Muchas cosas para una sola semana.

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 Nunca me gustaron los funerales. Pero me hubiese gustado asistir al de Lauren. Verla por última vez.

 En lugar de eso estaba sentado en una sala de espera desolada, tratando de contener mi mal genio y no desquitarme con los Guardianes que estaban a punto de interrogarme. No confiaban en mi declaración, aunque hubiera testigos (Miles y Amanda) no me creían. Era una sala subterránea, apartada del instituto, oscura y sin oxígeno, antes había servido de bodega, pero habían colocado sillas y mesas como una sala de interrogatorios. Las luces de neón del techo zumbaban melancólicamente.

 Adán me acusaba de asesinato. Decía que Lauren había regresado al Triángulo, me había visto y había oído las tonterías que siempre decía entonces había preferido quitarse la vida a que seguir soportándome. No había importado que Miles, J.J y Verónica Montes le dijeran que ella ya había llegado herida.

 Cuando me acusó de eso estaba alterado y le grité que ojalá fuera cierto lo que decía para que mi forma de ser lo matara a él también. Pero mi forma de ser no mató a Adán solo lo hizo embroncarse más.

 Desde que había perdido a mis hermanos, mis padres y abuelos, desde que era un huérfano más en el Triángulo, me había convertido en una persona gruñona, siempre había tenido mirada de loco, pero ahora esa parte negativa había echado raíces.

 Así que todo se resumió a interrogatorio.

 Como castigo por haberla inducido al suicidio, no me permitió asistir al funeral. También mencionó que debí haberla ayudado no importaran sus deseos, pero yo sabía lo que era perder lo que más amabas. Además, no se me ocurría cómo pude haberla ayudado, estaba desecha y mi idea de auxilio era hacer que un trapo frenara su sangre. No era el procedimiento medico más revelador de la historia, hubiera sido como tratar de corregir un hueso roto con cinta adhesiva.

 De todos modos, fue una excusa para castigarme y prohibirme asistir al funeral. En parte estaba bien porque no hubiera soportado ver el cuerpo, no había nadie en el edificio sólo Petra y yo.

 Estaba sentado con la espalda apoyada contra la puerta de la bodega y Petra se encontraba del otro lado. Me había buscado por todo el edifico para decirme que los hermanos Bramson me llevarían con su amigo al mediodía para preguntarle sobre la Cura del Tiempo y que sin duda ella iría. Me explicó el punto de encuentro y cómo haríamos para saltearnos unas clases si el viaje nos tomaba más de un día. Dijo que Walton, Albert, Miles y Dagna nos cubrirían y se harían pasar por nosotros con las armas de camuflaje de Petra. Porque había fabricado más desde el último año.

 Ella había querido forzar la puerta con sus artes extrañas, pero le dije que no quería más problemas. Había pateado con frustración los goznes y había dicho que era muy injusto lo que me hacían y que si yo no asistía al funeral entonces ella tampoco. Era su manera de apoyarme y sirvió. Podía sentirla del otro lado y aunque mantuviera silencio me reconfortaba.

 Tenía en mi mano un collar con un medallón, no sabía si le pertenecía a Tania o Lauren ya que era de oro y tenía grabada las iniciales de ambas en la tapa. En su interior albergaba la foto de ellas sonriendo, estaban juntas al lado de un risco de aguas claras, del otro lado decía «Para mi único mundo» Diablos, eran tan cursis.

 Cuando se llevaron el cuerpo de Lauren el medallón se resbaló de sus gélidos dedos. Lo había aferrado en su mano todo el tiempo y no lo había visto. No me pareció justo enterrarlo con el cuerpo porque Tania estaba allá afuera, y sabía que no importaba qué tan agente sea, merecía ver la sonrisa de su novia una última vez. Merecía ser ella la que decidiera qué hacer con el medallón, pero hasta entonces decidí que lo guardaría.

 Me sentía muy mal. No podía creer que jamás volvería a verlas a ninguna de las dos. Entonces pensé en lo que había dicho Miles. Que si me quedaba allí vería cómo iban muriendo mis amigos poco a poco.

 —Petra —susurré.

 Ella tardó en responder.

 —¿Sí?

 —¿Qué harías si me convierto en agente?

 —Eso no sucederá —afirmó con seguridad como si le estuviera diciendo que el sol mañana no saldría—. Jamás.

 —Pero y si sí. Hace dos años mi padre lo intentó, trató de lavarme el cerebro para que fuera uno de ellos.

—Vaya... no lo sé. Estaría desecha. Trataría de revertirlo. Algunos dicen que los drogan, otros que los meten en una máquina, pero yo creo que utilizan artes extrañas para hacerlos actuar así y volverlos agentes sin sentimiento, solo les dejan el instinto de caza. Me esforzaría en todo para traerte de regreso. Y si... si no puedo... entonces me convertiría en agente también.

Reí.

—Los agentes sólo son Cerras, fallarías un poco abriendo los portales.

—Tú tampoco eres del todo Cerra.

Recosté mi cabeza contra la madera áspera. Me había pillado, yo tampoco servía de agente, no sabía controlar mis poderes. Reprimí una sonrisa y giré el medallón en la palma de mi mano.

—Me acorralaste.

—Tampoco es que sea tan difícil.

—Oye... Petra.

—Dispara.

—Gracias. Es una de las mejores charlas que tuve en esta sala.

—Con tu suerte no será la última —Reí y ella aseguró que se trataba de una broma y volvió a hablar—. ¿Sabes cómo son los funerales en mi mundo?

—¿Cómo?

—Honorarios. Cuando morías todos los presentes hacían algo que te gustara en tu honor o algo que amaras.

—Este hubiera tenido el mayor espectáculo de fuegos artificiales.

—De seguro que sí.

—¿Cómo sería el tuyo? —pregunté.

—¿Debería preocuparme que estés tan morboso hoy?

—Tú te preocupas por todo —le recordé—. Te preocupaste cuando Dante saco 99.8 en un examen y no el cien por ciento que recibe siempre.

—Ah es que eso lo tenía muy acongojado a él —respondió con la ternura palpitando en su voz— y me dio pena que los neandertales de Sobe, Miles y tú se hayan reído en su cara.

—¡99.8 es lo mismo que cien! —insistí al igual que esa vez cuando me había dado un rapapolvo por reírme de él.

Hubo silencio y al cabo de unos segundos ella añadió:

—Mi funeral sería... sería un lugar donde todos los presentes se agrupen a contar adivinanzas.

—Adi... ¿qué? ¿Desde cuándo te gustan las adivinanzas?

—¡Desde siempre, tonto! —objetó con un deje ofendido.

—Petra, te conozco hace tres años y nunca, jamás, jugaste a las adivinanzas con nadie.

—Permíteme darte una explicación —anticipó con diplomacia—. El primer año que nos conocimos estuvimos viviendo juntos un mes en un pueblo donde siempre había trabajo, había que construir casas o reunir familias en Cuidad Plantación y la verdad es que no tuve oportunidad de detenerme a jugar adivinanzas. Luego me volví a mi mundo y al año siguiente nos encontramos en Babilon pero recordarás bien que peleamos mucho...

—Sí, estabas muy insoportable esa semana.

—¿Sólo yo?

—Bueno... Sobe también estaba insoportable.

Ella rio un poco, muy poco, sonaba molesta y prosiguió con su línea cronológica.

—Luego estuve inconsciente más de un mes y cuando desperté tú estabas todo el tiempo preocupado por encontrar a Dracma, nuestras conversaciones se limitaban a eso y cosas menores. Nunca hubo tiempo para adivinanzas.

Troné los dedos, ella nunca me había dicho qué había visto en su mundo cuando se marchó.

—Tu línea cronológica quiere decir que somos desconocidos, nunca nos conocimos realmente, no tuvimos el tiempo.

Nisán le temía al tiempo. Yo estaba buscando la Cura del Tiempo. No tenía tiempo para mis amigos ¿Algo más? ¿Alguna otra indirecta, vida?

—Eso es absurdo, claro que nos conocemos, quise decir que no había tiempo para juegos tontos...

—No es tonto si te gusta.

—Tenemos muchos años para conocernos más, Jo. Nos quedan años y años de adivinanzas.

No sonaba segura y nadie lo estaría diciéndolo en el funeral de una adolescente de dieciséis.

—Hazme una adivinanza.

—¿Qué? ¿Ahora?

—Sí.

—Todavía no he muerto, pero está bien —Se aclaró su garganta y preguntó—. ¿Qué es algo y nada a la vez?

—¿Perdona?

—Anda, es una fácil.

—¿Es una broma?

Ella rio.

—Sólo contesta.

—No sé. Paso. Otra.

—Era un pez —respondió con la voz divertida, aunque yo no lograba encontrar lo divertido a eso— Está bien, aquí va otra: No es persona, pero trabaja todo el día. Puede moverse por años, pero no va a ningún lado.

—Dame más pistas.

—Las pistas están ahí. Haz un esfuerzo.

No lograba encontrar la respuesta.

—Vamos Jonás estás estropeando mi funeral.

Se oyeron pasos en una de las escaleras. Su risa se detuvo.

—Viene alguien, me voy —susurró—. Te veo al mediodía con los gemelos en la selva.

—No te vayas —le pedí, pero en ese momento alguien abrió la puerta: era Adán.

Me colgué el medallón del cuello, lo oculté bajo de mi remera, me arrastré lejos de la puerta y me puse de pie.

Adán gruñó, me miró desde arriba con desprecio y de una zancada se metió en la bodega.

Él tenía el cuerpo de un luchador inflado de esteroides, su cabeza estaba rapada a la mitad como si su peluquero sufriera de indecisión. Su piel tostada y pálida estaba porosa. Llevaba una camisa blanca y unos pantalones militares. Adán solía ser muy frío, no sé si se debía a que su altura lo sometía a bajas temperaturas y hacía que se le congelara el corazón... pero no quería a nadie.

A su lado iba Ed con una libreta y una lapicera, parecía que estaba por apuntar la mejor clase de su vida. Me sonrió con suficiencia y dio unos golpecitos al papel con su lapicera. Estaba que bullía de placer. Genial.

—¿Ya te cansaste de provocar problemas? —inquirió Adán examinándome como si fuera una pieza en exhibición. Una pieza horrorosa.

—Yo no causé su muerte.

Él sacudió la cabeza y se sentó en la silla metálica que estaba ubicada detrás de una mesa de hierro.

—Según las predicciones tú causarás la muerte de los trotadores. Así que de todos modos eres responsable de muchos finales.

—La muerte o la salvación —le recordé.

—Yo me aseguraré de que así sea. Ahora siéntate o tomaré que estés de pie como el acto de desafío de un traidor.

Suspiré y obedecí conteniendo mis impulsos y sintiendo como una furia febril burbujeaba en mi interior. Sin duda ese sería un interrogatorio de los peores, pero no estaba nervioso sólo podía pensar en la torpe adivinanza de Petra.

Y entonces supe por qué tanto le gustaban, si le surgían el mismo efecto que a mí entonces eran como una escapatoria, cuando tenías muchos problemas podías entretener tu mente con otro, uno más sano y menos tortuoso.

Le debía a Petra una respuesta y un problema de esos.





Lindo viernes para todos, nos vemos la semana que viene :D

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