II. Ya no se puede viajar en paz.

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 Nos dejamos arrastrar por la corriente. Los minutos pasaron lentísimo. Ninguno hablaba porque nuestra voz se oía comprimida y trémula por el frío. Me hice un ovillo a un lado de Petra, nuestras manos estaban unidas y crispadas, su frente estaba recostada sobre la mía.

 Podíamos soportar las bajas temperaturas con el mismo temple que un vegetariano acompaña a su amigo a comprar una hamburguesa, pero dolía y no podíamos hacer otra cosa que sentir las garras gélidas de la niebla clavándosenos en la piel.

—Hace frío.

Sobe fingió impresionarse y tomar una bocanada de aire.

—¿De veras? No inventes Jonás, yo creí que temblábamos de la alegría.

—Es que, tengo tanto frío que estoy a punto de convertirme en un helado.

—Esto me recuerda a la manera en que murió mi hermano.

—¿Congelado? —pregunté.

—No, escuchando comentarios estúpidos.

—¿Cómo serías si fueras un helado? —pregunté algo estúpido para molestarlo y pensar en otra cosa que no fuera el frío.

—Jonás, no esperarás que responda una pregunta tan difícil —se burló Sobe, sus dientes castañearon.

—Yo sería sabor... —Petra meditó en su respuesta— menta con chocolate.

—¿Porqué? —pregunté.

—Porque a pocos les gusta y es exótico.

—¿Qué? —inquirió Sobe con incredulidad—. La menta con chocolate es tan exótica como la cuidad de Nueva York.

—¿Es exótica?

—¡Claro que no es lo más común del mundo! —suspiró cortadamente—. No puedo creer que mantengo esta conversación.

—Pues si tanto te desagrada tírate del bote —le espeté dándole una torpe patada.

—¡Ya, ya, me rindo! —desistió Sobe—. Si yo fuera un sabor de helado... sería... sabor a narcóticos.

—¿Por qué está mal visto? —inquirió Petra.

—No, porque una probada y corres el riesgo de volverte adicto —puso todo su empeño en que el frío no le arrebatara el tono pervertido a su voz.

—Yo creo que serías vainilla porque todo el mundo cree que le gusta, pero en realidad es decepcionante —susurró Petra.

—¡Cállate, menta con chocolate!

Una corriente glacial nos envolvió. El juego había terminado y el frío nos silenció otra vez.

El blanco que atisbaban mis ojos y el sonido del agua me impulsaban a pensar. Pero no a meditar en cosas sencillas como por qué el coyote nunca atrapaba al correcaminos, si no en pensar que me estaba dirigiendo a dos trampas diferentes: una de ellas era Dracma Malgor, la otra era el pasaje de Atnemrot.

En ese instante mis amigos se encontraban buscando una entrada al pasaje de Atnemrot, luego me llamarían para indicarme cómo ir y yo tendría que dirigirme a la trampa.

De repente escuché el sonido de una bocina. Alcé mi cabeza y reparé en que podía ver de nuevo.

Me encontraba en un estrecho de aguas grises, las riveras eran boscosas, de tierra y cubierta de matorrales y arbustos. El cielo era gris como una moneda pulida. La balsa se dirigía a un puente de concreto, sin cables, que era surcado por autos. En el horizonte se veían praderas, árboles y los tejados de un pueblo lejano de casas y estructuras hogareñas. Al otro lado el río continuaba y serpenteaba en una rivera cubierta de vegetación.

Me volteé y desperté al resto. Vi que tenían escarcha en el cabello, las cejas e incluso las pestañas, sus labios estaban morados, se encontraban acurrucados sobre la lona amarilla, con los dedos encogidos en el pecho. Tenían los ojos cerrados y no se habían dado cuenta de nada. Les sacudí los hombros, parpadearon y se levantaron temblando. Nuestros alientos se esfumaban en vahos trémulos que se desvanecían sobre nuestras bocas.

La temperatura también era gélida de ese lado, pero podía manejarlo. Remamos con nuestras manos hasta la orilla. Descendimos del bote, el suelo era lodo casi congelado, sentía mis músculos agarrotados, crispados y débiles. Tropecé, caí sobre un charco que me recibió con un abrazo glacial y me ensucié el pecho. Me levanté mascullando groserías y Sobe largó una risilla espasmódica que sonó extraña con su mandíbula temblorosa.

Arrastramos la balsa por el lodo, lo que fue difícil porque resultaba casi imposible caminar sin caerse.

Berenice había corrido la misma suerte que yo. Tenía lodo en el cabello y se veía molesta... además de que parecía un helado de chocolate. Finalmente la remolcamos, la escondimos debajo de un árbol y la cubrimos con ramas y hojas secas.

—Espero que nadie robe nuestro Lamborghini —se burló Sobe dándole palmaditas a la balsa de goma.

Descargamos los tanques de oxígeno y los ocultamos de la misma manera, para regresar después por ellos.

Petra, Sobe y Berenice se internaron en el bosque y yo aguardé un rato en la ribera para que se cerrara el portal. Miré la dirección que me habían dado los hermanos Bramson. Ellos me habían dicho que el portal me llevaría a un estrecho de agua, entonces debería pisar tierra si veía el puente Wales Expy, había otro puente con cables, pero ese estaba en reparaciones.

Tenía que caminar unos minutos hasta toparme con la carretera A55 y esta me conduciría a calle Lon Pant, entonces podría guiarme con el mapa que ellos habían dibujado.

Solté mi aliento alrededor de mis dedos, pero no sirvió de mucho. Guardé la nota en mi bolsillo junto con la lista de mercado de Miles y la fotografía de mi familia.

Cuando creí que era suficiente y el portal ya se había cerrado los seguí. El bosque no tenía caminos por los que marchar y los árboles crecían muy juntos lo que dificultaba el paso. Lo único que pude identificar fueron pinos, irguiéndose hacia el firmamento gris.

Nuestros pasos se oían arrastrados y húmedos como si fuéramos una cuadrilla de zombis. Teníamos las botas tan sucias que le habrían dado un ataque a cualquier alfombra. Andábamos encogidos, para nuestra desgracia soplaba un viendo crudo y caía una lluvia ligera e invernal. No teníamos suerte. Si algo más pudo haber empeorado habría empeorado.

La que más padecía el frío era Petra que al parecer ya no tenía energías suficientes para esquivar la temperatura con artes extrañas. Su vestido de funeral en ese lugar tenía tanto sentido como la caricatura de un sol con lentes negros. Quise darle mi abrigo, pero dijo:

—Está m-mojado, Jonás.

—Woooaaa, n-no sabía que eras t-t-an exigente, P-petra, mira la cara del pobre Jonás —se mofó Sobe—, acabas de romper su co-coprazón.

—Me d-da igual —dije poniéndome nuevamente el abrigo empapado.

—Si quieres nos adelantamos pa-para que llores atrás.

Petra bufó.

—Ya cállate.

Nos callamos otra vez.

Berenice tenía una mancha de lodo en la frente que comenzaba a secarse. Su piel siempre era lívida pero sometida a esas temperaturas me hacía recordar a Blancanieves con los labios oscuros, el cabello negro y la piel color nieve. Aunque esta Blancanieves no cantaba para los animalillos, ni siquiera hablaba, parecía querer decir «Muérete» con la mirada y tenía pinta de haber salido de una guerra.

Mi hermana amaba las princesas de Disney, a diferencia de mí, pero me sabía todas las canciones, incluidas con las de High School Musical y Hanna Montana. Pensar en ella me hizo extrañ...

—Ja-Jamás volveré a dejar la r-ropa para misiones en segundo plano —exclamó Petra arrancándome de mis pensamientos, abrazándose y tratando de darse calor—. Creo que nada puede empeorar.

—Yo sí puedo e-emp-peorarlo —exclamó Sobe—. Ese vestido t-t-te queda horrible.

Caminamos hasta que nos topamos con una ruta que era concurrida por varios automóviles, por suerte tenía una pequeña calzada para peatones, avanzamos al lado mientras Sobe nos deslumbraba con todos los conocimientos que había adquirido a lo largo de sus numerosos viajes.

—Estamos en una península de Gales, la isla Anglesey, en un pueblo muy, muy extraño, de verdad, la última vez q-que estuve aquí tenía seis, la gente decía que era adorable.

—¿Qué tiene de extraño el pueblo? —inquirí.

—Que la gente creía que era adorable —opinó Petra, Sobe la empujó con su cuerpo y casi la tumbó— O-oye compórtate.

—No es tan extraño, lo único raro que tiene el pueblo ahora es a Petra y que su nombre es considerado el tercer topónimo más largo del mundo. Es decir que el nombre de la cuidad es super largo —aclaró como si fuéramos idiotas—, lo hicieron para buscar turismo, pero para evitar complicaciones lo abrevian a Llanfair PG aunque en realidad es: Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch. Lo que significa...

—¿El dato más aburrido de la historia? —pregunté.

—A mí me parece interesante —habló Berenice por primera vez en el día.

Todos nos volteemos sorprendidos. Que ella dijera algo optimista era tan milagroso como que un ñoño de biblioteca consiguiera el número de una cachonda universitaria. Sobe le desprendió una mirada radiante, trató de esfumar la sonrisa que nacía en sus labios, pero no tuvo mucho éxito. Estaba sonrojado. Frotó sus manos y continuó.

—Significa: Iglesia de Santa María en el hueco del avellano blanco cerca de un torbellino rápido y la iglesia de San Tisilio cerca de la gruta roja.

—Si esté lugar estaba cerca de tantas cosas no sé porque nos demoramos tanto en llegar —opinó Petra.

—No quiero imaginar cómo son los dos primeros topónimos más largos —mascullé.

—Hace mucho que no como un Caws Pobi —murmuró Sobe refiriéndose a una comida típica del lugar.

Guardó silencio y entonces me di cuenta de que necesitaba que alguien hablara para poder ignorar el frío y pensar en otra cosa. Sólo una vez en mi vida había tenido tanto frío y fue cuando había comenzado clases de natación, unos niños se habían robaron mi mochila, había tenido que regresar caminando a casa en traje de baño, fui llamado Brown Maní por meses, supongo que no es necesario explicarte por qué.

En ese momento estaba combatiendo el impulso de arrojarme de bruces a un automóvil y rogarle al conductor que me dejara disfrutar de unos minutos de calefacción. Aclaré mi garganta que la sentía raspada como si hubiera gritado por horas y pregunté:

—¿Qué es un Cawn Pobi?

Antes de que pudiera notarlo habíamos atravesado lujosas casas de campo con caballos pastando en las extensiones de hierbas, nos habíamos internado en unos suburbios con viviendas sumamente iguales y había regresado nuevamente a un tramo de una calle llamada A5. Nos habíamos perdido un poco, pero al fin habíamos llegado.

Me encontraba en una gasolinera, se suponía que era la calle donde vivía Philco.

Estaba anocheciendo. Las luces de las farolas destellaban y la grava húmeda reflectaba la luz. Las ventanas de las casas brillaban como ojos al asecho. Sólo una casa en toda la cuadra se encontraba sumida en oscuridad y era la que yacía en frente.

La observé, era muy humilde... porque decir vieja y rota sería cruel. También estaba algo sucia. Su aspecto parecía de los sitios que huelen a orina. Orina rancia.

No podía localizar la puerta de entrada. A su lado tenía aparcada una minivan azul debajo de un cobertizo que se caía. La casa estaba pintada de un color apagado, casi blanca y aunque era muy pequeña contaba con cinco ventanas y dos chimeneas.

El jardín delantero o trasero o fuera lo que fuese eso era un basural, había desde un piano roto hasta una carretilla de madera y mucha chatarra amontonada. Desentonaba mucho con los suburbios cercanos. Con toda seguridad eso era el nido de amor de ratas, el cabaret Hotel Royal Continental de las cucarachas.

Los tejados estaban manchados de humedad y en lugar de tener valla contaba con un muro tan enano que sólo eran una franja de rocas amontonadas.

—Me pregunto por qué siempre frecuentamos lugares sucios y abandonados, eso habla mal de nosotros —exclamó Sobe con una sonrisa divertida que no terminaba de nacer, su cabello estaba húmedo y aún conservaba escarcha, estaba comenzando a írsele la voz por el frío, sonaba como un niño entrando en pubertad—. Digo nunca tratamos con trabajadores honrados, gente que no estuvo en la cárcel, ni presidentes, senadores o personas que no viven en cuchitriles.

Petra aclaró su garganta con una mueca de dolor.

—Hay un dicho en mi mundo que dice: «Dime con quién andas y te diré quién eres»

—Ese dicho es de este mundo —le recordó Sobe.

—¿De veras? —inquirió ella parpadeando, comprimió sus labios morados—. Apostaría mi vida a que no.

—Primero perderías, pero supongo que por eso apostaste algo tan inútil y segundo sí, te lo dije ayer cuando te quejaste de que era un idiota.

—Idiota —masculló Petra recordándolo y se frotó los brazos—. Como sea ¿vemos la casa por una hora más o entramos?

—Estudio el terreno —respondí con poco humor.

—Excelente Holmes —se mofó Sobe con la misma paciencia que la mía—. Espero que hayas estudiado qué es la pulmonía porque es lo que nos dará si seguimos aquí.

Dicho eso cruzó la calle sin mirar a los lados, subió por la rampa de concreto que existía para la minivan y allanó la propiedad. Petra se encogió de hombros y siguió a Sobe, con expresión dubitativa, Berenice fue la segunda, bufé, di unos saltitos para entrar en calor y me encaminé a la casa.





Viernes de doble actualización, espero que les vaya gustando.

 Buen fin de semana a todos, pásenla bien, nos leemos 😘  


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