II. Tres fracasados en el amor en peligro.

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 —¿Tocamos timbre o tumbamos la puerta? —preguntó Dante cruzado de brazos, evaluando las opciones.

 —O tumbamos la puerta mientras tocamos el timbre —sugirió Phil que se comportaba como un soldado, pero no tenía nada de sigiloso ni de ágil, incluso tropezaba con su capa de lentejuelas cada vez que quería caminar agazapado.

 El enorme mecánico contaba con escaparates que estaban cubiertos por la cortina metálica y a un lado del edificio había una puerta de hierro oxidado con tres candados y carcomida en la esquina derecha. Parecía una entrada secreta, tan secreta que la habían olvidado. Como la casa en el árbol que me había construido mi papá en el jardín después de muchas insistencias, invité a todos mis compañeros de escuela a jugar, pero ninguno fue, mamá dijo que ellos olvidaron la dirección.

 La entrada de ese taller tenía timbre y un letrero que decía abajo «No nos interesa»

 —Nos —leí—. Acá hay más de uno. Nos es plural.

 —Gracias por la clase de ciencias, cerebrito —se burló Sobe.

 —Fue lingüística —solté molesto.

 —Fue gramática —corrigió Dante poniendo los ojos en blanco.

 Phil olfateó el aire.

 —Huele a pelea.

 —¿Y cómo huele una pelea?

 Él arrugó el semblante en respuesta.

 —¿Qué se supone que yo tengo saberlo todo? —preguntó a la defensiva.

 Asentí, estaba de mal humor, habían terminado las tonterías. Toqué timbre.

 Cada uno preparó sus armas. Sentí como mi corazón comenzaba a acelerarse, las manos me sudaban del otro lado nos esperaba una trampa. Convertí a anguis en un escudo romboide, era pesado y ancho, todo de metal invicta, oscuro y siniestro con serpientes grabadas y una gema en el centro. No estaba seguro si una trampa te podría recibir en su guarida o si respondería amigablemente al timbre, pero si ese fuera el caso no le diríamos que veníamos por la Cura del Tiempo.

La puerta se abrió, sentí que un frío me perforaba las articulaciones y me puse en guardia.

Del otro lado se asomó una criatura de cinco metros de alto. Su cuerpo parecía modulado por horas de gimnasio y esteroides, eran tan firme y robusto como una roca. Sus brazos debían medir lo que todo mi cuerpo, tenía un cuello muy grueso y corto. Los rasgos de su cara eran grotescos, horribles y cubiertos de verrugas. Poseía una nariz grande y abultada y orejas puntiagudas. Sus ocho ojos amarillos brillaban en la oscuridad, su boca era enorme y de ella surgían unos dientes desparejos, sucios y filosos.

Extrañamente se parecía a Shrek, pero dudaba que soltara comentarios delirantes y flatulencias como la caricatura. Al menos ya teníamos a Phil para eso.

Era tan grande que solo podía asomar su cabeza y parte de su mano derecha.

Yo sabía lo que era, me lo habían enseñado en una clase en el Triángulo. Recordaba el dibujo detrás de una insignia de peligro. Sabía que los nórdicos los habían visto en la antigüedad, esa raza de monstruos había entrado a nuestro mundo hace muchos años, pero los habían exterminado los humanos. Era un jotun pero algunos le llamaban trol. Jamás me había topado con un trol. Tragué saliva. Se suponía que el primer desafío era el más fácil.

¡Esa era la primera prueba que nos presentaba la Cura del Tiempo!

El jotun tenía un delantal puesto que decía «Besa al cocinero». Al vernos comprimió los puños, cada uno de sus dedos medía lo que mi cara.

—¿A qué aquí? —inquirió, su voz era tan grabe y rotunda que sonaba como el rugido de una montaña. Hablaba como si fuera demasiado lelo y lo era.

Rápidamente entre en pánico, los trols eran muy fáciles de engañar por que eran cortos de sesos, pero tenían una fuerza que si te aplastaban podía dejarte como una alfombra. Si alguien lo usaba para ocultar algo era por sus músculos porque podía derrotar a quien sea.

«Tranquilo, no son tan inteligentes... pero... ¡Pero nosotros tampoco!»

—Queremos... tus servicios, es decir... —titubeé.

Mi voz sonaba a miedo, «diablos» fue lo único que pude pensar. Miré atrás pidiendo ayuda. Petra se adelantó un paso, pero su voz también se quebraba como Dante cuando se preocupaba por cualquier cosa.

—Vinimos por el taller —Jugueteó aterrada con sus dedos—. Queremos saber si lo reparas todo... como en tu anuncio de Internet.

El jotun se rascó pensativo la barbilla.

—Puedo reparar cosas —explicó—. Menos un corazón roto. Odio el amor, las cosas de amor y los enamorados. Si fuera por mí quitaría a todos los enamorados de la tierra.

—Eso será un problema —comentó Sobe señalando tras su espalda—. Porque Berenice está perdidamente enamorada de mí.

El jotun desvió la mirada hacia ella.

—Entonces no entra —gruñó y su aliento se suspendió fuera de su boca.

Tuve que reprimir una arcada, era como oler el vómito de una alcantarilla. Sobe hizo una mueca como si no hubiera esperado esa reacción, Berenice lo fulminó con la mirada y él le susurró que lo sentía, pero el monstruo no notó nada y prosiguió hablando:

—Mejor. Sólo tres. No más. Yo digo que no entre nadie más que él —dijo señalando a Sobe—. Tú —añadió haciendo referencia a Dante que se encogió al ser señalado y se cubrió el rostro con las manos como si amenazaran con golpearlo—. Y el otro tú —completó mirándome con sus numerosos ojos.

—Sale —aceptó Phil encogiéndose de hombros, dándose la vuelta y hablándonos despreocupadamente por encima de su hombro—. Los esperamos en la camioneta.

—¿Qué? —inquirió Petra alarmada, rebotando sus brillantes ojos en cada presente—. ¡No! Tenemos que entrar todos... digo, somos un grupo unido.

—¡Sí! —añadió Sobe a la desesperada—. No me parece buena idea.

Asentí. Lo que en realidad no era buena idea era entrar a la guarida de un trol que ocultaba un tesoro sin Petra ni Berenice, incluso Phil hubiera sido útil, pero nosotros tres estábamos perdidos. Sólo Dante tenía concentración y la perdía cuando algo le asustaba.

—¡No más de tres! —bramó sin paciencia el trol.

Su grito fue como una ventisca olorosa, le erizó a cada uno el cabello como si hubiéramos sacado la cabeza por la ventanilla de un auto. Dante se tapó los ojos, Phil agitó su mano frente a su nariz arrugada, sentí una lluvia de saliva, fregué mis gafas con las mangas y me limpié las mejillas conteniendo la calma. Petra pateó frutada el suelo y gruñó cabreada como si quisiera aniquilar al monstruo en ese momento y Berenice hizo prácticamente nada.

—Cierren al pasar —ordenó, ajeno a la escena.

El monstruo se introdujo en el interior, la puerta te permitía observar una negrura absoluta y profunda que crecía del otro lado. Dante tragó saliva y retrocedió. Sobe se dirigió hacia Berenice.

—Puede que me espere algo peligroso ahí adentro —susurró como si fuera un secreto—. ¿Estás segura de que no quieres decirme nada... que sientas?

Ella se apartó unos pasos y lo dejó susurrando solo. Aunque nunca le decía que no quería salir con él. El lugar que Berenice abandonó fue ocupado por Petra. Ella agarró del codo a Sobe que había comenzado a avanzar hacia el mecánico y le susurró lo suficientemente alto para que escuchara el resto.

—No me parece muy buena idea seguir con el plan amigable si atacaran adentro de todos modos. Es mejor enfrentarlos juntos.

No me convencía, ni siquiera sabíamos si él estaba solo o había tres más adentro. Aunque tenía que admitir que lo que ella decía sonaba razonable, Petra era muy lista, pocas veces se equivocaba, tal vez teníamos que reconsiderarlo. Estaba cavilando en seguirla cuando Sobe negó enérgicamente con la cabeza.

—A mí no me parece buena idea que a ti no te parezca buena idea que vayamos nosotros tres.

—Tiene razón —lo apoyó Dante como si fuera un argumento convincente.

—Sobe no pued... —susurró tratando con otra cosa.

—Sólo recuerda lo que le pasó al bosque de Babilon —sugirió Sobe, con aire maduro.

—Pero... el bosque... está... muerto —respondió ella desconcertada, soltándole el hombro.

—Al igual que esta conversación, adiós.

Atravesó la puerta y alzó una mano por encima de su cabeza, estaba irguiendo el dedo índice y el medio, en señal de paz.

—Voy a sacrificarme por mis chicas... —dijo teatralmente de espaldas— y Phil.

Dante suspiró lívido, comprimió sus temblorosas manos en puños para que dejaran de temblar y lo siguió. Miré a Petra, me encogí de hombros y entré nervioso y ansioso, conciliándome con la idea de que pronto averiguaría por qué Dracma Malgor había escondido fotos de extraños y mías en una botica junto con la ubicación de la Cura del Tiempo.

La puerta se cerró al instante, pero estaba seguro de que no había sido ninguno de nosotros.









Este capítulo es un poco corto pero... no hay excusa, es corto y ya jajajaja

 XD

¡Buen viernes y feliz fin de semana!


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