veintiuno asintió con calmo entusiasmo, casi distendido, como si hubiese estado mucho tiempo esperando a alguien que pensara como yo.

—Es por eso que a pesar de que me dé miedo, lo haré por ella. Cuando llegué el día de mi Extirpación de Lealtad, lo mejor será darle mi corazón a Logum.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro